"Hará poco más de un año. Estrenaba zapatos para acudir a la firma del contrato de mi primer libro. Las botitas me apretaban, no podía dar un paso, y como suele suceder siempre que uno tiene prisa y le duelen los pies, empezó a llover.
Al llegar a Seix Barral con una hora de retraso me dijeron que el despacho de don Carlos se hallaba en el primer piso, en el primer piso me dijeron que en el segundo, en el segundo que en el tercero, en el tercero encontré una puerta que no se abría, llegué resoplando al cuarto con la intención de que abrieran la puerta del tercero, y me anunciaron que don Carlos hacía una hora que me esperaba en el cuarto.
Caía la tarde y la lluvia tras los cristales y el despacho estaba sumido en la penumbra. Detrás de la mesa, recostada en un sillón, una figura vestida de negro, envuelta en sombras, dejó oír una voz grave y espesa. "Ah, la joven escritora". En la oscuridad, intentaba averiguar dónde terminaban las barbas de don Carlos y empezaba el jersey negro, si me hablaba de frente o vuelto de espaldas porque no se le veía el rostro. "Bueno, bueno...", dijo la voz grave y espesa y luego se cortó. Sonó el teléfono. Una conversación corta y misteriosa. "Sí, sí, ya ha llegado, aquí está, que no moleste nadie, será corto, pronto terminaré con ella, jege."
La voz grave y espesa se hizo más espesa. Pronto iban a terminar conmigo. Pensé que me había equivocado y en lugar de meterme en el despacho de un editor, me había introducido en la guarida de un sádico, o del jefe de una banda de trata de blancas. Me acordé de que al edificio Seix Barral lo llamaban "La Casa Oscura". No cabía duda de qué encerraba la puerta del tercero que no pude abrir: cadáveres, chicas envenenadas, o preparadas para la exportación. Una chica entró y preguntó: ¿Qué van a tomar, don Carlos? "Yo, un café, y la joven autora lo que quiera". La chica me miró de reojo. Sonreiría torciendo la boca, pero me trajo una limonada que, cuando ya había consumido por la mitad, caí en la cuenta de que debía estar envenenada.
La enorme figura vestida de negro se levantó. Estaba claro que debía tratarse de un doble de Carlos Barral y por eso recibía envuelto en la oscuridad. Cogió un manuscrito de encima de la mesa: mi manuscrito, y empezó a hablar. Supuse que para disimular y pasar el rato mientras el veneno de la limonada surtía efecto. Y entonces la figura negra se despistó y al pasar frente a la ventana enseñó el rostro: era Carlos Barral, de verdad y en persona. Lo había visto antes, un día por la calle, mientras Barral paseaba a enorme perrazo, y otra vez en una fotografía publicada en una revista extranjera, en donde Barral aparecía en una embarcación, en alta mar, el torso desnudo y las barbas al viento. La voz gruesa y espesa se dejó oír de nuevo y me fijé en los dientes: una buena dentadura blanca, y sin colmillos de vampiro. "
Me quedé más tranquila.
(Introducción en el reportaje de Ana María Moix al capo editorial Carlos Barral).