"Recuerdo al Profesor Dr. Jacobo Spangenberg, eminente clínico que fue profesor de la Facultad de Medicina de Buenos Aires; a Alejandro C. Bugnone, Profesor de la Facultad de Ciencias Económicas de la Universidad del Litoral; a Esteban A. Bugnone -hermano de Ángela-, quien desempeñó destacadas funciones en la Educación: Inspector Provincial de Escuelas Primarias, Profesor de la Escuela Normal y de la Escuela de Comercio de Gualeguaychú, vice Director de la Escuela Superior Completa… y que según Osvaldo Magnasco, Ministro de Justicia e Instrucción Pública de la Nación, "La inteligencia de este joven educacionista no tiene límites" (5)
La señorita Ángela, la tía Angelita para los íntimos, era una mujer alta, de muy finas maneras. Si bien no una belleza en el concepto de la época. Se movía ágil, con elegancia y dominaban su rostro alargado los ojos vivaces que nunca precisaron lentes; esos ojos con los que parecía escuchar y penetrar en las palabras de quien hablaba con ella, en una forma dulce e inequívoca de exigirlas veraces.
Abrazó la docencia como forma de vida, la dignificó con su ejercicio y se manifestó en la defensa de los derechos que tal profesión debía conferir. Así la vemos junto a María Antonia Piccini integrando la Primera Comisión de Maestras Particulares de la Provincia que reclamó en 1938, una Ley de Jubilaciones y Pensiones.
Espíritu justo y solidario, Ángela no quiso retirarse del aula aunque su edad se lo permitía. Una lesión en la cadera la obligó a hacerlo en 1960.
Cuando su sobrina Angélica, Lica, Bugnone egresó como Maestra Normal Nacional, se incorporó como su Ayudante. Entonces, la "Domingo F. Sarmiento" ganó fama de ser la única escuela particular en la que ejercía una Maestra Normal.
En 1957, la Asociación Gremial y Mutual del Magisterio de Gualeguaychú la visitó en su casa en homenaje a la jerarquía de la labor de Ángela J. Bugnone.
Integré la delegación con María Amalia Barbosa de Piaggio, Alba Hermelo, Angelina C. Lapalma, Albertina Díaz de Oliva, María América Barbosa. La Señorita Ángela tenía 87 años; erguida, delgada, vestía de negro, la aureolaba una dignidad que no inhibía, más bien nos envolvía. Irradiaban sus ojos verdosos, una luz serena, simpática y a la vez indagadora... Pensé, ¡qué fácil debió ser para esta mujer penetrar en el alma de los alumnos!