La Defensa De La Civilización

     Otra nota que caracterizaba a la Liga Patriótica era la presencia de su jefe, Manuel Carlés. Este había tenido ya una profusa vida pública, siempre exhibiendo una ideología ultra nacionalista. Fue interventor de Salta y San Juan durante los gobiernos radicales y profesor de Perón en el Colegio Militar de la Nación. 

     Es tan importante la presencia de Carlés en la organización de la Liga Patriótica que identificamos a esta con aquél inmediatamente. No solo la creó, sino que también la condujo y estimuló en todo el país, exaltando la bandera de la patria frente al “sucio trapo rojo” (que era enseña del socialismo y de otros sectores de obreros, y que sería protagonista, como lo veremos, de los hechos del 1º de mayo de 1921 en Gualeguaychú), y al hijo del país frente al extranjero apátrida y desarraigado. 

     Lo que hizo este hombre con su Liga Patriótica para detener el progreso de las ideas revolucionarias, principalmente en el campo, no tiene parangón. Fue –ha dicho Osvaldo Bayer- una verdadera obra de titán lo hecho por Manuel Carlés para combatir a socialistas y anarquistas en defensa de la tradición y la propiedad. El mismo autor señala con ironía que “Todos los que se beneficiaron con su obra han olvidado muy pronto lo que hizo Carlés enarbolando lo patriótico, lo nacional, la forma tradicional de vivir argentina, contra lo extranjerizante y la inmoralidad de las ideas socializantes¨. Bayer no exagera en sus comentarios sobre Carlés, ya que llegó a crear cerca de mil brigadas de la Liga Patriótica en todo el país. Cada una de estas abarcaba una ciudad, pueblo o estación y sus zonas rurales de influencia (por ejemplo brigada de Villaguay, de Talitas, de Gilbert). 

     La Liga estaba en general en todo el país formada en torno a propietarios, estancieros y latifundistas (quienes sin duda, hablando de intereses, se beneficiaban más con su accionar). Pero además nucleaba a empleados públicos, militares, marinos y policías. También pertenecían a ella los peones de los establecimientos. Un anciano alambrador nos contó que el había recibido órdenes de sus patrones de concurrir al acto que la Liga celebró en mayo de 1921 en Gualeguaychú, y que por no haber concurrido fue despedido de su trabajo al día siguiente.

     De la misma manera, la Liga Patriótica de Entre Ríos no estaba formada exclusivamente por terratenientes para la defensa de sus intereses económicos (sin perjuicio de que haya cumplido esta misión con suma eficacia). Es que si bien es cierto que la convocatoria de las clases altas a defender “lo nacional” fue hecha realmente para defender  la propiedad, no es menos cierto que muchas personas acudieron de buena fe y sin intereses  mezquinos ante tal convocatoria. 

     Uno de los puntos clave del discurso  de Carlés fue el tema de la mujer. Al hombre revolucionario le opuso la mujer, capaz de influir sobre su esposo para que no tome ciertas banderas revolucionarias. La estrategia discursiva estaba elaborada sobre una lectura de que la mujer desearía seguridad económica, velaría por el pellejo de su marido y naturalmente no querría que nada malo le suceda. Carlés utilizaba siempre una apelación a ella en sus discursos, buscando que el miedo, la cordura o el frío cálculo de esa mujer militase para su lado.

     Otra de las tareas de Carlés fue la organización de los “Obreros buenos”, como él los llamaba. Los socialistas los llamaban los “Patoteros de Carlés”, se trataba de grupos reclutados para neutralizar el efecto de las huelgas que los trabajadores hacían en ejercicio de sus legítimos derechos. De los cuadros de “Obreros buenos” salían los futuros capataces, y los reemplazantes de los huelguistas expulsados. Desde 1920 se realizaron congresos anuales de “trabajadores libres”, a los que concurrían delegados de todas las brigadas del país. Muchos representantes no eran realmente proletarios, ya que a los congresos acudían también estancieros y profesionales.

     La Liga Patriótica no quería quedarse sola en su lucha contra las ideas progresistas, es por ello que se encargaba de estimular a sus aliados. Periódicamente repartía premios y condecoraciones entre agentes de policía, pesquisas, bomberos, comisarios, soldados, suboficiales y oficiales del ejército y la marina.

     “El Censor” era un periódico gualeguaychuense vespertino de extracción conservadora, dirigido por Don Pedro Jurado. El 2 de mayo de 1921 destinó toda su primera página para el acto que la Liga había realizado en el Hipódromo local el día anterior. El centro de la página grita el titulo en gruesas letras negras: “El Grandioso Mitín de Ayer”. Los subtítulos, no menos destacados, dicen: “Significativa Demostración de Adhesión Patria” y “Veinticinco cuadras ocupadas con peatones y jinetes”. La primera plana 

omite comentarios sobre los trabajadores muertos y heridos, aunque se los realiza en el interior del diario. La redacción lamenta no poder ofrecer la mayoría de los discursos pronunciados por haber sido acaparados por los corresponsales porteños. Pero “El Censor” se quedó con el discurso que aquí interesa porque nos puede decir algo mas sobre cómo era la Liga Patriótica, el de Manuel Carlés (a quien sus rivales apodaban “el mulato”, haciendo burla de una paradojal falta de pureza en su sangre). Vamos a él y presten atención a sus palabras desde el comienzo:

“Señores trabajadores: el 1° de mayo de 1921 es la continuación del 1° de mayo de 1851. Con el mismo entusiasmo que nuestros abuelos proclamaron en esta tierra de bravos la libertad cívica, la Liga Patriótica Argentina proclamó la libertad del trabajo en el día de los trabajadores honestos de la Republica Argentina. Nuestra Liga Patriótica es el ejercito de los bien intencionados que se proponen coordinar todos los esfuerzos para conseguir el fin común de defender la Civilización Nacional contra los males que la rodean…”

Carlés plantea que lo que se celebra es el aniversario del Pronunciamiento de Urquiza y no (como lo hace la F.O.R.A.) el de la ejecución de los mártires de Chicago. Una ingeniosa determinación, vinculando el objeto declamado de su lucha, con el objeto real. 

     Hablar de libertad de trabajo, es para Carlés, hablar de obreros no organizados en sindicatos. Para su concepto, el obrero federado pierde su libertad, su voz y hasta su voto. Pero si bien el federado se ligaba al sindicato, el independiente quedaba en los hechos ligado al patrón. Solo tenía dos salidas,  ganarse su confianza formando una clase “privilegiada” entre los oprimidos, o permanecer pasivo y recibir con heroísmo y resignación las órdenes. 

     Carlés dice también que la Liga es un ejército, en sonora referencia a grupo de individuos armados. No olvidemos que en esos tiempos las armas de fuego era común. En los diarios abundaban las propagandas de los “colt”, y andar armado por las calles era moneda corriente. Tan común era ese uso de armas, que el diario publicaba los nombres de las personas que por orden policial han sido privadas de su portación.  En especial, para los festejos de mayo del ‘21 los liguistas concurrieron fuertemente armados. 

     Por otro lado, la disciplina y el verticalismo de liga son verdaderos remedos de un ejército. Entre las recomendaciones dirigidas a los presidentes de cada brigada por el Consejo Ejecutivo se dice que “…en cuestiones en que se planteen dudas se debe consultar de inmediato al Consejo antes de tomar cualquier decisión”. Con esto se aseguraba una unidad monolítica de criterios, propia de un régimen militar.

     Los jóvenes de la Liga se movilizaban a caballo y la infantería marchaba al paso en formación, con trajes tradicionales y portando banderas y estandartes azules y blancos. En determinadas ocasiones gustaban  ensayar pequeñas cargas al galope con la aparatosidad típica de las maniobras bélicas. Este militarismo en las filas liguistas se pone de manifiesto en otros párrafos del discurso que Carlés pronunció aquél día de mayo en el hipódromo: “… en el ejercito el comandante exclama subordinación y valor y la tropa responde para servir a la patria. Nosotros, Liga Patriótica, ejercito de la civilización argentina juramos abnegación y constancia para defender la civilización de la patria. Este juramento social es tan rígido como aquel juramento militar. No tolera complacencias ni admite claudicaciones. No consiente humanitarismos enfermizos que encubren apostasías a la fe nacional, porque la Patria de la Constitución ha definido el credo más humanitario. Nuestro emblema de combate [...] es esta escarapela de la Liga Patriótica que dice: el que no es amigo de la Liga Patriótica es mi enemigo y lo combatiré sin descanso ni cuartel”.

     Carlés define a la Liga Patriótica como “Ejercito de la Civilización”. Entiende por civilización el lema tradición-propiedad, de allí que conjugue la defensa de conservadores y terratenientes. No podemos pasar por alto que el país asiste al amanecer de un creciente militarismo que fuera promovido nada menos que por el intelectual insignia de aquellos años, Leopoldo Lugones, que en su discurso del 9 de diciembre de 1924 en Lima proclamó que había llegado “La Hora de la Espada”. 

     Lugones, que fuera en su juventud militante del más radicalizado socialismo, cambió después rotundamente su postura, y llegó a decir que prefería el gobierno de los mejores, y como los militares eran mejores que los civiles, solo aquellos debían regir los destinos de la Patria. El escritor tampoco aceptaba la presencia de los extranjeros que hicieran huelgas. 

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