Romance del hijo

A mi madre querida (1940)

Estas brisas de las tardes

me abanican de tristezas:

¡pensar que a mí me hacen hombre,

y a mi madre la hacen vieja!

¡Las brisas que me engrandecen,

las brisas que la envenenan,

las que me abren horizontes,

las que le borran sus huellas!

Misterio de carne y alma,

crucifixión de la tierra:

el ocaso y la alborada

se abrazan en dos estrellas.

¡Los carbones que se extinguen

para alzar las llamas nuevas!

¡Los inviernos de las ramas

que nos dan la primavera!

¡El grano muerto en el surco,

la plantita que se eleva !

Señor, quémame los labios

y agrándame la conciencia,

para que diciendo “¡Madre!”,

me quepa tu nombre en ella.

Tengo miedo de acercarme,

llego pisando hojas secas...,

un gran crujido de tiempo

de resonancias eternas.

Tengo miedo de mirarla,

y temo dejar de verla.

Las huellas hondas del tiempo

la cubren de polvareda,

y sigue andando: ella sabe

que el tiempo es una escalera

para trepar hasta Dios...

Vivir de madre: alma, estrella.

Lo eterno que lleva dentro

la hace joven por defuera:

se agranda lo que es de cielo,

se extingue lo que es de tierra.

Soy un eco de su paso,

retoño de su tristeza;

soy una sombra que sigue

rumbo a Dios sobre sus huellas.

Sólo para ser más hijo

quisiera hacerme poeta:

que la inquietud de la flor

prolongue la rama vieja,

que florezca en sus saudades

como para retenerla.

Y si no puedo ser flor,

al menos sea enredadera.

Madre: en tu invierno glacial

yo te doy mi primavera...

a quien nos dio carne y alma,

¿es mucho darle una idea. .?

¿Porqué escondes Madre a veces

bajo tu cara contenta,

ese oleaje de un dolor

que sin hacer ruido llega

con vibraciones lejanas?

¡Nútreme con tu tristeza!

Bajo tus canas cansadas

hay temblor de primavera:

tu no temes a la noche,

tu vives aurora eterna.

Lloras (yo sé) tus saudades;

los buscas, no los encuentras:

¡como si no fueran tuyos

Corubión, tu mar, las heiras,

las ruidosas romerías,

las jotas y panderetas,

el gran día de Santiago,

o el de la “Virgen Pequeña”!

Madre no te pongas triste;

si es una brisa gallega

la que hoy te lleva mis voces:

la débil enredadera

se prende del tronco viejo,

y juntos al cielo trepan...

Mi aliento que vuelve a Dios

es tuyo, madre, te lleva...

Pbro. Luis Jeannot Sueyro

"Los versos del Cura Gaucho"