Electra Pagola de Simón

Por Constanza Darchéz Simón

Correcciones lingüísticas: María Virginia Darchéz Mesa

“En el ocaso de la vida se impone la necesidad 

de recoger el mayor número de sensaciones 

que  han  atravesado  el  organismo.  Pocos 

lograrán hacer con ello una obra maestra, 

pero  todos  deberían  preservar  algo  que 

sin ese pequeño esfuerzo  se perderá para 

siempre. Llevar un diario, o escribir, a cierta 

edad,  nuestras memorias  tendría  que  ser 

una  obligación  “impuesta  por  el  Estado”. 

Al  cabo  de  tres  o  cuatro  generaciones 

se  habría  recogido  un  material  precioso 

y  podrían  resolver  muchos  problemas 

psicológicos  que  acosan  a  la  humanidad. 

No  hay  memorias,  por  insignificante  que 

haya  sido  la persona que  las escribió, que 

no  encierren  valores  sociales  y  expresivos 

de la mayor importancia...”

Giuseppe Tomasi di Lampedusa

Sus nietos la llamábamos “Mamá”.

Falleció el sábado 4 de julio de 2009, al mediodía. Tenía 96 años. 

Y por invitación de mi prima decidí escribir sobre ella.

Electra Pagola de Simón nació en Rocha, Uruguay, el 29 de agosto de 1913.

Pueblo que siempre recordó con mucha nostalgia y del que jamás dejó de sentirse parte. De sus playas y sus médanos; José Ignacio, donde su mamá tenía una casa al lado del faro y La Paloma, donde también veraneaba junto a sus primos. 

Hija de Servando Pagola y de Sofía Cardoso. Fue la octava de nueve hermanos; criada bajo una estricta educación en una familia típica de clase media uruguaya. 

A los siete años viajó con sus padres y hermanos a Buenos Aires, a bordo del vapor Ciudad de Montevideo. Allí vivió durante catorce años.

Estudió en  la escuela primaria República de Nicaragua y en  la profesional de mujeres Paula Albarracín, la secundaria.

Desde chica fue hincha fanática del Club Atlético San Lorenzo de Almagro, “el de sus amores”, como le gustaba calificarlo. 

Según su propio relato,  lo hizo porque su hermano Roberto compraba la revista deportiva El Gráfico, y a ella le “interesó” un jugador del plantel de apellido Maglio.

Ninguno de sus cinco hijos compartió esta pasión con mi abuela. Pero años más tarde, nueve de sus veintidós nietos y tres de sus trece bisnietos se convirtieron en fanáticos del club. 

A tal punto fue su devoción por los colores azulgrana que, al cumplirse el centenario de su fundación, la nombraron “Socia de Honor”. Tenía 95 años.

A principios de  la década del  treinta  conoció a Alfredo Jorge Simón, mi abuelo “Abo”. Nacido en  la Capital Federal, apodado “el Pibe” por ser el menor de una numerosa  familia.  Estudiante de  abogacía; profesión que ejercerá durante toda su vida, junto con la docencia en Gualeguaychú.

Se casaron el 23 de mayo 1938. Al mes siguiente se mudaron definitivamente a nuestra ciudad. 

Tuvieron seis hijos: Susana, Ana María, Jorge Alfredo, Elena Marta, quien falleció al poco tiempo de nacer, Enrique Eduardo y Marta Irene.

Siempre nos decía que con educación y formación se podía alcanzar lo que uno quisiese. 

Mujer decidida para su época, fue de  las pocas que salió a trabajar fuera de su casa.

Y fue su convicción la que la llevó a crear y co-fundar la Escuela Profesional de Mujeres, como se la conoció en aquella época, en el año 1943; hoy conocida como la Escuela ENET Nº 1. Fue su directora desde el año 1955 hasta el día en que se jubiló.

Su objetivo como directiva, y su logro, fue jerarquizar la educación técnica, especialmente la dirigida a mujeres.

Tuvo tiempo de enseñar clases de cocina en el “Hogar de niñas” en forma gratuita, e integró la Comisión de Damas de Racing Club, del cual su esposo fue presidente.

Recordada por ser una “maestra” en “el arte culinario”, gracias a sus torrejas en el desayuno, a sus locros en las festas patrias y a sus postres en Navidad; celebración que siempre vivió junto a mi abuelo con un espíritu único, en la que no faltaban los regalos para todos.

Participó de la fundación de lo que hoy se conoce como Crusamén, y durante más de quince años trabajó como voluntaria en esta institución en pro de la salud mental; defendiendo e integrando al enfermo dignamente dentro de la comunidad.

Amó e idolatró a su esposo, a quien respetó y acompañó; cuidándolo hasta el día de su muerte, el 4 de abril de 1983, después de una larga enfermedad.

A pesar de su pérdida, mi abuela siempre estuvo abierta a los cambios de estos tiempos. Siempre de bajo perfil, casi tímida. Fue gran amiga de Isolina Galissier, María Elina Recalde, María Elvira Villagra y Elena De Salazar, entre otras.

Vivió con absoluta dignidad. Consciente del paso del tiempo. Sintiéndose una privilegiada al poder  compartir  con  sus hijos, nietos  y bisnietos una vida rodeada de afectos. 

De corazón fuerte y sabia hasta en las cosas más simples.

Cada año, al comenzar el mes de agosto, nos decía que era su último cumpleaños.

Vivió 96 años. El día antes de su muerte, acostada en su cama, escuchó el Himno uruguayo y una canción dedicada a su querida Rocha natal cantada al compás de la guitarra por dos de sus nietos. 

Pocas veces la vi llorar. Pero ese día sus lágrimas corrieron por última vez.

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