La de junio no es una revolución de improvisados. Pudo caber el ensayo en el planteamiento de problemas técnicos y hasta fue posible la revelación de talentos inéditos en el ajetreo complicado de la política. Pero hay una cosa que nadie ha podido improvisar: el sentimiento revolucionario. Porque cada uno de los hombres que han sido llevados a la función pública el 24 de febrero, pudieron tener un pasado político fecundo o pudieron carecer de él; tenían el talento y la sagacidad que requieren las tareas de gobierno o no los tenían, pero todos, en cambio, podían documentar un pasado sacudido por inquietudes revolucionarias, una enorme voluntad de hacer lo que durante años y años vieron que no se hacía.

El caso del gobernador de Entre Ríos es distinto. El doctor Héctor Domingo Maya no es un improvisado en ningún aspecto de su personalidad, compleja y ejemplar. Su espíritu se prodigó desde temprano hacia tres direcciones convergentes; las disciplinas intelectuales, la vocación política y la voluntad revolucionaria.

El doctor Maya a los veintidós años era abogado y a los treinta y dos gobernador de Entre Ríos. Su carrera fue, sin duda, vertiginosa, pero eso no interesa, porque, en el decurso de una vida, diez años más o menos no siempre cuentan mucho. Lo esencial es decir que su carrera fue intensa y que su biografía trasciende el lugar común, no precisamente por los acontecimientos que la informan sino por el espíritu que anima esos mismos acontecimientos.

Maya nació en Gualeguaychú, tierra de poetas y de patriotas, fue en el año 1913 y más tarde la adolescencia y la juventud lo llevaron a la adhesión admirativa de un gran caudillo: Hipólito Irigoyen. Ahora se dice que Irigoyen fué un precursor de Perón. La afirmación no responde a una conveniencia política. La corrobora una comprobación que está al alcance de cualquiera. Los discípulos de Irigoyen que le fueron fieles en todo momento - incluída la hora del oprobio - están ahora con Perón. Los otros, los que pedían su muerte civil en septiembre de 1930, no sólo no son peronistas sino que son antiperonistas. Sólo algunos pocos radica les fieles al viejo Caudillo forman fila ahora junto a la oligarquía. ¡Quién sabe qué íntimas razones o qué aberración extraña los ha puesto en tan mala compañía!