CENSO DE 1825 EN GUALEGUAYCHÚ
El Censo ordenado por el gobernador Sola nos posibilita conocer, nombre, apellido, color de la piel, lugar de nacimiento, edad, años de radicación en ésta, si era libre o esclavo, si fue vacunado y en escaso número su ocupación o trabajo. De ello pueden deducirse conclusiones ciertas e interesantes.
Los apellidos son los de sus dueños, de los que usaban uno: Los de Juan Esteban Díaz, eran Días; los de García de Zúñiga, García; los de García Petisco eran Petisco; los de Melgar Pérez, eran Melgar. Lo que debió ser costumbre en el pueblo, para identificarlos, se agregó el nombre que también fue impuesto por los dueños al bautizar al negro que así pasaba a ser cristiano y participar de los rezos guiados por sus patrones blancos, a ciertas horas del día.
Otros apellidos de nuestros negros lo demuestran abultadamente: Basavilbaso, Zorrilla, Nadal, Nievas, Crespo, Lacunza, Mosqueyra, Lamego, Dominguez, etc.
Si bien el negro de nuestra zona, originario de Guinea, Angola, Congo, Mozambique, Minas… tenía su religión, se incorporó o fue incorporado, como en todas sus manifestaciones a las formas de su amo pero puso de sí su carga cultural. Buscó como motivo de su devoción a santos de su color. También consideraba a algunos, “santos de gente rica”
En Buenos Aires es bien sabido rindió culto a San Benito, San Baltasar. Ogún, dios guerrero africano, fue personificado en San Jorge. De la misma forma, el negro de fuerte espíritu religioso asimiló el culto católico, poniendo en sus ofrendas elementos que contenían la expresión de su gusto, de ahí que llegó a decirse, significando lo recargado en colores y adornos, “como retablo de San Benito”.
Por los años de 1950, se refería en Gualeguaychú sobre procesiones que hacían en calle San José al norte con alguna imagen de santos que pertenecían a alguna mulata vieja y de cuyo hogar salía y al que volvía acompañada por un grupo de vecinos.
Según los negros fueron consiguiendo su libertad – la que siempre fue demorada con respecto a las leyes que otorgaban derechos- se afincaron en terrenos que compraban en lo que entonces eran los suburbios. La zona norte, fue especialmente elegida para levantar sus ranchos desde donde seguían asistiendo en las tareas domésticas a los que fueron sus amos, los hijos y nietos de aquellos.
Muchos de los esclavos, luego de libres, con un derecho que no sabían manejar por sus tantos años de sumisión, volvieron a vivir en la casa de sus antiguos dueños hasta morir. Mantuvieron un amor y fidelidad que trasmitieron a sus hijos, perdurando una relación especial que nuestra ciudad vivió y que más que perderse, se imbricó en la que construyó nuestra forma de ser.
Prometemos, en notas siguientes, abundar en un tema como la coexistencia con los negros: la compra y venta de los esclavos en nuestra Villa, su participación en el trabajo, en las guerras; lo que hicieron tan ampliamente, recibiendo tan poco.
Porque son ellos, los hombres de color, los que han dejado los huesos y su sangre en los campos de Ituzaingó y Chacabuco, a fin de tener esta patria, esta bandera, esta libertad, esta dignidad, que tenemos todos, menos ellos. Pobres hombres de color. Ellos lo han hecho todo, y ni siquiera las puertas del teatro y del café se les abren para gozar un instante de la paz que ellos nos han conquistado (4)