Hermano perro
(Romance del perro que salvó a un niño)
Fiel amigo de los hombres,
manso y dócil compañero:
como Francisco de Asís
yo te diré “hermano perro”.
Das la vida por el amo,
sin más paga que el sustento.
Devuelves bien por el mal
con la sencillez del trébol,
que “perfuma a quien lo daña”.
No te cansas de ser bueno.
Te he visto lamer la mano
que masacraba tu cuerpo.
En la quietud de la isla
ya se acuesta el sol de enero.
Cuelga en los sauces llorones
el adiós de sus reflejos.
En el rojo del ocaso
gotean sangre los ceibos.
Y entre la verde espesura,
la cumbre roja del techo,
como dos manos unidas
en la crispación de un rezo.
Un crepúsculo de sangre
es un cruel presentimiento.
Allá abajo duerme el río,
solitario prisionero
que en su cárcel de barrancas
vive retratando el cielo,
y en olas cambia las nubes
y los astros cambia en ceibos.
Entre las ramas, murmullos
y nerviosos aleteos.
Entre las aguas dormidas
ya está brotando un lucero.
Parece el pulso del mundo
el leve gemir del viento.
Mas, de pronto en la quietud
se hace astillas el silencio:
es el balbucear de un niño
con riente cascabeleo.
En el rojo del poniente,
se yergue blanco el pequeño.
Es como un lirio, sin tallo,
que rodara bajo el viento.
Por el muelle, solitario,
gateando va el pequeñuelo;
y ya se inclina hasta el río
para pescar un lucero.
Solo el crepúsculo rojo,
solo el sauce y solo el viento.
Y solo el niño ante el río.
Solo no: también el perro.
Y cuando ya va a caer,
lo toma el fiel ovejero
sin dañarlo, suave y torpe
como si fuera un abuelo.
Lo entibia su blando hocico.
Lo sostiene contra el pecho,
cual si fuera su cachorro
ese blanco pequeñuelo.
Y mientras lo guarda ansioso,
sus aullidos lastimeros
rayan de alertas la tarde,
para que desde allá lejos
pronto acudan hasta el niño
que quiso pescar luceros.
Fiel amigo de los hombres,
manso y dócil compañero:
como Francisco de Asís,
yo te diré “hermano perro”.
Pbro. Luis Jeannot Sueyro
"Los versos del Cura Gaucho"