Mientras toman mate él piensa en el abandono en que vive su madre, y con más razón ahora que el viejo está preso. No suele ser casero el viejo, pero ella sabe que alguien traerá los vicios, la carne, a veces una botella de vino. Son compañeros, aunque él a veces, perdido por la bebida, intente pegarle. Pero no es por maldad, piensa ella. Los hombres son así.
El único hijo se les fue al pueblo un fin de año. Ellos siguieron tirando, pobreando, sembrando unos zapallos, un poco de maíz, criando unas gallinas. Temprano ella asea su rancho, riega los malvones, da de comer a las gallinas. Lava, cocina, trae leña del monte. Nunca ha ido al pueblo y su único paseo es al cementerio y al almacén, desde que no tiene al hijo, de vez en cuando. Pasaron así los años hasta que ocurrió esta desgracia.
Mira al hijo mozo y se alegra de verlo gordo, bien arreglado, con bombachas limpias y botas.
- Todos festejan a los reyes, dijo él -y me dentraron ganas de verlos.
Si, pues. Los Reyes -dice ella. Los Reyes Magos... Es cuando maduran las sándias.
Ya estaba entrando el sol, colorado de seca. Se aquietaba el aire y el fresco crepuscular devolvía el ánimo a las gentes fatigadas por el bochorno del día. La madre regó el patio con agua que él baldeó del pozo y luego hizo humo para ahuyentar a los mosquitos.
Por el camino real pasó un auto levantando nubes de polvo y del monte cercano empezó a oírse el coro de los bichos del campo. Las gallinas treparon al raquítico espinillo donde dormían y ella le preguntó si estaba bien en el pueblo.
El no supo contestarle. No sabía qué era estar bien. Trabajaba, con calor en el verano, con frío en el invierno. Era peón de patio de un almacén. Hambre no pasaba, no. Pero era siempre lo mismo. Una gran apatía, un no saber que podría ser feliz. Ni siquiera desearlo mucho. Ni interesarse por nada. Esta madrugada, recién, tuvo esa angustiosa necesidad de volver. Y sin saber por qué. Estaba, tal vez, contento ahora. Había alguien más solo y abandonado que él, alguien que confiaba naturalmente en él, y hacia quien se sentía atraído...
Viá trair unas latas de sardina del boliche y una botella de vino, dijo, y preguntó: ¿tiene galleta?
Y festejaron así a los Reyes la madre y el hijo, en La Brava, cerca del camino real que va hacia San Javier.