La Hora de la Espada

      A la Liga Patriótica le cupo un papel decisivo en varios desmanes, entre ellos la salvaje matanza que se llevó a cabo en Santa Cruz en aquellos años. Allí el Ejercito, con apoyo moral y material de la Liga, sofocó con métodos atroces la huelga que los trabajadores llevaban a cabo en demanda de sus derechos. Las operaciones consistían en fusilar trabajadores después de haberlos obligado a desnudarse y a cavar su propia sepultura. También militó fervientemente en los albores del militarismo gubernamental argentino. Para graficar esto último, viene bien que recordemos su relación con el primer eslabón de nuestro oprobio institucional del siglo pasado: El golpe militar de 1930.

      El 6 de setiembre de 1930, el general José Félix Uriburu derrocó al gobierno constitucional del presidente Hipólito Yrigoyen. Allí se inauguró un rosario de golpes militares que se prolongó durante todo el siglo y que siempre fueron encabezados (como aquella vez) por minorías antipopulares usaron como rampa de acceso al poder una previa campaña de desprestigio de las autoridades que el propio pueblo había elegido. Esto explica (aunque no justifica) la inercia e indiferencia de la sociedad ante la caída de sus gobiernos.

     La prédica golpista de la Liga, que comenzó con su nacimiento en 1919, pero que se fortaleció a lo largo de toda la década del ‘20, llegó a incitar la insurrección armada en 1930. Esto le valió a Carlés una acusación del fiscal Federal Dr. Manuel Ortiz de cometer el delito de Incitación Pública a la Rebeldía (consistente en promover el levantamiento armado contra las autoridades de la Constitución) en julio de 1929 en virtud de un discurso que este pronunció en la Exposición Anual de Tejidos y Bordados de la Comisión de Señoras de la Liga en calle Juncal al 1800 de la Capital Federal.

     Había dicho Carlés aquel 12 de julio de 1929: “Se va llegando al límite de la tolerancia, para que se cumpla la ley de la rebelión, que en tierra argentina, consiste en el deber impuesto a todo ciudadano, de armarse para triunfar en defensa de la patria”… El Juez Federal Miguel Jantus no puso coto a Carlés, y las ofensas al sistema democrático progresaron.

     En octubre de ese mismo año la Liga realizó un mitin en Plaza Congreso, y el discurso de Carlés culminó con un juramento unánime de “Morir antes de tolerar las dictaduras que deshonran la República”... “defendiendo las libertades mansilladas por el despotismo irigoyenista...”

     En los días previos al golpe, un cartel inundó las calles de Buenos Aires; llevaba la firma de Manuel Carlés y en un tono en exceso irrespetuoso declaraba: “El señor Yrigoyen no es ya presidente de la Nación. Va a la Casa de Gobierno pero no gobierna. Es un obstáculo para el bien público… Por su culpa los argentinos se arman para combatirlo y restaurar el imperio de la Constitución. “.

     Esta proclama llevaba en sus pliegues la falsedad sobre la que se desarrolló toda la vida de facto argentina. Ella consiste en decir que se lo derrocaba a Yrigoyen para instaurar la Constitución, porque más allá de los errores del gobierno y la senilidad del presidente, solo él representaba la Constitución. Los que lo derrocaron no lo hicieron para establecer la Constitución sino la década infame, el fraude y la postergación de los sectores populares. 

     La derecha argentina, tan hipócrita como su nacionalismo anglófilo, quería en realidad no dejar pasar la oportunidad de deshacerse de un gobierno popular. Siempre se repitió en nuestro país ese error de reconocer el bien pero aprovecharse de sus fallas para destronarlo y poner en lugar de lo bueno con aspecto de malo, lo malo con apariencias bondadosas. El mismo 6 de setiembre por la mañana, Carles pronunció, en una ciudad ya conmocionada por los desórdenes y los disparos, un nuevo discurso 

(también en la Plaza de los dos Congresos) que comenzó diciendo: “El ilustre General Uriburu me ordenó dirigiros la palabra rápida como tiro de fusil. Dentro de un instante, las salvas triunfales de los cañones con sus sonidos de bronce anunciarán al mundo el día de hoy, glorioso como la Patria. En este mismo momento, todo el pueblo de la república saluda al glorioso ejercito en su paso sereno a la inmortalidad”.

     Para esta altura queda bastante clara la tarea que le cupo a la Liga Patriótica Argentina en el derrocamiento de Hipólito Yrigoyen, pero esta tarea no terminaría el día del golpe. Tres días después, Uriburu le confió a la Liga la misión de “Pacificar los ánimos y explicar el santo significado de la Revolución”. En cumplimiento de ello, el Consejo Ejecutivo de la Liga distribuyó por todas las ciudades y poblados un cartel que decía: “El pueblo debe defender su triunfo revolucionario y asegurar el gobierno presidido por el ilustre General Uriburu, previendo los atentados que los eternos perturbadores del orden social meditan sin razón ni motivo”.

     Posteriormente en 1932 la Liga publicaría un nuevo libro de su biblioteca, en el que se reproducen otros discursos y manifiestos previos y posteriores al golpe, que se llamó “La Liga Patriótica Argentina y la Revolución del 6 de Septiembre de 1930”. El prefacio dice que la finalidad de la obra es la de dejar bien clara la conducta de la institución como partidaria al golpe desde la primera hora, es más, como promotora del atentado al poder de septiembre del ´30 y su colaboración posterior con los jefes del gobierno de facto.

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