Fundadoras de mundos
Elvira Cepeda de Bugnone, Nati Sarrot y Adela Brasesco
Por Nahuel Maciel
Si hubo un cambio social, político, cultural, educativo, entre otros aspectos que hacen a la vida de Gualeguaychú, ese cambio fue engendrado con un aporte crucial: la fecunda participación de las mujeres.
Para los escépticos, se recomienda la lectura de las vidas de las mujeres que han protagonizado su época y han trascendido su tiempo, propuestas por los autores que las rescatan con la mejor memoria histórica y afectiva.
La proyección de estas personalidades es la que hoy nos permite separarnos del mundo de “antes” e inaugurar para siempre el mundo de hoy y, más aún, el mundo que vendrá “después” de hoy.
Ellas, todas ellas, enseñaron que la razón no existe si no está ligada a un espíritu.
Si se pudiera sintetizar ese espíritu, entonces habría que reconocer que los más rígidos prejuicios fueron ablandados con el afecto y el compromiso que esgrimieron para superar los obstáculos de su época.
No hubo resignación en ninguna, porque ninguna fue conformista. En ellas se dio el prodigio de la entereza.
En gran parte, la historia está hecha con nombres de varones. Allí están los generales, los doctores, los políticos. Allí se ubican sus nombres para designar pueblos y ciudades, plazas y calles. En cambio, las historias de las mujeres –generalmente– se han quedado huérfanas de autores.
Por eso este libro que propone ITÉN (no es casual que esta voz signifique “yo soy”) afianza nuestra identidad y nos sume tanto en las raíces como en las fortalezas para que las alas emprendan el vuelo.
Por fuera de concurso, me pidieron esbozar el perfil de tres mujeres del presente que han trascendido su propia existencia. Ellas son: Elvira Cepeda de Bugnone, Natividad Sarrot García (Nati) y Adela Irma Brasesco. A las tres las he entrevistado este año para El Argentino.
Son tres espíritus que recorrieron su tiempo… fundando mundos.
Elvira, a través del arte en sus múltiples expresiones; Nati, a través de un minucioso registro que permite valorar la historia chica para gozar de la memoria grande; y Adela, a través de una permanente promoción de los más desposeídos de la tierra.
Las tres lograron el prodigio cotidiano de vivir con esperanzas y no solo trascendieron ellas, sino que hicieron trascender todo aquello que tocaron.
Insistimos: ellas enseñaron que la razón no existe, salvo que esté ligada al espíritu.
La Ingeniosa Hidalga
Elvira Cepeda de Bugnone nació el 10 de marzo de 1914. A los 95 años resulta fácil reconocerla: es la ingeniosa hidalga que ha hecho del humor un acto de ternura.
El humor bien hecho sana. Pero el humor sano hace algo más…: espanta dolores y tristezas y, fundamentalmente, prolonga la vida. Sin ese humor serían insoportables muchas de las vicisitudes de lo cotidiano. Ella lo sabe acaso mejor que cualquiera.
Bien se podría decir de Elvira que es un fray mocho hecho mujer. Con una gran capacidad para hacer reír, tiene una mirada que orada lo cotidiano para resaltar las costumbres y construir un mundo nuevo.
Su ingenio es sabiduría y su hidalguía la distingue entre los artistas de la ciudad. Con un aire a lo Fray Mocho, ella enseña a través del humor que la verdad también puede decirse de manera benevolente.
Hay que imaginarla sentada en su sillón de fina madera trabajada, custodiada por un Quijote de bronce y por una biblioteca que atesora clásicos, escoltada por esos libros que huelen a teatro, a poesía.
En ella todo es grácil: habla como un torbellino, pero con palabras que son como una brisa; a cada frase, una ocurrencia y en cada ocurrencia, una exquisita observación.
Ella no quiere incursionar en dolores viejos y, aunque haya dolores que nunca se irán, enseña que aferrarse a la vida es la mejor manera de no quedar atrapado en la pena.
Lectora implacable, enseña que los libros permiten descubrir mundos, sensaciones y amigos. Y en cada referencia que hace sobre el arte, tiene un grato pensamiento sobre el amor de toda su vida: don Enrique, el hombre con quien construyó su familia, con quien hizo de la vida un canto a la libertad, acaso, también, su mejor poesía.
A los 95 años ella dice algo que no es una obviedad: “Los años han pasado, algunas cosas se han perdido, pero también mucho se ha ganado en la vida. Tengo siete hijos. Todos ya saben, fue en una circunstancia dolorosa, porque dos hijas mías fueron secuestradas y ejecutadas, asesinadas con sus respectivos maridos en la época de la dictadura militar. Fue y es, como cualquiera puede imaginar, una cuestión dolorosa. Pero pienso siempre que mi actividad cultural y mis deseos de seguir trabajando con Amigos del Arte me ayudaron a superar ese golpe tan fuerte. Además, tengo dieciséis nietos y quince bisnietos. Cuando los Bugnone nos reunimos, somos más de cincuenta. Es una dicha tener una familia grande”.
Ella se define como una hacedora del humor “chacotón”. Es más, reconoce que “hay humores duros, ácidos”. Y aclara: “Pero los humores soeces, vulgares, agresivos y ofensivos no tienen nada que ver conmigo ni con mi espíritu”.
Cuando el Instituto Magnasco (ese otro portento creado por mujeres) cumplió su centenario, le propusieron editar los poemas que tuvieran conexión con personas y hechos de Gualeguaychú. Un libro que registra la poesía hecha con ese humor “chacotón”, pero que es cosa seria a la hora de retratar los rasgos de los vecinos.
Las personas que fueron retratadas en sus versos han quedado agradecidas; porque el de Elvira es un humor que permite que todos se rían juntos, porque habla de nosotros mismos.
Es que la ofensa no está en su naturaleza ni en ninguno de sus actos. Ella reconoce: “Herir no es un acto de mi naturaleza. Utilizo la poesía humorística procurando siempre tener un mayor enlace afectivo con las personas. Esos retratos me acercan al otro, no me alejan”.
Pero Elvira es algo más que la poesía humorística. Su vida está también ligada al teatro. “En realidad, el arte, la cultura y el cultivarse ayudan a acariciar el alma”, expresa esta mujer de 95 años.
Con su esposo, Enrique, fundó Amigos del Arte; y ambos acercaron el teatro a los gualeguaychuenses, lo hicieron popular, participativo, accesible y fecundo.
Lee desde los cinco años hasta hoy: “La lectura es una de las pocas cosas que se pueden hacer a los 95 años y con placer”, dice con seriedad.
“Puedo prescindir de muchas cosas, pero no de la lectura. Cuando una persona descubre esa cercanía familiar con el libro, entonces encuentra la posibilidad de habitar mundos fantásticos, de sentirse parte del otro y ser uno mismo”, enseña.
Activa participación en la Alianza Francesa; contacto con la poesía a través del humor; y siempre con el corazón arriba de una tabla haciendo teatro: cada acto de Elvira ha sido una construcción ejemplar para los demás. Ella lo dice de manera más simple: “Así me siento feliz”.
La Mujer de la Memoria
Natividad Sarrot García en realidad es “Nati”, como todos en el pueblo la conocen.
Su nombre tiene siempre reminiscencia a nacimiento. Es imposible incursionar en la historia local sin percatarse de que las huellas de Nati anduvieron antes por ahí. Por eso es considerada una referencia. Y a esta condición, ella le suma una tremenda generosidad para que nadie quede en la oscuridad de la ignorancia.
Nació el 17 de septiembre de 1923, en Concepción del Uruguay, y en 1952 se estableció definitivamente en la Gualeguaychú que le enseñó a amar su esposo, otro grande, Marcos Aurelio Rodríguez Otero.
La bonhomía de Nati es proverbial en los claustros, es palabra sagrada en las bibliotecas y es indispensable para la historia del pueblo. Nati ha sido un faro para que los navegantes hambrientos de conocimientos no encallen y lleguen a buen puerto. En ese rol siempre fue maestra y aprendiz, es decir, sabia.
Hay un aporte –de los muchos que se pueden citar– que ha legado Nati junto con su esposo, Marco Aurelio: ellos han contribuido a afianzar la identidad local.
Vecina Ilustre de la ciudad, Nati Sarrot es la estrella que guía la travesía para que el pasado cobre con sentido.
Con una fecunda tarea como docente, su vínculo con la educación viene de sus padres: el hogar conformado por los españoles don José Sarrot y doña María Mercedes García. Él, proveniente de Santiago de Compostela. Ella, de Betanzos. Hogar de inmigrantes, es decir, escuela clave para comprender la diversidad a partir de la vivencia.
Cursó la primaria en la Escuela Nº 1 Nicolás Avellaneda de Concepción del Uruguay y se recibió de maestra normal nacional en Escuela Mariano Moreno, en 1941.
Las escuelas rurales de los departamentos Tala, Uruguay y Gualeguaychú (Colonia El Potrero, cuando aún no había sido loteado) supieron de su responsabilidad ante el semejante, de su compromiso para compartir, producir y distribuir el saber. Las escuelas Nº 9 Rosendo Fraga, en el barrio Franco, y la Nº 2 Domingo Matheu, en inmediaciones de la Costanera, conocieron su capacidad directiva y su disposición los autores que rescatan, con la mejor memoria histórica y afectiva, para trabajar en equipo.
Durante 27 años, el gremio docente tuvo a una cotidiana e incansable luchadora. Y fue la primera Directora Departamental de Escuelas, entre 1969 y 1973. También ejerció funciones públicas comprometidas como Secretaria ad honorem del área de Cultura Municipal, bajo la gestión del entonces intendente Isidoro “Balucho” Etchebarne.
Fue en El Argentino donde Nati y Marcos Aurelio alimentaron el espíritu de los lectores durante doce años (1974-1986), a través de la fecunda “Página de los Domingos”.
Pero su aporte más generoso vino de la mano de esa obra impar llamada Cuadernos de Gualeguaychú, un suplemento que nació también en El Argentino y llegó a ser una de las actividades intelectuales y culturales más destacadas que se produjeron en la ciudad durante el siglo XX.
Sus artículos –para los curiosos y buenos lectores– también se encuentran pródigos en otras páginas, como en el diario El Día, y sus aportes son citados en innumerables libros.
A los 86 años, sigue observando lo que nadie ve, valora el dato que para otros puede ser trivial, pero que ella reconoce como trascendental para reconstruir aquel momento que le da sentido a una identidad.
Cuadernos de Gualeguaychú significó no solo un rescate, sino que también enseñó a amar la historia que no se encuentra en los libros.
Pero si a Nati hay que reconocerla por lo que hizo, también hay que homenajearla por lo que hoy predica: “Los medios de comunicación nos muestran una juventud muy confundida, muy sin norte, sin patrones. Pero hablando con los jóvenes, teniendo un trato genuino y franco con ellos, uno obtiene un nivel de confianza y de sinceramiento que demuestra que los chicos son iguales a los de nuestra juventud. Lo que está pasando, intuyo, es que nos encerramos, adoptamos actitudes autoritarias, nos falta autoridad y entonces la queremos imponer en una forma que lógicamente será rechazada por la juventud. Estoy convencida de que la juventud bien llevada sigue al
buen maestro, lo respeta y lo ayuda. Sigue a un buen hombre porque los ayuda a distinguir los valores que nos cultivan como personas. Descubro que la juventud de hoy es romántica, idealista, soñadora y están ávidos por preguntar y saber. Los quiero muchísimo a los jóvenes y lamento que los mayores no nos aboquemos a ser ejemplos. Es más, ni siquiera los mayores nos esforzamos por ser sinceros con los jóvenes. Y también al revés: los jóvenes a veces sienten que los viejos molestamos, que llegamos a una determinada edad y somos descartables. Eso es horrible. En definitiva, quiero transmitir con todas mis energías que los mayores valen la pena, que los
jóvenes valen la pena, que el hombre vale la pena. Debemos aprender unos de otros y saber escuchar”.
La Maestra de los Pobres
Adela Brasesco nació el 7 de mayo de 1924 en Ibicuy, y a los cinco días la familia se fue a vivir a Las Lechiguanas, donde trabajaba su padre.
Este se llamaba Juan Brasesco y su madre, Cesárea Gastañaga. Mezcla de italiano –genovés, para ser más exactos– con vasco. Era oriental, y de Paysandú pasó a Puerto Yeruá. En una de esas guerras entre blancos y colorados decidió emigrar hacia Entre Ríos. Después de estudiar mecánica en Buenos Aires, el destino lo traería nuevamente hacia Entre Ríos, más precisamente a las Islas Lechiguanas, cerca de Gualeguay. Trabajó con un tal Albarracín, descendiente directo de doña Paula Albarracín, la madre de quien fue Faustino Valentín Quiroga, nacido el 15 de febrero de 1811, en San Juan de la Frontera, y murió siendo Domingo Faustino Sarmiento, el 11 de septiembre de 1888, en Asunción del Paraguay.
“Del trabajo con don Albarracín mi padre tenía un bastón que había pertenecido a Domingo Sarmiento. Es el mismo que doné a la Biblioteca Popular Sarmiento”, sostiene Adela Brasesco, maestra rural de islas, extensionista del INTA y catequista.
Adela es de cuerpo débil, más bien pequeña, con una sonrisa que siempre convoca a la esperanza; es una mujer que se hace grande en figura y en alma.
“Siempre quise ser maestra. Y siendo maestra descubrí mi otra gran vocación: amar y servir a los demás como Dios manda”. Así de simple y crudo es su testimonio.
Hay que imaginarla enlazando su caballo “Bernardino” entre los terrenos casi pantanosos de las islas, colocándole la montura y saliendo al galope treinta kilómetros para enseñar y compartir la instrucción escolar y la espiritual.
Hay que imaginarla desensillando al “Bernardino”, atando sus riendas en un árbol y siguiendo en canoa por los ríos de la vida para llegar hasta donde hay almas abandonadas de la mano de Dios.
Nacida en Ibicuy, pero criada en Las Lechiguanas, sus andanzas se cuentan en fogones de matreros y en los almacenes bares que son refugio de los isleños. Hizo leyenda entre los más pobres.
Ejerció la docencia en Villa Domínguez, Ibicuy, Sarandí, Puerto Constanza (“la escuela más linda”, recordará), en Médanos (“pura arena y soledad”) y anduvo también en Mazaruca. Su equipaje más que una valija con ropas era un pizarrón, una tiza, cuadernos, lápices y libros. Y también semillas para la huerta. Y su infaltable Evangelio.
Como extensionista del INTA organizó y fundó dieciocho clubes rurales femeninos y su paso dejó huellas fecundas en Sagastume, Paranacito, Alarcón, Cuchilla Redonda, Almada, Irazusta, Costa Uruguay, Perdices, Ceibas, Médanos y El Potrero.
“Bajo una escuela rancho, viviendo de la caridad, fui la mujer más feliz de la Tierra”, dirá a quien quiera escuchar.
Egresada como maestra normal de la Escuela Ernesto Bavio de Gualeguay, en el año 1942, Adela Brasesco siempre ejerció la docencia, a veces más allá de lo que la profesión le exigía. Es que siempre estuvo comprometida con la formación integral de las personas: educación, religión e independencia de criterios fueron sus enseñanzas permanentes.
Con un espíritu humanitario envidiable, en la Escuela Nº 39 de Holt Ibicuy –ahora 20 de Junio– encontró su segunda vocación: “La de servir a los demás”, como ella misma lo reconoce.
“Como en Ibicuy no había sacerdotes, además del ejercicio del magisterio me dediqué a organizar la Acción Católica y daba catequesis. Así como siempre supe que quería ser maestra, en Ibicuy descubrí esta vocación: la del servicio a los demás.”
Y ahonda en esos inicios: “Ingresar al ferrocarril era una aspiración de muchos adultos, y la empresa ferroviaria exigía como mínimo que supieran las cuatro operaciones básicas de la aritmética y nociones de redacción.
Así que organicé solita una escuela de adultos, porque el ferrocarril era la única posibilidad de progreso laboral. Llegué a tener más de cuarenta alumnos, sin ayuda de nadie y todo por vocación. Daba clase en el Club San Martín y de esa experiencia salieron grandes hombres. De ahí también sale la Acción Católica. Por eso digo que ahí surge mi vocación social”.
Fue en Ibicuy donde organizó la institución que llevó por nombre “El llamado de la caridad”, de la que todo el pueblo fue parte. Ella aporta un dato que daría para un estudio más profundo: “Por el ferrocarril, Ibicuy era un pueblo de socialistas. No había sacerdotes y todos colaboraron con nuestro llamado a la caridad. Mire, la escuela nocturna y El llamado a la caridad fueron los que abrieron el camino para que pudiera ir un sacerdote. Siempre sostengo que un pueblo de socialistas le abrió el camino a la Iglesia”.
Adela fue también la primera maestra de Puerto Constanza, “uno de los destinos más lindos que tuve en la vida”, dirá con la sonrisa en el alma.
De Médanos a Puerto Perazzo, frente a la boca de Las Lechiguanas, donde la contrataron para dar clases a los hijos de los empleados de una importante empresa arenera. Aceptó bajo una condición innegociable: dar clases también a los hijos de los isleños.
Su idea era hacer una escuela albergue, construida con los mismos materiales de las islas, donde los alumnos pudieran trabajar en apicultura, en árboles frutales y en huertas.
En un momento le comunicaron desde Holt Ibicuy que no podía continuar dando clases a los chicos de las islas y que solo debía abocarse a los hijos de los empleados de la empresa. Su respuesta fue otra lección de vida: “Les dije que vivía de la caridad y que no iba a ser maestra de quienes podían pagar a una docente. Y que si no podía darles clases a los chicos de las islas, entonces me iba como había llegado y sin más trámite”.
Así llegó a fundar el Hogar Isleño Las Lechiguanas. “Sin sueldo, pero debo decir que nunca me faltó nada de nada. Fueron muy felices esos años”, recordará.
Cansada de la burocracia educativa y de las trabas que le imponía el Estado, renuncia a la docencia y se convierte en extensionista del Instituto Nacional de Tecnología Agropecuaria (INTA).
Nada fue casualidad, sino consecuencia de su compromiso social. En el INTA fue un puntal para consolidar los hogares rurales y conformó los llamados clubes de mujeres rurales.
La promoción integral de la mujer del campo; la difusión de conocimientos de primeros auxilios y de saneamiento ambiental; la enseñanza de técnicas que favorecieran el desarrollo de emprendimientos –como la conservación de frutas y de hortalizas y la fabricación de artesanías con totoras, mimbres y chalas– fueron parte de una cosecha que se ensiló en el alma de cada ser que la conoció.
Los clubes rurales fundados por ella fueron pilares en sus tiempos. Vale la pena nombrarlos y que no pasen al olvido: El Chajá de Puente Paranacito, que funcionaba en lo de Daroca, Vicco y Verón; Los Sauces en Sagastume; Los Ceibos, de Ceibas, que funcionaba en la casa de la familia Traba; Granito de Arena, de Médanos; Los Espinillos, de Ñancay; La Entrerrianita y La Amistad, de Costa Uruguay; El Lucero, de Perdices; El Manantial, de Sarandí; Madreselva, de Las Latas; El Amanecer, de Las Mercedes; El Zorzal, de Alarcón; El Hornero, de Cuchilla Redonda; Anahí, de Irazusta; El Paraíso, de Almada; El Mangrullo y El Lucerito, de El Potrero; y Los Cardales, de El Sauce.
Alfabetizadora de los internos del penal, siempre tuvo vocación para acompañar a los sufrientes.
Nunca se casó: “Habrá sido porque estuve siempre ocupada. Con una vocación dedicada a Dios. Porque siempre estuve para los demás. Nunca hubo tiempo para pensar en el matrimonio. A lo mejor me respetaban mucho…, no lo sé. Pero lo concreto es que no tuve una palabra de amor cercana como para pensar en el matrimonio”. Es que el de ella ha sido un amor diferente: “Mi vida es amar y servir a los demás. Mi familia es una familia con los demás, especialmente con los más humildes y desposeídos. Así encontré la felicidad”.
Fundadoras de Mundos
Elvira Cepeda de Bugnone, Nati Sarrot y Adela Brasesco fueron fundadoras de mundos. Por donde ellas pasaron, otros horizontes se abrieron.
Los desposeídos, los ávidos de conocimientos, los hambrientos de justicia y paz –a quienes llegaron– tienen una deuda eterna con ellas.
En alguna mesa, a esta misma hora, alguien estará sonriendo con la poesía de Elvira; alguien estará aprendiendo con las historias de Nati; alguien estará rezando con las enseñanzas de Adela. A esta misma hora, alguien las estará recordando por la forma en que se prodigaron.
Sería una ingratitud que las horas de los hombres no se marcaran con la razón que desplegaron estos tres espíritus, que fundaron mundos nuevos.
Fundadoras de mundos: Elvira Cepeda de Bugnone, Nati Sarrot y Adela Brasesco