Tardecitas de mi chacra

“Ni esclavitud retórica ni indisciplina vana.

Dejad que la poesía surja de buena gana,

como si fuera un poco la luz de la mañana,

al compás de la obligada respiración humana” Ponferrada

Tardecitas de mi chacra:

ya no cabéis en el tiempo,

y, siendo yo luz y barro,

¿os guardaré en mi silencio?

Tardecitas que volvéis

por los caminos del verso,

crujiendo en las hojas secas

de mi tristísimo invierno.

Tardecitas: me encontráis

cuando estoy anocheciendo.

Me agrando frente a la vida

cuando me alumbra el recuerdo.

En cada puesta de sol

yo soy como un árbol viejo

que prolonga al porvenir

la sombra de sus renuevos.

Y si ya no tengo flores

tendré algún nido de horneros,

y yo también haré Patria

con el ala y con el pétalo.

Tardecitas de mi chacra:

¡cómo alumbráis mi sendero!,

ya no hacen sombra en el alma

los crepúsculos de adentro.

Ayer, un interrogante,

hoy, resplandores de Cielo.

Siempre horizontes y estrellas.

Siempre carne y pensamiento.

Siempre angustias de banderas

que no caben en el cuerpo.

Siempre angustia de vacío

y siempre mirar más lejos.

Vuelvo a tener ocho años,

los dos ojos bien abiertos.

El alma en todas las cosas.

Dios en el alma, yo en verso.

Era el sol aprisionado

en un charquito travieso.

Era un abrazo de nubes

entre la tierra y el cielo.

Era un diapasón de ramas

templadas por el pampero.

Era una voz que sabía

poner música al silencio

y traducir el terruño

en gemidos de boyeros,

chamarritas de calandrias,

vidalas de benteveos,

bordonear de cardenales...,

el alma del pago viejo

en cada grito con alas

y en cada terrón con pétalos.

En la cuna del ocaso

hoy he nacido de nuevo.

Horizonte a discreción

de carne y de pensamiento.

Caminos que vuelven solos

como jaurías, huyendo

de la noche inexorable;

alambrados extranjeros

que envinchan de porvenir

la frente gaucha del tiempo.

Polvaredas y balidos

sobre un blanquear de corderos.

Vuelven rítmicas las vacas

rumiando el postrer reflejo.

Retozones terneritos

discuten campo a los perros

y hacen pedazos la sombra

del crepúsculo en el trébol.

Un “paráiso” con gallinas

aplaude el viejo cortejo.

Alguna airada lechuza

impone presto silencio.

Están apedreando el día

los alertas de los teros.

Los sauces peinan la luz

con tremante desconsuelo.

Se cuadran fieros los talas

enastando los reflejos

como para atropellar

en carga de montoneros

a la noche que se viene

erizada de misterios.

Murmuran las cina-cinas

de los pirinchos ingenuos

que vainillan de preguntas

el poncho gris del silencio.

Y ya vuelven mis hermanos,

bajo la noche los veo.

Vuelven los brazos cansados,

vuelven los rostros contentos,

vuelven las almas flotando

en el sudor y en el rezo.

Un silbido cariñoso

hace astillas el silencio.

Tropel. Nombres de caballos.

Bufidos. Tascar de frenos.

Ruedas que están preguntando

a los grillos el sendero.

Alguna estrella se baja

hasta las rejas de acero:

un contrapunto de vida

entre la tierra y el Cielo.

Oscuridad. Y mi vida,

que es sólo irradiar lo Eterno,

se vuelve a Dios: ansiedad

de carne y de pensamiento.

Mi interrogante es un ancla

prendida al primer lucero.

Se siente pasar a Dios

en el ansia de ser buenos.

Se siente el peso del mundo

en el derrumbe del sueño.

Irradiante procesión

que hoy desfila por adentro;

al resplandor de la hornalla

despierta el día de nuevo,

una epopeya de surcos,

de balidos y de trébol.

Pinta el fogón esos rostros

tan curtidos y tan serios

que carecen estallar

con la vida que hay por dentro.

Milagros de la oración:

las melgas se vuelven rezos.

Blandas idas y venidas

sobre un Rosario de dedos.

Los hombres se vuelven tierra,

la tierra se vuelve Cielo.

Tardecitas de mi chacra:

mi noche está amaneciendo.

Pbro. Luis Jeannot Sueyro

"Los versos del Cura Gaucho"

El Cura Gaucho