Hacer historia es hablar de los pueblos, escribir sobre las batallas y las grandes fechas, revisar documentos, consultar convenios.
Incompleta sería la historia, sin la gente, sin el recuerdo hacia quienes ocuparon un sitio en su tiempo, arrancaron un aplauso, encendieron una sonrisa.
Ese, en dos párrafos, ha sido y es el espíritu de CUADERNOS, es y será el alma de estas páginas.
De allí entonces, que consideremos un reconocimiento el hecho de nombrar a Berta Dumón Quesada, una mujer aún camina estas calles con las mismas ganas con que lo hacía en su esplendor juvenil.
Es que ella fue, por años, la voz; esa voz que arrancó ovaciones, esa voz que supo entusiasmar teatros y salones, la que halló la magia necesaria para merecer la felicitación de los mejores
Profesores y el aplauso de selectos públicos.
Corría la década del treinta cuando Berta, con 18 años, se iniciaba en el coro Santa Cecilia, dirigido por el Padre Desiderio Moia.
- Señora, busque un buen profesor de canto para Berta, que tiene las mejores condiciones - diría el sacerdote a la madre de la chica a poco de escucharla.
No mucho tiempo después, fue al Colegio de la Misericordia, en Buenos Aires, donde una profesora le tomó una prueba.
- Tenes voz de soprano, realmente una voz muy dulce...- dijo la docente.
Desde entonces, deslumbraría a públicos de aquí y de allá. En ocasiones, a "improvisadas" plateas, como cuando espontáneamente cantó dos boleros ante la admiración general en el vapor "Ciudad de Corrientes” que unía Gualeguaychú y Buenos Aires, o como cuando viajó a Córdoba en tren.
También resultaría inolvidable para ella y para muchos aquel 9 de julio en el Teatro Gualeguaychú repleto. En esa velada su voz fue el número de cierre.
Entonces, después de repetir una canción a pedido de la gente, se le acercó alguien que estaba en la platea para entregarle el mejor regalo.
-Berta... Has emocionado al público hasta hacer sacar los pañuelos... - le dijo.
Seguramente exageraba poco el privilegiado oyente: Berta seguiría recogiendo reconocimientos en Entre Ríos, Córdoba, Buenos Aires, La Rioja, Catamarca y Tucumán… Y un día recibiría una oferta para presentarse en Radio El Mundo, proposición que su madre rechazaría.
-Berta, tu voz es un Don de Dios le diría el afamado profesor de Lucca, elogiándola con tanto énfasis como quienes la escucharon en los solos en el Teatro Gran Splendid.
Por un serio problema en la garganta, quizás porque eran otros tiempos, acaso por las circunstancias de la vida, el nombre de Berta Dumón Quesada de Lanterna no supo aprehender las más espectaculares luces de la fama. Pero eso, al fin y al cabo, roza los caprichos del destino.
Como el mejor recuerdo, como la mejor herencia, ella puede mostrar hoy que pronunciar su nombre es sinónimo de mencionar una voz que halló el secreto para recorrer con elegancia el alma.
Y eso no es poco.