DON GOYO, SU RESURRECCIÓN
Jano del Oeste
Sobre este cuento se han tejido dos motivos. Pero yo voy a relatar el que oí siempre de mis mayores, por testigos vecinos de mi casa y ex empleados del negocio donde ocurrió el caso. Y digo más, coincide con la versión del único descendiente en la localidad, nieto del comerciante que compartió estas vivencias con don Goyo: el acreditado vecino del barrio del Puerto don Manuel Polo, quien me ha contado el caso tal cual lo tenía aprendido.
Cierto día, don Goyo se había venido al pueblo, como tenía costumbre, a visitar sus parientes, amigos y otros compañeros de lucha con quienes mantenía siempre contacto.
De regreso a su casa, montado ya en su sotreta Lobuno, tan viejo como deshecho, lucía su clásico sombrero camuatí (por su forma alargada y alas gachas), de color panza de burro (por el color gris claro semejante al pelo de la panza de los burros).
Venía por la calle 24 de enero, hoy 25 de mayo, rumbo al Cementerio Viejo y según parece con ganas de tomar un vaso de vino del agrado de su paladar; bebida que en esa época era traído, como el vino priorato, desde Italia. Entonces fue cuando se le dio la idea de hacerse el muerto frente al negocio de Ramos Generales Manuel Polo e Hijos, casa comercial de las más importantes de la localidad.
Don Goyo, largó las riendas de su pingo que marchaba a paso lento y empezó a tambalearse al aproximarse a la esquina hoy Gualeguay y 25 de mayo y a inclinarse poco a poco sobre el pescuezo del lobuno. En un momento dado se desplomó y cayó al suelo, que era de tierra, pues no existía empedrado. Su fiel amigo se detuvo como si estuviera consciente de la treta de su amo.
Desde el interior del negocio, el dueño don Manuel Polo y sus dependientes, vieron lo sucedido y salieron corriendo a los gritos:
-¡Corré Manuel! ¡Corré Justo[1]! ¡Corré Brígido[2]! ¡Corran que don Goyo se ha caído muerto!
Llegaron al lugar donde se encontraba el difunto y procedieron entre todos a levantarlo. Lo llevaron a la trastienda del negocio, ahí lo acostaron en un catre de lona blanca. Unos hacían fresco con una pantalla de hoja de palma, otros le hacían fricciones en las piernas y movimientos de brazos; en fin, todo cuanto imaginaban podía ser útil en este trance.
Llamada con urgencia la señora Mariana Mihura de Polo, esposa del comerciante, acudió corriendo con un frasco de agua de colonia, único perfume que en esa época existía. Empapó un pañuelo de mano, lo frotó sobre la frente de don Goyo, se lo puso sobre la nariz, mientras otro le daba masajes sobre el corazón con alcohol puro.
Al poco tiempo, el enfermo empezó a respirar lentamente, comprobándose que había comenzado a reaccionar.
Ya convencidos todos de que se encontraba mejor, procedieron a sentarlo en su lecho, siempre con el pañuelo perfumado en la cara y en la nariz y en movimiento la pantalla para que le llegara fresco. En esta oportunidad, don Goyo miró a la señora Mariana y con voz moribunda (o de artista más bien) le dijo:
- ¡Doña Mariana!-
- ¿Qué?- le pregunta ansiosa la dueña de casa.
- ¡Mire lo que es la vida!
Tres cosas en el mundo / he visto morir y resucitar:
Carnaval, Jesucristo/ y al viejo Goyo Aguilar.
Así termina este cuento del viejo Goyo y tal vez sea el que lo hizo más popular ya que en todas las generaciones se repiten estos versitos.