le pregunta y
responde
La Arqueología es una apasionante aventura. Nos ubicamos en la cuarta dimensión e iniciamos un viaje imaginario en el tiempo para retroceder y hurgar en el fondo de los siglos en busca de gestas olvidadas. Las cortinas del tiempo se descorren y vemos cómo vivieron los hombres en los albores de la historia.
Los pueblos de nuestros antepasados tuvieron su momento en la historia y luego se perdieron en el pasado. La madre tierra recogió amorosamente en su seno los restos de sus hijos conservando en sus entrañas y a través de los siglos, el testimonio de su existencia.
La madre tierra nos brinda ese mudo testimonio del monumento que llega hasta nosotros, con su mensaje desde el fondo de los siglos.
Su exhumación nos convoca, nos incita y nos apasiona. Allí está la vieja historia en millares de páginas inéditas que, en manos prudentes y movidas con amor, nos devolverán las mil secuencias del gran escenario prehistórico.
Rescataremos hilvanada y restaurada la epopeya perdida, reivindicándola para nosotros y para ofrecer a las generaciones del futuro el precioso don del pasado.
El monumento encierra siempre un mensaje. Descubrir, interpretar, develar o traducir ese mensaje, es el principal objetivo de la investigación.
Recordamos que es monumento todo resto o testimonio que nos ha quedado de la presencia o actividad del hombre en el pasado. Es el documento claro y convincente para la reconstrucción histórica. Testimonios mudos donde ha de jugar la prudencia, la intuición y la deducción a fin de ir colmando espacios, poner nuevamente en ellos vida, movimientos y sentido para hacer surgir de las ruinas informes el verdadero panorama del proceso humano.
Cuando introducimos las manos en la tierra en busca del monumento, sentimos que las enterramos en el tiempo y hasta en el rumor del zapapico hurgando en los estratos nos parece percibir los primitivos ecos de la actividad del hombre que labora, su canto a la vida y al trabajo y el mismo bullicio de los pájaros, se nos antoja un coro de voces infantiles que nos llega desde las entrañas de la tierra. Es el reclamo de este suelo que “agarra”, atrae y da vértigo. Es el amor del hombre por su tierra lo que empuja con una curiosidad insaciable, con fervor y una paciencia inagotable en el afán de evocar la vida primitiva de los hombres que habitaron este suelo.
El período ocupado por la historia escrita es sólo una fracción de nuestros anales. La Arqueología permitirá asistir al primer acto para levantar la bruma que aún cubre el horizonte y pueda conocerse la verdadera dimensión en el tiempo, del desarrollo humano.
Y... ¡allá vamos!... ¡con la pala!...
El testimonio de la arqueología es irrefutable porque aporta como testimonio al monumento mismo. La arqueología, frente al monumento, descubre al artista y lo propone.
Muchos no pueden asociar al no ilustrado con el arte y no lo conciben en una actitud de crear belleza o sensible al gozo estético.
En este momento de revisión histórica, queremos recrear al aborigen como fue: indio y artista. Queremos mostrar lo que nuestros antepasados prehistóricos fueron capaces de elaborar con un poco de arcilla y una espina o un punzón de hueso.
Además, la eficacia del artista se manifiesta a través de un ponderable virtuosismo manual que lo ha llevado a crear belleza, el componente estético que lo identifica con el arte.
Constituye nuestro fósil-guía, el conjunto de elementos culturales aportados por los “ribereños plásticos” del área paranaense, con evidente influencia de las culturas amazónicas y andinas.
De los yacimientos de la zona de Rincón de Landa y desembocadura del río Gualeguaychú, hemos exhumado abundante material arqueológico de notables características.
El decorado es el elemento que le otorga jerarquía artística. Los yacimientos que nos proporcionan estos materiales corresponden al pueblo Chaná y son abundantes.
Sobre la desembocadura del río y la ensenada del arroyo Bellaco, se ubicaron otros grupos humanos de la familia Guaraní. Fueron portadores de una cultura superior con estilo cerámico más evolucionado. En ambos pueblos, Chaná y Guaraní, hemos podido apreciar el verdadero valor de la cerámica indígena, no solamente por su singular factura, sino también por su particular sencillez, una clara expresión estética sin caer en un estilo rebuscado o infantil.
Desde principio del siglo XX hasta la década del 40, fueron varios los arqueólogos que realizaron trabajos de investigación en nuestra zona. Pero como ocurre siempre, llegaron con un plan de trabajo de pocos días y un subsidio tan mezquino que su reconocimiento fue muy superficial y el correspondiente estudio e informe no se ajustó a la realidad de nuestros yacimientos arqueológicos, pues no los conocieron.
Destacamos en especial algunas expresiones de arte que caracterizan la cerámica de la zona de Landa y que constituyen su valor diagnóstico.
Adornos modelados colocados sobre el borde del vaso, cumpliendo la función de asas, algunas horizontales y marginales y otras verticales elevadas sobre el borde.
Muchas son zoomorfas representando al loro, al búho, la serpiente o algún mamífero. Algunas se presentan estilizadas pero de un extraordinario realismo.
Además en representaciones plásticas de superficie, con motivos variados o en forma de medallones y siempre decorados con motivos incisos, punteado o en surcos en presión rítmica. Se agregan las "campanas" y los "tubos" en cerámica gruesa, similares a las paranaenses. En ambos casos se ignora el destino o modos de uso.
En especial, señalamos el decorado inciso en base al surco o al punteado, ambos rítmicos, en registros geométricos, grecas, "losange” o rombos de complicado desarrollo; de verdadero valor diagnóstico. En ninguna publicación arqueológica de nuestro país se observa este decorado por lo cual lo hemos calificado de "tipo Landa".
En oportunidad de visitar nuestro Museo, uno de los integrantes del Jurado que actuara en la calificación de las comparsas que concursan en nuestros carnavales, se mostró sorprendido ante la cúpula que exhibe esta cerámica, informándome que no la ha visto en ningún museo del país.
Esperamos que esa cerámica que hemos calificado de "tipo Landa", se incorpore a los anales de la arqueología de nuestro país.
Antes de referirnos al sambaquí de Puerto Landa conviene dar referencias de lo que es un sambaquí, de donde proviene y dar sus características.
Se le da ese nombre en Brasil a los túmulos o cerros construidos por los indígenas en su territorio, pero su verdadero nombre es “keokenmodingos” como se los llamaba en Europa, principalmente en la Península Escandinava, durante el Magdaleniense, cultura que cierra el Paleolítico superior y que se desarrolló hasta 12.000-8.000 años A/P.
El hombre de ese período los construyó, casi exclusivamente, con restos de moluscos (valvas de caracoles y “cucharas” del agua).
La acumulación de moluscos se fue originando a medida que el hombre fue consumiendo los moluscos como principal alimento; se fue agregando todo lo que fue resto de su actividad, armas y utensilios de hueso y piedra, residuos de cocina, fogones, etc, y de ahí que recibieron el nombre de “keokenmodingos” que en el léxico escandinavo significa “residuos de cocina” o “basural”.
Un signo distintivo esencial del magdaleniense es el “Bastón de Mando”, aparentemente una vara mágica realizada en astas de reno o ciervo. Cortada del asta en la bifurcación y dejando una pequeña porción de la misma, se cortaba luego el asta en la segunda horqueta. En la confluencia de las dos ramas mayores se practicaba un orificio circular de más o menos una pulgada de diámetro y se agregaban grabados o tallas.
Los bastones que se confeccionaban sin orificios tenían otro uso, el de impulsar el venablo o azagaya. Se les llamaba “lanzadera de venablos”.
En toda Europa se conocieron los “keokenmodingos”, con las mismas características y modos de uso, hasta los 6.000 años A/P. En Brasil aparecen en gran número sobre la costa atlántica, con una antigüedad de 7.000 - 3.000 años A/P, agregando a su condición de basural, la piedra pulida y la cerámica.
Los arqueólogos aún no han podido determinar si estos sambaquíes tienen una vinculación con los europeos. El hombre asiático entró a América por la vía Siberia-Alaska, pero por esa senda no entró la influencia del Magdaleniense con sus “keokenmodingos” por que hubiera dejado huellas de los mismos en América del Norte, donde éstos no se conocen. Tampoco en esa antigüedad el hombre navegaba por el Atlántico.
La Arqueología no es solamente el estudio del pasado, es también el estudio de todas las formas tangibles y visibles que conservan rastros de actividad humana, lo que constituye un desafío para los arqueólogos.
De los llamados sambaquís en Brasil, con todas sus características, aparecen algunos en la Banda Oriental que se ubican en la cuenca del Río Negro. Según la cronología señalada por Brasil para los sambaquís ubicados al sur, en el límite con el Uruguay, estos túmulos tendrían una antigüedad de 2.000 años A/P.
La presencia de un “keokenmodingo” o sambaquí en la zona de Puerto Landa, significaría una vinculación con los reconocidos en la cuenca del Río Negro cuya desembocadura en el río Uruguay se ubica, precisamente, frente a la zona de Rincón de Landa.
En una próxima entrega vamos a tratar este tema y ofrecer fotografías de los Bastones de Mando y Lanzaderas de Venablos.
En Puerto Landa, 45 Km. al sur de Gualeguaychú y a 300 metros del río Uruguay, existe un sambaquí similar a los brasileños y a los “keokenmodingos” del magdaleniense europeo. En un estrato compuesto únicamente por restos de moluscos, de 60 centímetros de espesor, aparecen abundantes restos de la actividad del hombre primitivo, armas y utensilios de piedra y hueso, fragmentos de cerámica y lo más característico de los sambaquís, el Bastón de Mando elaborado en asta de ciervo (Fig. 1) similares a los europeos en asta de reno (Fig. 2) y las lanzaderas de venablos elaboradas también en asta de ciervo (Fig. 3) muy numerosas y que aquí llamamos mangos de tiradera. Cabe la hipótesis de que nuestro sambaquí pudo tener, como los brasileños, una vinculación con los magdalenienses europeos.
La arqueología prehistórica es la ciencia de las antigüedades anteriores a los documentos históricos más antiguos. Sin apoyo de ninguna filología, está librada a sus propios medios.
Se aplica en principio a una era sobre la cual no se poseen textos precisos y sobre la cual no existe, sin embargo, alguna información a través de tradiciones a menudo muy posteriores y a veces desfiguradas.
Es preciso recordar, por evidente, que las culturas primitivas no han caminado toda la redondez de la tierra, ni por iguales caminos ni a través de las mismas etapas.
Las culturas de la América antigua recibieron inspiraciones y préstamos ajenos mientras miraban no a Europa sino al occidente, es decir, a Oceanía y Asia Oriental.
Lamentablemente desconocemos casi totalmente el modo como las culturas primitivas de América originaron, entrecruzaron y enlazaron para luego desaparecer.
Enigma cuya solución nunca podremos arrancar a las silenciosas ondas del Océano Pacífico.
España, que había perdido todos los enfrentamientos bélicos con los portugueses e ingleses en el siglo XVII, empobrecida y por ello impedida de enviar tropas o buques de guerra al río de la Plata, no pudo evitar que navegaran libremente en el Atlántico Sur. La corona española ejercía el monopolio del comercio en sus colonias y prohibía expresamente el comercio de extranjeros en el puerto de Buenos Aires.
Los portugueses, piratas y negreros, incursionaron en el río de la Plata. Eludiendo la vigilancia, localizaron sobre la margen derecha del Uruguay un puerto natural poblado por grupos chanás desde hacía tiempo. Allí realizaron las escalas para el comercio ilícito en tres direcciones: hacia el norte, a las Misiones jesuítico-guaraníes situadas en los tramos alto y medio del Paraná y del Uruguay; al noroeste, hacia la Bajada del Paraná, Santa Fe, Córdoba, Tucumán, Salta y desde allí se internaba en el Perú; la tercera, hacia Baradero y siempre eludiendo controles, a la ciudad de Buenos Aires.
Un arroyo de calado profundo, el Yaguarí - Mini - actual Arroyo Malo- permitía llegar hasta la zona de las tierras altas cuando el río Uruguay crecía demasiado. En el puerto elegido por los portugueses para el contrabando, el gobernador de Buenos Aires ubicó en 1664 la Reducción de Santo Domingo de Soriano; para pacificar parcialidades chanás, charrúas y más tarde pampas y controlar el comercio legal e ilegal, contaba con un Corregidor y 50 soldados de guarnición. Su área de control se extendía hasta el Yaguarí-Guazú.
El aspecto geopolítico de la zona, incidió en el progreso de una población estimada en 400 habitantes. En cartografía de la época, se localiza Soriano con referencias especiales, a veces más destacadas que las que señalan a Buenos Aires o a Santa Fe. Estuvo ubicada en la zona de Costa Uruguay. En el siglo XIX se instaló Puerto Landa. Es el único lugar en toda la extensión del río Uruguay, en su margen derecha, desde el puente San Martín hasta el Delta, donde las aguas más profundas permiten a los barcos de medio calado, su fácil operatividad.
Hasta Soriano los navíos llegaban directamente por la ribera oriental del río de la Plata; navegaban un corto trecho por el río Uruguay siguiendo el falso canal.
La presencia de charrúas que habían cruzado desde la Banda Oriental hacia tierras entrerrianas buscando ganados que desde finales del siglo XVI abundaban en la zona, facilitó la tarea ilícita de los portugueses. Los charrúas capturaban nativos de otras parcialidades, los vendían a los portugueses, que traficaban esclavos, a cambio de anzuelos, armas blancas, naipes, bebidas alcohólicas. El numeroso grupo chaná que vivía en Soriano, acosado por esta caza descontrolada, se trasladó a la otra banda del río Uruguay hacia 1703.
Esto facilitó aún más el contrabando portugués que amplió el negocio con el comercio de cueros que desde el actual Entre Ríos acercaban los charrúas.
Cabe señalar que de los 13 gobernadores que administraron Buenos Aires en el siglo XVII, sólo 4 respondieron a las condiciones impuestas por la legislación hispana. Los demás, fueron deshonestos, se prestaron a los negocios ilícitos lusitanos. Por eso, fueron enviados encadenados a la metrópoli, sometidos a la justicia por estos delitos.
Se hizo una evaluación geopolítica del bajo Uruguay, como razón de la preferencia que dieron a la zona los contrabandistas y negreros que incursionaban en el río de la Plata. Quedan por agregar los factores negativos que castigaron seriamente la zona y aún persisten.
El bajo Uruguay, en la zona próxima a Gualeguaychú, tiene un ancho de 7 Km. Llega a más de 12 Km., a la altura del río San Salvador en la Banda Oriental y del arroyo Ñancay en Entre Ríos.
Cuando sopla viento del Sudeste, que lo hace con una intensidad de 20 a 40 Km. /h., empuja fuertemente esa masa de agua que se torna muy peligrosa para la navegación y castiga duramente la ribera entrerriana. El oleaje golpea la barranca costera y la erosiona, avanzando en su inundación algo más de medio metro por año...
Del cerro donde estuvo Soriano, sólo queda un pequeño islote de 30 metros de ancho y un metro y medio sobre el nivel normal del río, con algunos árboles y vegetación acuática.
El arroyo Yaguarí Mini fue duramente castigado y en esa zona el río avanzó hasta el presente formando una ensenada que dista más de 350 metros del islote que era Soriano. En tres siglos el avance del río fue de más de 1 metro por año.
Probablemente este peligro ha sido lo que incidió más en los sorianenses para mudarse a la otra banda del río donde los vientos del Sudeste no causan ningún inconveniente. Al norte del islote que queda de Soriano, el río avanzó ya más de 250 metros (unos 80 centímetros por año).
Cuando se instaló el embarcadero que se llamó Puerto Landa, en el siglo pasado, el avance del río habría sido de unos 120 metros. En costas muy bajas y con poco monte, se eligió el lugar por ser el más próximo a la zona de aguas profundas y a una distancia de 200 metros de la ya antigua Soriano.
La distancia de la ribera del río Uruguay hasta la llamada “barranca muerta” (orilla del mar antes de la regresión marina de 5.000 años A/P) es actualmente de 5 Km.
Tierras de cierta altura, hasta donde no llegan las crecientes menores, es decir los albardones cubiertos de montes altos, llegan cerca de la ribera del río y es precisamente en la zona donde se instaló Puerto Landa donde los albardones altos se acercan más al río.
Los pequeños bañados y tierras bajas fueron corregidos con rellenos de tierra o arena para dotar al puerto de un fácil acceso. El último tramo, quizá de unos 200 metros, fue necesario elevarlo casi un metro y medio con un terraplén contenido por dos estacadas de palo a pique de ñandubay.
De ese camino elevado, el río ya destruyó la mitad y el resto que aún queda, de unos 100 metros, está muy deteriorado, cubierto de vegetación, intransitable y conservando aún la estacada de pilotes.
En la zona, a unos 100 metros al norte fue instalado, a fines del siglo pasado, un destacamento de Prefectura. El camino de acceso, el mismo que llevaba al Puerto, se conservó hasta la década del 70 (de ese siglo) en que fue levantado el destacamento.
En la actualidad ese camino se está borrando, cubriendo de monte y es muy difícil transitarlo. El camino a Puerto Landa fue el mismo que hoy lleva Costa Uruguay Sur pero falta el tramo que, partiendo de la última pesquería (de Foldesi) cruzaba el arroyo “Las Piedras”, pasaba por estancia Punta Caballo, luego al Este de Estancia Landa, hoy “Estopona S.A.” desde donde descendía de las tierras altas (Barranca muerta) y a través de 5 Km. alcanzaba Puerto Landa.
A principios del siglo XIX la navegación de los ríos se hacía a remo en las embarcaciones menores, a vela en las de mayor porte. Aún no existían los motores a vapor o a explosión.
La navegación a vela dependía de los vientos y tenía sus dificultades cuando soplaban a barlovento es decir, en contra de la dirección en que marchaba un velero.
Entonces, se tornaba más lenta pero posible. La nave debía avanzar en línea quebrada o zig-zag, poniéndose en un ángulo de 25 a 30 grados con respecto a la dirección del viento, lo que se llamaba avanzar en bordadas o bordejando.
Eso era posible en el mar y en los ríos anchos como el Uruguay o el Paraná, que posibilitaban ese avance en zig-zag. En el Gualeguaychú no lo era por ser un río angosto que, como agravante, tiene un canal también angosto que no permite a lo veleros navegar bordejando.
Ante la imposibilidad de los veleros por nuestro río, Gualeguaychú necesitaba un puerto para atender los abastecimientos y tránsito de viajeros. Eso sólo era factible en el río Uruguay por su amplitud, de 7 a 12 Km., que permitía la navegación de bolina o sea con vientos de proa.
La costa entrerriana del río Uruguay, lo recordamos, era sumamente baja y tenía un solo puerto donde podían recalar los barcos: el canal donde desaguaba el arroyo Yaguarí Mini en la zona de Landa. Allí, a comienzo del siglo XIX se instaló el puerto de Gualeguaychú, llamado “Puerto Landa”. Fue nuestro puerto hasta fines del siglo XIX, cuando aparecieron los barcos con motor que permitió dejar las velas.
En Puerto Landa desembarcó en 1839 el General Lavalle con su tropa y en 1872 arribó Sarmiento cuando, siendo Presidente, visitó Concepción del Uruguay. Durante el siglo XIX Puerto Landa estuvo conectado con Gualeguaychú por el camino que ya mencionamos en nuestra nota anterior y que en su época tenía una conexión desde Costa Uruguay Sur hasta Puerto Landa a través de las estancias “Punta Caballo” y “Estopona S.A”.
Por la ruta que aún existe hacia el Oeste, por Rincón de Landa, “La Estopona S.A.”, “La Alameda” y de allí, en línea directa por el Oeste por el “Almacén de Lado” y la actual ruta 14, se conectaba con Ceibas y por el Paso de los Toros en el río Gualeguay, se internaba hacia el Noroeste de la Provincia de Entre Ríos.
Cabe señalar que por tales rutas y la que unía Puerto Landa con Gualeguaychú por Costa Uruguay, corrían servicios de postas, carretas y diligencias o carruajes semejantes para el transporte de mercaderías y viajeros.
En lo que va del siglo XX Puerto Landa fue olvidado; de él solo quedan restos muy destruidos por los embates del oleaje del río Uruguay.
Al venderse la Estancia “Punta Caballo” fue cerrado el paso que nos llevaba al Sambaquí donde aún seguimos investigando; a él solo podemos llegar, entrando por agua, por el viejo Puerto Landa que se ubica a 300 metros del Sambaquí.
Al camino tenemos que hacerlo a pie y por una senda casi intransitable.
Arroyo La Capilla: afluente de la margen izquierda del Gualeguaychú. Se extiende hacia el S.O y atraviesa la Ruta N° 136, de acceso al puente General San Martín, a unos 15 kms. de Gualeguaychú.
Cerca de la desembocadura, hay un albardón de gran altura donde el dueño de esos campos en el Siglo XVII, Presbítero Pedro García de Zúñiga, construyó una capilla para su uso privado. De ahí el nombre del arroyo.
Arroyo del Cura: afluente de la margen derecha del Gualeguaychú. En cartografía de 1703, 1714, 1720, 1732, aparece como “Río Lupes”. Más tarde se llamó “del Capitán” y al adquirir sus campos el Presbítero Gordillo, primer Párroco de San José de Gualeguaychú, pasó a llamárselo “del Cura”, a fines del XVIII.
Arroyo Lorenzo: margen derecha, corre de sur a norte y desemboca 2 kms antes que el Gualeguaychú vuelque sus aguas en el Uruguay.
En el Siglo XVII era profunda y amplia su desembocadura; ofrecía un puerto seguro para barcos de mediano porte. Allí se ubicó una parte de la Reducción de Santo Domingo Soriano donde se alojaron los Charrúas y los Pampas. Ambas parcialidades fueron separadas de los Chanás, con los que no congeniaban, ya que habían ocurrido graves conflictos.
El núcleo mayor de la Reducción de Soriano en Rincón de Landa, se trasladó a la costa oriental hacia 1703 llevando el nombre de Soriano al nuevo asentamiento.
El sector que quedó en esta costa adoptó el nombre del río Gualeguaychú según mencionan documentos de 1766.
La gran creciente que afectó seriamente a Soriano en la Banda Oriental, debió causar mayores daños a la población de arroyo Lorenzo por estar sobre terrenos mucho más bajos. Es posible que este hecho determinara la mudanza a tierras de mayor altura, poblando quizá, el lugar donde la encontró don Tomás de Rocamora en 1782.
Brown y los brasileños: Cuando la guerra entre las Provincias Unidas y el Imperio del Brasil, 1826- 1827, bloqueado el puerto de Buenos Aires, el Almirante Guillermo Brown fortificó Martín García. Cuando la escuadra imperial penetró en el río Uruguay para evitar la ayuda que desde el Entre Ríos podía llegar al Ejército Republicano en la Banda Oriental, lo atacó en proximidades de la Isla de Juncal el 9 de febrero de 1827. Cinco naves enemigas quedaron encerradas río arriba: tres goletas, dos lanchas cañoneras que optaron por internarse en el Gualeguaychú. En la desembocadura del río debieron alivianar las naves para cruzar el banco de arena; evitando varar, arrojaron al agua cañones y balas. Al ingresar al puerto local, capitularon.
Brown, con barcos de mayor porte, ancló en la boca e intimó su entrega. En naves menores ingresó por el Gualeguaychú hasta dar con las presas imperiales. Luego de diversas tratativas, el 14 de febrero capitularon.
Si los barcos brasileros fueron aligerados de la mayoría de los cañones, pudieron arrojarse al agua unas 20 ó 30 piezas que tenemos el propósito de rescatar.
Sumemos a eso que para cada cañón se destinaban 200 ó 300 balas (bolas de hierro). Los cañones de bronce eran estimados de mayor valor que los de hierro por su efectividad en el uso intenso, ya que no sufrían alteración con el calor del fuego. En el inventario levantado en Gualeguaychú solo figuran piezas de bronce en número de: 1 del 18 y 1 del 24, de 25 y 20 balas, respectivamente. (Ver Cuadernos N° 46)
¡Qué pintoresca quedaría nuestra Luis N. Palma, desde la plaza San Martín al puente, adornada con cañones en cada cuadra y al lado de cada uno, un montoncito de balas formando pirámide!... ¿Qué opina usted?
Gracias al interés del equipo realizador de Cvadernos el domingo 17 de noviembre de 1996 realizamos una excursión por el Yaguari Guazú rumbo al sur.
¡Qué lindo “suena” a los oídos el nombre de nuestro río! ¿Verdad?
En el tramo desde la ciudad de Gualeguaychú hasta el arroyo “del Cura” no se encuentra ningún vestigio de la presencia indígena. El poblamiento y tránsito permanente del hombre, ha borrado toda señal. Sobre margen izquierda los primeros vestigios fueron encontrados, donde bajamos en busca de cerámica. En el lugar llamado “Paso de la Guardia”, donde estuvo el puesto de Subprefectura en el pasado, existió un yacimiento importante que nos dio mucho material en la década del 70. Más adelante donde observamos dos pequeños montículos, existen restos pero para localizarlos es necesario usar la pala en los primeros 25 centímetros.
Sobre la misma ribera se llega al lugar donde está el destacamento de Subprefectura, allí se encuentra material del Guaraní colonial.
Sobre la margen derecha, observamos las costas bajas y anegadizas hasta llegar al arroyo “Lorenzo”, frente al “Paso de la Guardia”, donde existe un cerro con abundancia de material, lugar donde fue instalado Santo Domingo de Soriano en 1664. En ese lugar se encontraron restos de individuos de hasta 1,85 metros de altura. Eso pudo explicarse en 1970 cuando trascendió que la Reducción de Soriano se había fundado en costas entrerrianas. Los restos humanos pertenecían a indios Pampas enviados desde Buenos Aires para pacificar los campos del sur.
Cien metros más hacia la Boca se ubica un yacimiento Chaná con restos humanos, 200 metros más adelante, un yacimiento Guaraní Colonial. Entrando por arroyo “Lorenzo” fueron investigados dos yacimientos Chanás. El Lorenzo desemboca en el Bellaco y en esa zona se excavaron dos yacimientos Chanás que nos proporcionaron mucho material de origen anterior a la conquista.
Después de la boca del “YaguarÍ Guazú” en la llamada Ensenada del Bellaco fue estudiado un yacimiento Guaraní que contenía material del llamado clásico que nos proporcionó piezas de gran valor.
El “Lorenzo”, el “Bellaco”, el “Yaguarí Guazú” y el Uruguay forman un círculo que encierra la llamada “Isla de Goyri” de unas 70 hectáreas. En ella fueron estudiados 5 yacimientos más del pueblo Chaná. De la boca del Yaguarí Guazú hacia el este, la costa del Uruguay nos ofreció, en un trayecto de unos 3 Kilómetros, 8 yacimientos más, de ellos dos Guaraníes colonial y seis de Chaná también colonial, mezclados con fragmentos de cerámica española.
El más importante, es el ubicado donde está actualmente el balneario Ñandubaysal. La mayoría de los vasos que tenemos en el Museo Arqueológico, proviene de dos yacimientos: la de mayor tamaño del Guaraní de la Isla de Goyri; las otras, del yacimiento de la zona del Ñandubaysal.
Entre los yacimientos del río Yaguarí Guazú, los de la Isla de Goyri, con el Bellaco y los del Ñandubaysal hasta 2.000 metros al este del balneario, suman veinticinco.
El estudio en que estamos empeñados nos permite apreciar el verdadero valor de la cerámica indígena, no sólo por su singular factura, sino también por su particular sencillez. Nada complejo y abstracto; una clara impresión estética sin caer en el culteranismo infantil o rebuscado.
¡Vaya si fue importante nuestro Yaguarí Guazú en la vieja historia...!
Siempre es bueno y oportuno hacer algunas reflexiones con respecto a nuestro gaucho y muy en particular al personaje Martín Fierro del poema de José Hernández.
El Martín Fierro es una personificación de nuestro gaucho del siglo XIX, subestimado, marginado, perseguido y castigado en la campaña contra la barbarie de entonces y que consistía en perseguir al pobre gaucho, sobre todo al entrerriano, por el solo hecho de no ser obsecuente y servil con el César de turno.
Se lo hostigaba y perseguía por “bruto”. El único pecado del gaucho de la época era ser pobre y analfabeto y si no dejaba de serlo era porque nadie, ni los gobernantes, se ocupaban de alcanzarle las primeras letras para rescatarlo de su ostracismo.
Hernández fue hostilizado por haber ejercido el derecho al disenso. Exiliado por causas políticas, volcó sus ansias de escribir una denuncia. La descripción de un infortunio, de una cadena interminable de penas, grita una protesta pero no la suya.
Su protesta es el lamento de la tierra con sentido telúrico que se corporiza en el hombre; pero en el desvalido, el marginado, el despojado; en el paisano rudo y simple que ha perdido su familia, su casa, su tierra y hasta su identidad.
El que sólo queda identificado con un número porque es arrastrado por la leva; empujado a la fuerza a una lucha fratricida en la frontera y el que a su regreso, si vuelve con vida, no encontrará ni su familia, ni su rancho y le habrán enajenado su tierra.
Y allá va a cantar su dolor sin lágrimas; a convertirse en el gaucho desgraciado donde no cabe la justicia ni el lamento. A beberse los vientos para calmar sus rebeldías, donde el derecho no existe y la justicia es artículo de lujo.
Esto que parece una leyenda va a ser el panorama, el fondo, el tema, el alma que animará al protagonista; que será el gaucho, el hombre. Va a nacer el Martín Fierro. A la Patria la hicieron los gauchos. Los campos de batalla de la Patria fueron regados, en todos los tiempos, por la sangre de los gauchos que integraron los contingentes de la llamada “carne de cañón” que acompañó a San Martín, a Belgrano, a Güemes en sus campañas libertadoras. De gauchos fue “la carne de cañón” en todos los entreveros de las luchas civiles durante el período de la organización nacional y las secuelas de su consolidación posterior.
Nuestros gauchos, generosos y valientes, empuñaron la lanza para enancarse en aventuras montoneras que muchas veces no tuvieron sabor a Patria.
Cuando el país necesitó mano de obra para encauzar el progreso por los senderos de la paz y el trabajo, el campo argentino no tuvo suficientes brazos para la labranza, entonces, vino una magnífica falange de “gringos” que llenaron con su esfuerzo y con su canto los campos de Argentina. Pero ella ya estaba hecha y consolidada. De sus artífices sólo quedaba el recuerdo y la mayoría había regado la tierra con su sangre para hacer más fecundo el surco.
Rescatemos con el mayor respeto su memoria; guardemos en el fondo del corazón no solamente un emocionado recuerdo sino un profundo agradecimiento por quienes gestaron el fundamento y la grandeza de nuestra Patria.
En mis 42 años de docencia, tuve la enorme satisfacción de ser maestro de campaña durante 20 años al frente de una escuelita rural, perdida entre los montes entrerrianos, y allí pude conocer y admirar al gaucho que vivía y aún vive en mi provincia y quien ha convivido con ellos puede atestiguar la limpieza y grandeza de su alma.
Si sabemos mirar con más devoción el pasado de nuestra Patria, podemos encontrar allí inspiración, sustancia y fortaleza para rescatar los perfiles de la vieja estirpe y atesorar los valores que nos servirán para enriquecer el arquetipo que ofreceremos a nuestros jóvenes y a las generaciones del futuro.
En el sur entrerriano, sobre las tierras bajas y anegadizas que bordean la margen derecha del río Uruguay, desde las inmediaciones de Puerto Unzué hasta los primeros arroyos del delta superior y bordeando los clásicos médanos o barrancas, restos de la última ingresión marina, han sido reconocidos más de cincuenta paraderos o túmulos indígenas que constituyen verdaderos yacimientos ricos en material arqueológico.
De esos "cerros" o túmulos, tan característicos y abundantes en las tierras bajas, explorados o estudiados muchos de ellos, se han exhumado alta cantidad de restos de la actividad del hombre primitivo que evolucionó en el sur de Entre Ríos desde la Prehistoria hasta el siglo XVIII.
Todo viajero que ha transitado por esa zona y muy particularmente en los momentos de crecida de los ríos Paraná y Uruguay, habrá podido observar la presencia de extrañas elevaciones del terreno, que los lugareños llaman cerros y que son las únicas porciones de tierra que emergen de las aguas, son ellas las fundaciones indígenas construidas con el fin de salvar sus vidas y evitar las complicaciones que traen aparejadas las crecientes periódicas.
Por su condición de pueblos nómades, cazadores y recolectores, es decir de economía depredadora, al no producir sus insumos, tuvieron necesidad de cambiar con frecuencia su hábitat al despoblarse el lugar de la fauna terrestre e ictícola que subvenía a sus necesidades alimentarias. El cambio periódico y contínuo de campamento hizo que un mismo sitio fuera ocupado y habitado alternativa y temporalmente por distintas parcialidades, que llegaban en busca de nuevos horizontes.
El tiempo transcurrido entre dos ocupaciones permitía la recuperación del equilibrio biológico y el nuevo grupo humano adoptaba el viejo hábitat para su poblamiento. Este hecho tiene, para la tarea de investigación, importancia capital. El nuevo grupo humano al ocupar el viejo campamento, encontraba lo que llamaríamos una "tapera" o ruinas de ocupación anterior y el lugar algo afectado por la erosión propia de los agentes naturales.
Ocurría una nueva tarea de rellenamiento, lo que para ellos habrá sido "un nuevo piso" para su residencia. La capa de tierra agregada para cubrir las viejas ruinas y, como medida preventiva, ante posibles inundaciones, constituye para la arqueología un hecho coincidente, de extraordinaria importancia porque todos los restos resultantes de la ocupación anterior que abandonó la mayor parte de sus pertenencias, quedaron tapados y como "archivados", conservándose hasta el presente en sus condiciones originales, lo que facilita nuestra tarea de investigación. En algunos de estos cerros se llegó en la excavación a 3,50 mt de profundidad antes de alcanzar la capa estéril. En todo el contexto se encuentra material arqueológico en ocupaciones sucesivas de otros grupos humanos.
Lamentablemente, estas estaciones prehistóricas vienen sufriendo un deterioro lento y progresivo. La acción destructora de los elementos naturales es el primer causante de la desaparición parcial o total del material. La acción del hombre en sus labranzas, desmontes, canales, caminos, terraplenes, puentes, etc., son las causas de su mayor deterioro.
El hecho más grave, la Ruta 12 del Complejo Brazo Largo-Zárate. Restos humanos de muchos cementerios de los médanos fueron arrastrados por las topadoras. Esta destrucción es, sin dudas a mi juicio, el más grave atropello cometido en perjuicio de nuestro patrimonio cultural y violación de los derechos del hombre, con la profanación de tumbas y destrucción de monumentos, hecho y perpetrado por las empresas obradoras, ante la indiferencia cómplice de los organismos estatales, en total desprecio por el acervo nacional.
N. de la Redacción: En la reunión semanal del equipo productor de CVADERNOS, el Prof. Almeida nos arrimó una copia antigua de la histórica carta que el Jefe SHEATL, de la tribu piel roja Suwamish envió al Presidente de los EE. UU, Franklin Pierce (1853-1857).
Documento tan clamoroso como bello que publicaremos en tres partes, en esta columna.
"El Gran Jefe de Washington manda decir que desea comprar nuestras tierras. El Gran Jefe también nos envía palabras de amistad y buena voluntad. Apreciamos esta gentileza porque sabemos que poca falta le hace, en cambio, nuestra amistad.
Vamos a considerar su oferta, pues sabemos que, de no hacerlo, el hombre blanco podrá venir con sus armas de fuego y tomarse nuestras tierras. El Gran Jefe en Washington podrá confiar en lo que dice el Jefe Sheatl, con la misma certeza con que nuestros hermanos blancos podrán confiar en la vuelta de las estaciones. Mis palabras son inmutables.
¿Cómo podéis comprar o vender el Cielo, el calor de la Tierra? Esta idea nos parece extraña. No somos dueños de la frescura del aire ni del centelleo del agua. ¿Cómo podríais comprarlos a nosotros? Lo decimos oportunamente. Habéis de saber que cada partícula de esta tierra es sagrada para mi pueblo.
Cada hoja resplandeciente, cada playa arenosa, cada neblina en el oscuro bosque, cada claro y cada insecto con su zumbido, es sagrado en la memoria y la experiencia de mi pueblo.
La savia que circula en los árboles porta las memorias del hombre de piel roja.
Los muertos del hombre blanco se olvidan de su tierra natal cuando se van a caminar por entre las estrellas. Nuestros muertos jamás olvidan esta hermosa tierra porque ella es la madre del hombre de piel roja.
Somos parte de la tierra y ella es parte de nosotros. Las fragantes flores son nuestras hermanas; el venado, el caballo, el águila majestuosa, son nuestros hermanos. Las crestas rocosas, las savias de la pradera, el calor corporal del potrillo y el hombre, todos pertenecen a la misma familia.
Por eso, cuando el Gran Jefe manda decir que nos reservará un lugar para que podamos vivir cómodamente entre nosotros, él será padre y nosotros seremos sus hijos. Por eso consideramos su oferta de comprar nuestras tierras. Más, ello no será fácil porque estas tierras son sagradas para nosotros. El agua centelleante que corre por los ríos y esteros, no es meramente agua, sino la sangre de nuestros antepasados. Si os vendemos estas tierras, tendréis que recordar que ellas son sagradas y deberéis enseñar a vuestros hijos que lo son y que cada reflejo fantasmal en las aguas claras en los lagos hablan de acontecimientos y recuerdos de la vida de mi pueblo. El murmullo del agua es la voz del padre de mi padre.
Los ríos son nuestros hermanos, ellos calman nuestra sed. Los ríos llevan nuestras canoas y alimentan a nuestros hijos. Si os vendemos nuestras tierras, deberéis recordar y enseñar a vuestros hijos que los ríos son nuestros hermanos y hermanos de vosotros; deberéis en adelante dar a los ríos el trato bondadoso que daríais a cualquier hermano."
... Continúa en Cuadernos nº 105
Continuamos leyendo la histórica carta que el Jefe Sheatl, de la tribu piel roja Suwanish enviara al Presidente de los EE. UU Franklin Pierce (1853/57)
“(...) Si os vendemos nuestras tierras, deberéis recordar y enseñar a vuestros hijos que los ríos son vuestros hermanos y hermanos de vosotros; deberéis en adelante dar a los ríos el trato bondadoso que daríais a cualquier hermano.
Sabemos que el hombre blanco no comprende nuestra manera de ser.
Le da lo mismo un pedazo de tierra que el otro porque él es un extraño que llega en la noche a sacar de la tierra lo que necesita.
La tierra no es su hermana sino su enemigo.
Cuando la ha conquistado la abandona y sigue su camino.
Deja detrás de él las sepulturas de sus padres sin que le importe.
Olvida la sepultura de su padre y los derechos de sus hijos.
Trata a su madre, la tierra, y a su hermano el cielo, como si fuesen cosas que se pueden comprar, saquear y vender, como si fuesen corderos y cuentas de vidrio.
Su insaciable apetito devorará a la tierra, dejará tras sí sólo un desierto.
No lo comprendo.
Nuestra manera de ser es diferente a la vuestra.
La vista de vuestras ciudades hace doler los ojos al hombre de piel roja. Pero quizás sea así porque el hombre de piel roja es un salvaje, y no comprende las cosas.
No hay ningún lugar tranquilo en las ciudades del hombre blanco, ningún lugar donde pueda escucharse el desplegar de las hojas en primavera, o el rozar de las alas de un insecto.
Pero quizá sea así porque soy un salvaje y no puedo comprender las cosas. ¿Y qué clase de vida es cuando el hombre no es capaz de escuchar el solitario grito de la garza o la discusión nocturna de las ranas alrededor de la laguna?
Soy hombre de piel roja y no lo comprendo.
Los indios preferimos el suave sonido del viento que acaricia la cala del lago y el olor del mismo viento purificado por la lluvia del mediodía o perfumado por la fragancia de los pinos.
El aire es algo precioso para el hombre de piel roja porque todas las cosas comparten el mismo aliento: el animal, el árbol y el hombre.
El hombre blanco parece no sentir el aire que respira.
Al igual que un hombre muchos días agonizante, se ha vuelto insensible al hedor.
Mas, si os vendemos nuestras tierras, debéis recordar que el aire es precioso para nosotros, que el aire comparte su espíritu con toda la vida que sustenta.
Y, si os vendemos nuestras tierras, deberéis dejarlas aparte y mantenerlas sagradas como un lugar al cual podrá llegar incluso el hombre blanco a saborear el viento dulcificado por las flores de la pradera.
Consideraremos vuestra oferta de comprar nuestras tierras.
Si decidimos aceptarla, pondré una condición: el hombre blanco deberá tratar a los animales de esta tierra como hermanos...
Publicado en Cuadernos de Gualeguaychú Nº 105
... Concluye en CUADERNOS Nº 106
Parte final
Finaliza hoy la publicación de la histórica carta que el Jefe SHEATL, de la tribu piel roja Suwanish enviara al Presidente de los EE.UU. Franklin Pierce (1853/57). Como enlace, repetimos el último párrafo de la trascripción inmediata anterior (CVADERNOS 105).
Consideraremos vuestra oferta de comprar nuestras tierras. Si decidimos aceptarla, pondré una condición: que el hombre blanco deberá tratar a los animales de esta tierra como hermanos...
Soy un salvaje y no comprendo otro modo de conducta, he visto miles de búfalos pudriéndose sobre las praderas abandonados allí por el hombre blanco que les disparó desde un tren en marcha. Soy un salvaje y no comprendo cómo el humeante caballo de vapor puede ser más importante que el búfalo al que sólo matamos para poder vivir. ¿Qué es el hombre sin los animales? Si todos los animales hubiesen desaparecido, el hombre moriría en una gran soledad de espíritu, porque todo lo que ocurre a los animales pronto habrá de ocurrir también al hombre. Todas las cosas están relacionadas entre sí.
Vosotros debéis enseñar a vuestros hijos que el suelo bajo sus pies es la ceniza de sus abuelos. Para que respeten la tierra, deberéis decir a vuestros hijos que la tierra está plena de la vida de vuestros antepasados. Debéis enseñar a vuestros hijos lo que nosotros hemos enseñado a los nuestros, que la tierra es nuestra madre. Todo lo que afecta a la tierra afecta a los hijos de la tierra. Cuando los hombres escupen en el suelo se escupen a sí mismos.
Esto lo sabemos: la tierra no pertenece al hombre, sino que el hombre pertenece a la tierra. El hombre no ha tejido la red de la vida: es sólo una hebra de ella. Todo lo que haga a la red se lo hará a sí mismo. Lo que ocurre a la tierra ocurrirá a los hijos de la tierra. Lo sabemos. Todas las cosas están relacionadas como la sangre que une a una familia. Aún el hombre blanco cuyo Dios se pasea con él y conversa con él de amigo, no puede estar exento del destino común.
Quizá seamos hermanos, después de todo. Sabemos que el hombre blanco descubrirá algún día que nuestro Dios es su mismo Dios... El es el Dios de la humanidad y Su compasión es igual para el hombre de piel roja que para el hombre blanco. Esta tierra es preciosa para El y el causarle daño significa mostrar desprecio hacia su Creador...
Si contamináis vuestra cama, moriréis alguna noche sofocados por vuestros propios desperdicios. Pero aún en vuestra hora final os sentiréis iluminados por la idea de que Dios os trajo a esta tierra y os dio el dominio sobre ella y sobre el hombre de piel roja con algún propósito especial.
Tal destino es un misterio para nosotros porque no comprendemos lo que será cuando los búfalos hayan sido exterminados, cuando los caballos salvajes hayan sido domados, cuando los recónditos rincones de los bosques exhalen el olor a muchos hombres y cuando la vista hacia las verdes colinas esté cerrada por un enjambre de alambres parlantes.
¿Dónde está el espeso bosque? Desapareció. ¿Dónde está el águila? Desapareció. Así termina la vida y comienza el sobrevivir.
Queremos y debemos conocer a nuestros abuelos indios, ocultados durante siglos por convencionalismos mezquinos y tendenciosos. Nunca se nos dio la verdad y vamos a encontrarla y a exhibirla íntegra y pura.
Los indígenas han sido mal calificados. Se los ha señalado como salvajes y bárbaros, como incultos y primitivos, como considerar a los naturales en las primeras etapas del desarrollo cultural. No serían incultos nuestros primeros grupos humanos desde el momento que en todos hay idioma, obtención del fuego, instrumentos, formas sociales, creencias y reglas de conducta.
Sobre todo, en la gran mayoría de ellos, la elaboración de la cerámica con la pintura, el decorado y el modelado son verdaderas expresiones de belleza, y la belleza, es el componente estético que se identifica con el arte.
Por no tener agricultura y ganadería (así se ha dicho) se los señaló como depredadores. El depredador es el que vive de la caza y de la pesca, recolectando y consumiendo todo lo que necesita para su alimentación, sin reponerlo.
Nuestros indígenas no fueron depredadores. Todo lo contrario. Nos demostraron que fueron capaces de conservar la integridad del medio ambiente sin el deterioro que es el problema de nuestros días.
No fueron pastores ni cautivaron las especies animales para reducirlas en corrales, porque disponían de ellas en abundancia. Además, fueron agricultores porque para su alimentación cultivaron la tierra sembrando en los claros del monte.
En nuestra provincia cultivaron el maíz, el poroto, el zapallo y la mandioca. En el resto del país y en América cultivaron todo aquello que los conquistadores no conocían y que llevaron como novedad a Europa.
Formaron parte de esos cultivos además de los ya mencionados, girasol, papa, calabaza, ananá, frutilla, palta, maní, batata, tomate, algodón, guayaba, ají y otros productos de la flora americana como la yerba mate, el tabaco, cacao, avellana, caucho, tanino, plátano, hasta el chicle.
Además, los indígenas no talaron el monte; protegieron las especies útiles como el ceibo y las palmeras. En tiempos difíciles de inundaciones, de inviernos crudos, cuando escaseaba el alimento comían cogollo del ceibo o del coquito de las palmeras. El que destruía una palmera era condenado a muerte.
Nuestro país se pobló hace más de 10.000 años es decir unos 100 siglos. Lo que los indígenas conservaron sin destruir a través de 100 siglos, los "blancos" que poblaron y poblamos hoy América, lo hemos destruido en sólo 5 siglos.
Dicen las crónicas que en nuestros ríos los conquistadores, reunidos en pequeños grupos, podían pescar unos 2.000 peces en apenas una hora. Hoy si vamos a pescar en nuestro río, en varias horas apenas sacamos un puñado de mojarras o un bagrecito que no alcanza para alimentar al gato.
La fauna autóctona que al iniciarse la conquista era extraordinariamente abundante, ya prácticamente ha desaparecido. No porque haya servido de alimento, porque el "blanco" trajo para ello de Europa, bovinos, ovinos, porcinos y aves de corral sino porque a la fauna nativa se le dio caza para comerciar las pieles o simplemente para hacer práctica de tiro al blanco.
Que la cordura de nuestros abuelos indios nos sirva de ejemplo.
PARTE II
A principios del siglo XVII se inicia la conquista en los territorios del río de la Plata y de esa época nos llegan datos referentes a nuestros pueblos prehistóricos. En base a esa información se elabora una historia primitiva que nos presenta a esos grupos humanos como salvajes o bárbaros. Se los considera crueles e irreductibles y se los combate antes de conocerlos. Esta calificación debemos desecharla pues es evidente que la rutina legalista europea, presumió validez general a la conducta de los indígenas donde hubo mucho de tendencias casuísticas e imperfecciones.
Se los califica de incultos por considerar que representan las primeras etapas del desarrollo de las culturas. No olvidar que en las Américas los grupos humanos también sufrieron las consecuencias de los distintos fenómenos climáticos o geológicos. Fueron afectados por verdaderos cataclismos como las glaciaciones y los geológicos como las ingresiones marinas. Los efectos de estos fenómenos tuvieron como consecuencia que los grupos humanos fueran diezmados o en su menor efecto, desplazados o impelidos por la hostilidad del medio ambiente, hacia zonas menos inhóspitas y desde luego, como consecuencia, tuvieron que replegarse y recomenzar sus organizaciones básicas.
No puede negarse la posibilidad de una retrogradación o que existiera en algunos aspectos de su cultura, complicaciones que pudieran considerarse primitivas.
Pero, por sobre todas estas influencias negativas, lo que más alteró el orden en las estructuras de estas comunidades, fue el accionar de la conquista en América.
Los conquistadores se encontraron con pueblos dispuestos a defender sus libertades, su patrimonio y su vida. Los grupos humanos que llegaron a las manos del conquistador como pueblos sometidos, no pudieron conservar sus estructuras propias o ser libres de influencias foráneas. El clima de paz se trocó en clima de guerra, en que todo el esfuerzo humano estaba orientado hacia la lucha por subsistir ante un invasor fuerte y en que se vivía el momento dedicado al pillaje como represalia o se emigraba en masa en busca de comarcas más inhóspitas pero necesarias para el refugio.
En esa lucha por ser libres, no pudieron los nativos conservar el acervo cultural en que vivieron en los siglos de paz y bonanza. Desde ese momento hasta llegar a entender su lenguaje, conocer sus costumbres, su vida, su organización y llegar a someterlos o reducirlos, transcurrió un siglo.
Cuando convivieron más o menos pacíficos, se pudo apreciar la conformación de tales grupos humanos y recién entonces se pudo conocer la verdadera expresión de la cultura autóctona que se deseaba investigar.
Pero ya esos grupos humanos que llegaron a aceptar la sumisión del conquistador, sin duda, no conservaban sus estructuras propias o libres de influencias foráneas.
La tradición oral, única senda que pudo traernos ese pasado de nuestros nativos, se ha perdido en el tiempo y lo que pudo llegarnos en forma muy confusa, es distorsionado, no posee títulos de autenticidad y sólo nos quedan como emisarios y mudos enigmáticos, los restos de esas culturas que ni el tiempo ni el hombre llegaron a destruir: son los restos arqueológicos. Cuando se quiso conocer un pueblo, ya había cambiado su fisonomía, condenado al ostracismo.
Sus restos arqueológicos llegan hasta nosotros, para poner en evidencia quienes fueron nuestros antepasados indígenas.
A través del monumento estamos conociendo parte de la verdadera historia de nuestra Patria chica. Nos reconforta el comprobar que realmente los impulsó una inquietud artística, una notable habilidad manual y nos dejaron sobradas muestras de un verdadero arte.
La crisis económica de España a partir del siglo XVI le impedía pagar los soldados que necesitaba América del Sur para su resguardo. Felipe II quiso saldar un viejo conflicto con Inglaterra y envió la Armada Invencible, integrada por 127 naves de guerra, que afectada por una tempestad en el Mar del Norte, fue finalmente destrozada por la Armada inglesa.
Esta derrota consumó la ruina de la Marina española. El empleo de los pocos navíos que restaban de su flota lo destinaba al mantenimiento del contacto con Centro- América, de donde provenía el oro que se necesitaba para sanear la economía. Esto restaba toda posibilidad de asistencia al Río de la Plata.
Portugal asumió la hegemonía que dejó vacante España al perder su flota y el control de la navegación en el Atlántico. Esta es la razón por la cual el Río de la Plata no fue rescatado del ostracismo al que había sido condenado.
Los abastecimientos llegaban por vía Perú a través de miles de kilómetros, a lomo de burros, o en carretas vía Tucumán, Córdoba, Santa Fe, y luego Buenos Aires; en sentido inverso, el comercio seguía por la misma y única ruta. Esto agravado por el estricto monopolio comercial.
En el siglo XVII, Buenos Aires peligró de sucumbir por inanición. Por una interpretación muy original del Tratado de Tordesillas, Portugal pretendía que el meridiano señalado pasara por el Río de la Plata.
Apenas Buenos Aires se transformó en capital de Gobernación en 1617, y la Corona portuguesa se separó de los Habsburgos de España, se iniciaron las hostilidades por la ocupación del litoral. Desde sus bases en Brasil, los portugueses dominaban el comercio ilícito rioplatense; Buenos Aires carecía de defensas, sólo tenía los 100 soldados que eran guardianes del presidio, sin preparación militar.
Frente a esta situación de indefensión, los únicos que se jugaron la vida fueron nuestros abuelos indios. Los Jesuitas, que soportaban la presión de los portugueses por el norte, con la autorización del Rey, organizaron e instruyeron una fuerza armada integrada por guaraníes de las Misiones que en un total de 30.000 hombres se ocuparon de controlar la frontera.
Quedó impedido el avance portugués por el norte, pero intentaron apoderarse del Río de la Plata a falta de protección de su puerto. En la Banda Oriental, instalaron una base de operaciones que llamaron Colonia del Sacramento y la fortificaron para iniciar la conquista para lo cual la dotaron de artillería y 300 soldados.
Buenos Aires corría el peligro de una ocupación inmediata. Solicitó auxilio a los Jesuitas Misioneros que llevaban más de 60 años luchando con los portugueses, que habían destruido varios pueblos guaraníes que no eran misioneros.
Aquí aparecen nuestros abuelos indios, como defensores de su tierra, de su patria que es también la nuestra.
PARTE IV
Entre todas las comunidades aborígenes, se advierte que ninguna se mostró más propicia para aceptar la presencia de los europeos que los guaraníes. Cuando aquéllos se concentraron en Asunción después de despoblar Buenos Aires, depusieron sus intentos guerreros y se asociaron con los españoles.
Los guaraníes, que poblaban en gran número la zona donde se había fundado Asunción, soñaban con el PAITITÍ, algo así como un PARAÍSO donde se podía vivir sumamente feliz. Conocieron a los blancos impulsados por la ambición de alcanzar EL DORADO. Como no comprendían la valorización que hacían del oro, pensaron que EL DORADO era lo mismo que su PAITITÍ. De ahí surgió la determinación guaraní de ofrecer a los conquistadores además de su amistad, el concurso de sus brazos para el trabajo y sus graneros inagotables.
La alianza pactada al calor de la "misma codicia" se selló en el abrazo de los conquistadores por las indígenas jóvenes, ofrecidas como era su tradicional costumbre, en prenda de alianza. De esta manera la amistad quedó consolidada y salvó a la conquista de todo riesgo de agresión. A partir de ese acto, la colaboración y apoyo de los guaraníes se mantuvo hasta el final del proceso de la conquista.
Pronto se tuvieron pruebas de ello. Cuando el Adelantado Juan Ortiz de Zárate fundó Zaratina de San Salvador, en la desembocadura del río San Salvador en la banda oriental del río el Uruguay, la reacción bélica de los charrúas puso en peligro la existencia de la nueva población El número de atacantes superaba a los pobladores. Se pidió ayuda militar a don Juan de Garay, que recorría la zona. Los charrúas detuvieron el ataque sorprendidos por la presencia de soldados que montaban a caballo, provistos de armaduras. Nunca habían visto caballos. Además, encontraron enemigos invulnerables a las flechas, a las lanzas; desde luego no conocían las armaduras.
Hasta que intentaron un nuevo ataque, dieron tiempo a que llegara Juan de Garay con 400 flecheros guaraníes. Al poseer arcos de superior dimensión, daban mayor impulso a las flechas y eran más eficaces en la lucha. Por eso, la acción de los guaraníes decidió el combate a favor de los españoles.
La segunda intervención guaraní se produjo cuando Juan de Garay organizó una expedición desde Asunción hacía el río de La Plata, con el objetivo de poblar sobre la costa del Paraná. Junto a sus hombres y a los equipos, numerosas embarcaciones y balsas guaraníes, superior al millar, cooperaron con el emprendimiento de fundar Santa Fe y Buenos Aires.
Otra colaboración se concretó cuando el gobernador Hernandarias logró la presencia de Misioneros Jesuitas para fundar pueblos dentro de la comunidad guaraní y organizar una fuerza armada con el objetivo de asegurar la frontera imperial frente a los temibles avances portugueses concretados desde 1617. A partir de ese momento y durante más de un siglo se movilizaron milicias jesuítico-guaraníes en la región.
De eso daremos información en la próxima nota.
PARTE V
Recordamos que los Misioneros Jesuitas solicitaron al Rey la autorización para organizar una fuerza armada con el fin de defender la frontera Nor-Este del Imperio español. Los pueblos guaraníes que no formaban parte de las Misiones, ya habían sido destruidos por los avances portugueses para cautivar nativos que luego vendían como esclavos.
En 1644, la corona permitió la formación de milicias indígenas organizadas y adiestradas por los Jesuítas. Fueron movilizadas con eficacia para acudir en defensa del territorio amenazado.
Damos a continuación un detalle de las movilizaciones que se hicieron durante un siglo y medio frente a situaciones de emergencia; fecha, número de indios movilizados, quienes las comandaron y la tarea realizada. Muchas veces fueron contra los charrúas, por las agresiones realizadas junto a los portugueses.
1574- 400 indios con Juan de Garay- Contra los charrúas en la Banda Oriental.
1576- 2.000 indios con Juan de Garay - Fundación de pueblos en el Río de la Plata: Buenos Aires.
1603- 1.200 indios con Hernandarias - Contra parcialidades charrúas en el actual Entre Ríos.
1644- 600 indios con Gregorio de Henesterosa.
1649- 1.000 indios con Sebastián de León.
1650- 900 indios contra la subversión de payaguás.
1652- 600 indios con De la Cueva y Bermúdez - Contra la rebelión de los calchaquíes.
1655- 1.500 indios con B. Ruiz - Defensa de Buenos Aires agredida por el bloqueo francés.
1657- 500 indios en defensa de Buenos Aires.
1680- 4.000 indios - Primera expulsión de los portugueses y ocupación de Colonia del Sacramento, en la Banda Oriental.
1690- 2.000 indios con S. Robles- Contra los portugueses en la Banda Oriental.
1697- 2.000 indios en defensa del puerto de Buenos Aires, nuevamente asediado por los franceses.
1699- 2.000 indios en defensa del puerto de Buenos Aires frente al bloqueo de la Armada dinamarquesa
1702- 2.000 indios con S. Robles- Contra los portugueses en la Banda Oriental.
1703- 500 indios contra la sublevación indígena- Victoria del Yí.
1704- 4.000 indios - Segunda expulsión de los portugueses y ocupación de la Colonia del Sacramento en la Banda Oriental.
1715- 1.500 indios con Baltasar García Ross- Contra los charrúas en el actual Entre Ríos.
1720- 500 indios - Contra los portugueses en Montevideo.
1724- 300 indios- Con Baltasar García Ross contra los charrúas en la Banda Oriental. -
1725- 1.000 indios - Con Bruno Mauricio de Zabala en la fundación y fortificación de la ciudad de Montevideo.
1734- 7.000 indios con Bruno Mauricio de Zabala-Contra la subversión de los Comuneros en Paraguay.
1735- 12.000 indios con Bruno Mauricio de Zabala- Contra el levantamiento de los Comuneros.
1735- 5.000 indios- Tercera expulsión de los portugueses y ocupación de la Colonia del Sacramento en la Banda Oriental.
1740- 1.000 indios con G. Salcedo- Contra los portugueses en la Banda Oriental.
1749- 1.500 indios con Bruno Mauricio de Zabala- Contra los charrúas en el actual Entre Ríos.
1762- 3.000 indios- Cuarta expulsión portuguesa y ocupación española de la Colonia del Sacramento en la Banda Oriental.
Los abuelos indios fueron carne de cañón en defensa de su patrimonio y su tierra. Lucharon por su Patria que es también la nuestra.
PARTE VI
Los portugueses, en sus propósitos de expansión territorial hacia el Río de la Plata, cerrado el paso por la frontera nor-este que estaba controlada por las milicias jesuítico-guaraníes y sabiendo que la defensa de Buenos Aires sólo contaba con los 100 soldados del presidio, intentaron avances por el sur.
Bordeando la Banda Oriental, se situaron frente a la ciudad-puerto al promediar 1680. Instalaron una base fortificada con piezas de artillería y 500 soldados: Colonia del Sacramento
Buenos Aires, huérfana de apoyo militar por la conflictividad que atravesaba la corona española, corría el peligro de una ocupación inmediata. El gobernador José de Garro, intimó la retirada a los portugueses. La intimación fue rechazada aduciendo que ocupaban sus legítimos dominios. El gobernador obró en consecuencia: convocó, entre otras, a las milicias guaraníes.
La respuesta fue rápida: 3.000 indígenas, 5.000 caballos, 1.000 mulas cargadas con los pertrechos bélicos atravesaron el actual Entre Ríos y llegaron a Puerto Landa, Costa Uruguay Sur.
Aquí, prepararon el asalto; cruzaron el río Uruguay, el río Negro y el San Salvador, sorpresivamente en la madrugada del 7 de agosto de 1680, cayeron sobre Colonia del Sacramento causando más de 100 bajas enemigas y perdiendo 20 soldados indígenas. Portugal ordenó la invasión de la frontera de Castilla. La corona española, al firmar el Tratado Provisional de Lisboa en 1681, objetó las acciones de Garro y ordenó la devolución de la plaza tomada sin su autorización. Así andaban las cosas en el Río de la Plata.
Nuevamente en 1704, ante la confrontación bélica por la Sucesión al trono español, el gobernador de Buenos Aires convocó a las milicias guaraníes con el objetivo de recuperar Colonia. Con fuerzas integradas por 4.000 indígenas se repitieron las acciones: asedio, asalto y toma de la fortaleza.
Con el ascenso de Felipe V de Borbón y la firma del Tratado de Utrech, España debió hacer ventajosas concesiones a Portugal y a Inglaterra: libertad de comercio y navegación en el río de la Plata; devolución de la Colonia del Sacramento.
En 1735 se volvió a sitiar Colonia del Sacramento con 5.000 guaraníes.. Después de las experiencias anteriores, se evitó mayor confrontación: deposición de armas y ocupación. Pero hubo que devolver la fortaleza por tercera vez.
1750. España y Portugal firmaron el Tratado de Madrid o de Permuta: propuesta portuguesa, cambio de la Colonia del Sacramento por el territorio misionero ocupado por Portugal.
Los pueblos de las Misiones se opusieron y resistieron con 30.000 hombres armados. La guerra guaranítica fue sangrienta. España y Portugal se unieron y atacaron juntos a los pueblos misioneros en rebeldía. La lucha fue desigual y cruenta.
Cuando el Rey se dió cuenta del gran error en que había incurrido, ya estaba hecho el daño.
Se volvió atrás pero los pueblos de las Misiones perdieron la mitad de sus hombres. Lograron reponerse del golpe sufrido en pocos años, reorganizaron sus fuerzas.
PARTE VII
Cuatro veces fue tomada Colonia del Sacramento por los indios: en 1.680, 1705, 1737 y 1762 y siempre el Rey de España ordenó devolverla, por miedo a los portugueses.
En el último asalto en 1762 se produjo el hecho de armas más importante que haya ocurrido en el río de La Plata. Quinientos hombres defendieron la fortaleza de los portugueses que además, tenían su escuadra naval en el puerto. Los ingleses acudieron en su ayuda con una importante flota: diez barcos artillados y una fragata como nunca se había visto. Equipada con 64 bocas de fuego y quinientos soldados de desembarco.
La escuadra inglesa entró a puerto haciendo fuego con su artillería pero los nativos no se intimidaron y atacaron decididamente con sus flechas incendiarias, tratando de dañar las velas para restarles operabilidad. Una flecha indígena ingresó por una escotilla abierta de la gran fragata, entró en su bodega, dio en la Santa Bárbara. La fragata voló en pedazos con sus 64 cañones; quedó reducida a un montón de maderos humeantes y se hundió. La mayoría de los quinientos soldados y los tripulantes que no murieron en la explosión, perecieron ahogados junto al Comandante, el Almirante inglés Mac-Denara. Quedaron fuera de combate la mayoría de los barcos de guerra porque el fuego se propagó a las velas y quedaron inoperables.
Colonia del Sacramento se entregó sin luchar. Los vencedores tomaron 2.500 prisioneros, gran cantidad de cañones y un botín valuado en 4 millones de libras esterlinas. Nuestros abuelos indios sólo usaron flechas y el ingenio con el mismo efecto que si hubieran usado misiles tierra-agua.
No olvidar el momento de apremio que tuvo la ciudad de Buenos Aires cuando la flota francesa en 1697 bloqueó el puerto en un intento de desembarco. Una fuerte sudestada entorpeció las maniobras. Esto dio tiempo a la llegada de las Milicias indígenas que se habían solicitado a las Misiones. Cuando los franceses observaron los preparativos de defensa, desistieron de sus propósitos.
El Rey Felipe V de Borbón (1700-1749) por Real Cédula de 1743 expresó:
"(...) estos indios de las Misiones de la Compañía de Jesús siendo el antimural de aquella provincia hacían a mi real Corona un servicio como ningunos otros (...)"
A fines de siglo XVIII, Carlos III de Borbón atemorizado quizá por el poder potencial de los indígenas de los pueblos misioneros e instigado por los portugueses, que querían de cualquier manera suprimir ese escollo que frenaba sus intentos de expansión, resolvió expulsar a los Jesuitas. Consideraba como premisa, el propósito o intención de segregación que podía animar a los pueblos jesuítico-guaraníes.
Expulsada la Compañía de Jesús, los guaraníes continuaron la lucha contra los portugueses. Defendieron los territorios platenses y aún en el siglo XIX integraron los famosos escuadrones de Caballería del General José de Artigas.
Si sabemos mirar con más devoción el pasado de nuestra Patria, podemos buscar allí imaginación y motivos para recrear los perfiles de la vieja estirpe y rescatar, hilvanada y restaurada, la epopeya perdida.
Guardemos en el fondo del corazón un emocionado recuerdo y un profundo agradecimiento por nuestros abuelos indios, que fueron carne de cañón en la defensa de esta tierra, su Patria y que es también la nuestra.
PARTE I
Su padre, Martín Suárez de Toledo, entró en la Asunción en 1542 con Alvar Núñez Cabeza de Vaca. Comenzó como Gobernador en 1569 y fue nombrado nuevamente en 1572.
Su madre, María de Sanabria, era hija de Juan Pérez de Sanabria y nieta del Mariscal de Castilla, Hernán Arias de Saavedra.
Era costumbre de la época adoptar el apellido de uno de los abuelos, por eso Hernandarias se nominó Hernando Arias de Saavedra.
Cuando fue Gobernador usó en sus sellos uno de los cuarteles del escudo heráldico de los Saavedra. Un escudo cortado en dos. En el primer cuartel, una ciudad sobre ondas de azur y plata y en lo alto un dragón y un brazo armado con una maza que lo golpea. En el segundo, tres fajas de jaqueles de oro y gules, colocados en cuatro filas y un filete de oro. Todo, sobre plata y orla de gules con chapa de oro. Este cuartel fue el que usó en los sellos.
Se ha discutido la fecha de su nacimiento. En una carta que escribió en 1624 al Rey Felipe III confirmó que fue en 1564:
"(…) En los sesenta años de mi edad, los cuarenta y cinco dichosamente empleados en servicio de Vuestra Majestad (...) "
De su juventud, en la Relación de Servicios refirió:
"(...) desde que tuve 15 años" anduvo "acudiendo a las conquistas, jornadas y poblaciones que se han ofrecido, así a la Gobernación del Tucumán, como en la de la Plata (…)".
Consta que tomó parte en la expedición que Gonzalo de Abreu hizo en busca de la Tierra de los Césares. También acompañó a Hernando de Lerma cuando salió a castigar a los indios de Casabindo; estuvo con Juan de Garay en las fundaciones de Santa Fe y Buenos Aires; marchó con Alonso de Vera a sofocar la rebelión de los guaycurúes y en la instalación de población del Río Bermejo en 1583.
Jaquel: cuadrado o casilla que resulta de la división de un escudo, cortado o partido al menos dos veces.
Publicado en Cuadernos de Gualeguaychú Nº xx