En 1928 se constituye el primer Consorcio Vecinal Gualeguaychú-Médanos.
Poco después el Consorcio Gualeguaychú- Buenos Aires, los que presidió D. David. Della Chiesa.
4 de junio de 1928: ¡Manos a la obra¡ Con el asesoramiento del geógrafo-agrimensor D. Carlos A. Wybert se sale a abrir los 70 Km. desde el Arroyo del Cura hasta los Médanos, en Ceibas. Don Pascual Alfieri es el capataz de tres cuadrillas que harán diferentes tareas: voltear y quitar obstáculos; allanar, construir pasos; nivelar, marcar y señalizar.
En diciembre de 1929 el tramo está concluido y, en enero del 30 se emprende el segundo, de 57 Km. de largo y 25 m. de ancho. En tanto que los machetes y hachas abren luz entre los abigarrados montes, picos y palas cambian de lugar las piedras y la tierra, y se desvía el curso de agua para tender, de costa a costa, los palos y hierros de los puentes. De a ratos, los pioneros se lavan las manos calzan sus prendas de salir, para presentarse a peticionar ante las autoridades nacionales y provinciales, o gestionar de los vecinos, de los consorcistas, la vuelta de tuerca que posibilite y mejore cada metro del camino.
La Provincia aportó 136.000 $, la Nación 64.000 y los vecinos, 78.000. La colecta de los lugareños fue iniciada por D. David Della Chiesa con 2.000 $, Dolores Irazusta de De Deken, con 1500, Irungaray Hnos. 1000, Guillermo Bianchi 1000, Agustín Irigoyen 500; Aberto Irigoyen, Mario Marchesini y Martín Altuna con 200 $ cada uno. Las casas Goldaracena e Irigoyen han prodigado amplios créditos para material; Boggiano ha fundido y armado en sus forjas el hierro necesario y George E. Oppen proveyó del combustible cargado por D. Alfieri, en el camioncito que "galopando sobre terrones" además, transportaba a la gente los víveres y los jornales de cada semana.
Los días de cinco años de faena responsable de los involucrados en la obra del Camino, suman una proeza que, a la distancia, aquilatamos como para alimentar cualquier quimera y pensar como posibles las utopías.
En su segundo tramo el trabajo se volvió más difícil. Engañador, caprichoso, el suelo se oculta en casi 30 Km. anegadizos, que hacen elevar terraplenes hasta los 2 m. y los 10 o 12 m. de ancho, para salvarlo de las crecientes. Y para continuar la obra habrá de superar la corriente de más de veinte cursos de agua: arroyos y ríos como Paranacito, Malambo, Perico, Sagastume Grande y Chico, Mandinga o Diablo, Malo, Salinas Grande y Chico, de la Virgen, del Medio, Sauce, Carquejas, de los Perros, Baltazar, etc. El Paranacito será cruzado en balsa hasta que un puente conveniente una sus riberas, "saltándolo" con suficiencia y belleza.
Se tienden kilómetros de alambrado, se mueven toneladas de tierra, se cortan los misteriosos enterratorios indios (de la Virgen, de los Perros, el Chacra) desnudando su pasado, manos de arqueólogos improvisados y herramientas torpes. Se atraviesa la línea de la ruta con guardaganados de 5m. de luz y alcantarillas con muretes de alas de hormigón.
Inteligentemente, la técnica se apoya en el conocimiento de los vecinos como el ceibero Negrette, que pueden referir y situar: accidentes, altura de aguas, cambios de cursos, trampas de la geografía del sur entrerriano que ellos aprendieron a sortear pagando duro precio.
La naturaleza parece resistir a la proeza, y el hombre con sus primitivos medios, multiplica esfuerzos, habilidad dinero y solidaridad enderezando hacia el éxito. De la traza original de Carlos A. Wybert sólo se han debido corregir unos apenas 10 kilómetros.