La empresa de Bendrich contrató las lanchas. Los pasajeros partían de 25 de Mayo 562, entre Mitre y 3 de Febrero, cruzaban el Paraná en lancha y llegaban a Buenos Aires, al barrio de Once, la esquina de Bartolomé Mitre y Avenida Pueyrredón, en un colectivo de la empresa Chevallier.
El primero en conseguir el viaje directo, ayudado por las balsas, sería Herman Fandrich. EL ARGENTINO escribió en 1944 sobre la necesidad de un viaje directo a la Capital, porque los trasbordos ocasionaban demoras y molestias. A esta altura Fandrich ya había iniciado las gestiones pertinentes asesorado por el doctor Héctor Aceguinolaza.
A mediados del cuarenta, el segundo sueño de un europeo se hizo realidad: el mismo colectivo que partía de Avenida Rocamora, entre Bolívar y Andrade, vereda Oeste, llegaba a Rioja 236, en Capital. Parecía increíble.
¿Cómo funcionaba la combinación? El colectivo, para algo menos de 30 pasajeros, subía a una balsa en Puerto Constanza y descendía en Zárate. Desde allí, todavía faltaban otras cuatro horas para Buenos Aires, en el mismo colectivo, por lo que el traslado de valijas y pasajeros comenzaba a ingresar al territorio del recuerdo.
Nadie pensaba en la maravilla. Tres décadas después, los grandes puentes del Complejo Zárate- Brazo Largo facilitaban el mismo recorrido de balsas y lanchas.
Eran años de desafíos; de lucha para empresarios locales. Por ejemplo, Fandrich se quedaba en Gualeguaychú realizando trabajos de mecánica y a veces era también chofer, mientras que su esposa, Aurora Boggiano, atendía la oficina de Buenos Aires.
Los días que el colectivo regresaba a la ciudad, se producía poco menos que una fiesta. Gente en las esquinas y desde los balcones observaba con admiración a los privilegiados pasajeros. En el vehículo, sin embargo, no todo era sonrisa: viajar a Buenos Aires era tentador, pero de ida como de regreso, las peripecias se sumaban como los kilómetros. Y así sería por años.
Tantas eran las dificultades que no extraña saber que la gente, por lo general, conocía Buenos Aires “de grande”. Sencillamente, a pocos se les ocurría llevar a sus niños a un viaje tan largo y cansador. Resulta difícil imaginar la odisea, pero así es la historia. Una historia pintoresca, llena de colores, de mosquitos y también fruto de pioneros.
Primero, el desafío fue el camino. Y el camino se abrió.
Después, el objetivo fue realizar viajes en colectivo. Y los ómnibus lo hicieron.
Luego, la meta a lograr fue el viaje directo. Y un colectivo que partió de la Avenida Rocamora depositó a los pasajeros en la Capital Federal.
Así pasaron los años y se fue derrumbando trabajosamente el muro del aislamiento.
En 1977, cuando se inauguraron los grandes puentes, ya existían rutas asfaltadas. Aparecieron otras empresas de transporte y hoy es autopista directa, con cuatro vías que une en un par de horas Gualeguaychú- Buenos Aires sin calor, sin tierra, sin hambre y sin esperas.
Curioso resulta escuchar anécdotas y también es justo recordar algunos nombres y hechos que conformaron la historia para dejar en claro que nada fue casualidad. Solo el empeño de muchos hombres y la espera de muchos años logró tornar imperceptible la línea del mapa que marca la frontera.