Por Silvia Razzetto de Broggi

Su nombre se inscribe en la épica regional desatada en el fuego de la revolución de 1810. Describe rupturas, movilización, politización y militarización social. Juana Montenegro adquiere visibilidad en la guerra: acompaña a su marido en las filas de un ejército leal a las iniciativas del Directorio de las Provincias Unidas del Río de la Plata. El objetivo es la destrucción del artiguismo, cuya influencia impregna el espacio litoral. 

El 24 de septiembre de 1814, chocan los bandos en pugna. El lugar, Paso de Belén, situado sobre el río Uruguay en cercanías de Mandisoví, testimonia un combate con notable superioridad artiguista. Las fuerzas directoriales capitalizan con audacia la desventaja de poseer armas y municiones húmedas. En esa ocasión, el caudillo  local  José María Chirico es derrotado por tropas del coronel José María Lorenzo, que responde al comandante militar y gobernador intendente interino de Entre Ríos, José Blas Pico.

En Paso de Belén destaca la bravura de Juana Montenegro, esposa de un soldado del  Escuadrón de Dragones de Gualeguaychú,  conducido por  el capitán don Gregorio Samaniego.

En el parte de guerra firmado por el comandante militar, se informa al Directorio que Juana, “al lado de su marido, atacó sable en mano peleando como un  soldado y después de  la acción presentó el  fusil  tomado al adversario”. Como era de rigor entonces, persiguió a su rival hasta el monte, blandiendo un  sable  corvo, y  lo atacó  con  tal heroísmo que el Gobierno Directorial expide el siguiente Decreto:

Y en consideración al mérito que especialmente ha contraído Juana Montenegro, batiéndose con el enemigo, con un esfuerzo superior a su sexo, al lado del soldado dragón, su esposo, vengo desde luego a mandar que dicha Juana Montenegro pase a revista en el expresado Regimiento desde el día del ataque y se le abone para toda la vida el haber de soldado, dándole especialmente las gracias por su heroico valor. Hágase saber en cuadro esta Suprema Resolución y publíquese en La Gaceta Ministerial, para satisfacción de  los  interesados. Rúbrica de su Excelencia: Javier de Viana, Secretario. Gaceta de Buenos Aires. Del 26 de octubre de 1814 (52)

El proceso revolucionario es un tiempo de rupturas que afecta  la vida familiar de diversa forma e intensidad. Como la dragona Juana Montenegro, muchas mujeres organizaron su hogar en la precariedad de los campamentos patriotas y rivalizaron con los varones en el desempeño de deberes militares. Por la actuación distinguida en la lucha o en arriesgadas misiones, merecieron grado en los cuerpos de la milicia. Sabemos de ellas por el tono categórico del reconocimiento y por los reclamos que elevan a los gobiernos de turno por incumplimiento de haberes prometidos.

La intrepidez de la Montenegro nos recuerda a la legendaria Juana Azurduy de Padilla, que combatió a los realistas en el Alto Perú; a Gregoria Pérez de Denis, que en La Bajada del Paraná ofrece a Manuel Belgrano sus haciendas y criados para el ejército en marcha al Paraguay y recibe el nombramiento de Primera Patricia Argentina; y a María Boche, joven de dieciséis años, que es encarcelada por adherir a la causa revolucionaria cuando fuerzas españolas ocupan la villa de Arroyo de la China. 

Mujeres anónimas comprometidas mayoritariamente con el bando patriota que en gestos de audacia espían y comunican los movimientos del adversario. Presencias necesarias que lamenta el marino Juan Ángel de Michelena cuando advierte que a las filas realistas “ni las mujeres que todo lo hablan, nos vienen á dar noticia alguna”.

En tierra desgarrada por la confrontación y la insurrección revolucionaria, la identificación de Juana Montenegro ilumina numerosas presencias femeninas cuyas trayectorias ignoramos. La territorialidad de la milicia destaca su pertenencia a un lugar: dragona de Gualeguaychú.