Cuaderno Nº 71
Índice Temático
GUALEGUAYCHÚ, Domingo 3 de Septiembre de 1995 CVADERNOS DE GUALEGUAYCHÚ Nº 71
THONET. LAS SILLAS … LAS MESAS … EL PERCHERO … (Marco Aurelio Rodríguez Otero)ALEJANDRO BARLETTA, EL APÓSTOL DEL BANDONEÓN (Fabián Magnotta)- Honorable amigo de Gualeguaychú- El músico y Gualeguaychú- Dijeron los que sabenALTRI TEMPI -De cielos y otros tiempos- (Ana Emilia Lahitte)
LOS HABITANTES DE LA MANSIÓN IV (Edición Impresa)- Entre Letras y Pinturas (Carlos María Castiglione)- Platería, un culto universal – Técnicas. El Calado – (Aurelio Gómez Hernández)
THONET. LAS SILLAS … LAS MESAS … EL PERCHERO…
Marco Aurelio Rodríguez Otero
Hasta mediados del siglo XX, ¿qué bar, café o salón comedor no estaba armado con las livianas sillas de asiento esterillado, respaldo y patas de madera curvada en líneas elegantes? ¿Dónde no se erguía un perchero que sostenía un sombrero, un sobretodo o el paraguas de un cliente?
En esa época estos muebles llamados vulgarmente vieneses, eran tan comunes que “nadie” los veía. Si hasta existían comercios que los alquilaban en cantidad necesaria para formar una platea según la ocasión. Eran livianas las sillas, no ocupaban mucho lugar y eran fuertes como para resistir uso y abuso.
Los grandes y los chicos sillones de Viena en los dormitorios, constituían un rincón importante en las amplias habitaciones de 4 x 4 o más.
Con el paso del tiempo y la llegada de modernos diseños, disminuyó la presencia de aquellos muebles. No sabemos de dónde surgió el imperativo de rescatar, de remozar, de poner a punto las piezas THONET que se salvaron del naufragio.
El creador de ese estilo liviano, cómodo, original, que buscaba compensar la carga de ornatos y peso de los anteriores, fue el alemán Michael Thonet. Nacido en Boppard en 1796, este artesano hábil e inquieto con taller propio en 1819, desarrolló la técnica de curvar la madera de haya europea.
En 1841 exhibió sus diseños por primera vez en la Exposición de Coblenza. El Emperador de Austria, Francisco José, se interesó y lo citó a Viena. Pronto obtuvo licencia para fabricar muebles con madera curvada haciendo uso de procedimientos físicos y químicos. Radicado en Austria, se le concedió autorización para impulsar la producción industrial en serie. Entonces, se abrieron dos grandes fábricas a cargo de sus familiares, firma Thonet Hnos.
La creación ocupó el tiempo de Michel Thonet. Reunió en catálogo más de 1.300 modelos de piezas originales caracterizadas por el uso de las varas curvas y la incorporación de planchas de madera, esterillado, metal.
Después se sumó a aquellas fábricas la proliferación de imitadores tanto que, legítimos y falsos Thonet llenaron espacios en Europa y América.
Gualeguaychú tuvo y tiene tantos de estos productos que invitan a la búsqueda, con solo mirar atentamente.
Además de domicilios particulares, hasta hace poco tiempo los palcos del Teatro Gualeguaychú exhibían estas sillas; en los días de verano el Club Social Recreo Argentino sacaba a la vereda sillas y mesitas de muy buena factura y estado; en el Museo Casa de Haedo se puede observar el perchero y el juego de escritorio que utilizó la familia; en fotografías del artista V. Mayora se registran su presencia en sala cinematográfica, en el salón comedor del Hotel París, en el Café España, entre otros.
ALEJANDRO BARLETTA, EL APÓSTOL DEL BANDONEÓN
Fabián Magnotta
Quien lo ha escuchado con los ojos cerrados no sólo ha recorrido los cielos del espíritu con la música, sino que más de una vez ha creído estar oyendo un órgano.
Es que Alejandro Barletta – que, respetuosamente, jamás dejó de ser un niño curioso y genial- supo llegar a los secretos del bandoneón, ese instrumento nacido a mediados del siglo XIX en una aldea alemana y que en Argentina está tan ligado al tango.
Barletta fue mucho más allá. Más allá del tango, más allá de su barrio, de su país. Más allá de lo que hubiera podido imaginar cuando los Reyes depositaron en los misterios de la penumbra un bandoneón sobre los zapatos del chiquilín de siete años.
HONORABLE AMIGO DE GUALEGUAYCHÚ
Alejandro Barletta nació en el centro de Buenos Aires- esquina de Carlos Calvo y Saavedra – hace setenta años. A poco de caminar, su familia se mudó a Floresta, a una casa enorme y antigua.
En ese Floresta porteño y tranquilo creció, jugando en las veredas con sus cinco hermanos y otros tantos amigos. En una de esas salidas, descubrieron que a media cuadra vivía un bandoneonista. Era la década del treinta, y obviamente no faltaban bandoneonistas en Buenos Aires. El vecino se llamaba José Piero y los pibes se reunían para verlo tocar. Al niño Alejandro, el maestro le ponía el instrumento sobre las rodillas para que fingiera que interpretaba un tema. Con la insistencia propia de los niños de siete años, le pedía a su padre que le comprara un bandoneón. Una madrugada, Melchor, Gaspar y Baltasar hicieron el milagro.
El niño comenzó a explorar en los rincones el instrumento. Su tío Juan Barletta, que tenía una orquesta de tango y jazz, le enseñó teoría y solfeo. Alejandro, apenas ocho años, debutó en una velada danzante de la Federación Argentina de Box.
Luego lo visitaría en su casa otro tío para profundizar la teoría y el solfeo. Nadie, sin embargo, le enseñaba a tocar el bandoneón: la vida le arrojaba el desafío de aprenderlo todo solo.
Con dos hermanos- uno tocaba violín y el otro violoncelo- formó el conjunto El Internacional, nombre que en las décadas se convertiría en una premonición. Llegaron a tener quinientas piezas. Los internacionales se presentaban en el barrio y en el colegio.
Tenía once años cuando lo buscaban para las serenatas. Con su padre como escolta, acompañaba declaraciones de amor en las medianoches del barrio con valsecitos sentimentales. Con la adolescencia se le abriría otro desafío: debía ganar el centro de Buenos Aires. Saltar desde el barrio de casonas antiguas a la calle Corrientes. Para ello se preparó en soledad, incorporando los clásicos a su repertorio.
Por una serie de casualidades y amigos, llegó al Teatro del Pueblo. Allí no podían creer que el bandoneón servía también para interpretar los clásicos. Hasta ese chiquilín, en Buenos Aires, el bandoneón solo olía a tango. En ese mismo teatro, en 1945 dio el primer concierto de bandoneón en la Argentina.
Dos años más tarde tocó por vez primera fuera del país: el joven músico con sus audaces y talentosas alas de gorrión había volado de Floresta al Teatro del Pueblo y de allí a Chile.
Desde entonces, no se detuvo jamás. Fue a Panamá, Cuba y luego a Europa. Tocó en Paría y en Londres, para programas especiales de la BBC. El dijo luego que tocar en Francia le significó por fin, ser reconocido aquí, y que presentarse en el Uruguay le abrió las puertas de las orquestas sinfónicas. Y allí descubrió que entre tema y tema la gente disfrutaba sus explicaciones sobre el instrumento, los músicos y las composiciones.
Como compositor e intérprete, se presentó en más de dos mil conciertos en todo el mundo. A los países mencionados, se agregan Alemania, Italia, España, Rusia, Bélgica, Holanda, Noruega, Estados Unidos, Brasil, Venezuela, Ecuador, Marruecos, Suiza, México, Colombia…
El, que no sólo creó un estilo, sino que también descubrió cómo aprender y enseñar el bandoneón, fundó cátedras en nuestro país, en Uruguay, Alemania y otras tierras. Hizo soñar con su magia, volar con sus alas. Y además enseñó, este honorable amigo de Gualeguaychú.
Venció las dificultades que se le presentaron. Desde que descubrió la vocación en el barrio hasta las presentaciones ya como artista consagrado, cuando a pesar de todo tuvo que seguir explicando que el bandoneón no era sólo del tango, que podía ser también Bach.
Y como aquella soledad maravillosa de Floresta los mejores escenarios de París lo descubrieron enamorado, tuteándose con el alma de ese bandoneón que, como un niño, nunca cayó de sus rodillas caminantes.
EL MÚSICO Y GUALEGUAYCHÚ
Muchas cosas en la vida de Alejandro Barletta son casualidad. O por lo menos se parecen a casualidades. Con Gualeguaychú, el músico tuvo siempre una relación especial. Aquí llegó en los años ‘40 para cumplir con el Servicio Militar. Su padre llegaba cada tanto en tren a visitarlo.
Hizo amigos en la localidad y volvió en varias oportunidades. Una de sus últimas presentaciones fue el 30 de septiembre de 1977 en la colmada Catedral San José. Dos años antes se había presentado en el salón del Instituto Magnasco.
Hace algunos años viajó a Alemania para participar de un homenaje a Bach. En el viaje de regreso conoció a otro gualeguaychuense, el dirigente político Horacio Domingorena. En ese viaje aéreo conversaron de política, música y el recuerdo de los lugares y amistades comunes de Gualeguaychú. En estos días vuelve con su arte a la Catedral y a los amigos de Gualeguaychú.
DIJERON LOS QUE SABEN
(…) Si cerrásemos los ojos, nos creeríamos en una catedral oyendo un órgano y con su riqueza de modulaciones y matices. Así Bach, Mozart (…) Jorge Guillén, Puerto Rico, 1964.
Con Alejandro Barletta se inició un nuevo período de un instrumento hasta entonces ubicado casi exclusivamente en el repertorio más alejado de las prácticas de concierto. Bien puede denominarse a Barletta un renovador sobresaliente. Juan Pedro Franze
En sus manos, el bandoneón es el más prodigioso órgano que jamás podría soñarse. Y así, con el pequeño instrumento entre sus rodillas, recorre el mundo dictando la más hermosa lección de arte musical auténtico, contribuyendo de sorprendente manera a la creación de una literatura musical de increíbles proporciones, destinadas a su bandoneón, no solo arrancando composiciones de los mejores autores de nuestro tiempo, sino creándose él con un sentido estético de primera magnitud. José Castro Ovejero, Madrid, 1975.
Un instrumento injustamente olvidado. El argentino Alejandro Barletta tocona como un virtuoso el bandoneón… Así se demuestra cómo el argentino Alejandro Barletta ha llegado a ser “apóstol del bandoneón”. Die Welt, Berlín, 1971.
Júpiter 1-2-3- es una nueva contribución a su causa por ese tenaz paladín del bandoneón que es Barletta. La obra, de un moderado modernismo, suena bien, es sentida, trabajada con esmero e idoneidad. La Nación, 14 de noviembre, 1973
Alejandro Barletta es un gran artista. Para mí, en su arte hay una revelación. En su instrumento se puede tocar todo. Pablo Casals.
Alejandro Barletta es el bandoneón mayor del mundo. Napoleón Cabrera. Clarín, 1975
Lo pasmoso es que el compositor que mejor suena en el bandoneón es J S Bach. Jorge D’Urbano, Clarín, 1969.
Un perfecto regalo para el hombre que ha escuchado todo, es comprar una entrada para un concierto de Alejandro Barletta. New York Times, 1967.
El tono producido por Barletta fue rico y poderoso, la sonoridad como la de un órgano de cámara y el control del fuelle, fraseo y dinámica tuvo ilimitada expresión… Londres Daily Telegraph.
Una vez, en una gran iglesia de Bruselas, yo estaba tocando, en la consola del órgano, unos preludios de Bach. La iglesia estaba vacía y a oscuras. De repente oigo el batir de una puerta, y pasos apresurados de alguien que entra y avanza hasta la mitad de la nave. Y una voz violenta, exasperada que pregunta:
Qui est joué dans mon organe?
(¿Quién está tocando en mi órgano?)
Era el maestro organista que subía las escaleras, de cuatro en cuatro, para desalojar al intruso… Alejandro Barletta.
El bandoneón nació en 1840, en una aldea alemana, cercana a Krefeld, por obra y gracia de Alfred Band, un celista. Tenía entonces unos cuarenta cms de fuelle y de ese tamaño los hicieron en la primera fábrica de Nshli. Se difundió rápidamente; se lo tocaba en fiestas campestres, cervecerías, llevándolo colgado del cuello, con una correa. Creció; a principios de siglo ya tenía las medidas… Alejandro Barletta.
Fuentes consultadas:
Suplemento Letras. Diario Convicción, 26 de octubre, 1980.Currículum publicado en programas de presentaciones de Alejandro Barletta en diversos lugares del mundo. (Gentileza familia Carraza)ALTRI TEMPI
(De cielos y otros tiempos)
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Ser niño era
pedirles que nos dieran la mano,
porque teníamos miedo. Y volver a
pedirles que nos contaran cuentos
( que eran verdad, ahora lo sabemos)
y llorar junto a ellos penitencias
y encierros: “había que educarnos”…
(Se decía señor y plegaria, respeto,
con manso olor a encierro y a
sopa obligatoria, almidones y ungüentos,
(Se decía Maestro y en el cuaderno
único cabía el universo). El padre,
con arrestos de patriarca doméstico,
tenía “autoridá”. Y la madre
dulzura ( por amor o por tedio )
Lo cierto es
que la casa nunca estaba vacía
( la mesa familiar, otra inútil reliquia)
y la abuela, el abuelo – una especie de
puerto del buen regreso- eran
sencillamente viejos; con todos los
derechos a morir en su casa, en su
cama, en su pulso, en su llaga, en
su tiempo. Sin adiós intensivo. Sin
pactos terminales de abandono y
silencio. En fin, sólo girones de
cielos y otros tiempos.
ANA EMILIA LAHITTE
de La sed y otros exilios.
TRANSCRIPCIÓN Y ACTUALIZACIÓN Silvia RAZZETTO DE BROGGI – Junio 2020- DISEÑO Y DESARROLLO WEB: PATRICIO ALVAREZ DANERI
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