Padre Martínez de vuelta en casa

Su salud empezó a resentirse y a sufrir atrozmente: una parálisis deterioraba su fuerte organismo y paulatinamente inhabilitó sus miembros con una obesidad diforme que le imposibilitó por completo.

Por llamado de su familia, se determinó pasar a Gualeguaychú. El Padre Martínez sentado en un sillón sufrió aquella penosa enfermedad con una resignación verdaderamente ejemplar y con una entereza digna de la virtud cristiana. Conociendo su grave estado, pidió le administraran los santos sacramentos. Se le trajo el viático bajo palio, y recibió la comunión con grandes señales de piedad, derramando copiosas lágrimas; luego pidió quedarse solo para rezar. Al siguiente día notándosele intranquilo y preguntada la causa, recordó sus muchas deudas y su pobreza. Mas tarde conociendo su próxima hora pidió le administrasen la extremaunción y rogó a los concurrentes le ayudasen a rezar las letanías. El Cura Martínez estaba preparado para la muerte y de aquí esa tranquilidad de espíritu con que esperó, pues ya con voz apagada se le oía decir “Señor, misericordia” y así repitió hasta que entregó su alma, en las primeras horas del 25 de Julio de 1879.

Su muerte fue verdaderamente edificante. Si nos extendemos mucho con la vida y obra de este sacerdote es porque también de él mucho se siguió comentando. Así se presentaron a las generaciones venideras sus ejemplos de desprendimiento, abnegación e integridad y terminada en la pobreza. Este premio recibió el Cura Martínez, cuando las personas mas distinguidas, las familias principales y todas las clases sociales de esta ciudad, concurrieron a sus exequias, dando así un testimonio de amor al que fue padre, pastor y amigo.

Interpretando estos mismos sentimientos, las autoridades desearon darle sepultura en el interior del templo, que seguía en construcción, por ser él quien comenzó esta monumental obra, que tantas veces miraba con ansias. Por eso en el mismo templo descansan sus restos con sus virtudes, como compañeras inseparables de su vida.

El Cura Yarza pronunciaba este discurso para la ocasión:

Polvo, ceniza y nada. He aquí, señores los que somos los mortales. Va a descender a la tumba, señores, el cadáver de una persona cuya pérdida debe seros doblemente sensible por los vínculos de ciudadanía y estrechas relaciones, que por su posición y carácter especial, ha mantenido con vosotros durante el largo período de diez años. Para algunos de los que estáis presentes esta pérdida ha de seros tanto más dolorosa, cuanto que habéis compartido con el que es objeto de vuestro  las tareas y vicisitudes escolares en la época de la juventud. Arrebatado a vuestros ojos en la plenitud de la vida, deja en vuestro corazón la honda pena de veros privados para siempre del buen olor de sus virtudes, y de la edificante enseñanza de su ejemplo. Sacerdote y obrero infatigable en la viña del Señor, no ha omitido sacrificio alguno que conducir pudiera al bien espiritual de la Grey que le fuera encomendada. Su alma grande y generosa comenzó a realizar la obra colosal que ha de inmortalizar su nombre en los anales de Gualeguaychú. Testigos bien patentes, señores, son estos majestuosos muros que veis interrumpidos por la irregularidad y contrariedades de los tiempos. El nuevo templo en construcción será el monumento más grandioso que ostentará esta población en los venturosos destinos de su porvenir. Las generaciones futuras contemplarán con admiración el atrevido pensamiento que presidió al proyecto, y llenas de gratitud bendecirán con gozo a los que pensaron llevar a cabo esta suntuosa morada del Señor. Bien penetrado de ello la respetable corporación municipal consiente sin vacilar sean sepultados en este augusto recinto las veneradas cenizas de su malogrado fundador.

Señores, que hablo bien alto en pro de los delicados sentimientos de este municipio representado por sus dignas autoridades. Y bien con mayor derecho pretenderá permanecer al pie de estas murallas, que ese frío polvo que contempla vuestra vista, y dice a vuestros corazones, aquí quiero ser depositado. Pero no son estos solos títulos que hacen acreedor del sentimiento general al que fue vuestro párroco, al que supo por vosotros despreciar la muerte en circunstancias terribles, en críticos momentos. Todavía, Señores, se hace presente a vuestro espíritu aquel terrible azote que desoló la población, arrebatando a vuestro cariño, a los amigos, a los deudos, a las prendas más caras de vuestro corazón, sin tener otro consuelo en tan supremos instantes que el que les prodigara este pastor celoso, que acaba de recibir en el cielo el justo galardón de su heroica virtud.

Corría el año 68 y el mensajero de la muerte batía sus pavorosas alas sobre los tristes habitantes de Gualeguaychú. El pánico se difundía hasta en los corazones más serenos, y cuando se dispersaban en busca de un asilo, vuestro párroco y pastor, vuestro entrañable padre, resiste con valor las implacables iras del monstruo formidable de las orillas del Ganges.

Todos temen, todos huyen, y al que ahora contempláis polvo y ceniza, arrastrando los peligros de la muerte, permanece en su puesto, cual soldado en la brecha, para vencer o morir por la santa causa de vuestra salvación.

Tal fue vuestro párroco en el año 68 y para los que saben sentir estos tristes homenajes, son obligados tributos que ofrecéis al mérito, en el sacrosanto altar de la justicia.

Si ha tenido debilidades, tan inherentes a la humana naturaleza, perdonádselas como él mismo ha perdonado a todos y ahora pide desde el cielo desciendan sobre vosotros las piedades del Señor.

No neguéis una oración, una plegaria, a quien ha sabido sacrificarse por vosotros para serviros de alivio y de cosuelo en vuestras mayores tribulaciones. Hace que la tierra le sea ligera y pedid al padre de las misericordias las derrame sobre su alma, mientras en esta estrecha fosa, el polvo de un cuerpo espera la dichosa resurrección de todos los mortales.

Sed justos, para que un día también todos sean justos como vosotros. Echa una postrer mirada sobre ese lúgubre féretro, y despediros para siempre del que fue vuestro amigo y vuestro padre. Meditad sobre esas frías cenizas y el conocimiento exacto de la muerte os abrirá algún día las consoladoras puertas de la inmortalidad.

 

El Padre Martínez era de un carácter firme, enérgico, a veces impetuoso y severo; pero era al mismo tiempo modesto, noble, franco, generoso y servicial. No le faltaron amarguras y más de una vez fue víctima de la calumnia. Solo nos resta decir que ni el transcurso del tiempo será suficiente para borrar el recuerdo de las virtudes y servicios de este generoso y prestigioso sacerdote, que amó y practicó la caridad.

Monseñor Gelabert y Crespo

Monseñor Gelabert y Crespo

        (Obispo de Paraná 1863 – 1898)

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Pastores según el corazón de DiosEl ministerio sacerdotal en la Parroquia San José de Gualeguaychú (1766 - 1905)

Pbro. Mauricio Landra

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