Esta era, para todos, la sublime exaltación de la desdicha. El cóndor señor de la montaña, el que en su cúspide bravía había oído a todos los volcanes, el príncipe de los peñascos, el símbolo del cielo y de la libertad, el noble y altivo cóndor, víctima de las risotadas de los inmundos renacuajos, era el espectáculo más triste que alguien pudiera jamás contemplar en la vida. Esos versos habían tocado el corazón de la gente.
Pero después crecí y, como sucede siempre, como la mayoría de los que crecen, me volví cartesiano, cauto y trivial. Comencé a razonar y al razonar desbaraté la magia. Ya de grande razoné:
1) ¿Cómo era posible que, habiendo tantos lugares dignos en el Ande colosal, el cóndor cayera exactamente en una charca de inmundos renacuajos?
2) ¿Por qué los inmundos renacuajos no morían aplastados por el peso del cóndor, que se acrecentaría por la aceleración de la gravedad?
3) ¿Cómo era posible que los renacuajos tuviesen sentido del humor cuando nadie, nunca, hasta ahora, había visto reír a ningún renacuajo?
Pero estos fútiles razonamientos, además de fútiles, eran inútiles por que, como dice el poster: "El corazón tiene motivos que la razón ignora", y la canción era imbatible y el verso final, decisivo:
¡Déjame con mis harapos!
¡Son más nobles que tu frac!
Era un final espléndido y era la íntima y última venganza del poeta. Porque el protagonista había tenido venganzas anteriores; la de la melena contra los rulos, por ejemplo, la que dejaba por el suelo a la odiosa Ninón:
Mi romántica melena, así lacia
y mal peinada, es más bella que las trenzas
enruladas de Ninón.
Ahora que ha pasado el tiempo creo que los versos de Ghiraldo marcaron una época. Creo que fueron de lo inverosímil a la creencia, de lo imposible a la fe. Nadie esperaba ni la verdad ni la congruencia, pero la gente creía en ellos. La canción era poética de una manera extraña, imponía una emoción que ignoraba todo razonamiento.
Y ahora que el tiempo lejano ha pasado y el tiempo cercano es una lejanía inalcanzable, ahora que todo ha cambiado tanto que a veces resulta difícil saber quiénes son los cóndores y dónde están los renacuajos, es bueno saber que, aun que los renacuajos rían, el cóndor no los ve. Una vez escribió Lugones:
La oruga,
que esconde entre las hierbas
su imperceptible fuga,
ve al águila y opina:
"Eres un ser monstruoso, águila!"
En cambio, el águila no ve a la oruga.