Antecedentes sobre el Puerto de Gualeguaychú

Por Elsa Beatriz Bachini

Conferencia pronunciada en el Club Central Entrerriano 

el día 18 de octubre de 1967.

De acuerdo al detalle del movimiento portuario y a la carga y descarga de los barcos que salían y llegaban, podemos darnos una idea bastante aproximada sobre la manera de vivir de la gente de nuestro pueblo en las distintas etapas de su crecimiento. 

Puerto de Gualeguaychú
Puerto de Gualeguaychú

Hay que tener en cuenta que desde la fundación de las Villas de Entre Ríos, hasta muy entrada la segunda mitad del siglo pasado, no existían caminos. Hombres y mujeres usaban del caballo como único medio de transporte, dado que, de no encontrarse un paso apropiado, era imposible cruzar en otra forma que no fuera a nado los innumerables arroyos y ríos que caracterizan esta provincia. Hacer un viaje en las primeras diligencias era una peligrosa aventura. Sólo basta leer las descripciones de los viajeros ingleses que recorrieron estos lugares; cuando no perdían una rueda en los barquinazos perdían las dos...

El transporte de algunos productos, como cueros, lana, leña, se hacía desde el interior hasta el puerto más cercano, en carretas tiradas por bueyes. Este transporte, además de espantosamente lento, era costoso, dado lo dilatado del tiempo empleado para recorrer aún cortas distancias.

Recién en el año 1858, se establece la primera diligencia que hizo viajes entre Gualeguaychú y Concepción del Uruguay.

Es por ello, que, la totalidad de los productos para abastecer la población llegaban a nuestra ciudad en barcos. Buenos Aires, Montevideo, Italia, eran nuestros principales proveedores. Hasta la mitad del siglo pasado muy pocas cosas producía la industria local. Los ladrillos con que se construyó la casa de los caños, fueron traídos en barco de Buenos Aires y de la misma procedencia fueron los que se trajeron para la estancia de Díaz, en Talitas. Desde el puerto, donde fueron desembarcados, las carretas que los transportaban tardaron diez días en llegar al lugar del destino.

Recién con la llegada de la inmigración vasca se instalaron en nuestra ciudad los primeros hornos de ladrillo (1830).

Salvo los productos de la industria saladeril, que fuera de avanzada en Gualeguaychú, como grasa, aceites de potro, velas de sebo y por supuesto carne vacuna, aquí no producía nada. Y al decir acá, me refiero a toda la provincia. Todo llegaba desde Buenos Aires o directamente del extranjero.

Por eso, leyendo en los viejos periódicos el detalle de la mercadería que descargaban los barcos en el puerto, es suficiente para saber de las necesidades y forma de vida de aquellos antepasados.

En el "Eco del Litoral" del 25 de febrero de 1853 aparece: "Puerto de Gualeguaychú, entradas del 15 al 20 de febrero: De Montevideo, la goleta “Dos Amigos”, con sal. El Bergantín Brasilero “Enigma”, con sal y un pasajero. De San Pedro, la chalana “Nueva”', en lastre. De Soriano, la ballenera “Oriental”', en lastre. De Islas la chalana “Paula”, con cañas y madera".

Del 25 al 30 del mismo mes se registra este movimiento:

“De Montevideo, la goleta oriental “Felicidad”, de 16 toneladas, a Gianello, con sal".

"De Buenos Aires, la goleta “Nueva Jacinta” de 55 toneladas, a Benítez, con sal".

"De Buenos Aires, el pailebot “Vinaros” con 225 fanegas de sal para Benítez".

“De Corrientes el queche “Carmelita” de ocho toneladas, a Pomar, con 81 tirantes de quebracho, 8 tablas le viraré, 3 tinajas y 4 rollos de nacos".

“De Montevideo, la goleta oriental “Erminia”' de 50 toneladas, con 8 barricas de azúcar, 20 damajuanas de ginebra, 20 botijuelas de aceite, 60 rollos de tabaco, 20 sacas de fariña, papel, lebrillos, aguardiente, cohetes y ajenjo".

“De Rosario, la goleta “Bella Concepción”', de 25 toneladas, con 4.500 sandías".

La mayoría de estos buques regresaban vacíos o sino con leña, y más leña, cueros, cerdas, aceite de potro y maderas.

Aquellos criollos, hombres y mujeres, eran muy sobrios. La primordial alimentación era carne asada o hervida, es decir, lo más abundante y barato. Mate amargo, algunas veces dulce, y entre la gente más acomodada mazamorra, cuajada, y algunas frutas silvestres, con las cuales fabricaban los dulces.

El vicio de los hombres era el trago de alcohol, ya fuera ginebra, caña o anís y en ambos sexos, el consumo del tabaco.

Para esta clase de alimentación bastaban pocos utensilios, y los ajuares de las casas acomodadas, no satisfarían ni a la más humilde familia de la época actual.

Di en custodia al Instituto Magnasco el libro de fiado de la pulpería de Don Pancho Lamego, hijo del primer médico que ejerció en esta ciudad y que data de 1836.

El vestuario y el ajuar de la casa, corrían parejos con el régimen alimenticio.

Pero nada mejor, para demostrar el nivel de vida de aquellos tiempos, que los testamentos de esa época.

Sobre todo, los testamentos de las señoras, más prolijas y detallistas que los hombres, nos enseñan cómo, entonces, se valoraba lo mismo una suerte de estancia, que una pollera, una sábana o media docena de cucharas…

Del archivo del Registro de la Propiedad local y fechado el 16 de diciembre de 1828, he copiado el siguiente:

"Testamento de doña Teresa Rodríguez de Pavón, casada en segundas nupcias con José Benerato González”.

Enumera los bienes de su propiedad, que lega a su esposo:

“Una estancia en el Rincón del Sauce, con su rancho correspondiente, su cocina y tres corrales de palo a pique de ñandubay”.

“Un cerco de palo a pique de la misma especie, que encierra cuatro higueras de brevas. Como 120 cabezas de ganado vacuno. Un caballo, 10 manadas de yeguas que serán como 500 animales, una majada de ovejas como de 400, 5 ollas de varias clases, dos rotas; un asador de fierro, una caldera, media docena de sillas, algunas rotas; dos mesas, una de arrimo y una chica, una caja de cedro, una cuja, un catre de cuero, un banco de carpintería y otro de hacer quesos, una fuente de peltre, media docena de cucharas, 2 bateas, una de lavar y otra de lavarse los pies, 2 azadas, un pico, una pala de fierro, 3 azuelas, dos grandes y una chica, dos hachas de buen servicio, dos arados y 2 bueyes”.

Ese es el testamento de una señora propietaria de más de dos mil hectáreas de campo. Está bien que ustedes me dirán que el mobiliario y los utensilios son de una persona que vivía en la campaña, donde las costumbres son más sencillas, pero veamos otro, éste, de una señora de la ciudad.

Como el anterior, lo he copiado del Archivo de los Tribunales de nuestra ciudad y está fechado el 14 de setiembre de 1826 y pertenece a la señora María Silveria Bernal

Denuncia los siguientes bienes, que lega a su segundo esposo Domingo González:

"Una casa con sala y aposento de material con pozo de balde y ventana a la calle San José, “tirando” en la Concepción para La Piedad, a mano derecha, cuyo número no me acuerdo.

"Dejo seis sillas con fondo de paja, viejas, una mesa con un niño Dios. Un mate de palito con un pie de plata. Un espejo donde está el niño Dios colocado en una urna con rosario de mostacilla en el cuello. Dos candeleros de platina. Un pañuelo de reboso de rasó turquí, un pañuelo de punto negro, un pañuelo blanco de reboso, una pollera de saraza, dos mantas, tres camisas con volados, dos camisones blancos, tres enaguas con volados de coco, tres sábanas, una colcha en cotonía blanca, con cuatro fundas para almohadas, 2 en coco y dos de lino, un pañuelo de lanilla anaranjado, un pañuelo de lanilla con guardas, el primero se entregará a mi sobrina Petrona y el segundo a mi comadre Rossa".

Y por si esto no fuera suficiente para demostrar la forma de vivir de aquellos tiempos, tomo un comentario aparecido en el "Eco de Entre Ríos" del 11 de octubre de 1860:

"La Banda de música, que se reforme, por Dios! Por cierto que es bien triste ver en la procesión de la Patrona los músicos de la Banda Militar descalzos y con chiripás".

Indudablemente, nuestros antepasados no se afligían mucho por su indumentaria, porque calculen ustedes que si los integrantes de la Banda Militar, que en un desfile forma parte de los elementos que más se destacan iban vestidos en esa forma, cómo sería la indumentaria de la gente del pueblo...

Ahora bien, he transcrito disposiciones testamentarias de dos señoras; para que alguno no diga, que las mujeres legaban esas cosas, porque le dan importancia solamente a las cosas que carecen de ella, transcribiré el testamento de don Bartolomé Gómez, también copiado del archivo local:

Declara estar casado con doña Rufina Ledesma, "de cuyo matrimonio tuvimos un hijo, José que anda prófugo hace el espacio de muchos años".

"Declaro mis bienes un rancho pajizo que es mi habitación, un buey, una lechera con cría, 2 caballos. Un caballo alazán malacara que anda por la costa del Gualeguay, una olla, dos hachas, una pala, unos palos para formar un rancho". Está fechado en 2 de agosto de 1829.

Quiero hacer notar, la importancia que tanto hombres como mujeres les daban a los utensilios de hierro, muy escasos en aquel entonces, y por lo tanto, muy costosos.

Así vivieron las gentes de este pueblo. Con lo estrictamente necesario para aquellos tiempos, que por supuesto, dista mucho de ser lo más indispensable para la actual generación.

Eran los tiempos del gobierno de López Jordán, de Rosas, y con este nivel de vida se inicia el gobierno de Urquiza.

Es así que los pocos buques que llegan a nuestro puerto transportan muy pocas cosas. Las necesidades de una población atrasada y pobre se satisfacían con lo menos.

Hay que tener en cuenta, también, que realmente nuestro puerto adquiere la importancia que hoy añoramos, recién cuando Urquiza en 1852, decreta la libre navegación de los ríos.

Hasta entonces, el centralismo de Buenos Aires, unido al sistema de su puerto único y de clausura de los ríos interiores han sumido al país en un estancamiento económico.

Buenos Aires defiende a capa y espada este sistema, y así consigue mantenerlo por muchos años y finalmente aparece Rosas, el más opositor a la organización nacional, pues veía en ella la pérdida de la hegemonía de la Aduana de Bs. Aires, que, con "el poderío económico le da también el poderío militar y político con que sojuzga al país", como lo dice en su Historia de E. Ríos el Profesor Filiberto Reula.

Y los puertos de Entre Ríos no pueden regirse por los principios de la Revolución de Mayo que adopta el liberalismo económico, sino que deben continuar con el régimen colonial del puerto único de Buenos Aires.

Es así que, salvo esporádicos permisos para exportar alguna materia prima producida en sus extensos campos y la llegada de elementos necesarios para la incipiente industria saladeril -y es claro, que siempre se contrabandeaba alguna pavadita-, nuestro puerto como los del resto del país -excepto el de Buenos Aires- desfallecían en una inactividad casi total.

Por eso el decreto de Urquiza sobre la libre navegación de los ríos, marca para nuestro pueblo el comienzo de una asombrosa etapa de prosperidad, que elevó a Gualeguaychú a la categoría de puerto de cabotaje de la República.

Dice el periódico local "El Eco de Entre Ríos" del 2 de abril de 1853:

"Buques de ultramar. Catorce existen actualmente cargando y descargando en estas aguas y por este puerto. He ahí el resultado de la abertura de los ríos que tanto bien promete a los pueblos del litoral. He ahí la noble obra del general Urquiza".

¡Catorce buques de ultramar en aquel humilde puerto de Gualeguaychú, donde aún no se había construido ni siquiera el primer muelle de piedra!; resulta doloroso comparar aquel de ciento diez años atrás, con este puerto de hoy cuyas aguas no se ven agitadas por buque alguno y donde la soledad es su mayor característica…

Y con los barcos, comienza la llegada en masa de los inmigrantes europeos, algunos llamados expresamente por Urquiza y otros atraídos por el orden que imperaba en esta provincia.

El europeo trae nuevas costumbres, nuevas industrias, ideas renovadas, técnicas acordes con la época. Eran pobres pero con mayor cultura, habían conocido un estado de la civilización muy superior al que imperaba en estas regiones y no se conformaron con adaptarse al ritmo de vida de los primeros pobladores.

Gualeguaychú recibió una selecta inmigración. Llegaron los vascos a trabajar en los saladeros, e instalaron los primeros hornos de ladrillos. Los italianos, unos artesanos de primera categoría y otros, los primeros labradores de nuestras tierras, donde comenzaron la siembra de trigo, en gran escala. Se levantan molinos que fabrican toneladas de harina, y el horno familiar, donde se cocían algunos escasos panes, tiene que dar paso a las primeras panaderías, instaladas por los primeros inmigrantes franceses.

El europeo no se conformó con andar descalzo y de chiripá. Viste decentemente, casi podríamos decir que elegantemente, se alimenta en forma más variada y por tanto necesitó también un mobiliario más confortable.

El consumo de la población aumenta, no sólo por la mayor cantidad de habitantes, sino porque al extranjero le eran indispensables muchas más cosas que al criollo, para su diario vivir.

Es así como este nuevo movimiento comercial, se refleja en la actividad portuaria.

"La Esperanza de Entre Ríos", en su número 17 correspondiente a Setiembre de 1858, trae los datos de la entrada y salida de buques en el mes de Agosto, que es la siguiente:

Entrados, uno de ultramar y cincuenta y ocho argentinos, cargados.

Salidas, 3 de ultramar y 63 argentinos, todos cargados.

Y en el mismo período, aparece la referencia a la actividad de la Aduana en el mes de octubre, también de ese año:

Buques entrados, 76, cargados. Salidas, 77, cargados.

Así lucía el puerto de Gualeguaychú a comienzo del Siglo XX

En su número del 11 de setiembre de 1858, "El Eco de Entre Ríos" anuncia la llegada, entre muchos otros, del Bergantín "Courriere" procedente de Hamburgo con la siguiente carga: 50.000 baldosas, 100 sillas, 200 cajones de cognac, 75 barricas de azúcar refinada, 300 cajas de azul, 44 cajones de fósforos, una caja de artículos de imprenta y otra de tienda.

Y ese mismo día la goleta "Joven María", de Buenos Aires, con 11 bultos de drogas, un tacho de cobre, 50 damajuanas de anís, 30 barricas de cerveza, 5 cuñetes de aceitunas, 42 cuñetes de pimentón, 2 sacos de nueces y 20 cajas de almidón.

Y la goleta "Manuelita", con 10 cajas de bacalao, cinco cajones de té, 25 cajones de vermut, dos juegos de sala, 20 sacos de arroz, 8 camas y un piano.

El transporte de pasajeros adquiere cada vez más importancia, y ya no es cuestión de hacer testamento antes de embarcarse, como ocurría en años anteriores...

Los viejos periódicos publican en sus páginas innumerables avisos como éstos: "Para Soriano, Mercedes y San Salvador saldrá el lunes sin falta el lanchón paquete “Venturoso” y admite carga y pasajeros. El que se interese ocurra a la confitería del 3 de Febrero, frente a la Bota Colorada, donde encontrará con quien tratar". - La Bota Colorada...

"Para Paysandú y Salto saldrá esta semana el acreditado falucho “Victoria”, admite pasajeros y les ofrece buen trato. Para tratar ocurrir a la pulpería de José Lemas, cerca del puerto, calle del Tonelero".

"Para Paysandú saldrá esta semana la velera balandra “Flor de Italia”. Patrón Ventura Giménez, admite carga y pasajeros para los cuales tiene buenas comodidades. Ocurran a lo de Fortunato Lanata".

"Flete, El patrón de buque que quiera conducir a Montevideo un caballo, una señora y otros efectos, ocurra a esta imprenta, o a la fonda de la Figurita".

A raíz del intenso tráfico portuario, se instalan las primeras empresas o Compañías de navegación, que siguen el ritmo del crecimiento económico del pueblo.

La primera que aparece en nuestros periódicos es la llamada "Agencia General", del cual son propietarios los Señores Leal y Cordero, en el año 1855.

En el año 1862 se inaugura la de Casacuberta y Valls, que lleva por nombre "La Salteña", floreciente empresa Naviera que perduró por muchos años. Cayetano Valls, se asoció en el año 1866 con don Luis Murature e inauguraron un servicio permanente de nuestra ciudad a Fray Bentos, con el vapor "Colón" y otro a Buenos Aires y Montevideo con el vapor "Río de la Plata"; don Luis Murature, era agrimensor, hombre de gran cultura, con título en la Marina Mercante, propietario de la goleta "Vences".

En 1866 el periódico "El Porvenir" publica este aviso: "Carrera de Gualeguaychú a Fray Bentos". El vapor argentino “Guazú”. Tarifas de pasajes: De cámara 2 pesos fuertes; de proa 1 peso; con comida". Agente Valls y Murature.

Para esta época, la zona del puerto es la más importante de Gualeguaychú, sobre todo comercialmente. Almacenes de ultramarinos -como se llamaba no sólo a los que vendían géneros y comestibles traídos a través del mar, sino también toda clase de artículos necesarios para los barcos y la navegación-, se instalan en esas inmediaciones, como el de Mendaro, Juan Girardellí, más conocido por Rapallo, Juan Bonifacino, Babuglia. Cocherías, como las de Rivas y Gavazzo.

Se multiplican no sólo en las adyacencias del puerto, sino en toda la ciudad, los hoteles y fondas para albergar a los pasajeros, y así tenemos la de Botino, en Alem y Concordia; la de "Partenza", como se lo llamaba a Galazzi, su propietario, en Alem y del Valle; la "De la Figurita", de don Juan Roca, en calle Perú; la de "Doña María", como se llamaba a la de la Sra. María Apestegui; la de Oxandaburu, la de Labayén, el famoso Motel del Vapor, el del Turco, el de La Palmatoria, la de Bayena. En Alem y Diamante, fue famosa la Fonda Genovesa, que primero fue de Gandola y después de Calvetti y Benito Siboldi.

Caivetti publica en los diarios avisos originales: "En esta fonda hay comodidades para pasajeros día y noche, con muy buena comida", y a renglón seguido agrega: "Se da hospedaje también a los osos".

Las necesidades del intenso tránsito fluvial obligan a mejorar el estado de nuestro puerto, que hasta entonces se conservaba más o menos como Dios lo había hecho, y así en el año 1863, sobre un proyecto que en 1858 había realizado el francés Fernando Lebleu, se construye el muelle de piedra y se coloca el primer farol público a querosene que brilló en nuestra ciudad y que fue donado por otros dos franceses: Poitevin y Lefevre.

Y en la ribera, lugar obligado de paseos, se instalan astilleros importantes, como el del señor Lubari, donde, en el año 1864 se bota al agua la chata "América", de regulares dimensiones, la primera que se construye en nuestra ciudad.

La calle del Puerto, que hoy lleva el nombre de Leandro Alem, por donde entraban a Gualeguaychú pasajeros y mercancías traídos por los barcos, es la primera empedrada en nuestra ciudad. Hasta ese entonces, 1867, todas las calles eran de tierra. Este pavimento es costeado por el comercio y la población toda.

Los periódicos locales habían realizado una gran campaña por la mala impresión que causaba a los viajeros recién llegados, el estado desastroso de esa calle, la más importante de su época. Denuncian que un señor inglés se quebró tres costillas al ser arrojado fuera del coche por un barquinazo y que a una familia italiana se le cayó un niño del carruaje en un día de lluvia y no podían encontrarlo entre el lodazal...

Hasta 1852, todos los buques llegados a nuestro puerto eran de tracción a rueda, velas o palas. Recién en ese año entró al puerto "El Progreso", primer buque a vapor que surcó las aguas de nuestro río. Es de imaginar los comentarios a raíz de esta novedad. La mayoría de las gentes se resistían a subir y según lo que dicen los periódicos de aquella época.

La floreciente industria de los saladeros contribuye grandemente a acrecentar el movimiento portuario. No hay que olvidar que, en 1859, existían en Gualeguaychú el saladero de José Benítez, el de Manuel Gianello, el de los hermanos Spangenberg, el de Juan Oxandaburu, que exportaban algo más de la mitad de toneladas de carne que hoy, ciento diez años después, exporta el frigorífico Gualeguaychú, con sus modernas instalaciones. Posteriormente se instalaron los de Nebel, Domingo Garbino, Raibrich, Rossi.

Los productos se enviaban directamente a Brasil y Cuba, y no sólo se preparaba la carne, sino huesos, harina de huesos, cueros salados, astas, aceite de potro, grasa y lenguas, etc.

El "Oriente G" de Don Domingo Garbino

Don Domingo Garbino, propietario del saladero "La Amistad", tenía sus propios barcos: el "Oriente G." y "Emma G.".

En 1863 una compañía por acciones integrada por progresistas vecinos de esta ciudad, con el apoyo de Urquiza, hizo construir en los astilleros del señor Marshall, en Barracas, el vapor "Era". Fue el primer vapor de hierro de regulares dimensiones que se construyó en el país y medía 132 pies de largo.

La compañía estaba integrada por Apolinario Benítez, Juan Cinto, Jacobo y J. A. Spangenbcrg, Domingo Garbino, Manuel Magnasco y Tomás Mengies.

En mayo de 1864 llegó el "Era" por primera vez a Gualeguaychú, en viaje algo accidentado de acuerdo a un suelto que aparece en "El Pueblo", de esa fecha. Resulta que como el río estaba bajo, quedó varado en la boca durante varios días.

El caso fue que su llegada se festejó con baile y romerías en el mismo puerto.

El capitán del "Era", fue don Benito Magnasco, y comisario el francés Honoré Roustand; hacía el viaje directo de nuestra ciudad a Buenos Aires.

Este problema de que los barcos de regular calado, no podían entrar al río Gualeguaychú sin peligro de una varadura, hizo que nuestro pueblo reclamara siempre el dragado de la boca.

Ya en 1853, en "El Eco de E. Ríos", aparece esta noticia: "Una persona inteligente procedió en estos días a practicar un reconocimiento de la boca de este río, que obstruye el banco que hay en ella formado, calcula el costo de su abertura o canalización en una suma mucho más crecida de lo que se pensaba. Habíamos entendido que otra empresa se proponía canalizarlo a cuyo efecto una casa fuerte extranjera habría dado ya algunos pasos".

Pero como todas las obras de gobierno requerían, por supuesto, dilatados estudios, y muy dilatados por cierto, pues lo que se comenzó a estudiar en 1853, recién se realiza 50 años más tarde.

Efectivamente, por fin en el año 1904 se procedió al dragado y canalización de nuestro río y a la construcción de los murallones de piedra, en su desembocadura con el Uruguay, bajo la dirección del ingeniero Emilio Massera.

El notable progreso que significó para nuestro departamento el floreciente movimiento portuario, se vio turbado por un acontecimiento que conmovió a la provincia y que detuvo por varios años su constante prosperidad.

El 11 de abril de 1870, Urquiza es asesinado en su palacio San José. El 14 del mismo mes la Legislatura de Entre Ríos elige Gobernador Provisorio a Ricardo López Jordán, quien de inmediato asume el cargo.

Ese mismo día, el presidente Sarmiento designa al General Emilio Mitre "Jefe del Ejército de Observación sobre el río Uruguay en la Provincia de Entre Ríos" y dirige una proclama a sus habitantes en la que los incita a desconocer la autoridad de López Jordán y a ponerse a las órdenes de Emilio Mitre —que ya el 16 de abril había llegado con los barcos a la boca del río Gualeguaychú.

López Jordán se levanta en armas contra el gobierno Nacional.

Estos sucesos, y la guerra que desataron en toda la provincia, repercutieron grandemente en nuestra ciudad, que sufrió las consecuencias -como todo Entre Ríos- además del desastre material y moral, de una paralización en sus actividades comerciales, de las que por suerte pudo recuperarse. En esta recuperación jugaron un papel fundamental la enorme masa de inmigrantes que continuaban llegando desde todas partes del mundo.

Sobre estos sucesos, voy a leer a Uds. una carta que enviara a Genova el señor Luis Clavarino, conocido vecino de esta ciudad, y que, en la época que llegó de Italia, allá por el año 1850, fue uno de los primeros patrones de barcos que tuvo Gualeguaychú. Creo que es el mejor testimonio, ya que se trata de un hombre que fue actor y espectador en los sucesos, y la escribe un mes después del asesinato de Urquiza.

Como hemos visto, el movimiento portuario de Gualeguaychú se vio conmovido y paralizado, pero, además, sobre el mismo puerto, Jordanistas -los blancos- como se los llamaba, y partidarios del gobierno Nacional –colorados-, libraron una escaramuza, sobre la cual los pobladores de nuestra ciudad, que fueron testigos, relataban los hechos hasta el final de sus días, agregándoles sucesos y anécdotas. Fue el Combate de la Isla, el día 18 de noviembre de 1870.

Es el caso que, ni bien se produce el levantamiento de López Jordán, se forma en nuestro pueblo el Batallón 15 de Abril, en apoyo de las tropas enviadas por Sarmiento.

Cuando una importante columna jordanista al mando del coronel Robustiano Vera llegó a las orillas de nuestra ciudad, Villar, en inferioridad de fuerzas, traslada su regimiento a la Isla Libertad, situada frente al puerto.

Los blancos jordanistas procedieron a sitiarlos, ocupando el edificio de la Aduana y algunas casas de la ribera. Allí se emplazaron cañones y ambos bandos se tiroteaban desde las posiciones ocupadas, hasta que una noche, don Agustín Gianello, propietario de uno de los saladeros, atracó en la Isla con su barco "Garibaldi", y soportando el fuego de las fuerzas jordanistas, trasladó a los sitiados hasta un lugar llamado El Naranjal, sobre el río Uruguay, enfrente a Fray Bentos.

Por muchos años se vieron en las paredes del almacén de Banifacino los impactos de las balas. No siendo esto lo peor que soportaron sus dueños, ya que las fuerzas jordanistas se aprovistaban en ese comercio, dejándolo prácticamente vacío de mercaderías.

Tres años después, el coronel Reinaldo Villar, al mando de sus tropas, derrota a los jordanistas en la batalla del Puente del Nogoyá, quedando con esta acción definitivamente sofocado el levantamiento de López Jordán.

Con estas acciones de guerra, donde se perdieron vidas y haciendas, desangrada Entre Ríos en una lucha entre hermanos, su economía declina notablemente, pero también llega de inmediato una época de prosperidad, que se da justamente con el cambio de la atrasada economía ganadera, que da paso al cultivo intensivo de la tierra y las industrias que instalan los inmigrantes.

Las instalaciones portuarias, casi hasta el final del siglo pasado eran completamente primitivas. El muelle de piedra construido en 1863, era simplemente una contención de la costa y la única comodidad para los pasajeros consistía en una escalera de piedra que bajaba hasta el río, situada más o menos en el mismo lugar en que se encuentra la actual.

Así que no es raro leer en los periódicos de aquella época, noticias como ésta: "Y van tres! Una señora que de Fray Bentos vino el martes en el Vapor “Anita”, cayó al agua al intentar desembarcar en nuestro famoso muelle de pasajeros. Carmelo Gavazzo, que se encontraba cerca de ella, logró tomarla de la ropa y sacarla del líquido elemento. Por suerte sólo perdió el hermoso sombrero y un zapato".

Donde hoy es la plaza Colón, y ahí toda la parte norte y sur, estaba poblada de ranchos, cuyos habitantes expendían los más diversos alimentos preparados por ellos mismos, para el consumo de los tripulantes de barcos, carreros, changadores y paseantes. Tortas negras tortas fritas, pasteles y mazamorra, se vendían a discreción.

Además, esos ranchos albergaban mujeres de vida alegre y todas las noches había bailes y jaranas con la tripulación de los barcos, escuchándose canciones en los más diversos idiomas.

Tal era la afluencia de gentes de otros países que venían a radicarse en nuestra ciudad, que en 1878 se crea el Asilo de Inmigrantes -el segundo después del de Buenos Aires, que existió en el país-. En el asilo se hospedaban los que no tenían conocidos en ésta, y hacía las veces de bolsa de trabajo, encontrándoles ubicación para que pudieran desarrollar sus actividades.

El negocio que estaba más cercano al puerto era el de "La Pava Tuerta", situado en la mitad de cuadra sobre calle Del Valle, entre Alem y Costanera, frente a la actual casa del administrador de la Aduana. La Pava Tuerta era de don Francisco Babuglia, que a su vez estaba al frente de la Agencia Naviera que llevaba su nombre, y al lado la Agencia Marítima de don José Gavazzo, llamada "La Platense".

Sobre la esquina de Alem, don Francisco Parma tenía una importante barraca de frutos del país y enfrente, donde había estado la fonda de Partensa, don Juan Bagalciaga, con su "Agencia de Mensajerías Fluviales del Plata".

En la otra esquina, donde hoy es la barraca de los señores Vaispapir, había otra Agencia Marítima "La Nacional", de Carmelo Gavazzo, y un tercer Gavazzo, don Francisco, era agente de la compañía de navegación "Animo e Fide", en la intersección de las calles Puerto y Bolívar, a la media cuadra de la fonda de Butín.

En Alem y Concordia, don José Bonifacino tenía instalado su "Almacén Naval".

Este ha sido uno de los más antiguos del barrio y la casa donde estaba instalado fue la primera de planta baja y un piso que se construyó en el puerto.

En aquellos tiempos las lavanderas concurrían a la costa del río a lavar la ropa, pasando allí prácticamente el día. La mayoría de ellas eran muy pobres, entonces, en tren de conseguir que don José Bonifacino les regalara alguna mercadería de su almacén, todas le daban de ahijado a alguno de sus hijos.

En el barrio parece que eran famosos, por lo estridentes, los estornudos de don José Bonifacino, y cada vez que esto ocurría, dicen que desde la costa se oía el coro de lavanderas que gritaba: Salud compadre...

A la cuadra de este comercio, para el sur, había construido su casa don Francisco Cabilla, armador de los barcos "Res non verba" y "La Panchita", que hacían viajes entre Montevideo y nuestra ciudad. Posteriormente se instaló la Agencia Marítima Cabilla, que fue la última que perduró y que hace unos meses cerró definitivamente sus puertas.

Astillero de Izzetta
La Costanera de Gualeguaychú, aproximadamente a la altura de los actuales obeliscos

Sobre la calle San Lorenzo -hoy Costanera- y Méndez, estaba el Astillero de don José Izzeta, un genovés que hizo de su establecimiento un emporio de trabajo. Allí no sólo se arreglaban los barcos, sino que se construían íntegramente. Hasta no hace mucho sus descendientes conservaban las maquetas de los mismos, construidas en madera. Casi sobre el mismo puerto, donde hoy es la casa de la familia Borro, Concordia entre Alem y Costanera, en terrenos que entonces pertenecían a la familia Magnasco, se realizaron los primeros remates de haciendas. Cercado el baldío con una empalizada de madera, la casa de remates "Ferrari y Vela", efectuaba subastas de haciendas generales. El lugar elegido fue muy propio, pues el puerto era el lugar donde confluían diariamente la mayor parte de la gente de negocios de Gualeguaychú, y corridas de toros.

La entrada y salida de buques era prácticamente ininterrumpida.

Sobre todo en la época de la cosecha, la fila de barcos llegaba desde el puerto, hasta el arroyo Munilla, y muchos anclaban en la costa de enfrente.

Los carros que transportaban el cereal desde todo el departamento, y muchos que venían desde Villaguay, formaban largas colas, esperando su turno y, a veces debían esperar para ser descargados, día y noche.

Era constante el ruido de los remolcadores que empujaban las chatas, y los habitantes del barrio se quejaban de no poder dormir debido al constante desplazamiento de carros y motores y sirenas de los barcos. Además a este ajetreo comercial nocturno, se sumaban las tropas de ratas que salían de los sótanos y basurales, procurando una alimentación más dietética en las pilas de bolsas de cereales.

Los barcos que amarraban a la costa enhebraban en los cables o sogas, discos de latón, para que las ratas no pudieran subir, pues eran tan prácticas, que se deslizaban por las piolas con una habilidad de consumadas equilibristas.

Los días festivos y domingos, era obligatorio asistir al paseo de la retreta en la rambla, donde la orquesta "Los Ribereños" ejecutaba valses, polcas, schotisch y los modernísimos pasodobles de letras picarescas, que entonaban los Fabios y Palitos de aquella época.

Durante los días de carnaval, sobre todo en los primeros años en que se organizaron los corsos -el primero fue en 1876- todos los asistentes, murgas, comparsas, carruajes y peatones, se trasladaban primeramente al puerto a "Buscar el Carnaval". Como el carnaval se caracteriza por el juego con agua, concurrían al río a recibir al Dios que suponían salía de allí.

Pero, de todas maneras, el puerto era el lugar obligado de paseo, sobre todo en verano, donde en coche descubierto, o a pie, las elegantes de entonces paseaban luciendo los últimos modelos de sus enormes sombreros, abarrotados de plumas, flores y pájaros, resguardadas por la sombra de sus amplias sombrillas.

El puerto tenía también sus escuelas de primeras letras donde aprendieron los primeros palotes los Gavazzo, los Rivas, los Bonifacino, Mendaro, Ghirardelli, Ideartegaray, Murature, Borro, Bagalciaga, Cabilla, Bottino, Guastavino, Giusto, Buchardo, Magnasco, Bértora, Izzeta.

Don Máximo Coronel enseñaba las primeras letras en Concordia y Alem. La Escuela de Paulina Obispo, en Concordia y Caseros, y también en esta calle funcionaba la escuela, a cuyo frente estuvo por muchos años Sofía Balmaceda. El aula donde impartía sus clases tenía puerta a la calle, y la llave de la cerradura medía unos treinta centímetros de largo. Relato este detalle porque una de las armas pedagógicas con que contaba la señorita Balmaceda -no sé si la mejor-, era nada menos que esa llave, cuando algunos de los niños no sabía la lección o molestaba en la clase, enseguida la quitaba de la puerta, y sin más, a pesar de que "el angelito" se cubría la cabeza con los brazos, con dos o tres golpes de llave, no repetía más el incidente.

El año 1890, marca para nuestra ciudad una etapa de realizaciones progresistas.

Se inaugura el ramal ferroviario hasta nuestra ciudad, el tranvía, y al año siguiente la usina de gas para el alumbrado.

Los periódicos y la gente no hablan de otra cosa, sobre todo del ferrocarril que, en un principio fue resistido tan tenazmente.

Hasta el mismo puerto llega la vía y poco a poco, gran parte del transporte de mercaderías en carro, es suplantado por los vagones. Así en "El Noticiero" del 20 de noviembre de 1890, leemos:

"A Villaguay por Gualeguaychú. Las agencias de Bagalciaga y Francisco L. Gavazzo, recibieron por el 'Uruguay' más de cien bultos de mercaderías, procedentes de Buenos Aires, para enviar por ferrocarril a Villaguay".

Y también los rieles del tranway llegan hasta el muelle, agregando a la novedad del silbato de la locomotora las estridencias del cornetín con que el mayoral anunciaba su llegada a una esquina, mezclado al chirriar de las ruedas en los rieles y al golpe de las herraduras de los caballos trotadores, en el desparejo empedrado.

Y con la novedad chicos y grandes iban en tranway a pasear hasta el puerto, a pesar de que los diarios protestaban por lo exageradamente caro del boleto, que de diez centavos que costaba pedía se rebajara a cinco...

Puerto Gualeguaychú
Precario muelle del Puerto. En la otra margen del río, el que fuera el "Rancho de Urquiza"

Y para ese entonces el precario muelle de piedra resultaba insuficiente para las necesidades del activo tránsito fluvial, y es así que "El Noticiero" de abril 30 de 1894 trae esta importante noticia: "El mejor festejo. El 25 de Mayo se clavará el primer pilote para la obra del muelle Nacional".

Y así fue, en el día de la Patria del año 1894, el señor Augus Joray, cuya empresa tenía a cargo la construcción procedió a clavar el primer pilote del viejo muelle de madera, que perduró hasta la construcción de la actual avenida Costanera en el año 1935.

Ese día el puerto estuvo de fiesta. Engalanado con guirnaldas de papel y adornado el palco con profusión de hojas de palmeras y ramas de mataojo, el sacerdote Luis N. Palma dijo el discurso en el acto organizado para ese acontecimiento.

Los fondos con que se realizó esta obra los administraba una comisión de vecinos, integrada entre otros por Clavarino, Bagalciaga, Manuel Magnasco, De Deken, Ideartegaray, etc., y ocurrió un hecho que no se debe haber repetido nunca más. Del dinero enviado por el gobierno para financiar la obra, sobraron nada menos que veinte mil pesos de aquéllos… Esa suma, la comisión la utilizó para construir los primeros galpones donde se almacenó mercadería, sobre todo cereales.

Y los barcos no vienen sólo cargados con sal y más sal, tabaco y yerba. Ahora los grandes almacenes y barracas del Gualeguaychú de fin de siglo, descargan alfombras de Esmirna y perfumes franceses, como el "Pobre Diablo" y Goldaracena e hijos, galletitas, chocolate, café, achicoria, calamares, horquillas, arados, duraznos, conservas, garbanzos, aceitunas, dátiles, nueces, hongos y alpargatas. Se han terminado ya los tiempos de los paisanos, y de los músicos de la banda descalzos. Con la inmigración que entrara por nuestro famoso puerto, llegó también la civilización.

Y de nuestro departamento se cargaba no ya solamente cueros, leche y carne salada, sino lino, trigo, maíz, lana, huevos, aves y otros productos que posiblemente hoy nos hagan sonreír, como en esta noticia de "El Noticiero", del año 1890: "Ayer embarcaron en el 'Eduardo', para Buenos Aires, 100 yuntas de aves, 300 docenas de huevos, un cajón de caracoles y 16 jaulas con pichones de loro".

Es de desear que el barco no haya llevado también pasajeros, porque pobre el del camarote al lado de los loros...

Es una lástima que haya tenido que ser yo y no un hijo de aquel barrio, la que sacara el polvo del olvido que cubre la época de oro del puerto de Gualeguaychú.

¿O es que acaso los nietos de aquellos barqueros, capitanes, patrones y prácticos, que trajeron en sus buques la civilización a nuestro pueblo, no son capaces de dejar aunque sea el testimonio de su recuerdo, para ilustración de las nuevas generaciones?

Mal o bien, yo que no tuve ningún abuelo marino, decidí hacerlo. Lástima que no pueda recordar, como muchos de ustedes tampoco podrán hacerlo, el nombre del humilde barco a vela, que allá por el año 1850, trajo a nuestros antepasados a este puerto, abrigado y generoso, que hiciera época en el siglo pasado.

Gualepedia: Índice de la página