Isabel Frutos Carmona
La niña que Murió de Amor
Por María Eugenia Duarte
Isabel Frutos Carmona fue una joven gualeguaychuense de mediados del siglo XIX, criada en el seno de una familia burguesa y rodeada de hermanas, criados y parientes. Su vida no hubiera trascendido en la memoria ciudadana ni hubiese sido parte de la tradición lugareña, si no hubiera sido por la osada decisión de la muchacha de convertirse, a los 19 años, en “la que murió de amor”.
Indagar en esta individualidad particular, ahondar en su vida e investigar los pequeños detalles que la historia revela posibilita decodificar los discursos que se engendraron en el seno de la ciudad de Gualeguaychú a mediados del 1800 y saber cómo fueron leídos e interpretados en el interior de una familia en particular: los Frutos Carmona Lapalma, signados misteriosamente, a partir de esta primera muerte, por un destino trágico de demencias y suicidios en todas sus generaciones venideras.
También la indagación en estos detalles permite encontrar algunas respuestas sobre cuáles fueron los motivos que llevaron a esta joven a tomar esta trágica decisión, que inspiró, en su momento, al joven poeta Olegario Víctor Andrade, que aún sigue inspirando a otros vates gualeguaychuenses y que perdura en la memoria popular transformada en un mito ciudadano.
Poco se sabe de Isabel Frutos. Variados son los comentarios y las historias que circulan de boca en boca en la ciudad. Muy pocos conocen la existencia del poema inédito de Andrade que revela su entrañable relación con la niña. Por lo tanto, desplegar las hojas de la historia, indagar en la memoria ciudadana y profundizar en la vida de la individualidad de Isabel Frutos Carmona permite acercarse a los patrones culturales que rigieron las conductas de los hombres y mujeres que poblaron el Gualeguaychú del siglo XIX.
La historia de Isabel Frutos Carmona ya es parte de la tradición lugareña. A pesar de que no se ha podido encontrar el acta de nacimiento que lo certifique, se sabe que nació en la ciudad de Gualeguaychú, Entre Ríos, en 1837.
De acuerdo con la tradición oral, de belleza plácida y armoniosa, fue hija de doña Petrona Carmona y de don Benito Frutos y tuvo cuatro hermanas: Albana, Ignacia, Paulina y Rosa. Los Frutos Carmona, reconocida familia de Gualeguaychú, pertenecieron a la alta burguesía de la sociedad y fueron admirados y respetados por todos los ciudadanos de la época; vivieron en el centro de la ciudad, en una casa de azotea, ubicada en la esquina de las calles India Muerta y Suipacha (hoy San Martín y Perón) “con frente al sur y este” (46).
Isabel, en su corta vida, protagonizó un intenso drama sentimental que conmovió a la sociedad local de aquel momento. Ya adolescente, se enamoró perdidamente de un joven forastero, correntino y modesto empleado de comercio que ya estaba instalado en Gualeguaychú. Cuando ambos descubrieron que la relación había madurado lo suficiente y decidieron formar una familia, la negativa de los Frutos Carmona a que la relación creciera, argumentando el escaso porvenir del postulante para su hija, desencadenó una gran tristeza en la joven. Ella no pudo sobrellevar el infortunio y decidió cambiar su felicidad por un irremediable deseo de morir. Él, cuyo nombre quedó en el olvido, herido en su dignidad, huyó a su ciudad natal.
La decisión de Isabel fue rotunda y su sufrimiento más fuerte que su propia vida. La muchacha se escapó de la casa de sus padres y se instaló en la de sus tíos Francisco Lapalma y Martina Carmona.
La Azotea de Lapalma, ubicada en las afueras del pueblo (hoy calles San Luis y Jujuy) era la residencia de este acaudalado matrimonio que pasaba sus días allí, junto a sus hijos, sirvientes, familiares y amigos que llegaban de visita continuamente. Los Lapalma Carmona, matrimonio muy ilustrado y poseedor de una de las más grandes bibliotecas de la ciudad, se caracterizaban por ser una familia muy caritativa que no dudaba un instante en dar trabajo y alojamiento a quien lo necesitara. Por aquel entonces, también se encontraba en la Azotea el joven Olegario V. Andrade quien, huérfano desde hacía muy poco tiempo, había sido recogido junto a sus hermanos
por el matrimonio del cual era pariente lejano (47).
La niña se encerró en una de las dependencias de la Azotea, no ingirió los alimentos necesarios para su subsistencia y se dejó morir sin que nadie pudiera hacer nada en contra de su voluntad. Así fue como el 27 de febrero de 1856 fue sepultada Isabel Frutos “natural de esta, soltera, como de diez y nueve años, muerta el día anterior” (48).
Olegario Víctor Andrade, su entrañable amigo, considerado por la joven como un verdadero hermano de sangre, compartió los más tristes días de la muchacha. Periodista entonces en Gualeguaychú, vivió un tremendo desgarramiento ante la muerte de su amiga confidente de los juegos y de la infancia. Al mes siguiente, Andrade cumpliría diecisiete años y ya maduraba en su corazón el amor por Eloísa González, la que sería su esposa en 1857.
Aquella querida amiga se escapó aceleradamente de la vida del poeta y, ante el dolor por la muerte de Isabel, Olegario produjo un responso lírico.
Dichos versos, no editados, pero que trascendieron con los años en la ciudad, reflejan aún el profundo pesar del entonces joven poeta ante la inesperada muerte de su amiga.
EN LA MUERTE DE LA SEÑORITA ISABEL FRUTOS
Olegario Víctor Andrade
I
Cual luz fugitiva que cruza la esfera,
cual rosa marchita del viento al nacer,
así se concluye tu triste carrera,
mi joven amiga, mi tierna Isabel.
Ayer, de la vida la imagen dorada
-cediendo al impulso de cándido amor-
miraste brillante, y al mundo lanzada
tu cáliz abriste, simbólica flor.
Más pronto el destino, borrando inclemente
los sueños sublimes de mágico edén
dejó que bañase con llanto ferviente,
mi joven amiga, tu pálida sien.
Y miro tu frente marchita y sombría,
tus ojos no lanzan celeste fulgor,
que has muerto, me dicen y al verte ese día
me arrastra doquiera terrible dolor.
II
Flor que brotas solitaria,
tierna, pura, perfumada,
con esencia regalada
conmoviendo el corazón
y al impulso de la brisa
te levantas orgullosa,
¡Ven y adorna pudorosa,
de mi amiga la mansión!
¡Ven en tanto que el poeta
con los trémulos acentos
que le arrancan sus tormentos
por la muerte de Isabel;
pulsa el arpa misteriosa
con fatídica armonía
divisando en este día,
deshojando su laurel!
¡Cuántas veces a su lado
sin recuerdos ni pesares
levantaba sus cantares
a la gloria y la virtud!
Y hoy la miro en el sepulcro,
blanca, mustia, sin colores,
demostrando los dolores
de su tierna juventud.
Cuántas veces la tormenta
con silencio sacrosanto
desplegó su negro manto
como fúnebre crespón
y al mirarla, recordaba
dulces días de ventura
pero pronto, de amargura
desbordó mi corazón.
46 Registro de la Propiedad Inmueble de Gualeguaychú, Libro correspondiente a los años 1855 y 1856, Folio 247, Contrato de construcción de vivienda entre don Benito Frutos y don José Landó.
47 El parentesco de Isabel Frutos Carmona con Olegario V. Andrade se explica porque las abuelas de ambos fueron hermanas. Sus madres, primas de sangre, y ellos dos, primos segundos.
Isabel Frutos Carmona