“(...) Si os vendemos nuestras tierras, deberéis recordar y enseñar a vuestros hijos que los ríos son vuestros hermanos y hermanos de vosotros; deberéis en adelante dar a los ríos el trato bondadoso que daríais a cualquier hermano.
Sabemos que el hombre blanco no comprende nuestra manera de ser.
Le da lo mismo un pedazo de tierra que el otro porque él es un extraño que llega en la noche a sacar de la tierra lo que necesita.
La tierra no es su hermana sino su enemigo.
Cuando la ha conquistado la abandona y sigue su camino.
Deja detrás de él las sepulturas de sus padres sin que le importe.
Olvida la sepultura de su padre y los derechos de sus hijos.
Trata a su madre, la tierra, y a su hermano el cielo, como si fuesen cosas que se pueden comprar, saquear y vender, como si fuesen corderos y cuentas de vidrio.
Su insaciable apetito devorará a la tierra, dejará tras sí sólo un desierto.
No lo comprendo.
Nuestra manera de ser es diferente a la vuestra.
La vista de vuestras ciudades hace doler los ojos al hombre de piel roja. Pero quizás sea así porque el hombre de piel roja es un salvaje, y no comprende las cosas.
No hay ningún lugar tranquilo en las ciudades del hombre blanco, ningún lugar donde pueda escucharse el desplegar de las hojas en primavera, o el rozar de las alas de un insecto.
Pero quizá sea así porque soy un salvaje y no puedo comprender las cosas. ¿Y qué clase de vida es cuando el hombre no es capaz de escuchar el solitario grito de la garza o la discusión nocturna de las ranas alrededor de la laguna?
Soy hombre de piel roja y no lo comprendo.
Los indios preferimos el suave sonido del viento que acaricia la cala del lago y el olor del mismo viento purificado por la lluvia del mediodía o perfumado por la fragancia de los pinos.
El aire es algo precioso para el hombre de piel roja porque todas las cosas comparten el mismo aliento: el animal, el árbol y el hombre.
El hombre blanco parece no sentir el aire que respira.
Al igual que un hombre muchos días agonizante, se ha vuelto insensible al hedor.
Mas, si os vendemos nuestras tierras, debéis recordar que el aire es precioso para nosotros, que el aire comparte su espíritu con toda la vida que sustenta.
Y, si os vendemos nuestras tierras, deberéis dejarlas aparte y mantenerlas sagradas como un lugar al cual podrá llegar incluso el hombre blanco a saborear el viento dulcificado por las flores de la pradera.
Consideraremos vuestra oferta de comprar nuestras tierras.
Si decidimos aceptarla, pondré una condición: el hombre blanco deberá tratar a los animales de esta tierra como hermanos...
... Concluye en CUADERNOS Nº 106