Primeros Médicos y demás Profesionales del Arte de Curar

Primeros Médicos y demás Profesionales del Arte de Curar que actuaron en Gualeguaychú

Por Elsa Beatriz Bachini

Pronunciada en el Club Central Entrerriano el día 20 de octubre de 1968

El tema de mi charla de hoy, tal vez les extrañe a ustedes, y es lógico que así sea.

Lo normal hubiera sido que me interesara, por abogados, procuradores o por la administración de la justicia en el viejo Gualeguaychú, tema más afín con mi profesión, y no que incursionara entre médicos, boticarios, dentistas, barberos, sangradores y madamas, materia sobre la cual, desde ya confieso mi ignorancia.

Estando enferma de pulmonía, llamé a un joven y flamante médico de nuestro pueblo, que me curó en menos de cuarenta y ocho horas, con unas pocas pastillas de penicilina o algo semejante. Y conversando con él de muchas cosas, me hizo la siguiente pregunta:

-Dígame, ¿cómo hacían los médicos de antes para curar cuando no se conocían los antibióticos...?

Y fue en ese momento y a raíz de esa pregunta que me propuse rendir un modesto homenaje a aquellos médicos que nuestra generación no conoció, muchos de ellos absolutamente desconocidos o inexorablemente olvidados, que velaron por la salud de nuestros antepasados con medios tan precarios como las cataplasmas, las sanguijuelas, los parches porosos y hasta los hierros calentados al rojo.

Me puse, entonces, a investigar en los viejos periódicos para tratar de que no murieran definitivamente en nuestro recuerdo, aunque fueran los nombres de aquellos que ejercían el arte de curar en Gualeguaychú desde el año 1850 hasta el final del siglo.

El ejercicio de la profesión del arte de curar antes de 1850 -no sólo en nuestro pueblo, sino en toda la provincia de Entre Ríos- estaba en manos de curanderos, manos santas y charlatanes de toda laya.

En 1835, en Paraná, a raíz de una epidemia de escarlatina, la legislatura autoriza al poder ejecutivo a contratar un médico con la obligación de atender a los enfermos sin recursos, con medicinas adecuadas.

En el mismo año y con las mismas responsabilidades, se contrata otro para Concepción del Uruguay.

Por ese entonces, en la provincia se encuentra uno que otro médico, boticario, partera o sacamuelas autorizados y más o menos eficiente, así que es de suponer que la mayor parte de la población dejaba su salud en manos del curandero más cercano o más milagrero…

A tales extremos había llegado el ejercicio del curanderismo o de los charlatanes que usurpaban ilegalmente el título, que, el 8 de octubre de 1848, Urquiza, por decreto, crea el Tribunal de Medicina cuyo reglamento se refiere a las atribuciones del Tribunal, título de habilitación, farmacias, vacunas y parteras.

Pero esta disposición tan progresista no coincidía en absoluto con la realidad de la época ya que los médicos y parteras con título, eran casi inexistentes.

Al exigir título habilitante para ejercer el arte de curar en sus diversas ramas se privaba al pueblo de la atención sanitaria de los pocos aficionados o prácticos, que, con buena voluntad y con rudimentarios conocimientos científicos trataban de mantener la salud de la población.

Y tan es así que, en febrero de 1851, Urquiza se vio obligado a suspender la exigencia del título habilitante fundado en que la Provincia empobrecida por la guerra no puede costear facultativos en los pueblos y menos, en las campañas, reconociendo que sin los curanderos no hallarían consuelo ni alivio en sus enfermedades, las numerosas familias esparcidas en las campañas.

Hay que tener en cuenta, que en 1824 existía en Paraná una farmacia y que ésta era la única de Entre Ríos, así que, lógicamente, sólo los yuyos, tisanas y amuletos de los curanderos eran los medicamentos al alcance de la población.

Para mediados del siglo pasado Gualeguaychú contaba por lo menos con una farmacia, pues, un periódico de 1853 se refiere a la antigua Botica de Gnecco.

¿Dónde estuvo situada? ¿Quién era Juan Gnecco? ¿Cuándo llegó a nuestro pueblo? Hasta hoy no lo he podido averiguar. Yo sólo recuerdo ahora el nombre del que posiblemente sea el decano de nuestros farmacéuticos, cuyas unturas, brebajes y limonadas habrán aliviado los dolores de nuestros antepasados.

Pero al comienzo de la segunda mitad del siglo pasado comienza para nuestro pueblo una era de notable desarrollo, tanto cultural como económico.

Según el censo de 1820, es decir, a treinta y siete años de su fundación la población urbana de esta Villa de Gualeguaychú totalizaba setecientos setenta y cinco habitantes; Concepción del Uruguay, mil doscientos treinta y tres; y Paraná, cuatro mil doscientos ochenta y cuatro. En ese entonces, la población total de Entre Ríos era de veinte mil habitantes, distribuidos siete mil ochocientos en los pueblos y doce mil doscientos en las zonas rurales.

De acuerdo al censo de 1849, nuestra provincia aumenta sus habitantes de veinte mil a cuarenta y siete mil y mientras Paraná en ese lapso de veintinueve años pasa de cuatro mil a cinco mil habitantes y Concepción del Uruguay de mil doscientos a dos mil quinientos, Gualeguaychú de setecientos setenta y cinco totaliza más de tres mil, es decir, cuadruplica holgadamente su población urbana.

Este pueblo, el más pujante de todo Entre Ríos atrae una numerosa inmigración y así se explica que desde 1850 hasta final de ese siglo, hayan ejercido su profesión más de cuarenta médicos.

Muchos de ellos tuvieron título habilitante. Otros, a juzgar por las polémicas y solicitadas aparecidas en los periódicos eran sólo aficionados, pero de todas maneras, Gualeguaychú ha sido una de las ciudades de Entre Ríos que ha tenido un cuerpo médico muy numeroso de acuerdo a su población.

Al promediar el siglo ejercían la medicina los doctores Pedro Laura y Angel Ballesteros. Al poco tiempo, se incorporan el doctor Cándido Irazusta y Francisco Bergara.

El doctor Irazusta, fundador de la familia que ha dado a Gualeguaychú hombres de empresa como el no olvidado don Julián y escritores estudiosos como Rodolfo y Julio Irazusta, ejerció su profesión a la par que la política y fue un periodista de hacha y tiza, lo que le ganó un sinnúmero de adversarios, a quienes combatía no sólo con la pluma sino también con el inseparable bastón, si era necesario...

Así nos explicamos este aviso aparecido en "El Pueblo Entrerriano":

"Atención. El doctor Irazusta avisa a sus amigos y al público en general que constándole que muchas personas se abstienen de ocuparlo en el ejercicio de la medicina, creyendo que no la practica por haberse hecho correr intencionalmente dichas voces, hace saber que nunca ha dejado de prestar sus servicios a quien les haya solicitado y que asiste a todo enfermo que quiera honrarlo con su confianza. Gchú. 22 de mayo de 1864".

Los doctores Laura y Ballesteros, también son periodistas. En 1859 redactan un periódico que aparecía en nuestra ciudad impreso en idioma italiano y que llevaba el nombre de "L’Italia". Ballesteros ejerció por muchos años su profesión y falleció muy anciano.

Estos dos galenos ejercieron también la profesión de farmacéuticos, lo que en cierto momento dio lugar a acaloradas polémicas a las que me referiré más adelante.

El doctor Francisco Bergara llegó procedente de Concepción del Uruguay en donde ya había instalado su consultorio para desempeñar en nuestra ciudad el cargo de médico municipal. Esto en el año 1863.

En 1855, el francés Lefevre -hombre de novela, humilde artesano hojalatero, periodista y escritor destacadísimo- fundó la sociedad de Socorros Mutuos, que fue el origen del actual Centro Comercial e Industrial de nuestra ciudad, el que tiene el honor de haber sido el primero del país.

Esta sociedad prestaba servicios mutuales a sus socios, y en setiembre de 1858 acepta las propuestas de los doctores Laura, Ballesteros y Neves y de los boticarios, señores Gnecco, Tomás Gil y Félix Ramallo, para la atención médica de sus afiliados.

En 1864, el cuerpo médico se enriquece con dos nuevos facultativos, de acuerdo a los avisos aparecidos en "El Pueblo Entrerriano": el doctor Vieyra, médico y cirujano de la Facultad de París, ofrece sus servicios al lado de la Botica del Indio. Y este otro: "Aviso de la Jefatura: Habiendo presentado en esta Jefatura el doctor Reinaldo Arostegui los diplomas que lo acreditan como médico y cirujano, queda autorizado para ejercer su profesión. Enero 12 de 1864. Reinaldo Villar".

En 1866 ocurre un acontecimiento en los anales de la medicina local.

El periódico "El Porvenir" publica los siguientes avisos, que a no dudarlo habrán causado sensación no sólo entre los del gremio, sino en todo el pueblo, que para esa época curaba sus dolores de cabeza con habas partidas, u hojas de salvia o naranjo pegadas a las sienes, y la alta presión arterial con sanguijuelas más o menos ávidas y glotonas que prendidas a la nuca se hacían un banquete con la sangre sobrante del paciente; medicina primitiva muy anterior a la cafiaspirina y por supuesto al hoy tan popular medidor de presión…

Pues bien, los avisos a que me refería anunciaban así: "Guillermo Dauroussain, médico de la antigua y nueva medicina, homeópata y alópata, vive en el Hotel del Progreso, calle 24 de Enero, donde ha establecido provisoriamente su consultorio; da consulta de 9 a 10,30 y visita enfermos de día solamente. Los domingos y los jueves los remedios son gratis para los pobres".

Y a continuación este otro: "HOMEOPATIA. Por donde ha penetrado la Homeopatía y hoy está extendida por todo el globo, ella ha hecho sentir su benéfica influencia. En vano el egoísmo se ha armado de las viejas preocupaciones; a todas las calumnias la Homeopatía contestó con hechos incuestionables, por curas rápidas y numerosas. La rutina y el interés unido contra ella ha multiplicado sus ataques, ella ha engrandecido en medio de los obstáculos y ella ha sembrado sobre sus pasos tantos beneficios que ya no tan sólo las preocupaciones se callan sino que los hombres más ciegos abren sus ojos a la luz.

"El doctor Guillermo Dauroussain que cuenta cuarenta años de práctica médica hace más de veinticinco que convencido por la evidencia de la verdad de la homeopatía dejó los funestos errores de la antigua medicina y se consagró enteramente a la propaganda práctica de la nueva doctrina con todo el celo de que puede ser susceptible. Desde ese tiempo ha visitado los principales pueblos de la América del Sud y ha tenido el consuelo de ver que su celo y sus esfuerzos no han sido estériles y testigos son Río de Janeiro, Puerto Alegre, Montevideo y Buenos Aires. Por todas partes, en fin, donde ha ejercido su profesión, se ha reconocido su superioridad curando a pueblos enteros, y le asiste la esperanza que, en adelante la homeopatía no dejará de tener acá el mismo éxito que ha tenido el gusto de conseguir. 3 de Octubre de 1866".

Como ustedes lo podrán constatar a través de estos avisos los médicos homeópatas que llegan a nuestra ciudad con sus novísimos medios curativos, tuvieron precursores aquí, hace cien años, nada menos…

El homeópata Dauroussain debe haber causado furor con su modernísima medicina, capaz de curar pueblos enteros, y yo me atrevo a asegurar que su precario consultorio del Hotel del Progreso se ha de haber visto desbordante de pacientes, tal cual hoy los precarios consultorios que los homeópatas que nos visitan, instalan en los aledaños de nuestra ciudad, para sus periódicas y fugaces visitas.

Ahora bien, en 1866 se declara en Gualeguaychú la terrible epidemia de cólera, que costó tantas vidas y ante la cual nuestros médicos lucharon con medios tan precarios, pero el homeópata Dauroussain no aparece con sus modernos medios curativos, entre los galenos que lucharon con sus viejas prácticas para salvar a tanta gente.

En 1868 se incorpora el doctor Federico de Capitani, quien se anuncia en los siguientes términos: "El infrascripto dará todos los días consultas médicas en su casa, asegurando la mayor modicidad en el cobro de sus honorarios, siendo la asistencia gratis para los pobres. Vive en la calle 24 de Enero, casa conocida por el Café de Raffo".

En ese mismo año encontramos ejerciendo en nuestra ciudad al doctor Fernando Müncheberg, que para esa época era médico de la Sociedad de Socorros Mutuos creada por Lefevre.

Y en 1868 se produce un acontecimiento digno de recordar en los anales de la medicina local. Se incorpora al cuerpo médico el primer hijo de Gualeguaychú graduado en esa ciencia: el doctor Miguel Fernández, descendiente de una de las más antiguas familias de este pueblo.

El doctor Fernández, cuya biblioteca especializada se conserva en el Instituto Magnasco, fue un médico dotado no sólo con profundos conocimientos en su materia sino de sentimientos generosos y humanitarios, lo que le valió ser llamado "El médico del pueblo". Cursó su carrera en la Facultad de Medicina de Buenos Aires y su tesis que versa sobre el tema "Cálculos vesicales" la dedica a sus padres y hermanos y al señor don Pedro Isouribehere, a quien llama padre adoptivo. El doctor Fernández tenía instalado su consultorio en la calle Urquiza, frente al sanatorio de los doctores Altuna.

El periódico "El País", de junio de 1869 trae el siguiente comentario:

"El Dr. Alburquerque. En otro lugar va el aviso en que este señor anuncia establecerse en esta ciudad para ejercer su profesión como médico cirujano y partero. Personas inteligentes con quienes hemos hablado nos aseguran que el doctor Alfredo Alburquerque es una verdadera adquisición para Gualeguaychú por sus extensos conocimientos en la ciencia y su noble dedicación al arte de curar".

En 1871 es vicecónsul inglés en nuestra ciudad el doctor Enrique Wells, quien ejerce asimismo la profesión de médico.

Es él quien atiende en su lecho de enfermo de fiebre tifus a don Roberto Cuninghan Grahane.

Gracias a sus cuidados don Roberto se salva y esto no es poca hazaña si se tiene en cuenta que la tifoidea era una de las enfermedades que más estragos producían no sólo en aquel siglo sino transcurridas también varias décadas de éste. Ustedes recordarán cuando las calles se cerraban con cuerdas para impedir el paso frente a los domicilios donde había algún enfermo atacado de este terrible mal, y evitar el contagio. Y si éste lograba sobrevivir con el tratamiento de dieta absoluta y baños fríos, quedaba por mucho tiempo parecido a algo así como un ánima en pena, y con la cabeza completamente afeitada.

El doctor Wells, según constaba en su aviso, era doctor en medicina y cirugía recibido en Londres, Filadelfia y Montevideo.

"El doctor Augusto Foucher, doctor en Medicina y Cirujano de París y de la Rca., recientemente llegado a nuestra ciudad, atiende al público en el Hotel Italia en Enero de 1872".

A muchos de ustedes no se les habrá ocurrido pensar, seguramente, cuál era el medio de locomoción que usaron los médicos de la época que recordamos, para trasladarse al domicilio de sus pacientes. Pues bien, el único disponible, inclusive para personas de su categoría vestidos la mayor parte con levita, galera y bastón, era el caballo

No hay que olvidar que en nuestro país como lo señalan los viajeros ingleses en sus interesantísimos relatos, todo se hacía a caballo, inclusive pedir limosna. Con el tiempo se impuso el coche de caballos, pero ya para los que habían hecho "la América".

Al doctor Augusto Foucher que recién he recordado, al poco tiempo de establecido aquí, alguien le gastó una broma. Es muy posible que algunos criollos en tren de juerga se hayan dicho: -Vamos a embromarlo al gringo, y así resulta que en el periódico "El Orden" del 25 de diciembre de 1872 leemos: "Silla extraída. Se ruega a la persona que haya tenido el descomedimiento de quitarle la montura a mi caballo Gateado, extraída en la calle Urquiza el día 19 a la oración, se sirva dar aviso a la Botica el Progreso o al interesado en la casa de la Sra. de Doldan. -Augusto Foucher- Doctor en Cirugía".

En calle Tucumán entre India Muerta y 24 de Enero -frente a la casa del Sr. Casacuberta, en 1871, ofrece sus servicios tanto de día como de noche el doctor R. Bavo, quien sustituyó al Dr. Müncheberg, como médico de la Sociedad de Socorros Mutuos.

En ese mismo año llega nada menos que un pedicuro. Habrá sido a todas luces, una gran novedad ya que es el único que he encontrado en la segunda mitad del pasado siglo. Es así que "El Guardia Nacional" publica lo siguiente:

"PEDICURO". Se encuentra uno inteligente y práctico en la Fonda de Bayona, que hace cruz con esta imprenta. Los que tienen callos ahora que se aproxima el verano, estación en las que más suelen ser incómodos, pueden aprovecharse. Nos aseguran que los extrae con tanta prontitud y facilidad que sería más que abandono el no gastar algunos reales para quitarse una molestia tan dolorosa. Agosto de 1871.

El Dr. Amadio Amadeo, de la Universidad de Pavia –Italia- se establece, primero en el Hotel del Vapor, y después en calle San Martín y Humberto Primo.

En 1876 "El Chimborazo" trae el siguiente anuncio:

"El nuevo elixir pectoral San Anacleto, preparado por el Dr. V. Seminino, se vende por mayor en la misma casa de su inventor calle Federación 96 esquina Suipacha y por menudeo en las casas de Agustín Vasallo, en lo de Andrés Daneri, Urquiza y Rosario. Esta es una bebida superior de lo más curativa, agradable, muy excelente para reforzar el estómago, para aligerar el corazón y especial para conseguir una rápida digestión. Su precio 5 reales el litro".

En 1877 Eugenio Wassezun, se instala en calle Centro América, casa del señor Piaggio, cobrando las visitas de día 1 peso fuerte y las consultas 1 peso boliviano.

También en ese año llega el Dr. Chaumery de la Universidad de París y Mompellier y el doctor Riquelme, sobre el cual "El Chimborazo" publica lo siguiente:

"Ha venido a establecerse en Gualeguaychú el Dr. Riquelme de la Facultad de Medicina de Bs. Aires. El Dr. Riquelme es Entrerriano. Ya tendrá el bueno del Dr. Fernández, a quien conocimos desde que era un distinguido estudiante, un buen compañero".

Y para esa fecha un oculista llega a nuestro pueblo: Se trata del "Dr. Fdye de las facultades del Colegio Real de Londres y de la Universidad de Erianger –Alemania- Oculista y Aurista - Antiguo Cirujano mayor del Hospital Oftálmico al Oeste de Inglaterra".

Especialista en todas las enfermedades de la vista, oídos y garganta. Continúa diciendo el aviso: "Permanecerá en esta ciudad por algunos días. Previene que opera a los vizcos sin el menor dolor ni peligro, dejándole la vista en su estado natural, pues esta operación no es la primera vez que la hace. Todo con satisfactorios resultados". "El Chimborazo" Enero de 1877.

Si tenemos en cuenta que en esa época no se conocía ni la anestesia, ni los desinfectantes, eso de operarse los ojos sin dolor ni peligro, me parece un poco exagerado...

Eran tiempos en que nuestras abuelas hacían uso y abuso de la recién aparecida agua Florida de cualidades y aplicaciones múltiples; veamos este aviso del "Telégrafo":

"Agua Florida de Murray y Lanman. UniversalmentE usada para perfumar el pañuelo, lo mismo que para el tocador de las damas de buen gusto. Se le considera el perfume sin rival en todo el orbe. Sirve, además, como sahumerio en las habitaciones de los enfermos, aliviando sus trastornos respiratorios y proporciona gran alivio en el langor, fatiga, postración, enfermedades nerviosas, vértigos, etc., etc.".

En 1878, otro médico homeópata, el Dr. Juan Gerike, médico y partero alemán, inicia sus actividades en calle Perú 58, frente a la casa de la familia Spangenberg, y el Dr. Teófilo Pietranera, se instala en calle Urquiza 173.

El Dr. Luis Tarico, médico italiano, ejerce su profesión en ese mismo año, en calle San José, casa del coronel Borrajo. Tarico era especialista en señoras y luego de trasladar su consultorio a calle Federación y Suipacha, regresa a Europa en 1872, pero, después de algunos años vuelve a nuestro pueblo para instalarse posteriormente en Basavilbaso.

Otro oculista, el Dr. Vítale, integra el cuerpo médico en 1880.

En 1884 dos hijos de Gualeguaychú, los doctores Juan Carlos Goyri y Manuel Vasallo, presentan sus tesis para el doctorado en la Facultad de Medicina de Bs. Aires.

La tesis de Goyri, es sobre "La litiasis biliar" y la de Vasallo "El delirio de las persecuciones".

Goyri fue un médico de amplios conocimientos y vastísima cultura a quien, nuestro pueblo, con toda justicia le recuerda entre sus hijos dilectos.

Vasallo permaneció aquí poco tiempo, pues a fines de 1886, se radica definitivamente en Bs. Aires.

En 1885 ejerce funciones de médico municipal el doctor Abelardo Rueda, quien es designado Director de la Administración de la Vacuna al declararse la epidemia de viruela que costara tantas víctimas. El Dr. Rueda, informa al intendente municipal, que, diariamente, sale en coche por las chacras, a vacunar a las personas que por su trabajo o ignorancia no se trasladan al centro de vacunación instalado en la ciudad.

Otros dos copoblanos, los doctores Claudio Seguí y Alfredo Méndez Casariego, llegan en 1888 con su flamante título.

En 1889 el malogrado médico Miguel Clavarino abre su consultorio. Un año, apenas, alcanzó el Dr. Clavarino a ejercer su profesión, pues, a la edad de 27 años muere de fiebre tifoidea, contagiado de uno de sus pacientes. A pesar de su juventud y de lo breve de su paso por la profesión, Clavarino ganó la simpatía por sus condiciones excepcionales, recordándoselo siempre como médico de los pobres.

El Dr. Alejandro Torrontegui, avisa en 1889 que ha abierto su estudio en calle 25 de Mayo, al lado de la botica de Fontana y frente a la de Villagrasa.

Al año siguiente otro nuevo galeno el Dr. Ricardo García Blanco, ofrece sus servicios. Muchas personas que conocieron al Dr. Blanco han referido que era especialista en quemar los "granos malos" con un hierro al rojo.

En 1892 los doctores Francisco González -especialista en niños- Víctor Vilar –partero- Fernando Angeletti y un hijo de Gualeguaychú, Juan P. Raffo, enriquecen nuestro cuerpo médico.

El Dr. Raffo, que presenta su tesis "Resección del Astrágalo", la dedica a su tío Juan Mengelle.

¿Qué motivos tuvo el nuevo doctor para ofrecer a Don Juan Mengelle su flamante título? Después de rebuscar entre viejos periódicos encontré la explicación y concluí que el Dr. Raffo no pudo estar más acertado en la dedicatoria de su tesis doctoral.

Juan Mengelle fue uno de los precursores del arte de Curar en Gualeguaychú.

Vean Uds. este aviso que aparece en "El Eco del Litoral" del 10 de noviembre de 1853:

"Don Juan Mengelle tiene el honor de ofrecerse al ilustrado público de Gualeguaychú en su profesión de peluquero, sangrador y dentista. Limpia y emploma la dentadura dejándola perfecta y elegante. Ha recibido un surtido de sanguijuelas de primera clase las que aplica a un precio bajo y con gran experiencia en esta materia. Como igualmente ha recibido un variado surtido de pelo, avisando a las señoras que hará postizos, cabelleras, y otros adornos de cabeza, a la última moda, con prontitud y esmero".

No hay dudas, que el sobrino, al dedicar su tesis al tío Mengelle, lo hizo reconociendo con toda justicia a un profesional, que, aunque sin título, cumplió en nuestra ciudad una labor de gran mérito. Y que las actuales peluqueras de señoras deberían rendirle el homenaje que merece quien fue su precursor y que ya hace 115 años colaboró en el embellecimiento del sexo femenino de esta ciudad.

El Dr. Fernando Angeletti, doctor en medicina y cirugía de las Universidades de Pisa y Bs. Aires, se establece en 1889. Angeletti todavía es recordado por muchas personas que fueron pacientes suyos. Instaló su consultorio en calle Rivadavia 150 y posteriormente lo trasladó a calle Urquiza, donde hoy están las Carmelitas.

El Dr. Díaz es otro hijo de nuestra ciudad, que no sólo se destacó como médico, sino que ocupó diversos cargos públicos, entre ellos el de Intendente Municipal. Abrió su consultorio en 1893.

Su tesis doctoral versa sobre el tema "Ventajas de la antisepsia intestinal demostradas por la estadística de la fiebre tifoidea".

Sorprende que, a tan poco tiempo de haberse descubierto que la causa de las enfermedades se debía a la acción de los agentes patógenos, ya en Gualeguaychú, la medicina se orientara en ese sentido.

Ello habla bien alto de nuestra ciudad, y se explica porque entonces nuestro puerto era uno de los principales de la República.

Y quiero destacar que, el otro gran avance tuvo lugar en el año 1926, en que, por primera vez se realizó en Gualeguaychú, una operación abdominal con sutura de intestinos; esta operación exitosa, que constituyó todo un acontecimiento, la llevó a cabo el Dr. Alejandro Vela.

He recordado cuarenta médicos que ejercieron su profesión en nuestra ciudad, en épocas en que la ciencia no había aportado aún los asombrosos descubrimientos de este siglo, en que algunos médicos practicaban la asepsia sólo por intuición, cuando las gentes se resistían a vacunarse contra la viruela, y en que la fiebre tifoidea, la tuberculosis y la difteria hacían estragos.

II - PARTERAS Y MADAMAS

Ahora bien, al recordar los viejos médicos, no podemos olvidar a los demás colaboradores del arte de curar, como dentistas, boticarios y madamas o parteras.

Comenzaré por estas últimas, teniendo en cuenta aquello de "Las damas primero...".

Comadres o comadronas no hay duda que existieron siempre en nuestra ciudad. Mujeres de pueblo sin ningún conocimiento más que el de la práctica, ejercían su oficio muchas veces combinado con el de curanderas cuando no mezclado todo con mucho de brujería... La tijera con que seccionaban el cordón umbilical ora La misma de cortar el pelo, la ropa y podar las plantas. La mayoría de las veces el parto salía bien, pero si la madre sufría una hemorragia, le aplicaban de inmediato sombrero quemado, o abundantes telas de araña, para conseguir la coagulación.

Si el niño sobrevivía, la comadre era la encargada de curarle el empacho con medicaciones mágicas, la garganta con un collar de raíz de lirio y la hernia con la pisada en la higuera en día Viernes, pero de cuarto menguante...

Pero, poco a poco la comadre fue desplazada, por señoras más civilizadas, muchas de ellas con conocimientos científicos.

El 1853 encuentro la primera partera.

El 10 de noviembre de ese año, aparece en "El Eco del Litoral": "Mudanza de casa. Madama Virginia I. de Jhon, partera francesa, ha mudado su domicilio a la calle 24 de Enero, casa del coronel Ramiro, donde ofrece sus servicios profesionales".

En 1866, madama Virginia, la partera francesa, tuvo un entredicho con la partera italiana Antonia Tossi, que como pleito entre mujeres debe haber sido bravo, y la comidilla de todo el pueblo.

Según lo que se desprende de las publicaciones que ambas hicieron, la Tossi -recién llegada- denunció a madama Virginia de ejercer su profesión sin haber rendido exámenes correspondientes, por lo cual ésta fue suspendida en el ejercicio de su profesión.

Esto ocurrió el 30 de agosto, pero el 8 de noviembre, Madama Virginia se dirige al pueblo con estos triunfales términos: "Al Ilustrado público de Gualeguaychú. Habiendo obtenido justicia llana del distinguido señor Jefe de Policía Don Reynaldo Villar en mi demanda relativa a la Sra. Antonia Tossi -partera italiana, según dice- acordándola sin embargo como último favor el término de dos meses para prepararse a pasar su examen de partera en Montevideo o Bs. As. según lo ordena la Ley, tengo la satisfacción de avisar que quedo nuevamente a disposición de las señoras que quieran honrarme con su confianza".

En febrero del año siguiente, después de haber aprobado sus exámenes, doña Tossi publica el siguiente aviso: "La partera Italiana ejerce nuevamente y ha mudado su domicilio a la casa donde estaba la Botica del Indio, frente a los angelitos, del Sr. Iglesias".

Y en 1869: "La señora Antonia Tossi -Partera Italiana- que vivía en casa del Sr. Bernardo León, se ha mudado a la casa conocida por del Moreno del Rey, haciendo cruz con el almacén de los señores Carabelii. Avisa que siempre estará dispuesta, de día o de noche".

Al poco tiempo se traslada nuevamente a la casa de la Sra. Francisca Galiano, en las piezas que ocupaba el moreno Tomás Pérez, según anuncia en "El País".

En 1868 encontramos a otra francesa que avisa en estos términos:

"Madama Fournet. Partera francesa, aprobada en la Facultad de medicina de Bs. Aires, tiene el honor de ofrecer sus servicios a las señoras en estado.

Las señoras estancieras que deseen venir al pueblo para salir del cuidado hallarán en la casa las comodidades necesarias. Vive en calle San José, entre 25 de Mayo y Urquiza" (hoy el Obispado). Madama Fournet fue la primera que desocupaba en su domicilio, es decir, la precursora de las actuales "Maternidades".

En 1878 otra madama francesa Juana de Housty, llega precedida de comentarios periodísticos muy elogiosos. Instala su consultorio en calle Urquiza, media cuadra de la plaza, al oeste.

Al siguiente año, Catalina Favani, partera italiana, llega con sus títulos en ristre y se instala frente a la iglesia, en calle Urquiza.

No hay dudas que la profesión atraía a las francesas, pues en 1879 Madama Profillet, recibida en París, atiende a las que lo necesiten en el Hotel del Vapor.

Parece que Gualeguaychú por esos años era un pueblo de copiosa natalidad, pues en 1892 se instalan tres nuevas parteras: Luisa B. de Costa, frente a los altos del café Del Plata; María Q. de Guilla -partera argentina- en Rivadavia y Tucumán y la tercera, bueno, la tercera fue aquella típica figura de un Gualeguaychú que no se repetirá, y a la cual tantos de nosotros conocimos. Baja y regordeta, con su valijita alargada y el paso rápido del que sabe que sus clientas no pueden esperar. Nombro a doña Enriqueta Sabaté, Partera Española de la Facultad de Medicina de Barcelona, que se instala en un principio frente a la platería Podestá y promete atender con prontitud y esmero.

Y vaya si atendió Doña Enriqueta. Medio Gualeguaychú pegó el primer berrido entre sus manos de seda y cuántos gallineros sufrieron la baja de la más gorda de sus habitantes para preparar el infaltable caldo de gallina, único alimento que por varios días suministraba a sus pacientes. Eran las épocas de los antojos de sandía en pleno invierno y de naranjas en pleno verano. Eran los tiempos en que el niño nacía con enorme lunar cubierto de pelo, porque el insensible padre, no había sido capaz de proporcionar a su débil antojada mujercita, aquel pedazo de asado con cuero, con que delirara durante nueve lunas...

Eran las épocas del parto con dolor... pero ya se había dado un gran paso hacia adelante, eran las épocas en que se comenzó a usar el agua hervida...

En 1893, otra francesa, Madama Savinas, instala una verdadera maternidad en calle Suipacha, donde las pensionistas, a precios módicos, pueden desocuparse sin molestar en sus propias casas.

Tengo acá un recibo que me facilitó la Sra. Elvira Secchi de Hanisquiri, que fue atendida en su nacimiento por madama Savinas y como no tiene complejos en que se conozca su edad me autorizó a leerlo.

El precio era muy elevado si se tiene en cuenta que en esa época un novillo costaba $ 10, y los maridos que ahora protestan porque el parto de su señora les sale muy caro, qué dirían si tuvieran que abonar a los actuales médicos parteros la suma de dos novillos y medio, que al precio actual, no bajaría de $ 50.000... ?

Para esos años, se instala la partera Pedraza y Doña María Fugaza de Pinasco, con consultorio en calle Pellegrini y del Valle, que ejerció su profesión hasta el año 1930.

III - BOTICARIOS

La Botica -oficina donde se hacen y venden medicinas- fue indudablemente una de las ramas del arte de curar que más importancia tuvo en el siglo pasado.

El boticario desempeñaba las funciones de médico, farmacéutico, y muchas veces partero.

La mayoría no tenía título, sino que eran personas más o menos idóneas, que posiblemente trabajaron en alguna farmacia en su país de origen.

A partir de 1850 la primera que aparece en nuestro pueblo, es la que mencioné al principio: La Botica de Juan Gnecco.

En 1858 la sociedad de socorros mutuos acepta las propuestas de los boticarios Gnecco, Gil y Ramallo. De don Tomás Gil no he encontrado ningún otro dato, pero don Félix Ramallo se desempeñó en su profesión por muchos años.

Su botica -que llevaba el altisonante nombre de "El León de Oro"- estaba situada frente a la Plaza San Martín y a la Policía.

"El León de Oro" cambió varias veces de dueño, pues en enero de 1869 se hace cargo el nuevo propietario don Enrique Wells -el médico de don Roberto-; en agosto de ese mismo año aparece perteneciendo a Ulrico Huxthal, que fallece al poco tiempo volviendo entonces a su primitivo dueño, don Félix Ramallo (padre).

En 1861 encuentro el siguiente aviso:

"A los aficionados a las ricas plantas. En calle 24 de Enero -Botica del Indio- se vende una extraordinaria colección de cabezas. Su propietario Pedro Peytaví - farmacéutico de París".

Para esos años el ejercicio de la profesión médica farmacéutica dio lugar a interminables polémicas. Cada uno acusaba al otro de ejercer la profesión ilegalmente Existían dos categorías, los profesionales con título y los autorizados por el Tribunal correspondiente, tribuna que en la mayoría de los casos era solamente el Jefe de Policía.

La serie de solicitadas aparecidas en los periódicos da la medida de lo encarnizado de la lucha. Además por decreto del Gobierno de la Provincia estaba prohibido a los médicos estar al frente o ser propietarios de farmacias, debido a los abusos a que esa doble función se prestaba.

Lo cierto es que para esa época habían en Gualeguaychú 7 farmacéuticos: 3 que tenían diploma: Félix Ramallo, Juan Manzani y Félix Fontana y cuatro con permiso, Antonio Laura, Miguel Arriola, Félix Ramallo (hijo) y Ulrico Huxthal.

La Botica "El Mortero Dorado" fue comprada por Miguel Arriola en 1861 y en el año siguiente la adquiere don Augusto Poytevín, estaba situada en calle Urquiza.

En esta botica se anunciaba la venta del "Jarabe de Rábano Yodado" en estos términos, que nos demuestran que aquellos remedios, sí valía la pena pagarlos a buen precio...: "Es un remedio soberano contra los infartos y las inflamaciones de las glándulas del cuello, el gurnio y todas las erupciones de la piel, la cabeza y la cara; excita el apetito, tonifica los tejidos, combate la palidez y la flojedad de las carnes y devuelve a los niños el vigor y la vitalidad naturales. Es además un depurativo por excelencia". Estos sí que eran remedios...

Don Félix Fontana, profesor de farmacia, inicia las actividades de su Botica Italiana, donde tantos de nosotros la conocimos en octubre de 1868.

Don Anastasio Villagrasa, también profesor, instala la suya frente mismo a lo de Fontana, calle 24 de Enero. Se llamaba "Botica del Pueblo".

La "Del Globo", que abre sus puertas en calle Urquiza -donde estaba la Fonda Bayona- publica en 1877 este aviso: "Fatiga y tos, y demás enfermedades se alivian cuando no se curan con las preciosas pieles que se venden en la Botica del Globo". Indudablemente, aquello de: "Hay de todo, como en botica", tenía su razón de ser…

En 1874, don Horacio Rébori, profesor de Farmacia, llega a nuestra ciudad y compra la Botica del Indio, que instala primero frente a lo de Fontana y luego en el mismo lugar en que hoy se encuentra. Y tenemos el comercio de nuestra ciudad, de nombre más antiguo.

En 25 de Mayo y Montevideo -actual farmacia del Pueblo- estaba instalada la Botica del Progreso, de Gerónimo Mrazan que publica el siguiente aviso:

"Patillas y cejas os saldrán en poco tiempo, aún a los 15 años usando el específico imantine del Dr. Grandier. Precio del frasco $ 3. El digestivo Mojarrieta, insuperable para las enfermedades del estómago".

IV – DENTISTAS

La profesión de dentista, fue ejercida en la mitad del siglo pasado, casi exclusivamente por los barberos o peluqueros. Recordemos a Mengele, el tío del doctor Raffo, que, ya en 1853 emplomaba dientes.

Pero en diciembre de ese año, "El Eco del Litoral", trae el siguiente aviso:

"Cirujano Dentista y Oculista. Habiendo regresado a esta ciudad el Dr. Juan Bautista Cordier, cirujano oculista de las universidades de París y Madrid, hace saber al público que ha traído un hermoso surtido de dientes minerales, osanores e hipopótamos. Pone la dentadura por el sistema del doctor Facté y se encarga de todo lo concerniente a la dentadura e higiene de la Boca. Precios módicos. Sin dolor. Vive en la Fonda de la Figurita, calle Rea. Oriental".

En "El Guardia Nacional" de Octubre de 1873, aparece un aviso de media página en que el Dr. Samuel Huggins, venido recientemente de Norteamérica, trae una gran novedad: No sólo trabaja en su consultorio sino que también atiende a domicilio. Anuncia un surtido de 20.000 dientes artificiales abrillantados que han sido premiados en Europa y Estados Unidos. Extrae y coloca dientes sin que el paciente sienta el más leve dolor. Sus dentaduras son idénticas a las naturales y los instrumentos que utiliza de lo más moderno. Va al campo a realizar trabajos de su especialidad".

Si tenemos en cuenta que la anestesia empezó a aplicarse en este siglo podremos imaginar lo sin dolor que habrán sido aquellas extracciones. Y si ahora no resulta un placer necesitar de los servicios de un dentista, en aquella época, al paciente que concurrió una vez, ni atado lo habrán podido llevar nuevamente...

En 1872 el Profesor Rodolfo Newbery, anuncia que atenderá provisoriamente en nuestra ciudad. Orifica dientes y emploma con diferentes amalgamas y extrae muelas positivamente sin dolor con el Gas.

Veinticinco años después, el Dr. Newbery sigue visitando nuestra ciudad y atendiendo durante el mes de julio.

En 1880, Severino Trilhe, atiende su consultorio odontológico en el "Hotel del Vapor", donde según avisa encontrarán un elixir para el dolor de muelas, la vista, la sordera, los cortes, las heridas, el que hasta ahora no tiene competencia".

En 1877 se instala Domingo Barcelona y en 1889 el Dr. Arnaldo Irigoyen ofrece extraer muelas a precios sumamente bajos: $ 1 para extraer en su domicilio e igual precio fuera de él. Atiende en la Peluquería del Plata, frente al café del Plata.

Y por último, aquel francés menudo e inquieto, que nació en París, estudió en la Sorbona y duerme su postrer sueño entre nosotros, me refiero a Don Alejandro Sureau, que llegó a nuestra ciudad en 1887 y ejerció su profesión durante 60 años.

Sureau, publica un aviso en "El Noticiero" de junio de 1889, donde anuncia que neutraliza el dolor hipnotizando al paciente. No sé qué resultados habrá obtenido, pero, es indudable que fue el precursor de un método que recién está utilizando la medicina moderna.

Cierro el tema de los viejos dentistas con un aviso típico de aquella época: "Específico Carriere. Epidemia dentaria. Hablando del África, Polo Norte, más, más antiguo hay dudas. Largas distancias traen grandes mentiras. Pero el vecindario de Gualeguaychú conoce las ventajas del específico Carriere. ¿Qué podéis temer dolientes de muelas si todas las curas y aplicaciones salen brillantes? ¿No os gusta el reposo y comer cómodamente? ¿O no tenéis dinero? Para que todos beneficien la rara oportunidad tengo precios módicos. J. Pablo Carrere, consultas de 9 a 12. Cancha Vieja". "El Telégrafo". Mayo de 1877.

V - BARBEROS Y FLEBOTOMOS

Y antes de terminar, detengámonos un momento ante esos humildes servidores del arte de curar que fueron los barberos y flebótomos o sangradores.

Los diversos trastornos derivados de la alta presión arterial -absolutamente ignorada en aquella época- eran llamados "alzamientos de sangre" y los casos fatales "repentina". Muertos de repentina son muy comunes en los fallecimientos publicados en los viejos periódicos.

Ahora bien, estos males se combatían o prevenían con la aplicación de las sanguijuelas, que, con su boca chupadora, eran las encargadas de sangrar al enfermo.

Su uso fue popular en medicina, y los primeros en aplicarlas se llamaban flebótomos o sangradores, oficio que por lo general practicaban los barberos y peluqueros.

Don Pedro Urtazún, propietario del histórico Hotel del Vapor, sito en la intersección de 25 de Mayo y Mitre, donde hace poco tiempo la colectividad inglesa colocó una placa recordatoria, por haberse hospedado en él don Roberto, tuvo anteriormente instalado en ese mismo lugar su negocio de barbería y así anuncia: "Sanguijuelas superiores se han recibido en la barbería de Don Pedro, calle 24 de Enero e Independencia". Esto en 1853.

La barbería y peluquería de don Juan Mondragón, en 1879, tiene sanguijuelas hamburguesas, las que se llevan a domicilio a cualquier hora.

Y la del Comandante, que así llamaban a su dueño Don Angel Ferrari sita frente al Hotel Comercio, anuncia en 1880: "Sanguijuelas hamburguesas garantidas y legítimas a 4 reales cada una. En la barbería Oriental".

Y la Barbería Cosmopolita publica el siguiente aviso:

"Gran rebaja de precio. Habiendo el que suscribe arreglado convenientemente su caso de Barbería, pone en conocimiento de las personas que quieran favorecerlo con su confianza que ha hecho una notable rebaja de precios arreglado a la época, como ser: Corte de pelo 1 real y 1/2; corte de pelo y barba 2 y medio reales; barbas se hacen tres por 2 reales; peinado con agua de rosa 1 real; lavado de cabeza 1 real y con agua florida 1 real y medio. En esta casa se venderán sanguijuelas desde el entrante mes a 2 reales una y yendo a aplicarla a domicilio 3 reales. Se sacan muelas con toda perfección sin que el paciente lo note, contando para ello con llaves muy modernas y a precios módicos. Francisco Ermida Rodríguez". "El Pueblo". Mayo de 1882.

Y yo me lo imagino a Don Ermida Rodríguez peinando al paciente con agua de rosas mientras le sacaba la muela sin que éste lo notara. Al fin y al cabo, nuestros actuales dentistas podrían averiguar su método antes de ponernos la tan dolorosa inyección…

Esto que he leído a Uds. me ha llevado largas horas de búsqueda, y muy contenta de haberlo hecho. Estoy convencida que no es tiempo perdido contribuir a que se conozca la historia de Gualeguaychú, y en el caso de los profesionales del arte de curar, que tantas vidas salvaron, con más razón aún.

He observado que los jóvenes médicos tienen predisposición para juzgar con aire despectivo o irónico a los viejos galenos, sin tener en cuenta que emplearon todos los conocimientos que la ciencia de su época les brindó, pero que desgraciadamente eran muy precarios. Me hubiera gustado ver frente a un caso de difteria, pulmonía o tifus, allá por 1870... a los que hoy, recetario en mano, dicen: En tres o cuatro días sanará completamente, mientras anotan con su letra indescifrable: Suero antidiftérico o penicilina o aureomicina, cada cuatro horas...

Además, si no hubiera sido por Tarico, que salvó a mi madre de una grave enfermedad, Uds. no tendrían el placer de verme todos los días por las inconfundibles calles de nuestro querido Gualeguaychú, y quizá, si el Dr. Fernández, o Díaz o madama Virginia, no hubieran curado de la viruela, del alzamiento de sangre, o del mal de los siete días, nos hubiéramos privado de contarlos entre nosotros, como a muchos de los aquí presentes.

¿Y Uds. pueden suponer lo que hubiera sido Gualeguaychú sin todos nosotros? No, imposible imaginarlo.

Por todo esto. Por nuestras madres que salvaron y por las que no pudieron salvar, gracias viejos médicos. Haremos todo lo posible para que no los olviden definitivamente.

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