Las Comunicaciones II

"Salagoity, mándame un carruaje a las cuatro, para tomar el vapor".

Era este un pedido verbal o telefónico por demás habitual en ese entonces.

El vapor, salía a las cinco, pero a las cuatro estaba el coche en el domicilio indicado.

Acomodados los bártulos en el pescante, se ubicaba prestamente toda la familia en el carruaje mientras el jefe del grupo familiar consultaba nervioso las manecillas de su reloj de bolsillo, trepaba el último al vehículo y con un pie aún sobre el estribo ordenaba: "rápido cochero, el puerto".

Según pasan los años, los viejos nombres de los barcos, también se iban con estos.

Mientras tanto, proa al rumbo, en el puerto el "Pingo" recibía ya el pasaje y las visitas, y ya la bandera de partida ondeaba suavemente desde un brazo de la cruceta.

Incesante subir y bajar por la planchada, changadores con equipaje menor, mientras que a proa se repetía la escena de los bultos de mayor porte.

Pasajeros que aprietan la marcha sobre los últimos tramos del muelle, resonando sus pasos, como una música de fondo, parte integrante del viaje.

No nos equivocamos si decimos que los pasos de los regresos siempre sonaban distintos.

Hora: 16.55

Uno de los mozos de abordo sacaba una campana con mango de madera y comenzaba a agitarla con estudiada precisión y cadencia paseándose por corredores y pasillos: "visitas a tierra" eso significaba la inminencia de la partida.

Entre las despedidas , los abrazos y los besos, las recomendaciones interminables, se oía un rodar desesperado de llantas de hierro sobre el empedrado y veíanse brotar las chispas de las herraduras de los caballos sobre el pavimento.

Un rezagado, el que cae justo con la hora de partida se tiraba prestamente del carruaje y corría hacia la planchada , los changadores hacían su parte y muy pronto el sofocado viajero se encontraba a bordo.

Pero no faltó el episodio del que llegó cuando el barco ya desprendido de sus amarras flotando casi al medio del riacho comenzaba su lenta impulsión y cuando se escuchaba el campanilleo del telégrafo que ordenaba "despacio, avante", venía la contraorden "pare" y quedaba el barco librado a una lenta inercia y el rezagado aún podía emprender su accidentado viaje mediante uno de los tantos botes surtos contra el muelle.

Mientras el barco era alcanzable nadie perdió su viaje.

Cosas de ayer.

Entonces si, la nave empezaba a alejarse. Tres largas pitadas anunciaban su saludo a la plaza.

Los viajeros acomodados en la barandilla daban su adiós, o hasta la vuelta, agitaban sus brazos en la despedida y muchos pañuelos se agitaban también desde el muelle.

El pasaje veía alejarse el muelle, las voces apenas un murmullo, los carruajes iniciando su lenta desconcentración y a su vez la gente que aún restaba en el muelle veían como el vapor se perdía en la primera curva del saladero.

CRÓNICAS INFORMALES

Carlos Lisandro Daneri

Gualeguaychú – Año 1998