El Carnaval

Mucho antes del efímero reinado, pero de duraderos recuerdos, comenzábase a hablar del carnaval.

Erase algo de raíces tan profundas y arraigadas en el sentir popular de entonces, que hasta los catálogos que editaban las grandes tiendas de entonces, se incluían adornos, disfraces y elementos propios del culto de Momo.

Con antelación a fin de año, recibíanse los gruesos volúmenes a total ilustración de Gath & Chaves , Harrods y ciudad de México, según se fuese cliente por correo y por contra reembolso, de una u otras casa comerciales.

Ya por las páginas finales, se encontraba todo el compendio de lo necesario para hacer un excelente papel, tanto para los niños como para los mayores en estas celebraciones de carácter general y que en nuestro pueblo revestía inusitadas característica que lo diferenciaba de todos sus pares litoraleños.

Carnaval de 1919 -Juan Manuel Canale

En las figuras de los catálogos, desfilaban aldeana, marinero, guardia civil, bombero, payaso, el inolvidable arlequín y el pierrot "mon ami pierrot" al decir de una conocida poesía francesa, la dama antigua y la española, la holandesita con su típico tocado y los suecos de madera, la recetada odalisca y la princesa, cerrando los grabados con el clásico y rojísimo disfraz de "diablo" con cuernos y cola rematados en cascabel, sendos atributos rellenos con algodón y completando el todo con el tridente infernal.

Todos estos disfraces veianse más luego en el espectacular desfile del corso, ya fuesen de Gath & Chaves , Harrods o México, o bien, de hechura casera copiados de los catálogos, allí estaban todos.

Diablos y Polichinelas tristes (por que realmente sí que eran tristes) domadores montados sobre enloquecidos corceles, mitad superior hombre y parte media caballo, e inferior piernas humanas, ensordecían con sus gritos y guachasos sobre el "anca" del animal o sobre el pavimento y todo el mundo se abría para darles paso.

En medio de la baraúnda infernal solían aparecer los indios, que al cruzarse con un conjunto de gauchos desmontados, luciendo típico atuendo, en medio de interminables monólogas payadas, se trababan en feroz lucha de "lanzazos" y "planazos" con facones de madera, hasta que unos y otros se desbandaban y perdían absorbidos por la incesante marea humana y los coches y carros adornados que en prieta fila de doble mano circulaban luciendo sus mascaritas multicolores en medio de chubascos interminables de papel picado, arabescos trazados en el aire por la serpentina galante y el ramito de jazmines o la vara de nardo que se intercambiaban de palco a coche y de calle a ambos.

El "ramito", o se llevaba ya desde la casa o se adquiría a un módico precio en el recorrido del corso a los canasteros floristas, y en las esquinas y a mitad de cuadra estaban los puestos de los vendedores de papel picado fino, serpentinas "el loro" y una exquisiteces más, constituida por la serpentina japonesa de papel de seda.

Se practicaba una especie de juego con agua muy discreto, agua que se expendía en pomos de plomo, con tapita de rosca del mismo material, envuelto en vistosa etiqueta en la que predominaba el tono verde y que contenían 'agua florida", traducción: "agua perfumada".

Los había en tres tamaños: chico, mediano y grande.

Estas sizas descritas corresponden a dimensiones generosas y permitían después de las once (23 hs), la práctica de otra fina galantería, la de perfumarse mutuamente damas y caballeros con aquel elemento.

Y a medida que se acercaba la medianoche, final de la fiesta callejera se raleaba la multitud, se intensificaba aquel juego sutil y elegante entre damas y caballeros, las chicas y chicos enredado en serpentinas multicolores, con los cabellos "tapados" de papel picado y luciendo aún un ramito de jazmines en una mano, en la otra pomo en ristre, al ataque de simpatía.

Carnaval de 1927

Apareció posteriormente otro elemento, el llamado el lanzaperfume con base etílica, en envase de vidrio con válvula de goma que al abrirse dejaba escapar un finísimo chorro que al evaporarse sobre la piel producía un frío intensísimo.

Muchos días antes ya comenzaba a vivirse el "clima", pero que no se anticipaba con el pre-carnaval y menos aún con el posterior invento que se diera en llamar Mi-Careme o sea media cuaresma.

Por que en realidad la media cuaresma, jamás ha existido.

La cuaresma es cuaresma entera y nada más y comienza con el miércoles de ceniza, pero esto es ya otro asunto.

Sábado, Domingo, Lunes y Martes de carnaval.

A veces existía la expectativa de un sábado y otro Domingo más, pero esa expectativa se diluía prontamente cuando los encargados de la intendencia comenzaban a retirar guirnaldas y cartelones.

Por que después de la guirnaldas vinieron los cartelones, tres o cuatro por cuadra a doble faz, con motivos alegóricos.

Creo que el día en que se nos recordó, con mascarones sonrientes la presencia del carnaval, ese mismo día el carnaval comenzó a morir de un poco.

Recordar, equivale ya a un recuerdo y un recuerdo es cosa pasada.

Recordar carnaval en carnaval es casi tan ridículo y fuera de lugar como esos que quieren recordar a los demás a sí mismo "yo amo a mi patria y usted ?".

Palcos en la 25 de Mayo entre Chalup y Pellegrini

Las guirnaldas con bombitas de colores pendían de vereda a vereda sobre la "25" desde Rocamora hasta Chile y en el principio de su máximo esplendor se daba a todo lo largo de esta calle es decir, de Rocamora hasta Mitre.

La calidad del espectáculo era total, colorido, disfraces, luces y alegría y el derroche de fineza en la concurrencia eran prácticamente absolutos sin que episodios lamentables o la grosería, empañasen la fiesta.

A eso de las diez de la noche, aquello estaba en todo su apogeo el desfile abigarrado de carruajes con cabalgaduras lustrosas, enjaezadas de gala, con pretales rematados con campanillas tintineantes, cocheros impecables en cuya indumentaria destacabanse los guantes blancos, el cuello duro, almidonado, y el remate del bombín.

Iban los carros adornados con varas de sauce entrelazadas y ramas de paraísos formando como una enramada y con aquel o aquellos farolitos japoneses, que para más datos eran plegables, alumbrados interiormente con un cabo de vela, se balanceaban al compás de la marcha del carro y en su interior las mascaritas competían en alegría, entre el sonar de las matracas comunes y los matracones gigantes.

Los bombos de las murgas resonaban al batir de los parches y la repetida melodía de la bocina del viejo fonógrafo, con membrana de papel de seda, se esparcía por el ámbito y se entre confundía con los sones de otra murga que venía en sentido contrario.

De pronto se dejaba sentir un redoblar más preciso que el de las murgas, casi marcial, se divisaban a lo lejos los grandes estandartes, los haces lictores, los cascos romanos, los pectorales lustrosos.

Comparsa de Nerón

Sí, era un pedazo de la Roma de los Césares que anulando el tiempo estaba pasando sobre el adoquinado de madera de una calle de Gualeguaychú.

La comparsa de Nerón.

La comparsa de Nerón fue una de las más grandes tradiciones del carnaval Gualeguaychuense y con decir que parecía escapada de un colorido cromo de su tiempo, sin faltar detalle está todo dicho.

Y pasaba la comparsa de Nerón en medio de los vítores y aplausos y mal disimulada emoción de los muchos Italianos que por aquél entonces había en la ciudad.

Cerraba el desfile la chiquillada enloquecida, y luego la calle era cubierta nuevamente por la marea humana desfilante.

Momentos hubieron, en que el derroche de papel picado se convirtió en tupida alfombra, espeso manto, que dificultaba el avance de los caballos que tiraban coches y carros, y más de una vez los cocheros tenían que descender a destrabar las patas de los equinos prácticamente maneadas en las cintas multicoloridas y también liberar las ruedas atracadas en el torcel de las larguisimas cintas, espectáculo único, insólito e increíble.

Otra comparsa de sobresalientes contornos, fue Unión Argentina una verdadera orquesta caminante, de lo cual, aparte de su uniforme naval, era el sonido de los violines.

El carnaval de Gualeguaychú , fue tan vasto, tan insólito, y tan multifacético, tan único, que hace que su descripción fiel no pueda ser contenida en una sola memoria, ni en una crónica informal únicamente.

Por ello quiero reiterar, que esta descripción costumbrista no tiene pretensión taxativa sino la mera enunciación de ciertos hechos registrados bajo el rubro de vivencias.

Se acaba de describir una calle.

Mas no, aún, sus veredas.

Si maravilloso era ya de por ser el espéculo en la strada, no era menos lo que estaba sucediendo en las sendas veredas de todo el recorrido, alguna vez, en un viejo galpón donde se amontonan los trastos de una casa, un amplio garage, o en un simple fondo a veces protegido por unas cuantas chapas viejas, supe reencontrarme lo que con el tiempo, el olvido y los años, un curiosos entarimado, con patas bien trabadas, una especie de cajón alto, las patas delanteras más largas que las posteriores.

Palcos en calle 25 de Mayo entre España y Alberdi

A veces las barandas perimetrales eran simple cerco de tablas canteada, ora bien pulidas y otras tal como salían de la sierra, ora su barandal con reminiscencias de columnata y otras veces enrejillada.

Las tablas se cubrían en su entorno con cretona o lienzo y en su interior tenían un largo banco por lo general, en cambio otros tenían capacidad para instalar sillas y butacas.

Se llamaba "el palco".

Se accedía por regla general, por una escalerilla instalada en uno de sus extremos y esta era rebatible y al levantarse ya constituía la puerta.

Eran casi una pequeña fortaleza, simbólica, pero fortaleza al fin.

Nunca ha habido fortaleza mayor, que la de una sociedad con principios.

Ubicados frente a los zaguanes del domicilio de los propietarios, quiénes galantemente cedían espacio a amigos y conocidos para que en el resto de la vereda sobrante, instalasen estos los suyos, vecinos de otras calles y de otros barrios, cuya capacidad económica o manual le permitía tener palco propio.

El palco quedaba instalado justamente en la línea del cordón de la vereda, he aquí y el porqué de las patas largas delanteras, éstas descansaban sobre la calzada y las patas cortas equilibraban la diferencia de nivel entre la calzada y la acera.

Constituía un sitio de gran privilegio, ya que por su aislación natural, evitaba a los ocupantes las molestias propias de los apretujones al par que los colocaba a nivel de los carros y carruajes y algo más altos que los automóviles recalentados por los frecuentes cambios de marcha y la lentitud del desplazamiento, terminaban echando vapor por todos lados y expedían el aire recalentado a su paso.

Automóviles con la capota baja

Los coches y los automóviles pasaban con capota baja y las mascaritas encontraban su sitial preferido sobre aquellas y desde allí desparramaban su gracia y alegría.

Poseer un palco era un símbolo inequívoco en la mayoría de los casos, de gran distinción, y ser invitado una noche al palco de una familia amiga, lo era aún más, aparte que el gran honor que esa invitación comportaba.

Tiempo hubo en que la fila de palcos era tan prieta en ambas márgenes en que no había espacio entre uno y otro y por esto el público se desplazaba por la calle.

Otras veces quedaban pequeños espacios entre los palcos los cuales eran ocupados por sillas de vecinos del lugar.

En cuanto a las bocacalles eran ocupadas por bancos de plaza, sillas y algunas improvisadas cantinas.

Frente al antiguo local de "Jockey Club" ( 25 entre Montevideo y Suipacha ), en el "Café de Marpez" (25 y Suipacha), "El Lírico" (25 y Pellegrini) , "El Tokio" (25 y Chacabuco), El antiguo "Café Argentino", en (25 y Rocamora) y el "Club Recreo Argentino", eran estos los lugares donde se colocaban las mesitas para sus asociados y familiares.

Desde los balcones de las casas de alto, muy pocas por aquel entonces, las familias preferían contemplar la fiesta, y en los del Club Recreo Argentino se daba cita una gran parte de la sociedad de entonces.

Una semana antes de la iniciación del Corso de la "25" veianse pasar carros llevando los palcos al lugar de ubicación los que se quedaban guardados a los fondos de la calle, sobre todo en la calle San Martín, prácticamente se trasladaban a mano.

Así lentamente se iba armando el escenario y creo que ya, quince días antes , previos a la fecha, el municipio comenzaba al tendido de las líneas ornamentales de luz y los adornos de madera, óvalos y volutas con bombitas de colores y otras enteramente blancas.

Murga de los Negros Sabara

Dichos adornos lumínicos, eran curvones de madera, listones conformados, pistoletes, para mejor describirlos, con óvalos centrales , a los cuales una tormenta inesperada los desbarataban al igual que a los cartelones de tela pintada y quedaban estos dispersos por el suelo.

Posteriormente estos adornos fueron construidos con planchuela de hierro resultando más fuertes, posteriormente estos adornos, ya decaído el carnaval, algunos sectores que simulaban flores de lis, pasaron, como último destino a ser parte de la iluminación de la "vía blanca" de tres cuadras de la calle 25, entre Churruarín y Suipacha.

Y así en medio del estruendo, la algarabía, las expectativas y las ilusiones, llegaba el martes de carnaval.

También se jugaba con agua.

De una a cuatro de la tarde, había días en que todas las calles de la ciudad jugaban los vecinos y baldeaban a los demás.

Sí uno salía, seguro que lo mojaban.

Pero, hasta las cuatro, nada más.

Y como decíamos, llegó el martes y con él, el entierro de carnaval.

El Reino de Momo tocaba a su fin.

A eso de las 23 comenzaban a pasar los disfrazados de "muerte" con sus caretas inexpresivas de calavera, sudario blanco y clásica guadaña.


Y después , el "entierro".

Entierro de utilería, con llorónas, velones y muerto "vivo" transportados en carretilla, en carro o simplemente pulseados en rústico cajón, los muertos más "refinados".

Comenzaba entonces el juego con agua de todos los días que ya se describiera, tal vez mas violento, mas intenso, se desparramaban las alegres mascaritas y los sones marciales de la corte de Nerón se iban acallando, desaparecían los indios y domadores y solo algún gaucho trasnochado recitando versos de Martín Fierro, solitario casi, seguía transitando a paso vivo, los últimos minutos de aquel carnaval que se iba.

Sonaban las rodajas de las lloronas, con aquel típico rodar sobre la calle y las veredas, mientras volvía a pasar la guadaña, el muerto y sus lloronas.

Se apagaban los sones de las murgas, disgregados sus componentes, comenzaban a apagarse desde una punta del corso, las guirnaldas y los arabescos multicolores.

Había terminado la última noche de corso. Los palcos abandonados ya por sus dueños, eran ocupados ahora por muchachos, por algunos máscaros sueltos, el gaucho dicharachero, un indio cansado, un domador cuyo caballo de cartón su medio caballo descansa ahora, al pié de un palco, como una cosa sin sentido.

Más lejos en otro palco, un chico que lee una revista.

La calle oscura, con sola las luces de las esquinas, un colchón de serpentinas de papel picado y un montón de chiquilines que vienen embolsando serpentina y papel.

Con el correr de los días, los bancos de plaza que también tenían su lugar en el recorrido del corso, iban volviendo a las plazas, la plaza grande, la chica, y la Colón, de donde salieron para integrarse a la fiesta.

Comenzaban a ralear los palcos, último bastión del carnaval, algunos pulseados hasta el galpón de la vuelta y otros en carros buscando el lugar para dormir el sueño de papel.

Cuando veíamos pasar sobre el carrito, el largo palco que acababan de retirar de la vereda, rumbo a su larga orfandad, se me antojaba un mastodonte, cual un viejo Mamut, arqueado fuera del tiempo y de la realidad.

Así como el viejo mastodonte, así se fueron los palcos de Gualeguaychú, los palcos que dieron marco y figura al carnaval de un tiempo, de una época y una manera de vivir.

Se fueron junto con las serpentinas y el pomo de agua florida y los ramitos de jazmines y las varas de nardo, no por que pudiéramos suponer que fueron arrollados por el progreso.

Se fueron porque los arrolló la tristeza.

CRÓNICAS INFORMALES

Carlos Lisandro Daneri

Gualeguaychú – Año 1998