Romance de la llegada de Rocamora a Gualeguaychú

Por Manuel Portela (1943)

Se está corriendo la voz desde el fondo hasta la costa

que pronto estará aquí, don Tomás de Rocamora.

Dicen que un chasqui ha llegado y que a estas horas galopa 

llevando de rancho en rancho la noticia promisora:

mañana ha de venir, con Olmos y otras personas, 

desde Arroyo de la China, partido de la otra costa.

 

El anuncio toma vuelo, no habla nadie de otra cosa,

es que lo manda el Virrey para poblar estas zonas

que tan sin defensa se hallan contra miras ambiciosas

del pertinaz lusitano que no olvida ni perdona

que el año setenta y siete fue batido en la Colonia.

 

Llega el día tan ansiado, todo el mundo está en la costa:

están allí los de León, los Borrajo, los Carmona, 

los Aguilar y los Doello, los Galindo, Díaz, Sosa, 

los Villagra, los Zapata, los Mosqueira y los Taborda,

los Gómez y los Fernández, los Muñoz y los Tolosa.

 

Parece que hasta la tarde fuera más tibia y hermosa,

con tanto azul en el cielo y tanta luz en las frondas.

Como es septiembre, en el aire flotan todos los aromas,

como es septiembre se escuchan mil arrullos de palomas.

 

Se adelanta a recibirlo con formas ceremoniosas

Agustín José de León, el más viejo de la zona

y en nombre del vecindario da bienvenida afectuosa

que retribuye el hidalgo con gentileza española.


En chirriadoras carretas, grandes como casonas,

marchan hacia la capilla, la capilla fundadora.

Y el buen soldado y creyente, don Tomás de Rocamora

le entrega a aquel vecindario que fervoroso la adora,

una imagen de la virgen del Rosario, la patrona

de la primera capilla, la capilla fundadora.

Días más tarde cien hachas han empezado la obra 

de desmontar el terreno que ha elegido Rocamora.

Aporte: Mario FISCHER

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