La Sociedad Anónima de Abastecimiento Urbano, Saladeril y Frigorífica Gualeguaychú, constituida en asamblea el 10 de septiembre de 1923, surgió tras una convocatoria de la Sociedad Rural Gualeguaychú para buscar soluciones a la crisis de entonces… Julián Irazusta, Beltrán Morrogh Bernard, Carlos Cinto, Rafael Emiliani, Gustavo de Deken, Francisco Troise y Sixto Vela, formaron la comisión de la Asamblea de Ganaderos del Litoral.
Dos años más tarde, la sociedad tomaría el nombre de FRIGORÍFICO GUALEGUAYCHÚ S. A y se dedicaría a construir la planta junto al río, para lo cual se reunieron aportes propios, del gobierno provincial, un crédito del Banco de la Nación y otro de las casas proveedoras. Francisco Troise, Domingo Carabelli, Julián Irazusta, Beltrán Morrogh Bernard, Ignacio Olaechea y Pastor Britos formaron el directorio.
El que sería el primer frigorífico exportador creado íntegramente con capitales nacionales, realizó su primera faena en 1931 y el 12 de enero de 1932 la primera destinada a la exportación.
Desde entonces, la empresa comenzaría a transitar un camino de prosperidad. El puerto alcanzaría una actividad sin descanso durante años. Barcos con toneladas de carne navegarían hacia el mundo. Centenares de familias conocerían la maravilla simple de una vida digna gracias al Frigorífico.
Por años, la empresa ofreció innumerables beneficios sociales para los obreros y sus familias. A mediados del siglo XX, trabajar allí era un orgullo personal, una tranquilidad y una automática tarjeta de crédito.
La capacidad de faena llegó a ser de seiscientas cabezas por turno, la capacidad de congelado de dos mil seiscientas toneladas y las de congelamiento de quinientas diez toneladas. Se llegaron a despostar, en la sala destinada a esta tarea, cuarenta mil kilos por día. En 1968, la planta estable de personal era de 1200 trabajadores.
Pero los entendidos creen que ese mismo año llegan las primeras señales del proceso de decaimiento, tras vaivenes económicos en el país y cambios en el directorio de la empresa.
Diez años más tarde, ya en los tristes tiempos de la llamada “plata dulce”, un grupo de inversores foráneos no ligados a la actividad desplazó a los accionistas locales en el directorio. El proceso se profundizaría en 1983, con la llegada de otro grupo. Una década después, la deuda llegaría a superar largamente el valor de la planta.
Es triste, pero parece cierto que todo verdor perecerá.
Con la misma certeza con que navegó hacia la gloria, el Frigorífico empezaría a acariciar sin ganas, pero inexorablemente, el rostro del ocaso: la luz de los largos años de prosperidad, no podría vencer la macabra mueca de los fantasmas de la noche.
Crisis mundial en el comercio de las carnes, reiterados desaciertos empresarios, problemas del país. Lo cierto es que el final arribó lento, como una tormenta que avisa y se prepara con tiempo.
¿Quién podría imaginar, cuando los barcos llegaban a cargar, que también un día arribaría la muerte? ¿Quién podía pensar entonces, cuando las faenas eran una fiesta, que sobrevendría la decadencia y la soledad fatal?...
Pero así fue. Donde caminaban obreros crecieron sin gracia los yuyos; donde se detenían los barcos el río empezaba a enfermarse de tristeza.
El 15 de diciembre de 1994 será el remate. Cuando caiga la tarde se cerrará definitivamente la historia de una empresa que conoció la gloria de los príncipes y la miseria de los mendigos, que supo de la sonrisa eterna que asomaba imborrable y también de las lágrimas cuando caen lentamente.
Descenderá el telón con una pesadez de muerte, pero ya nada se podrá escribir sobre la historia de este siglo en Gualeguaychú sin nombrar al Frigorífico. No se podrá hablar de Pueblo Nuevo, de barcos, de vacas y de chimeneas sin nombrar al Frigorífico. No se podrá hablar siquiera de respeto social sin mencionarlo.
Queda la esperanza, al fin y al cabo la historia es un repaso pero también una apuesta por el futuro, de que hoy otros hombres, herederos de aquellos audaces ganaderos de los años veinte, descubran cómo transformar las ruinas en un sueño.