Dos Astilleros y una Rambla

El astillero de Giusto, antes de su actual ubicación y que diera lugar a la construcción de la costanera norte, estaba emplazado en el nacimiento de la calle 25 de Mayo a orillas del río.

La navegación tenía enorme importancia y se realizaba en su mayor proporción mediante barcos de vela, que unían la ciudad en viajes directos a Montevideo y Buenos Aires principalmente, de aquí que contábase en ese tiempo con el astillero de Giusto sino también con el de Izzeta.

El primero de los nombrados, en su primitivo emplazamiento, estaba compuesto de una casa de planta baja y un primer piso, muy amplia de ladrillos colorados y de muy buena construcción.

Formaba esquina con 25 de Mayo y otra calleja breve e innominada y precisamente la calle 25 de Mayo ya mencionada nacía a las puertas del varadero.

A las puertas del astillero, recostada sobre la margen del río se encontraba una pequeña plazoleta alambrada y con un molinete que impedía que los equinos sueltos entrasen a pastar.

A la vera del río una empalizada impedía el desmoronamiento de la costa y concluía con un pequeño muelle de tablas rematada por la clásica escalera que se hunde en el río.

Algunas canoas amarradas, dormidas permanecían al aguardo de sus dueños o de un ocasional usuario.

Se destacaban tres canteros altos bordeados de pasto en sus taludes y en el central, que era circular, una palmera baja y corpulenta y en los dos laterales, de forma triangular equidistantes del central ergianse sendas palmeras esbeltas y más altas.

Esta plazoleta recibía poco de los rayos solares, dado que aparte de las palmeras, gran cantidad de sauces llorones y otras especies, formaban un espeso velo que mantenían húmeda y verdinegra la tierra de sus breves senderos.

Bancos de tablas, pintados de rojo, completaban aquella recoleta y apacible estampa. 

Se llamaba " LA RAMBLA ". Paseo de los días domingo, las tardecitas soleadas, de los días fríos y preferido en el estío durante las últimas horas de la tarde y el comienzo de la noche.

Detrás mismo de la rambla comenzaban las rampas del astillero multicolorido, con la presencia de los barcos en construcción o reparación cuyas pinturas de vivos matices evocaban más que un cuadro de Quinquela, un pedazo de tierra genovesa.

El astillero todo trasuntaba actividad, trabajo, el chirrido de las máquinas de vapor, las sierras y las garlopas, los cabrestantes en acción, el incesante martilleo de los calafates y las voces de innumerables operarios que deambulaban de un trabajo a otro entre el golpear de los tablones.

Una alta torre de madera, portante de una pluma, servía para la extracción de la arena que se iba sacando de grandes chatas de madera hundidas por la carga hasta los botazos.

La venta de arena era otro de los negocios del astillero.

Pasando la rambla y yendo al sur, la costa baja se prolongaba a la altura de las hoy calle Bolívar, había una bajada que conducía a la segunda balsa de cruce del río, ya que la primera se encontraba a la altura del astillero Giusto y próximo a la calle Gervasio Méndez estaba emplazado otro astillero no menos importante que el primero descrito, el de Izzeta.

Poco tiempo más tarde, la navegación de vapor y los cascos de hierro junto con la transformación de los viejos pailebots, en barcos de motor, modificando las condiciones que habían permitido una vida tan activa a los astilleros de la rivera, y la incorporación del hierro a la construcción naval, determinó la obsolescencia de los primitivos métodos y así vimos desaparecer el astillero de Izzeta y posteriormente el de Giusto.

De esos tiempos quizá lo único que quede, en las postrimerías de este siglo veinte, sean anguileras, una vieja rampa, quietos, silentes ya, quizá a la espera de un nuevo día, que nunca llegará.

CRÓNICAS INFORMALES

Carlos Lisandro Daneri

Gualeguaychú – Año 1998

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