- Manda decir mi patrón...
- ¿Quién es su patrón?
- Don Secundino Astorga.
- Ah, ah, ¿qué manda decir?
-Que ha podido aclarar el asunto de que le habló el otro día; que el autor de las cuatrerías últimas y también de la muerte del turco Badú es Rosalio Maidana, el mesmo que ahura está poblao en la costa del arroyo Grande; que ese indeviduo es tamién el que allá pal lao de Villaguay mató al comisario Osuna y que, asigún le han dicho, el sargento Martínez lo conoce.
Y dice tamién don Secundino que a su parecer conviene prenderlo antes que se sepa descubierto.
- Está bien, bajate y pasa pa la cocina.
El ceño adusto del comisario delataba su contrariedad. Recorrió con su vista la extensa llanura circundante sin ver nada en realidad, pues tenía la atención puesta en el problema que meditaba. Luego habló al sargento.
- Che Martínez, vení. -- Y así que éste se acercó llevando en la mano el freno, cuya herrumbrada pontezuela se empeñaba ahora en lustrar, - Decime - continuó- ¿vos lo conocés a Rosalio Maidana? Bienísimo, mi cornisario; y no es de aura y de aquí. Una vez en la costa del arroyo Malo, allá pal lao del Tala, me parece que jué el día de la carrera grande que corrió el rosillo de don Asencio Muñoz con... Dejame de historias que ya me tenés bandiao. ¿Lo conocés y diai? Pa ese rancho galopiaba cuando mi hizo sujetar. Quería explicarle porque considero que el hombre es dos veces ligero: pal cuchillo y pa la uña. Aura le he visto arma e juego, pero le asiguro comisario que Maidana no la precisa pa ser peligroso. -¿Pa dónde jueron los agentes? - Pa lo del vasco Irungaray. Güeno, andá ensillando tu caballo y el mío; cuando vuelvan los agentes iremos a prenderlo a Maidana.
Con desgano se encaminó el sargento Martínez hacia el palenque; enfrentó el caballo del comisario, y con una bajera en la mano quedóse inmóvil y pensativo. Lo que ocurría fingíasele la súbita obscuridad que provoca un eclipse en claro día de otoño. ¿Sería posible que aquel importuno mensaje de Astorga impidiese su concurrencia a una fiesta llamada a abrir época en el pago? Volvió a dejar la matra sobre el recado y se acercó al comisario que junto al cerco meditaba solución al mismo atajo. Vea comisario -aventuró Martínez- los agentes volverán quizá de tarde. Si los esperamos perderemos la fiesta en lo e'Rojas. -Pacencia, La fiesta me interesa más a mí que a vos; pero Astorga tiene razón cuando dice que conviene prenderlo a Maidana antes que husmee nuestra sospecha. Después será trabajoso. Y no es prudente que vayamos los dos solos si el hombre es como dicen.
Vacilante bajó el sargento su vista y púsose como a alisar los pastos con la punta de su alpargata; y dirigiéndose nuevamente al comisario propuso:
-Si usté me da su licercia voy a dir yo solo. No lo tome a mal -agregó al advertir la mirada sor prendida de su superior-, de aquí al rancho e Maidana voy y vuelvo en poco rato, dispués estaremos otra vez en día domingo.
Ahora era el comisario quien, vacilante, parecía empeñado en mirarse las cañas bien lustradas de sus botas. Entonces Martínez era nomás hombre de agallas? Lo empujaba la tentación de experimen tarlo y lo retenía a la vez el temor a la crítica si la cosa salía mal.
Martínez, creyendo interpretar su pensamien
to, insistió: - Ya le pedí, mi comisario, que no lo tomase a mal; sé que usted es más capaz que yo de dir a trairlo a Maidana, pero mi caballo galopa largo y puedo dir más ligero que usté. -Y güeno, si te animás -asintió el comisario ya podés ir marchando.
Con diligencia desusada ensilló el sargento Martínez su lobuno pampa, colgó en el alero su rebenque virola de metal y toniando la "guacha" de uso diario, montó de un salto y se alejó a largo galope rumbo a la costa del arroyo Grande.
Todavía no habían lavado la segunda cebadura de yerba entre el comisario y el chasqui de Astorga cuando empezaron los perros a ladrar con insistencia.
- Han de ser los agentes - opinó el comisario. ¿Pa qué lao andaban? - inquirió el huésped. Por lo del vasco Irungaray Entonces no son ellos, porque su caballo mira pal Sur.
El comisario, luego que devolvió el mate, tras puso la puerta de la cocina y miró hacia el campo.
- ¡Pero amigol-comentó luego-es el sargento y lo trái nomás a Maidana. No me explico cómo ha ido tan pronto y cómo lo ha prendido sies que no lo trái engañao, porque sólo llevaba el cuchillo y su "guacha".
El sargento Martínez sujetó en el palenque trayendo de tiro el caballo que montaba Maidana; desmontó, y como quien descarga presuroso su equipaje, desató el cabestro que unía los pies del preso por debajo de la cincha y ayudándolo a bajar, pues le había atado los brazos por detrás, lo encaminó hacia el interior del rancho en que se alojaban los de tenidos. El comisario advirtió sangre en la camisa de Maidana que parecía caer de entre el pelo.
-¿Y eso? - preguntó. -Dormidera que precisó -contestó el sargento, mostrando con intención su grueso rebenque, que colgó en el mango del cuchillo.
Luego que ató bien la puerta del rancho, Martínez cambió nuevamente el rebenque y habló al comisario: -Salvo su mejor parecer, creo que ahura ya podemos dir. El preso está siguro; lo dejé atao como estaba y si de cruce encontramos a los agentes los haremos apurar pa que lo custodien.