Cuaderno Nº 35

Índice Temático


Gualeguaychú, domingo 6 de marzo de 1994CVADERNOS DE GUALEGUAYCHÚ Nº 35
LA YUYERA : VENDEDORA DE SALUD EN LAS VEREDAS…- Los comienzos - Un recuerdo- La jubilación- Un yuyo para cada mal  VISITANTES Y VIAJEROS QUE LLEGARON A GUALEGUAYCHU XIII       - Manuel de Olazábal, brillante oficial del Ejército de los Andes SUPERSTICIONES (Conde de Gená)       - El caballo       - El pájaro carpintero

LA YUYERA: Vendedora de salud en las veredas…

Fabián Magnotta 

La Yuyera - Doña Geroma - "La Yuyera"

Podría decirse que no existe baldosa en Gualeguaychú que no haya pisado, que no figura calle que no haya cruzado, que no existió puerta que no fuera bendecida par su llamado. Es que "la yuyera", es decir Doña Gerónima Sofía Alegre de Díaz, mujer pequeña, de canasta bajo el brazo y dueña de una belleza difícil de explicar pero que está, que actualmente tiene -diría García Márquez- una "edad indefinida" entre los 90 y los 100 años, recorrió la ciudad entera y la vio crecer, desde que el siglo apilaba los primeros almanaques, hasta la Navidad de 1992. 

Dice "la libreta" que cumplió 90 años el 30 de septiembre, pero ella asegura que ya arribó a las cien primaveras. 

En realidad, el dato no logra modificar el fondo de la cuestión: nadie puede negar que Doña Gerónima o "Geroma" cultivó durante casi un siglo el particular oficio de yuyera. Fueron testigos los cientos, miles de clientes, los árboles que la vieron pasar, los tim­bres que la aguardaron y también esas casas sencillas donde se golpea las manos. 

De pañuelo negro en la cabeza, con la canasta llena de yuyos "medicinales" la vieron caminar, por años, largas calles de sol, desde Pueblo Nuevo hasta el Hospital, desde La Cuchilla hasta el Molino. 

¿Quién no la conoció? ¿Quién no le compró algún yuyo para los nervios? ¿Quién no la recuerda con su rostro aindiado y sus palabras apuradas y sin gestos? 

Acaso sirve recor­darla porque la historia de los pueblos no se hace sólo de funcionarios; quizás valga contar algo para contestar a aquella canción que desafiaba: "Todos cuentan la historia por las guer­ras/ en las viejas ciudades/ y por más que pregunto nadie sabe/ describir la mora­da/ donde amasaba el pan el panadero/ y su mujer hilaba". 

Por eso, porque es historia de estas calles, porque a su paso con la canasta se sucedían como en una película revoluciones, asfaltados, cam­bios edilicios. Y progresaban los modelos de automóviles, sirve recor­darla o pedirle a ella misma que resuma la riqueza de su oficio y de sus años. 

LOS COMIENZOS

De pie; sostenida apenas por su aún fornido brazo izquierdo de un alambrado de la casa de calle República Oriental, una cuadra antes del Boulevard Montana, Doña Geroma que, coqueta, prefiere que le digan Sofía -dice cuando se le pregunta la edad, que tiene "15 para 16". 

"Soy hija del famoso correntino Alegre, pero yo nací en Guale­guaychú y me crié en la estancia El Potrero, que trabajaba mi padre", cuenta. 

"Era gente de campo, La hermana de mi padre, Ricarda Alegre, era domadora y se casó con otro domador, el famoso Aguila Renga", revela. 

"Creo que tenía 12 años cuando empecé a vender yuyos. Una señora me dijo: ¿por qué no vendés yuyos?... Y empecé. Mi padre los juntaba en el campo. Primero vendía nada más que berro para ensalada, pero después la gente me empezó a pedir yuyos para enfermedades y yo se los conseguía", recuerda. 

"Bueno... Mi pa­dre juntaba yuyos en el, campo. Después, salía con lo que me traía mi marido porque me hice de marido muy joven y después me casé. El, que hace años murió, me traía los yuyos de El Potrero". 

Doña Geroma -tal el sobrenombre de sus clientes más confianzu­dos- tuvo 14 hijos; de los cuales viven sólo seis. Con el sueldo de su canasta, crió a su familia. Lo cuenta con un orgullo que no puede evitar.

Trabajó en casas de familia, lavó ropa, planchó e hizo otras tareas, pero jamás abandonó su oficio, el que le daría "popularidad".

Salía a las 7 de la mañana con la canasta repleta de hierbas medicinales y regresaba nueve horas más tarde, con la misma canasta completa de comidas y cosas que la gente le daba.

UN RECUERDO

Andrea Sameghini escribió hace más de 20 años con respecto a Doña Geroma, que "su condición de yuyera, tarea que la ha convertido en diestrísima conocedora de hierbas y raíces, le ha conferido una proyección popular que revela la eterna vigencia de los paliativos caseros". 

"Golpea de casa en casa ofreciendo su mercancía, con su canasta hasta los topes de menta, ruda, poleo, yerba del pollo, aguaribay, tala, cedrón, zarza parrilla, manzanilla, albahaca, etc., en rápido enumerar y sin confundir una hierba". 

LA JUBILACIÓN

Doña Geroma dejó hace algo más de un año el trabajo que la hizo “famosa". 

"Dejé en la Navidad pasada", dice con algún dejo de nostalgia, en referencia a diciembre de 1992. 

"Lo que pasa es que ando mal de la vista, ya había empezado a perderme en la calle. Si tuviera un nieto, un chiquilín que me acom­pañara, yo seguiría saliendo, porque el doctor me dijo que tengo que caminar", cuenta. 

No lo sabe acaso, pero es un trozo de la historia diaria de este pueblo, aunque segura­mente nunca consiga el honor del nombre de una calle o la inmortalidad de un monumento. 

Pero logró per­durar a través de las décadas. Aquellos novios que veía en la plaza hoy son abuelos y se curaron más de un resfrío con sus yuyos; aquel sitio baldío que cruzaba para acortar distancias en el soleado mediodía, es un edificio con ascensores; esas chacras que atravesó con su amiga la canasta, son ya complejos habitacio­nales. Y ella lo vio todo. 

"Era como una sombra que pasaba", definiría alguien. "Como un misterio, nadie sabía de dónde venía ni cuándo regresaría". 

Así fue la yuyera y así conserva todavía la rapidez para responder y la sabiduría que dan los años y la calle, esa calle que aprendió a utilizar casi como exclusiva maestra de vida.

Sonaba su puño en la puerta como una sorpresa; se alejaban sus pasos seguros como una leyenda. Nadie puede olvidar su imagen de hombros pequeños, sus respuestas sin dudas, su mirada sencilla, su hermosura de pueblo.

Es que construyó en cada “oferta” un sendero de esperanza para el dolor. Era la “doctora” segura, inmediata y económica.

Transitó un siglo por las veredas sin huellas, vendiendo salud.

UN YUYO PARA CADA MAL

Doña Geroma no duda al momento de enumerar los yuyos que le otorgaron un reconocimiento en Gualeguaychú y asegura que, para cada mal ella tenía una respuesta en su canasta.

La albahaca cimarrona, para el pelo. La carqueja para el hígado y la cola de caballo para los riñones.

Pero eso no es todo: para la circulación vendía las hierbas “La Perdiz y El Ciervo” y lucera y marcela para el estómago.

Incluso, si alguno de los compradores o “pacientes” estaba muy nervioso, ella le dejaba hojas de mandarina.

Le cuesta, sin dudas, ofrecer esos “secretos” porque para ella su mundo fue algo tan natural como las mismas hierbas; le ocurre lo mismo que a un albañil cuando debe explicar cómo se prepara la mezcla.

Para ella no es misterio que “el yuyo de la plaza” cura la tos.

Los cierto es que sus clientes la esperaban. Unos, le encargaban un yuyo determinado y otros le preguntaban qué podían tomar para un problema específico.

“Yo, ahora, algunos yuyos uso, pero muchos no encuentro, porque hay que ir al campo. Aparte, mis problemas ya no son por no conseguir yuyos, sino por la edad…”, bromea.

Alguna gente que sabe que ya no arribará con su canasta, la busca en cercanías de San José al Norte en procura de remedio para sus pequeños males.

No curó de palabra, pero cada vez que su mano salía de la canasta “mágica”, dejaba un mensaje de esperanza, porque su llegada era como un milagro cotidiano y simple.

VISITANTES Y VIAJEROS QUE LLEGARON A GUALEGUAYCHÚ – XIII

MANUEL DE OLAZABAL, brillante oficial del Ejército de los Andes.

Andrea Sameghini

Vive Gualeguaychú el mes de abril de 1853. En la ciudad y el departamento se notan el más completo orden y tranquilidad y su población está entregada, como siempre, a tareas útiles que incrementan su prosperidad. (1) 

En este momento, recalan en esta localidad el Coronel Manuel de Olazábal, su mujer doña Laureana Ferrari y sus hijos (2). 

Laureana, la dama patricia, arriba en otra etapa del largo exilio de su marido, el guerrero de la Independencia. 

En emotiva carta al General Urquiza agradece la atención que se le dispensó desde su llegada a esta playa hospitalaria de Entre Ríos (3). Mendocina de origen; casó a los dieciséis años con uno de los más brillantes oficiales del Ejército de los Andes. 

En casa de sus padres en Mendoza, para la Navidad de 1816, el General José de San Martín solicitó a las señoras asistentes a la celebración que le confeccionaran una Bandera. Aceptada con placer la idea, Laureana fue la principal bordadora de la enseña. Tenía entonces trece años. La ayudaron Remedios Escalada de San Martín, quien cosió la bandera y Dolores Prats, Margarita Corvalán y Mercedes Álvarez. 

A las dos de la mañana del 5 de enero de 1817 dieron por terminada la tarea. Ese mismo día fue jurada la insignia patria por el Ejército Libertador. 

En 1856, residiendo en Gualeguaychú, a pedido de su esposo, dejó Laureana Ferrari constancia escrita de aquel hecho histórico (4). 

Fue esta mujer la compañera abnegada del militar, que vivió junto a él una vida agitada, muchas veces carente de recursos, avatares que no doblegaron su espíritu y Gualeguaychú fue como un remanso en los años de madurez de la dama mendocina. 

El Cnel. Manuel de Olazábal llegó a nuestra ciudad acosado por estrecheces económicas. Estaban junto a él su esposa y muchos hijos, que habían crecido en las sombras del exilio. El Gral. Urquiza, informado de que el 3 de abril había arribado a Gualeguaychú, expatriado de Buenos Aires, ordena que sea bien tratado tanto el Cnel. como su familia. 

Debido a su difícil situación económica solicita del Sr. Director Provisorio un préstamo de dos mil pesos para sus hijos, establecidos con comercio, en Gualeguay (5). 

En agosto de 1858, Olazábal comienza a cola­borar como periodista, en "La Esperanza de Entre Ríos", órgano opositor a la situación confederal, que miembros de la Logia Masónica local, editan en la Imprenta "Del Comercio", enviada desde Bs. Aires a los correligionarios radicados aquí. Por ésta editó en 1858 su Refutación sobre ciertas apreciaciones a la obra publicada en Chile por Vicuña Mackenna, titulada "El Ostracismo de los Carreras". Brillante replica en la que narra Olazábal los últimos acontecimientos de la vida conflictuada del malogrado Gral. José Miguel Carreras, al decir de "La Esperanza" del 6 de octubre de 1858. También, por la misma imprenta difundió un folleto titulado "Historia Argentina: Episodios de la Guerra de la Independencia". (6) 

Según la opinión del Canónigo Borques, "La Esperanza de Entre Ríos" fue mirada como un enemigo encubierto. Respecto al Cnel. de Olazábal, fue considerado opositor y liberal, lo que le provocó mucha resistencia en la población y en las esferas del Gobierno. Esta causa, precisamente, lo decidió a ausentarse con su familia en 1859.

 

NOTA:

1- Carta de Manuel A. Palavecino al Director Provis. T 62. Leg. 146, año 1853, Arch. Urquiza, Arch, Gral. de la Nación Arg. -2- Manuel de Olazábal Comunica su llegada a Gchú T 62, Leg. 146. año 1853, Arch. Urquiza. Arch. Gral. de la Nac. Arg. -3- carta de Laureana Ferrari de Olazábal a Urquiza, T 69, Leg. 193, año 1853, Arch. Urquiza, Arch. Gral de Nac. Arg. -4- Lily Sosa de Newton. Diccionario Biográfico de Mujeres Argentinas. Plus Ultra, Bs. As. 1980. -5 Carta de M. de Olazábal al Dir. Provis. D. de Urquiza, T 70, Leg. 265/266. Arch. Urquiza, Arch. Gral. De Nac. Arg. ·6· Manuel de Olazábal, Historia Argent.. Public. en "La Esperanza de E.R.", Gchú. 

Supersticiones

(Las supersticiones relativas a animales fueron recopi­ladas por Cármelo Romero (Conde de Gená) en el siglo XIX y en la Encuesta de Folklore - 1921 en que intervi­nieron maestros de Escuelas Láinez en el trabajo de campo). 

El caballo 

 El caballo criollo, como el berberisco y la mula, tiene sólo cinco vértebras lumbares, mientras

que los caballos persas, árabes y tártaros poseen seis. 

Cuando los caballos relinchan de noche y las vacas andan inquietas en el corral, dicen que la tormenta se prepara. 

Cuando en el campo se juntan muchos animales y retozan, es creencia muy remota que anuncian lluvia o mal tiempo. 

El pájaro carpintero 

El pájaro carpintero que aparece en el estableci­miento de campo es causa de alarma para sus ha­bitantes; amenaza una gran desagracia. 

Si el pájaro carpintero pica en palo seco dice que labra el cajón y por lo tanto anuncia muerte.

Si lo hace en el palo verde, noticias, cartas. 

Cuando viene a cantar cerca de la casa, es anuncio que un deudo morirá pronto. 

EDICIÓN IMPRESAINVESTIGACIÓN Y TEXTOS: ANDREA SAMEGHINI NATI SARROTJEFE DE REDACCIÓN: MARCO AURELIO RODRÍGUEZ OTEROCOLUMNISTAS: CARLOS M. CASTIGLIONE - AURELIO GÓMEZ HERNÁNDEZ -DISEÑOS DEL SUPLEMENTO DE LA ÚLTIMA PÁGINA Y ROSTRO DE JUAN PABLO DOMINGO: RAÚL A. SARROT
TRANSCRIPCIÓN Y ACTUALIZACIÓN Silvia RAZZETTO DE BROGGI – DISEÑO Y DESARROLLO WEB: PATRICIO ALVAREZ DANERI
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