DON ROBERTO, GENIO Y FIGURA
Escocés de nacimiento, argentino por la raíz misma de su obra y sus recuerdos Roberto Cunninghame Graham llega a nuestro país con el ímpetu avasallante de sus 17 años. No en vano llevaba también en su sangre prosapia castellana por parte materna.
Dispuesto a la aventura, desde 1870 a 1878 en que retorna a Londres, aprende, en éste su inolvidable Gualeguaychú que luego describirá con maestría, a ser gaucho, amar entrañablemente al caballito criollo sufrido y parejo, el mismo que le servirá para escapar, arañando, de la muerte, cuando es prisionero de López Jordán. También amó al pingo aquel que un día "descubrió" entre la niebla londinense, negándose a tirar de un viejo tranvía y que, adquirido por él, le sirvió para ir al parlamento inglés y al que llamó Pampa, porque no podía apartar de sí lo que le significaba aquellos cuatro cascos criollos repicando sobre la periferia de la calle británica la rapsodia de su fiel recuerdo... Es él, Don Roberto, como más le gustaba mencionarse, quién escribió en su andarosa vida más de 200 relatos, en lapso de 40 años. Desde 1898 a 1914 produjo un volumen anual donde están fijados recuerdos americanos tales como "El Río de la Plata", "Rodeo", "Los Caballos de la Conquista", "Retrato de un Dictador, Historia del Paraguay" y "Mirajes", su última obra (1936) donde describe al inglés Charlie: "El gaucho que murió con las botas puestas".
En 1936 regresa a la Argentina. Viene enfermo, pero siente él la necesidad imperiosa de pisar estos lares. Tan amigo de Hudson, ambos se admiraban y consolaban, hablando de las pampas. Desea Don Roberto, antes de cerrar los ojos, rendir su homenaje a Gato y Mancha, los dos caballitos criollos que su amigo, admirador y biógrafo A. G. Tdchifely llevara en épica marcha desde Buenos Aires a Nueva York.
En este regreso hacia el final, trae Cunninghame Graham en sus breves maletas, como regalo para esos caballitos una bolsita de avena escocesa. Pero enferma en Buenos Aires lo que determina que Solanet se los traiga a la Capital para que Don Roberto pueda verlos; sin embargo, se agrava su estado y fallece el 25 de marzo de 1936. Entonces son Gato y Mancha los que siguen su féretro, como homenaje al hombre que en diarios londinenses había destacado el esfuerzo sin par de aquel raid y había evocado en memorables textos el paraíso de los caballos criollos, sufridos y leales.
De retorno a su patria duerme Don Roberto su último sueño en la isla de Inchamahine - "La tierra del descanso" - Según nos lo relata su biógrafa y traductora, nuestra conocida visitante gualeguaychense Alicia Jurado, en su libro "El Escocés Errante". Una simple lápida remarca su tumba, conteniendo dos fechas - 1852-1936 - y, como él lo pidiera, hay allí un dibujo de su marca de ganado, registrada precisamente en Gualeguaychú, como prueba de sus más queridos recuerdos.
Dos hombres de nostalgiosos contornos, dos nombres que deben estar fieles en la memoria y la mejor manera de no olvidarlos es leyendo sus preciosos libros.