Los Carruajes

Los medios habituales para llegar al puerto, para los pasajeros de los vapores, consistían en los coches de plaza llamados comúnmente Victorias y de las cuales quizás la ciudad fue casi uno de sus últimos bastiones frente al avance del automóvil particular y al de alquiler que aparte de su mayor practicidad, terminaron por conferir un mayor estatus.

Las Victorias estaban protegidas contra el excesivo viento frío de las calles y de la lluvia, por una especie de capote de cuero que se prendía del borde de la capota y se afirmaba en el pescante, o sea el asiento del cochero, y los costados caían en cenefas convirtiendo el recinto en penumbrosa cueva y; de ahí también que se hubiese comenzado a preferir el medio mecánico, pese a sus escapes aromatizantes a gasolina, preferibles indudablemente a los aromatizados a caballo.

Pero, primeramente fueron las Victorias y también algunos " Cupe " artefacto de propulsión a sangre que poseía ciertos refinamientos, encaramados en sus ventanillas con cristales que se podían bajar o subir y aislarse por completo de la planta motriz y conducción.

Exquisitos personajes de su tiempo, supieron usar ese vehículo para llegarse al puerto.

Desde luego el cupé tenía otros usos habituales tales como traslación de la pareja a la iglesia, o para los bautismos y sin excepción coche de dolientes.

Porque de todo hizo el cupe, precursor de la cálida intimidad del automóvil de hoy.

Mucho antes de media hora de la partida del vapor, venían llegando las Victorias al puerto.

Con suavidad, de los que se saben con tiempo suficiente los primeros carruajes.

Arrimaban en las inmediaciones de la Colón y dando culata quedaban los equinos, cara al río.

De inmediato los carruajes eran rodeados por los changadores, hoy mozos de cordel, hasta que su cliente lo reconocía y autorizaba a hacerse cargo de los bártulos para la "revisación".

Por ese tiempo se viajaba con mucho y muy voluminoso equipaje aunque se tratase de un viaje sumamente breve.

Pero si el calculo de días aumentaba, también en proporción directa crecida e impedimentaba o sea que lo que le impide a una persona moverse en libertad.

Los changadores no tenían una tasa fija por sus servicios, y estos se compensaban de acuerdo al criterio del comitente o de su capacidad económica, pero nunca se producían inconvenientes por tal motivo.

No era extraño oír, "a la vuelta te pago" o "anda cobrame a casa".

Se trataba de un juego galante que se practicaba en el puerto entre changador y cliente y a ambos satisfacía por igual.

Algunos changadores mancomunaban su esfuerzo y mediante carretillas y angarillas se disputaban las torres de valijas, cestos y grandes cestos de mimbre.

El cochero de plaza y el changador, bien puede decirse que constituyeron verdaderos puntales del puerto, en parte de la estampa de viajes, marco de tantos "hasta la vuelta", alegrías y tristezas de mil partidas, y otros tantos arribos.

CRÓNICAS INFORMALES

Carlos Lisandro Daneri

Gualeguaychú – Año 1998