La ciudad de los espíritus

Personajes históricos o legendarios, que reencarnan en mitos locales, pero también presencias espectrales inquietantes. Este conjunto fantástico pervive en relatos e historias sugestivas que pintan una Gualeguaychú secreta y fantasmagórica. 

Gualeguaychú tiene un costado enigmático, que se expresa en leyendas, mitos e historias de fantasmas. ¿Pura fantasía popular para lidiar con lo desconocido? ¿O fenómenos paranormales a los que cabe darles crédito? Una mirada esotérica nos descubre una ciudad sorprendente. 

Autor: Marcelo Lorenzo

El lado fantasmal de la ciudad, a través de relatos que perduran en la memoria 

Gualeguaychú, al igual que otros enclaves humanos, tiene un costado esotérico (en el sentido de oculto). La existencia de relatos sobre fenómenos que se hallan en los márgenes de lo normal (paranormal), ofrecen una imagen misteriosa de la ciudad fundada por Tomás de Rocamora

Se trata de narraciones fantasmagóricas que han capturan la imaginación de la gente local, asociadas a crímenes violentos, sucesos inexplicables, lugares emblemáticos, edificios antiguos o eventos históricos. 

Estas “leyendas” se transmiten oralmente a lo largo del tiempo y combinan elementos de la realidad con elementos fantásticos o imaginarios. 

Por lo general, están arraigadas en la cultura y la historia de un lugar o una comunidad particular. 

Pueden estar basadas en hechos reales o en personajes históricos, pero suelen estar adornadas con elementos míticos o sobrenaturales que les otorgan un carácter mágico. 

A medida que se transmiten de generación en generación, es común que estas narraciones se modifiquen o evolucionen, adaptándose a las circunstancias y creencias de la época. 

Es importante destacar que no tienen la misma veracidad que los hechos históricos verificables. A menudo, se consideran formas de folklore y tienen un propósito cultural. 

Tras varios años de abandono el Frigorífico Gualeguaychú fue fuente de historias fantasmagóricas 

La leyenda que rodea a la Azotea de Lapalma, ubicada en calles Jujuy y San Luis, es quizá la más conocida de Gualeguaychú. A partir de algunos sucesos trágicos, ocurridos en el siglo XIX, se creó una atmósfera de misterio, se comenzaron a contar historias sobre apariciones fantasmales y sucesos inexplicables en la casa. 

La niña que murió de amor 

Se cree que la silueta de la joven Isabel Frutos, vestida de blanco, todavía se pasea por piso superior de esta casona de 1830. Lo hace lamentándose por su mala fortuna en el amor, suceso que acabó con su vida. 

Isabel Frutos Carmona fue una joven gualeguaychuense de mediados del siglo XIX, criada en el seno de una familia burguesa y rodeada de hermanos, criados y parientes. 

De acuerdo a la tradición oral, Isabel protagonizó un intenso drama sentimental que conmovió a la sociedad local de la época. Siendo adolescente, se enamoró perdidamente un joven correntino, modesto empleado de comercio. 

Pero dicha relación, entre una niña de la más alta sociedad y un simple jornalero era inaceptable. Los planes de matrimonio de la pareja colisionaron con la negativa rotunda de los Frutos Carmona

Los padres de Isabel decidieron entonces separar a los enamorados y enviaron a la joven a vivir con su tía Martina en la casona de los Lapalma, ubicada en la zona de chacras. 

Lejos de sus hermanos y con la imposibilidad de llevar adelante su romance, Isabel decidió dejarse morir. Sin poder vivir su historia de amor entró en una profunda depresión, negándose a comer y a beber. Así, el 26 de febrero de 1856, a los 19 años, Isabel “muere de amor”. 

El joven enamorado de Isabel, en tanto, regresó a su Corrientes natal donde formó una familia y logró ser un hombre muy destacado en el ámbito político. Enterado del destino de Isabel, las crónicas de la época cuentan que le escribió cartas a la madre de ella durante el resto su vida. 

Por aquel entonces, también se encontraba en la Azotea el joven Olegario V. Andrade quien, huérfano desde hacía mucho muy poco tiempo, había sido recogido junto a sus hermanos por el matrimonio Lapalma Carmona, del cual era pariente lejano. 

Representación del espíritu de Isabel Frutos en el interior de la Azotea

Se cuenta que Olegario compartió de cerca los más desdichados días de Isabel, como un entrañable amigo. Ante el dolor que le produjo la partida de la joven, el poeta escribió un reconocido responso lírico, lo que contribuyó a agigantar aún más la historia trágica de Isabel en la memoria lugareña. 

Cual luz fugitiva que cruza la esfera, cual rosa marchita del viento al nacer, así se concluye tu triste carrera, mi joven amiga, mi tierna Isabel. Ayer, de la vida la imagen dorada -cediendo al impulso de cándido amormiraste brillante, y al mundo lanzada tu cáliz abriste, simbólica flor. Más pronto el destino, borrando inclemente los sueños sublimes de mágico edén dejó que bañase con llanto ferviente, mi joven amiga, tu pálida sien (…)”. 

Sin bien fue gracias a este suceso que comenzó la leyenda de la Azotea, cabe recordar que esta casona sufrió el saqueo de Garibaldi en 1845, siendo una de las más perjudicadas por las acciones de pillaje del italiano. 

Pero ahí no acaban las tragedias que rodean a este mítico enclave, cuyos muros guardan otros tétricos secretos. Se dice que el fantasma de una mujer vestida de blanco que se pasea llorando por sus balcones, podría ser acaso el de la “dulce Rosita”. 

Sobrina de Isabel, Rosa cuidaba a su hermana María, que sufría una enfermedad psiquiátrica. La acompañó en su insomnio y en su encierro. En este entorno Pedro, hermano de ambas, decidió poner fin a sus días, suicidándose de un disparo en la cabeza. 

Los relatos cuentan que cuando María falleció, Rosa decidió no tener contacto con nadie y se abandonó por completo. Fue la última habitante de la gran casona, pasando 30 años enclaustrada en la planta alta de la Azotea. Sólo recibía las cartas de sus sobrinos, uno de los cuales, Lilo, le alcanzaba una vianda con comida cada día.

Hallazgo macabro en el castillo del río 

Una de las casas más emblemáticas de Gualeguaychú -que se utiliza como postal turística- es el “castillo del río”, construida en la Isla Libertad a fines de la década de 1920. 

Resulta que, en esta bella e icónica construcción, que se encuentra frente al puerto, se produjo una muerte violenta alrededor de la cual se tejen historias de fantasmas. 

La dueña del castillo era María Eloísa D'Elía, profesora de dibujo y pintura en el Colegio Nacional y la Escuela Normal, quien vivía allí con su esposo José Sala Hernández y sus hijos Rafael y José. 

Se cuenta que “Pepito”, como apodaban a José, vivió encerrado en el castillo porque padecía de hidrocefalia, falleciendo a la edad de 14 años. 

El mítico Castillo de la Isla guarda secretos trágicos 

La historia de la familia dio un giro abrupto en una mañana de domingo de 1935, cuando apareció degollada en una de las habitaciones la empleada doméstica del castillo, de nombre Blanca Sosa, de 25 años de edad. 

El lúgubre hallazgo tuvo como protagonista a un joven lechero, “LoteHeredia, quien esa mañana no encontró el recipiente que diariamente dejaba Blanca en la puerta. 

Motivado por la curiosidad, el lechero se asomó a una ventana de la planta baja y se encontró con un cuadro de horror: el cadáver de la chica yacía sobre la cama en medio de un charco de sangre, que se extendía en salpicaduras en las paredes. 

El cadáver mostraba una profunda herida cortante en el cuello: había sido degollada. Pero lo más inquietante es que la puerta y la ventana de la habitación donde fue encontrado el cuerpo estaban cerradas del lado de adentro (por lo que hubo que forzar la puerta para ingresar). 

Por tales circunstancias, y a falta de elementos de juicio que sugiriesen un asesinato, en una época donde no existía la policía científica, la causa judicial se archivó como suicidio o muerte dudosa. 

Como sea, la historia nunca cerró a nivel local. Las salpicaduras de sangre en la pared revelaban la violencia del hecho, lo que generó la pregunta inevitable ¿cómo alguien se suicida degollándose

Desde entonces, innumerables fueron las historias que comenzaron a relatarse respecto al “alma en pena” de Blanca Sosa, sobre todo cuando los propietarios abandonaron la finca, quedando deshabitada. 

Las historias de fantasmas cobraron énfasis y difusión en 1960, luego de la gran creciente del río, cuando María Eloísa y su familia dejaron el castillo para irse a vivir a Buenos Aires. 

Las versiones eran variopintas: ruidos misteriosos de cadena por las noches o en días de tormenta, muebles que se movían, objetos que cambiaban de lugar. Incluso algunos aseguran haber escuchado los quejidos del alma en pena de la pobre Blanca Sosa, reclamando justicia desde el más allá. 

Otros dicen haber visto "una dama de blanco" asomándose por las ventanas del castillo, deambulando por los alrededores o incluso sobre el agua, eventos paranormales que han alimentado el misterio que rodea al célebre enclave de la Isla Libertad

Otros relatos fantásticos 

En Gualeguaychú existe otras narraciones fantasmagóricas, relativas a apariciones de espectros y sucesos inexplicables que afectan a lugares emblemáticos y a edificios antiguos. 

Como se sabe, la naturaleza enigmática de una ciudad puede ser atractiva para los turistas y también puede ser un tema popular en el folclore local. De ahí el carácter atractivo de estas narraciones, que se trasmiten de boca en boca. 

Una historia extraña se cuenta, por ejemplo, alrededor de una céntrica propiedad de calle 25 de Mayo, una casa que perteneció a la familia Altuna

Se dice que una mujer se hamacaba en la trastienda de la casa, cantaba sola y, cuando advertía la presencia de un cuidador, se le acercaba molesta y lo increpaba porque estaba usurpando su morada. 

Otro relato tiene como escenario al Instituto Magnasco. Antes de que la institución tuviera un sistema de alarma contra robos, había guardia policial en el lugar. 

Al parecer, los hombres de seguridad pidieron a sus jefes cuidar el edificio desde el lado de afuera. Y esto porque, más de uno escuchó que en el primer piso sonaban las teclas de una máquina de escribir durante la noche. 

Cada vez que los uniformados iban a ver qué pasaba, todo quedaba en silencio. Como si el espíritu que jugaba con las teclas, en una de las salas de arriba, desapareciera de repente. Pero, pasados los controles, las teclas de la máquina de escribir volvían a sonar. ¿Quién habrá sido el misterioso escribiente del Magnasco

En algunos colegios de la ciudad circulan versiones de movimientos extraños durante la noche, según los relatos. En la comunidad educativa de la Escuela Normal “Olegario V. Andrade” (ENOVA), por caso, existe la versión de que, durante un tiempo, en las frías noches de invierno, un piano sonaba en el salón de actos del colegio. 

En el Colegio Nacional “Luis Clavarino”, en tanto, surgieron historia sobre el “fantasma del palacio”, tras circular una fotografía tomada en el subsuelo del Palacio Clavarino -que forma parte del establecimiento educativo-, en la que se observa una extraña silueta. 

Los viejos aljibes en la Jefatura de Policía han despertado la curiosidad de investigadores y amantes de los misterioso 

Además, personal antiguo del establecimiento atestiguó haber sentido una presencia sobrenatural en las dependencias del mentado subsuelo. 

No menos turbadoras resultan las historias de fantasmas del Frigorífico Gualeguaychú. Muchas historias se cuentan en torno a esta gran construcción, que de hecho ha sido el escenario de un documental en “busca de fantasmas y actividad paranormal”. 

Por su parte, alrededor de la Jefatura de Policía, existen historias de apariciones y fenómenos inexplicables. Un velo de misterio cubre estas antiguas instalaciones y es tierra fértil para distintas historias del más allá, como aquella que refiere que donde estuvo la Comandancia todavía se escuchan gritos desgarradores provenientes de ominosos calabozos. 

Con el tiempo, al investigarse el sitio en búsqueda de antiguos túneles que conectaban la comandancia con la iglesia y el cabildo, en el centro cívico de la ciudad, se concluyó que no existían mazmorras subterráneas sino viejos aljibes y pozos sépticos. 

Conforme a testimonios de ex funcionarios policiales de mediados del siglo XX, estos aljibes podrían haber sido usados en algunas oportunidades como celdas de castigo en el período comprendido entre 1930 y 1945. 

Seres que retornan del más allá

El término fantasma proviene del griego y significa “aparición”. Está presente en el folclore de muchas culturas y alude a espíritus o almas errantes o en pena de seres muertos, o seres del plano espiritual, que se manifiestan entre los vivos de forma perceptible. 

Se introducen en lugares con los cuales presentan un vínculo, tales como los que frecuentaban en vida, o en asociación con sus personas cercanas, en el caso de las almas de los fallecidos. 

Un alma o ánima en pena es una figura recurrente en numerosas leyendas o creencias rurales. Se caracteriza por ser un espíritu o fantasma del alma de una persona, que después de morir, vaga sin descanso. 

Mientras las “almas en pena” permanecen involuntariamente en el plano real, existen las “ánimas errantes”, que según algunas tradiciones son fantasmas que no logran salir de este plano existencial después de la muerte, quedándose así en el mundo de los vivos, generalmente reducidos a una simple “sombra” espiritual. 

También existen las “almas mensajeras”, que son aquellas a las que se les ha permitido volver del “más allá” y aparecer en el mundo de los vivos con el objetivo de despedirse o de entregar un mensaje a los vivos. 

Revista Semanario Nº 137 - Septiembre 2023 - Dirección Periodística: Rubén H. Skubij

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