A pasos de las horquetas de ñandubay que separan campos, ahí se preparaba la gran fiesta.
Pero eso ¡qué importa!, ya fue: alguien podrá decir. Sin embargo los recuerdos de las grandes fiestas perduran y es que, junto a la enorme cerca de horquetas de ñandubay, había una pista de carreras cuadreras y, para alternar la diversión, carreras de sortijas con juegos de gurises, carreras de embolsados y el infaltable "palo enjabonado", plantado como mástil para subirlo hasta el tope.
La cantina, que se surtía con tiempo, preparando las bateas para tener las bebidas frescas, tapadas con bolsas de arpillera, mojadas. Para trozar el asado con cuero, un tablón algarrobo; el despacho de los chorizos; fuentes llenas de empanadas fritas en grasa fina de pella y también chicharrones espolvoreados con sal y para darle gusto, ajo picado.
La cantina se instalaba en un viejo galpón con paredes de chorizo de barro, donde afloraban los tientos de cuero, anudados en horcones y de tirantillos de caña: vieja construcción anterior al uso del alambre. Contemplar ese galpón que fue reunión de paisanos, junto al fogón, a la luz del fuego donde el gaucho pensaba: Algún día vendrá alguien importante y a las horquetas de ñandubay quizá las bautice con el nombre de algún grande.
La fiesta empieza temprano. Llegan carros, sulkis, automóviles, paisanos luciendo sus mejores prendas y también, como lustrados, los misteriosos parejeros que el público observa receloso, estudiando sus posibilidades, con sueños de ganar. Se tejen comentarios acerca de las partidas, las montas.
Un pingo de pronto se torna favorito y se lleva, claro, la mayoría de las apuestas. Suele pasar a veces que el pingo más jugado pierde y entonces surge el dicho: "las fijas se vuelven clavos y las seguras inciertas".
Se preparan los nerviosos caballos controlados por los jinetes; están en movimientos que es forma de largar la carrera, como hay otras con cintas.
En la partida ya se demuestra que se necesitan ingenio y coraje para ganar ventaja desde el vamos. Las distancias que se pactan son cortas y la velocidad en la "suelta" es el elemento más importante.
Siempre en estas fiestas lindas hay una carrera central, por la que se apostará más. El "bagallo" pone menos plata o se juega mano a mano, aunque lo más común y popular en las cuadreras, son los llamados "toritos"; se juntan las apuestas o, mejor dicho, las paradas, con un responsable: el que paga a quien gana. Mientras, es lindo escuchar a las señoras y señoritas, perdiendo toda inhibición y gritando a la par de cualquier varón bien plantado. Doña Flor, se jugó la plata de los quesos y de las papas que había cosechado, a las patas de un hermoso tordillo y no lo había consultado con su marido...
Se encontró el matrimonio para tomar mate con tortas fritas y el marido preguntó:
- ¿Jugaste?
- Al tordillo, contestó ella.
El paisano se hinchó de lomo y mirándola fijo a los ojos le dice:
- Yo tengo una imperdible.
- Y bueno, viejo, a mi me gustó el torito y le copé la parada.
- Mirá, Flor, si perdés vas a venir rodando cuchilla abajo, hecha un rollito como mulita gorda y, por ahí, vas a dar con la cabeza en la horqueta más grande de ñandubay.
- Esperá que corra... Y para no seguir la discusión, sujetó la lengua y dejó una agria respuesta boca adentro...
La cerca de horqueta de ñandubay merece una gran atención por haber sido una forma de dividir campos con medios que brinda la naturaleza, mediante recio trabajo del hombre. Concretamente, se enterraba un brazo de la horqueta y se le agregaban los "rellenos" con palo a pique, después otra horqueta y así podía ser por muchos kilómetros de distancia. Con el tiempo, esos límites fueron cada vez más sólidos ya que se iban entrelazando con talas, espinillos y otros tipos de árboles.
Los brazos macizos de ñandubay fueron tallados por los años; sea el gato montés afilando las uñas, sea la comadreja cobijando en el hueco el lugar de su vida y hasta las vizcachas con cuevas cercanas o los zorros protegiendo sus crías o la marca del pico del curioso ñandú. Los nidos de caseros como lunares sobre los palos de color cenizo: la torcaza cantando a la siesta. Hasta el tero coquetenando a la sombra, paradito en una pata. Guarida y camino del arará, del yarará o la culebra buscando al cuis...
El valor que tuvo la cerca que tratamos es tradición casi desconocida, entre otras razones porque el alambre hizo un reemplazo más económico, más veloz su instalación.
Acaso el hombre demolió sin saber esas robustas horquetas, que fueron palenque para el ganado criollo. Pero, sin lugar a dudas, el ñandubay campana, tan sonoro al golpe del hacha y puro orgullo en la brasa del fogón, brilló como ninguna otra madera a la hora de los misterios y leyendas.
Cercas de horquetas de ñandubay. Sus últimos vestigios cayeron cuando se fraccionaron las estancias de los criollos.
Eduardo J. Díaz