El Puerto

La ribera entre el viejo astillero de Izzeta y el muelle de piedra, se caracterizaba por su poco relieve, especie de playada no muy limpia, que se adentraba entre las actuales calles de San Lorenzo y Orilla de Alem.

A la altura de G. Méndez y la hoy 3 de Caballería, existía una laguna, más larga que ancha, anticipo del río y solaz de la muchachada que se entretenía con la pesca de especies menores y ranas que abundaban en el lugar.

Hasta hace algunos años, entrecortada por las calles que convergieron con la espléndida hoy, Costanera, podían verse en los varios baldíos que quedaron tras la obra comentada, restos del bajío y el lagunon ya fraccionado por el paso de las calles circundantes, aún quedaban algunos sauces y los típicos cañaverales enclavados en esos predios en su lucha con un tiempo que aun no logro vencerlos totalmente.

Viniendo por la playada, podían verse casi a diario, las típicas lavanderas, las cuales aprovechando los lajones de piedra que emergían en las orillas, ejercían la profesión de poner en blanco las ropas de media población el golpetear del torcel enjabonado contra la superficie del duro piso del improvisado fregadero, agregaban un sonido más a las mañanas y a las tardes del puerto.

Por la calle de arriba, la Alem, sobre los rieles tendidos sobre el empedrado bruto, avanzaba el tramway de caballos con su rodar sordo mezclado con el pito del mayoral y el resonar de los cascos de los caballos.

Recostados al muelle de piedra, los pailebotes acoderados en primera segunda y hasta en una cuarta andana aguardaban el momento de su alije o de su carga, que se producía sin interrupción mediante el hormigueo humano de hombreadores que pasaban de uno a otro barco por las planchadas que servían de nexo entre una y otra nave.

El agua quieta reflejaba como en un espejo ligeramente sinuoso y con las coloraciones que el día iba presentando, no solamente las irregulares piedras del muro, sino también las proas, los botalones y barbiquejos y no pocas veces un grácil mascarón.

El muelle de piedra se prolongaba en un largo atracadero de madera, describiendo una gran curva frente al extremo sur de la isla de la Libertad para culminar un poco más allá, rumbo al oeste.

Mucho antes del muelle de piedra los barcos fondeaban al veril del bajío.

El eje central de la zona puerto era la Plaza Colón.

En casi todos los puertos o cerca de ellos hay una plaza que se llama Colón.

Un merecido homenaje al ilustre Genovés que se llamara Cristóforo Columbus.

La Colón, era una especie de plazoleta, abigarrada de cimbreantes jóvenes casuarinas, ululantes al paso del viento del río.

El suelo de la Colón invariablemente presentaba una coloración pardusca característica, producida por un colchón de filamentos secos del follaje de las casuarinas.

Poseía el puerto dos galpones de cinc, uno parte de asiento de autoridades, sala de revisión de equipajes y el resto depósito de mercaderías, el otro para cereales.

El asiento de la capitanía era una construcción de forma octogonal, que poseía una habitación central, rodeada de galería circundante con ocho arcos correspondientes a cada cara del octógono.

Un techo a ocho aguas, de cinc, rematado en la punta con una veleta completaba el todo de una construcción que aunque modificada, se conserva en el lugar.

Los rieles prolongados desde la estación traían los vagones de carga del Ferrocarril del Noreste Argentino hasta los galpones del puerto mientras que una singular grúa de vapor sobre rieles y que podía moverse manualmente por cabrestante, terminaba de componer el cuadro portuario, sin faltar una excelente construcción próxima a la curva del muelle destinado a los gabinetes higiénicos.

El contorno de la Colón estaba dado al sur por el almacén Borro, verduras, mimbrerias y productos varios de la zona. Al oeste teníamos la aduana, edificio con recova y planta alta y al norte otro edificio de planta alta y también con recova en su planta baja igualmente dedicado a ramos generales y, terminando el muelle de piedra una solitaria casa de material con techo a dos aguas.

Prácticamente la terminal del tramway era frente al edificio recova del norte.

Allí se efectuaba el cambio de caballos de lugar para retomar el viaje de regreso.

Pero la vida del puerto como tal tuvo varios tiempos.

El tiempo en que era solo un bajío, con naves casi varadas en el veril y otras esperando su turno recostadas en el sauzal de la isla.

El tiempo del primitivo muelle de piedra, con su vasto comercio con Montevideo, y finalmente el del muelle de madera que fuera principio y fin de la época de oro de la navegación entre nosotros.

Con ese viejo muelle y su desaparición, también muere la actividad naviera y mercantil, con el nuevo puerto, los nuevos ocho galpones, la nueva Colón de alto nivel y el progreso que llegó dejando vacíos y tristes, espacios que fueron otrora un canto al trabajo.

CRÓNICAS INFORMALES

Carlos Lisandro Daneri

Gualeguaychú – Año 1998