A San Juan Bosco

Duerme el rapaz fatigado

de la luz y el pastoreo;

hoy no paró ni un instante

porque es un pájaro inquieto

que se asfixia en los terrones

y está prendido en un vuelo.

Algo sueña; se incorpora

la congoja puesta al ceño;

muerde su rostro de niño

agrio temor pasajero.

Después, los ojos se agrandan,

se cuelgan de algo suspenso

en las tinieblas dormidas,

cual proyecciones de Infierno.

Allá van furias errantes,

osos y tigres gruñendo

y una confiada matrona

les ha salido al encuentro...

Los recubre con su manto

(que es un pedazo de cielo)

y aquellos rabiosos tigres

se van tornando corderos...

Los ojos de la Señora

pincelaron al “Boschetto”

con la luz de realidades

y la sombra de un misterio.

Despierta, Bosco. Los campos

lo llaman al pastoreo,

con el llorar del rocío

y los quejidos del viento.

Como a los pastos del prado

la noche le dio el sereno,

lleva en la mente neblina

y borrascas en el pecho;

lo despeja de la tierra

el ala enorme de un sueño.

Ya está colgando la tarde

las tinieblas del silencio.

Duerme el vivir. Las estrellas

se despiertan en el cielo

como pájaros de lumbre

que anidan en el misterio.

Allá en la bruma indecisa

recostada contra el pueblo,

en un rincón del olvido

que robó al cenit su techo,

bulle un enjambre de niños

junto a una estatua del ruego,

que ha clavado sus dos manos

contra la noche y el cielo.

Juan Bosco pinta con sangre

la realidad de “su sueño”:

aquel rebaño de fieras

engendradas con veneno,

bajo sus manos fecundas

se van tornando corderos.

Allá están bajo la noche

los hijos del firmamento.

¡Pobres racimos de carnes

estrujados por el miedo!

Se aprietan junto al buen Padre

que quisiera ser inmenso

para encerrarlos a todos

en el hogar de su pecho.

Es un hongo de la vida

arraigado en el desierto,

germen hinchado de gloria

que volcó Dios en el cieno,

para desgarrar las miasmas

de este pobre siglo enfermo.

Pero los labios prudentes

lo vomitaron del pueblo,

porque los ojos de carne

resbalan sobre el Misterio,

y Don Bosco pisa el mundo

con el estigma de reo

del más glorioso delito,

el mismo del Nazareno.

¡Sacar del barro las flores

que llevan muerte en los pétalos!

¡Buscar en las fieras niños

y hacerlos blancos corderos!

Que su locura de infancia

no olvidó el escamoteo.

¡Visión de Gloria! Aquel hongo

es hoy un árbol inmenso

que ha abarcado con su sombra

las dos playas del océano.

Ya tienen sombra y abrigo

los hijos del firmamento,

y anidaron en sus ramas

las avecillas del cielo.

¡“Birichini” que trepáis

por esos retoños nuevos

que sangran del viejo tronco:

sois las fieras de “aquel sueño”

que ante la sombra de Bosco

os volvéis todos corderos!

Pbro. Luis Jeannot Sueyro

"Los versos del Cura Gaucho"

El Cura Gaucho