Eran los tiempos aquellos, donde las trampitas se entrelazaban con el fraserío pintoresco, como en un pericón. Y hace bien Fabián, con el archivo de EL ARGENTINO a la mano, en bucear recreando vivencias. Corra entonces la glosa.
- ¿Y? … CUANDO ME VA TRAER HUEVO ‘E ÑANDU, DON PEREZ?
- ALLÁ LO TENGO DOÑA ORFILIA, ENVUELTO EN PAJITA ‘E LINO, PA USTE, PERO, LA PUCHA CARAY, SIEMPRE ME LO OLVIDO!
En realidad, doña Orfilia sabía que en su casa les caía “repesao” el buñuelito de huevo de avestruz, pero ella le hacía esa entradita a su lechero como para fomentar clima de YAPA (voz quichua: añadir). Vale decir, conseguir el regalito de un chorrito más de leche, después de volcado el litro. Claro que para matizar la cuestión, por ahí el lancesito venía diverso, aunque siempre sobre pie ecológico.
- ¿Y?... CUANDO ME VA A TRAER EL PICHONCITO ‘E TERO, DON PEREZ?
- PERO, SI SE ME ANDAO ESCAPANDO, DOÑA… TUVE A PUNTO LOS OTROS DIAS DE CACHARLE UNO, PERO LA TERA VIEJA ME CAGO EL LOMO A PICOTAZOS, VIERA…
- ¿Y? … MIRE DON PEREZ QUE YA TENGO LA JAULA PA’ LA COTORRITA QUE ME PROMETIO, EH?
- USTE VA CRER QUE ES MENTIRA DOÑA, LE TENIA UNA PREPARADA PERO LA PATRONA LE DIO DEMASIADO PAN CON LECHE Y SE FUE DE VIENTRE, LA POBRECITA…
- ¿Y? … VIENEN LINDO LOS MELONES, DON PEREZ?
Se debe presuponer que cada quien es honesto hasta que deja de serlo, claro está. En este lindo y antiguo tiempo del reparto de leche a domicilio, la trivial conversación estaba motorizada por los pliegues y repliegues de una especie de juego, si se quiere, camandulero. Ella, intentando arrancarle una yapa a su proveedor y él dejándose seducir, sabiendo que en esa yapa corría un “insumo cero”, partecita de agua del arroyo amigo y confidente en aquel paisaje, al decir de Mastronardi “del árbol junto al árbol”. AHÍ VA, CON CAIDONA… Y la yapa estaba concedida.
Señoras y señores. Corresponde testimoniar en esta glosa, el homenaje a la figura consular del lechero repartidor a domicilio, ese hombre peculiar con su vieja gorra, sufrido aguantador de vientos, lluvias, culebras y centellas, genial sostenedor de buen semblante, amigo entrañable de su clientela, inspirador de las máximas confianzas en cada hogar. Depositario de la llave grandota de la puerta de calle para dejar la leche en la mañana temprana, tapar la cacerola, cerrar y retirarse con la satisfacción íntima, no cacareada, del compromiso bien cumplido.
Marco Aurelio ‘95