La Confitería París

Un recuerdo para la confitería París

Autor: Mario Fischer

Local donde funcionaría la "Confitería París" en calle 25 de Mayo Nº 781. La fotografía es anterior, cuando la vieja Confitería “Tutankamón” había renacido en el desaparecido “Cine Moderno”.

Según contaban sus parroquianos, al Copetín al Paso lo consideraban la Catedral del Humor, porque ese lugar era una verdadera usina generadora de inspiración para asignar sobrenombres geniales, organizar cargadas inolvidables, urdir tramas increíblemente jocosas y hasta planificar y ejecutar situaciones desopilantes, con importante despliegue de recursos logísticos.

Del mismo modo, para gran parte de quienes la frecuentamos en nuestros años dorados (fundamentalmente la década de los 60) la confitería París fue la catedral del romanticismo sentimental. La confitería bailable era algo propio de esa época, que después dejó de existir y fue reemplazada por dos opciones diferenciadas: la confitería de estar por un lado y por el otro, los lugares bailables que pasaron a ser denominados discotecas, boliches, etc.

La concurrencia de la París era tan amplia y diversa que los adolescentes alternábamos con los jóvenes, con los adultos y hasta con los que hoy definimos como de tercera edad, que también iban a disfrutar de una noche agradable, aunque muchos de ellos no bailaran. En ese ambiente plural nunca nadie se sintió incómodo por su edad o por su condición social y ni los propietarios de la confitería ni ningún grupo etario tuvieron alguna actitud excluyente respecto de quienes concurríamos. Todos compartíamos en igualdad de condiciones, y de hecho, al baile lo iniciábamos indistintamente los adolescentes, los jóvenes o los adultos, según la música que estuvieran pasando al momento de tomar la iniciativa.

Quienes no íbamos en pareja, una vez elegida la chica con quien queríamos bailar, la mirábamos y cuando ella lo advertía, le hacíamos un discreto cabeceo. Antigüedad ya desusada pero que en aquel modo de comportamiento social aseguraba que tanto el dar como el recibir una respuesta negativa fuera algo que quedaba sólo entre los dos. A no ser que algún otro interesado en bailar con la chica hubiera observado la situación y sintiera renovada su chance.

Con perfecto timing, el experimentado disc jockey nos brindaba un bloque musical diferente a cada segmento de la concurrencia, de modo que todos pudiéramos disfrutar y bailar nuestro género preferido. Los discos eran de pasta o vinilo, simples, dobles o long play y se reproducían a dos bandejas para lograr el moderno efecto enganche.  Se hizo tradición que a las 24 en punto comenzara la parte romántica, generalmente con el repertorio de la maravillosa orquesta Serenata Tropical. Y en ese momento, el mundo se venía abajo.

Con su buen olfato, el disc jockey detectaba temas que a poco se convertían en los hits de aquellos tiempos. Y entre ellos, algunos quedaron registrados como clásicos universales,  más allá, por supuesto, de las tendencias de época. Era usual que los viernes, sábados, domingos y feriados, a la tardecita, la París ubicara un parlante en la puerta para ir “creando ambiente” ante quienes pasaban a pie o en auto, o los primeros asistentes que en primavera-verano se sentaban a “hacer tiempo” junto a las mesitas de copetín, sobre la vereda o la calle. Entre aquellos inolvidables hits que la París difundió por ese parlante exterior, recuerdo No tengo edad para amarte, La Casa del sol naciente, Venecia sin ti, Tema de Lara (ó En algún lugar mi amor, melodía central de la película Dr. Zhivago).

Aviso publicitario de la Confitería París

Para las noches de verano, la confitería se reservaba un recurso extraordinario, algo así como un “efecto especial”: abría el amplio sector corredizo del techo sobre la pista, de manera que las parejas, en el sentido más romántico de la expresión, bailábamos bajo las estrellas. Como aún no estaba generalizado el uso de acondicionadores de aire, los tradicionales ventiladores de techo y otros de pared refrescaban y renovaban el ambiente en combinación con extractores.

En la cara interior de la pared del frente, sobre la puerta de acceso, un reloj cucú pintado exhibía una leyenda en francés: “Pour l'homme heureux n'existe pas l'heure” (“Para el hombre feliz no existe la hora”.) Y vaya si nos lo tomábamos en serio! Sobre todo porque los adolescentes de entonces sabíamos que podíamos regresar en forma tranquila y segura, solos, en pareja o entre amigos. Pero no obstante, había un límite difícil de trasponer: la hora que nuestros padres establecían para la vuelta a casa. Y en términos generales, cumplíamos con esa disposición. Por supuesto todos caminando, ya que hasta los dieciocho años no accedíamos al carnet de conductor y tampoco existían los actuales remises.

Un ingrediente que alimentaba el clima cordial que se disfrutaba en la París era la atención que los mozos le brindaban a los concurrentes. Y entre ellos, sin desmedro de nadie, permítanme recordar a Esteban Roldán, que conocía los lugares de preferencia de cada pareja o grupo habitué y hasta su hora de llegada. Siempre de buen humor, era muy correcto en el trato y especialmente gentil con las damas, a quienes solía dedicarles alguna cortesía al estilo de: buenas noches, princesas. ¿Qué se van a servir?  Y lo que se servía era una completísima gama de bebidas, guarniciones, picadas, sandwiches de miga, tostados, lomitos, exquisitas empanaditas de hojaldre en diferentes sabores y masas de confitería presentadas en una torre con tres pisos de bandejitas. 

Los adolescentes teníamos dos formas de hacer nuestra primera entrée a la París. Una era después de los actos y desfiles del 25 de Mayo o 9 de Julio, es decir, tipo once de la mañana. Gran cantidad de estudiantes secundarios llenábamos la confitería y con la música a full,  - como se dice ahora -  la seguíamos hasta bien entrada la tarde. La otra posibilidad la constituían los chocolates danzantes, organizados por diferentes cursos de estudiantes, como una forma de obtener recursos para el viaje de egresados. Era una matinée bailable, los días sábados o domingos y se extendía hasta que los propietarios de la confitería debían ponerle fin para poder organizar la atención en la noche. Los sentimientos iban y venían a través de los telegramas con vibrantes palabras de amor, pedidos de baile, reproches por abandono y todas las emociones que desbordaban nuestros corazones adolescentes.

También era frecuente que en las fechas de exámenes, (diciembre y marzo) los que aprobaban  – cualquiera fuera el horario, según el turno en que cursaban -  rumbearan a festejar a la París. Por supuesto, el comentario pasaba rápidamente de boca en boca y a la hora todos estábamos de festejo. Durante un tiempo, la confitería también ofreció domingos bailables estudiantiles, en horario vespertino, por razones obvias. Recuerdo que más de una vez, tipo diez de la noche, vimos aparecer a algún padre tratando con su presencia, de recordarle a su hijo o hija que se había cumplido el plazo reglamentario para la vuelta a casa.

La confitería París también incursionó en la presentación de espectáculos como una forma de corresponder a las expectativas de su público numeroso y diverso. Así fue que por su escenario desfilaron muchísimas orquestas locales de distinto género y figuras de nivel nacional. Entre las primeras, nuestras orquestas típicas, características, melódicas y modernas. Entre las segundas, Los Nocturnos.

Desfiles de moda y presentaciones promocionales completaban la cartelera de aquella trayectoria inolvidable de la confitería París, catedral de nuestro romanticismo sentimental. 

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