El Gas

La ciudad que fuera un verdadero alarde de adelantos, contaba por esa época con una planta productora de gas.

Estaba ubicada al noreste del pueblo, en las inmediaciones del paraje conocido como barrio franco, que sigue extendiéndose al norte.

Fue lo que otros conocieron posteriormente como corralón del gas, una edificación amplia, de ladrillos colorados, con un estilo de reminiscencias inglesas.

Oficinas, casas habitación para el personal, corralones, depósitos, tanque de almacenamiento de gas, almacenes, grandes pilas de carbón de hulla y la planta de producción.

Entre lo edificado y el sitio libre ocupaba íntegramente una manzana de tierra.

Las oficinas ocupaban la parte norte y la entrada a planta por el oeste y también por este punto casi a la esquina y volcando por el frente sur, estaban las viviendas ya mencionadas.

El signo distintivo del conjunto, era la alta y trabajada chimenea que se erigía en el centro mismo del predio.

La planta proveía de gas a la ciudad, para el alumbrado de las calles, iluminación particular; y lo que es más interesante, para la alimentación de las cocinas que por entonces había alcanzado un confort que muy pocas ciudades de su tiempo habían logrado aún.

Kilómetros de cañerías de plomo y de hierro atravesaban la ciudad por calles y veredas y trepaban por las paredes rematando en llaves para cocinas y luz interior, y en bocas para alimentar los picos de gas instalados sobre numerosas esquinas de la ciudad.

Era un combustible económico, rápido y prácticamente seguro.

Durante muchos años, luego de la desaparición de este servicio, veianse aun los labrados picos de las esquinas, aunque ya desprovistos de sus típicas farolas.

Fue un signo distintivo de una época.

Y lo fue para la ciudad, también la enhiesta chimenea roja, tan visible desde muchos lugares del pueblo y aun viniendo por el río era la primera en avistarse por el lado este.

Juntamente con las del molino Carabelli, blanca y cuadrada contenida dentro de una liviana estructura de hierro, más bien baja, junto con la del molino San Pablo o la del saladero Nebel, conferían a la plaza un marco de pujante actividad.

Durante mucho tiempo, la usina del gas, brindó a la población un servicio eficiente distinguiendo a Gualeguaychú, de otras muchísimas localidades cuya iluminación pública era solamente un rudimento colonial.

Por ese tiempo comenzó el auge de la electricidad y la ciudad no sería ajena a un nuevo síntoma del progreso.

Se instala la Compañía de Electricidad del Este Argentino ocupando un predio en la esquina sudoeste de las calles Bolívar y Suipacha la cual, más tarde se extendería hasta ocupar la mayor parte de esa manzana, merced a sucesivas ampliaciones.

Constaba de dos máquinas de vapor que accionaban sendos enormes dinamos con los años reemplazados por motores diesel y finalmente cambiada toda la planta con nuevos motores a un nuevo edificio en la esquina de San Martín y Pellegrini, pero ya esto es otra historia.

Lo cierto es que una nueva chimenea se levanta en la ciudad.

El tendido de la líneas no se hace esperar; y es muy pronto en que el pueblo se ve enjoyado en una nueva luz, rápida, inodora, mas vale generosa que confiere una nueva y desconocida calidez a los ambientes, incorpora nuevos elementos mecánicos a la industria mediante los dinamos que propulsan rápidamente los establecimientos manufactureros por su sencillez de instalación, su menor volumen, costo inicial y de operación, muy pronto desplazan a la vieja caldera y las máquinas de vapor.

La invasión eléctrica ya estaba a medio camino en la ciudad, pero aun el gas era un elemento preciado en los hogares.

Cada mañana, muy temprano o poco más luego, las amas de casa celebraban el culto diario del primer encendido en sus cocinas que mediante un fósforo o el chispero, prestamente brotaba el azul de sus mecheros.

Hasta que una mañana, tal vez un poco nublada, quizás un poco temprano, un ama de casa se dirigió a su cocina.

Como todos los días, abrió primero la llave de seguridad, arrimo el fósforo y giró la pequeña manivela niquelada, brotó una pequeña llama y se extinguió, Esto mismo sucedió ese día en todos los hogares que contaban con servicio de gas, por que ninguna cocina, ningún farol, volverían a derramar ni su luz ni su calor, ni esa mañana ni nunca más.

La Compañía de Electricidad del Este Argentino, había comprado la planta de gas y sin aviso previo la había clausurado, cerrándola definitivamente.

El intento del cambio del gas por la electricidad, en lo que a cocinas se refiere no prosperó por lo caras e imperfectas y en sucesivos atrasos se apeló a la nafta, el alcohol, sucedamos de lo que fuera el gas para terminar, por muchos años en braseros, hornallas y cocinas económicas y volviendo la cocina - recinto, volviendo a su lamentable aspecto anterior.

El gas fue algo más que luz y calor, este fue uno de sus aspectos, el aspecto práctico diríamos, pero ciertamente tuvo otra participación, tanto o más perdurable aun, por que brilló con brillo propio en las salas de conciertos, en las candilejas teatrales en las salas familiares y en los salones de los clubes, bajo la calidez de su luz emergentes de los picos de cristal de la araña imponente del club Casino del Plata donde valsaban las parejas deslumbrantes en magnífico atavío, en el tiempo de oro, de los años románicos de la ciudad.

CRÓNICAS INFORMALES

Carlos Lisandro Daneri

Gualeguaychú – Año 1998

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