Durante el segundo cuarto del siglo XX, el Café España fue uno de los lugares frecuentados de Gualeguaychú. El bar nació a la luz del Teatro Gualeguaychú, luego que Don Mariano Tresols, español y Don Rogelio Bargas, nacido en estas tierras, pensaron que podía trabajarse bien en los intervalos del cine, entonces en época de oro. Pero la aventura comercial fue mucho más allá: el Café ubicado en calle Suipacha (hoy Perón) al 40, entre 25 de Mayo y Urquiza, se convirtió en un pequeño club, un sitio de excelente atención, mercadería de reconocida calidad y selecta clientela. Intentemos, con pasos de recuerdo, compartir algunos momentos en ese Café que supo lograr, en sus 23 años de vida, un encanto casi legendario, un misterioso atractivo.
Don MarianoTresols había nacido en Barcelona, España, donde se casó con Elvira Badía. El matrimonio europeo llegó a la Argentina en 1910, recalando inicialmente en Colón, donde el hombre encontró trabajo en lo suyo: era forjador artístico del hierro. Más tarde arribó a Gualeguaychú, donde tomó contacto con los Boggiano.
El simpático catalán, que como tantos otros en su tiempo buscó respuestas en América, unió sus sueños con el esposo de su hija Mercedes, el joven y emprendedor Rogelio Bargas, para abrir el 25 de setiembre de 1925 el Café con cuyo nombre recordó a la Madre Patria.
La idea de instalar un local a metros del Teatro, no pudo ser mejor: antes de lo que esperaban, el Café se convirtió en un éxito comercial,
De mañana llegaban estudiantes, al mediodía matrimonios, de tarde los solteros y de noche los hombres. A ellos se sumaban quienes salían del Teatro e incluso los policías que andaban de ronda, que ataban su caballo sobre Suipacha, tras arribar silbando por la calle empedrada, frente a donde medio siglo después otros hombres construirían la cochera del edificio Guini.
Don Mariano atendía junto a su señora y a Rogelio, hombre que ya había trabajado en hoteles y conocía el tema. Los hijos de Rogelio Bargas y Mercedes Tresols, Mercedes Florencia y Rogelio Oscar, nacidos en ese universo de mesas, ayudaron en la actividad a poco de caminar. También participaba en la tarea Mercedes Tresols de Bargas, quien lógicamente después descuidó su oficio de prolija modista.
El Café, pronto demostró que ofrecía mercadería y algo más.
Los sandwiches de Rogelio Bargas consiguieron un reconocimiento popular. Las estanterías se mostraban repletas de bombones y licores. Los helados eran artesanales, fabricados por ellos mismos a manivela en las pequeñas piezas del fondo. Vinos finos y chopps, también hacían las delicias; ya de quienes concurrían, ya de quienes efectuaban pedidos, puesto que también se trabajaba por encargo, para grandes reuniones. No fue sólo una la vez que la noche descubrió a Don Rogelio preparando dos mil sandwiches.
A ello se agregaba la presencia de billares y mesas para el truco, el mus, dados, ajedrez y otros juegos y un amplio patio en medio del Café, entre la sala de atención al público y la cocina.
“No tengo” solía contestar, parco, Don Rogelio cuando alguien interrumpía la fabricación de sandwiches con algún pedido. Pero más que "descortés", era un enamorado de su oficio.
"Machito", como lo nombraban sus numerosos amigos, hizo de la atención la principal oferta para el cliente. Tan común era la amistad allí, que a nadie sorprendió que en 1943 ganara la lotería compartida con dos habitúes: Vela y Villar.
Los parroquianos llegaban a toda hora y casi, podía tomarse asistencia. El Café España era el lugar de encuentro para el juego, para mirar a una chica que pasaba, para compartir en familia, para discutir los principales hechos de la política y para disfrutar los deliciosos sandwiches de Rogelio, la belleza simple de un submarino o las exquisitas masas que se compraban a los Pomés...
Sixto Vela, Fernando Landó, los Grané, Manuel Portela, Pedro R. Bachini, Pompeyo Haedo, Francisco Troise, Pablo Rossi, Pablo Tack, David Angelini, Julio C. Burlando, Patín y Pacho Irigoyen, los Méndez Casariego, Ladislao García, Héctor M. Franchini, Reynaldo Villar, Carlos Etchegoyen, Héctor Massaferro, Pablo Bendrich, Clemente Rizzo, Alberto Alazard, Héctor Caballero, los Guastavino, Mateo Dumón Quesada, José María Bértora, Pebete Daneri, Osías Salzman, Carlos Rossi, Enrique y Tomas Betolaza, Alfredo y Abel Garbino, Tito Elgue, Enrique A. Darchez, Roberto Inda, Nicolás Montana, Juan Etchevarne, Agustín Courtet y no pocos redactores de EL ARGENTINO, intendentes, comerciantes, empresarios, profesionales, estudiantes, eran algunos de los elegantes habitúes del bar. Y también las damas, en la vereda, consumiendo helados, sandwiches o “masitas”.
Podría decirse que la gente más conocida de Gualeguaychú antes de que el siglo llegara a la mitad, frecuentaba ese espacio selecto de la calle Suipacha. Y ni la lluvia ni los truenos detenían a los fanáticos del ya legendario Café España.
La puerta se abría de mañana: había que dar el desayuno.
Primeramente, el café se hizo con una vieja máquina y después se incorporó la Express.
¿Cuántas horas estaba abierto el Café? No menos de 15.
"Nosotros nacimos allí. Cuando yo gateaba, me ponían en un cajoncito de madera, en un rincón, a metros de las mesas. Cuando muchachos, considerábamos casi maldita esa vida de esclavitud. Había bailes de carnaval, y nosotros teníamos que enmantecar. Había una fiesta, y debíamos preparar los helados... La vida pasaba por un costado para quienes trabajábamos allí, estaba en la calle o en los comentarios que escuchábamos..." recuerda Rogelio Oscar, hijo de "Machito".
De noche, cuando se iban los últimos clientes, Don Mariano Tresols limpiaba con tizas las cucharitas, azucareras y teteras, dejando listo todo para el día siguiente.
La magia duró casi 23 años y encontró el final.
Él ajetreo cansó a Don Rogelio, su mujer y sus hijos, quienes decidieron trasladarse a la esquina de Urquiza y abrir la Casa España, no ya un pintoresco y familiar bar, sino un negocio sólo de venta.
Acaso el ritmo del éxito obligó a dar un paso mezclado de dolor y alivio.
Descendió la cortina por última vez una noche de mayo de 1948. Al año siguiente murió Don Mariano Tresols, quizás sintiendo que ya había cumplido su misión. Don Rogelio se despediría treinta años después de la vida.
Pero, más allá de esos recuerdos precisos, vale rescatar que el Café fue en su tiempo una institución, un punto de encuentro obligado.
Por ejemplo, nació allí, en las primeras charlas informales, lo que es el Club Neptunia.
Fue el lugar que por más de veinte años no tuvo domingos.
Allí, por caso, llegó una mañana Don Marcelo T. de Alvear acompañado por Carlos Etchegoyen. que dirigía el diario “La Verdad”. También Niní Marshall con Juan Carlos Thorry, como así otros famosos artistas.
Fue el lugar para la diversión, el paladar y la amistad.
Con sus mesas rectangulares y sus trabajadas sillas, fue una espacio para combinar la broma y el respeto.
Fue una fiesta cada día.
Quedó todo eso y mucho más. Permanecen la sonrisa de Don Mariano y su peinado perfecto, parece volver Doña Mercedes con un fuentón atestado de milanesas mientras algunos hombres juegan al billar cuidando que no les roben el taco.
Y parece ocupado todavía Don Rogelio, de camisa blanca y moño, preparando los sándwiches mientras algunos chiquilines juegan en el amplio patio y dos policías llegan a caballo conversando por la calle empedrada.