Nido de Ángel

“Señor , que al cabo de mis días en la tierra, yo no deshonre al Ángel”

¿Era sólo un retazo de horizontes

el que prendió en mi frente el primer beso?

¿Era un blanco fantasma,

de esos que viste el infantil ensueño?

No sé, pero en las secas hojarascas

de días que murieron

hoy yo siento crujir los mismos pasos,

flotar el mismo aliento,

y enredada de luz, temblar las plumas

del ave que arrulló mi primer sueño.

Lo vi en la madrugada de mi vida

y en el ocaso gris también lo veo.

Un día desperté lleno de auroras.

En mi pecho bramaban los pamperos,

esos que barren las tormentas negras

y levantan los párpados del cielo.

Y en las pestañas de la azul pupila

el ave divisé del primer sueño.

Era blanca, más blanca que alma niña.

Más azul y veloz que el pensamiento.

Más tenue que neblina.

Más grande que las alas del misterio.

Yo lo sentí aletear. Miré a mi madre:

¿Dónde anida, le dije, el ave inmensa

con plumaje más blando que tus besos?

¿Por qué no duerme y trina

en los callados ceibos

y en las crestas rizadas de los sauces

y en los talas resecos?

¿Por qué no encuentro nunca sus nidadas

como encuentro zorzales y boyeros?

¡Pobre madre! Sus ojos ya marchitos

al beso de la luz reverdecieron

y asomándose el alma entre los labios

fecundó mi sentir con este aliento:

“Hijo, el ave que viste es tan inmensa

que no cabe en las ramas de los ceibos,

ni duerme sobre talas descarnados,

ni siembra entre la paja sus polluelos.

¿Quieres nido más grande, más caliente?

¡Hijo mío, tu pecho!”

Pbro. Luis Jeannot Sueyro

"Los versos del Cura Gaucho"