Cuaderno Nº 104

Índice Temático


GUALEGUAYCHÚ, 19 de Enero de 1997CVADERNOS DE GUALEGUAYCHÚ Nº 104
DANIEL ELÍAS, DESCRIBIENDO CON EXALTADA BELLEZA (Primera parte)SINFONÍA DEL ENIGMA (Pablo J Daneri)CUADERNOS PREGUNTA… EL PROFESOR ALMEIDA RESPONDE. - La Carta del Sheatl - I- 
LOS HABITANTES DE LA MANSIÓN IV (Edición Impresa) - Entre Letras y Pinturas (Carlos María Castiglione) - Platería, un culto universal - Pinjantes- (Aurelio Gómez Hernández)

DANIEL ELIAS, DESCRIBIENDO CON EXALTADA BELLEZA

En ese hermoso libro de los 75 años del Colegio Nacional del Uruguay -transcurría 1924-, en su página 71 se lee una colaboración del ex-alumno, nuestro copoblano el abogado, juez y poeta DANIEL ELIAS.

Bajo el estilo puro de la época, ELIAS produce una narración que resolvimos compartirla con nuestros lectores, en dos entregas, señalando que jóvenes de Gualeguaychú fueron copartícipes de esas vivencias recreadas por el autor de "Las alegrías del sol".

Oh, el circo funambulesco y rodador, cosmopolita y vario, que enarbolara aquí antaño los mil y un remiendos de su vieja lona, para gloria de nosotros y trabajo policial! 

¡Oh, las numerosas lamparillas a kerosene y tubo con que se iluminara el espectáculo y que, a no mediar la presencia imponente de un milico, hubiéramos de buena gana destrozado a tiro furtivo de honda! 

¡Y el chino aquel, feo y negro como una noche llovida, que hacía juegos malabares con un rimero de platos! Y aquel indefinible tipo tragador de espadas, que en un santiamén se engullía sus dos metros largos de acero!  Y el prestidigitador, no sé si austríaco, que extraía del sombrero una fuente desbordante de agua y luego echaba a volar, como de yapa, una cuantas parejas de paloma! 

Y las piernas intrépidas y lindas de la equilibrista yankee, que al final de cada suerte nos arrojaba besos y sonreía a todos con su sonrisa carnal. 

¡Y el payaso, pintarrajeado y grotesco que hacía cabriolas y se golpeaba la nuca con la palma de la mano! Y el drama final, "Nobleza Gaucha" o "Justicia Criolla" con profusión de tiros y de dagas y en que oficiara de apuntador aquel hondo compañero nuestro, anárquico y bohemio, que es hoy un clínico notable y un literato de garra! 

¡O a veces la pantomima aquella, en que un Pierrot con su albayalde humedecido en lágrimas, mordía derrotado su pañuelo y con el puño crispado amenazaba moquetearse a la pálida, luna de la noche! 

¡Oh, el promiscuo circo trashumante de las plácidas horas juveniles, con sus caballos y perros amaestrados, sus exóticas mujeres y su mucha tablería, a través de cuyo toldo agujereado el cielo curioseaba con sus pupilas de estrellas! ¡Bien llegados recuerdos peregrinos! ¡Vienen a revolotear en torno mío, trayendo su perfume a cosa vieja, como esas golondrinas vuela-mundos que vuelven al alero cuando en las ramas brota una erupción de yemas!...

Cuatro o cinco músicos metidos dentro de un break, seguidos por un payaso jinete en un caballejo, anunciaban de tarde el espectáculo. En cada esquina aventaban una marcha ronca y arrojaban unos carteles con letras gordas y llamativas, que alguien recogía o la brisa se llevaba por ahí. Seguíanle  los chicos andariegos y ruidosos, y los perros se echaban a ladrar. Una que otra vieja se asomaba, en la nariz las gafas y en las manos la aguja de tejer. 

Había además en los zaguanes caritas frescas y risitas jóvenes y a lo largo de la acera el buen sol de la tarde encantaba de ocaso los ladrillos. ¡Y allá iba la murga bulliciosa y callejera con su vibrante pregón, soplando de barrio en barrio la consabida piecita el trillado repertorio!

Alguien nos trajo la nueva de un debut para esa noche. La noticia voló de banco en banco como una mariposa perseguida, y el mismo celador, centinela celoso del estudio, Pedro Galante (a) "El cruel", abandonó su tarima y se plegó a nosotros.

Nos cotizamos a moneda mínima y reunida la suma necesaria, se mandó por dos o tres localidades, papel de su color y tinta china. Obtenidos estos, los dibujantes de la cofradía, -entre otros Pedro N. Ortiz y Juan Maria Cáceres, fallecidos en plena juventud-, pusieron manos a la obra. Para la hora de la cena cada interno tenía su localidad, mal habida desde luego. La imitación era tan exacta que, cotejado el original con la copia, no se advertía diferencia. Por otro lado, para evitar contingencias, teníamos de éstas y en montón las otras. La escasa luz de la época, el humo abundante e intencional de los cigarrillos y el apuro en que poníamos al receptor pretendiendo entrar todos juntos, hacían lo demás.

Aquellos fraudes eran tan numerosos que en cierta ocasión se hizo la  denuncia del hecho a la Policía. Su jefe, don Pedro Seguí -le exhibía al flaco Nadal cincuenta y seis entradas falsificadas, pero la travesura produjo tanta hilaridad que no hubo investigación a ese respecto.

Una noche, así colados, presenciábamos desde las tablas el desarrollo del programa. La banda atacó y deshizo el valsecito aquel del alambre, y a continuación irrumpió la risa guaranga y gruesa del payaso. Lleno de colorete y feo, con más calzones que gracia y tocado por el bonete habitual, creyera que le veo todavía a través de los años que se van. Saludó al público, dijo un par de chistes, y de repente nos sorprendimos todos porque el loco Alzugaray, de pie sobre el escaño, le largó un retruque. Contestó aquel, volvió a replicarle éste, y a poco se formalizó un diálogo tan verdaderamente gracioso que constituyó el número mejor de aquella noche. 

En honor a la verdad digamos que, si el foráneo estuvo regular, nuestro payaso local fue todo un éxito.

Vino después "Juan Moreira" con su olor a sangre, y a su terminación nos fuimos a dormir con nuestro héroe a la cabeza, que en un momento de buen humor había regocijado a todos con el descaro de su gracia inagotable.

Así eran nuestras diversiones de entonces: inocentes, alegres, bullangueras, como la misma juventud que ¡ayl se nos va, tal una campanilla que enmudece. 

No había cinematógrafos, ni tes dansants, ni shimyes; pero no faltaba de cuando en cuando un circo bohemio, -generoso de ensueño y de lirismo-, bajo cuya lona remendada un tony funambulesco nos brindaba una cabriola. 

Y había además una Salamanca cuyos espinillos lugareños se llenaban por Agosto de luz de sol y oro de flores. Y había allí un viejo solitario que nos ofrecía la oquedad de su cueva hospitalaria y el agua servicial de su caldera. 

Y más allá un retazo del arroyo con su linfa cristalina y loca, a donde íbamos a ver la aurora que se bañaba desnuda, o escuchar algún zorzal lírico y vago que entre los sauces de la orilla se envejecía silbando.



OH, EL AMOR...


Pablo J. Daneri

(Pebete)

Sinfonía del enigma


Hoy ha vuelto tu sueño a mi desvelo 

a cubrir con sus sedas de pureza 

las heridas que abriera la maleza 

en el ampo infinito de mi cielo.


Inútil fue el empeño de mi anhelo 

de arrancar de mi vida tu realeza, 

y vengo bajo el sol de tu belleza 

a implorar tu cariño desde el suelo.


(Flores blancas deshojo yo a tu paso.... 

pinta sueños dolientes el ocaso 

y mi labio pregunta en el silencio


de la tarde romántica y violeta, 

si la virgen que tanto reverencio 

ha tornado al amor de su poeta.)


PABLO J. DANERI (Pebete)

CVADERNOS


le pregunta y

el Profesor

ALMEIDA

responde

LA CARTA DE SHEATL

PARTE I

N. de la Redacción: En la reunión semanal del equipo productor de CVADERNOS, el Prof. Almeida nos arrimó una copia antigua de la histórica carta que el Jefe SHEATL, de la tribu piel roja Suwamish envió al Presidente de los EE. UU, Franklin Pierce (1853-1857). 

Documento tan clamoroso como bello que publicaremos en tres partes, en esta columna.

 Jefe SHEATL, de la tribu piel roja Suwamish

"El Gran Jefe de Washington manda decir que desea comprar nuestras tierras. El Gran Jefe también nos envía palabras de amistad y buena voluntad. Apreciamos esta gentileza porque sabemos que poca falta le hace, en cambio, nuestra amistad. 

Vamos a considerar su oferta, pues sabemos que, de no hacerlo, el hombre blanco podrá venir con sus armas de fuego y tomarse nuestras tierras. El Gran Jefe en Washington podrá confiar en lo que dice el Jefe Sheatl, con la misma certeza con que nuestros hermanos blancos podrán confiar en la vuelta de las estaciones. Mis palabras son inmutables.

¿Cómo podéis comprar o vender el Cielo, el calor de la Tierra? Esta idea nos parece extraña. No somos dueños de la frescura del aire ni del centelleo del agua. ¿Cómo podríais comprarlos a nosotros? Lo decimos oportunamente. Habéis de saber que cada partícula de esta tierra es sagrada para mi pueblo. 

Cada hoja resplandeciente, cada playa arenosa, cada neblina en el oscuro bosque, cada claro y cada insecto con su zumbido, es sagrado en la memoria y la experiencia de mi pueblo. 

La savia que circula en los árboles porta las memorias del hombre de piel roja. 

Los muertos del hombre blanco se olvidan de su tierra natal cuando se van a caminar por entre las estrellas. Nuestros muertos jamás olvidan esta hermosa tierra porque ella es la madre del hombre de piel roja. 

Somos parte de la tierra y ella es parte de nosotros. Las fragantes flores son nuestras hermanas; el venado, el caballo, el águila majestuosa, son nuestros hermanos. Las crestas rocosas, las savias de la pradera, el calor corporal del potrillo y el hombre, todos pertenecen a la misma familia.

Por eso, cuando el Gran Jefe manda decir que nos reservará un lugar para que podamos vivir cómodamente entre nosotros, él será padre y nosotros seremos sus hijos. Por eso consideramos su oferta de comprar nuestras tierras. Más, ello no será fácil porque estas tierras son sagradas para nosotros. El agua centelleante que corre por los ríos y esteros, no es meramente agua, sino la sangre de nuestros antepasados. Si os vendemos estas tierras, tendréis que recordar que ellas son sagradas y deberéis enseñar a vuestros hijos que lo son y que cada reflejo fantasmal en las aguas claras en los lagos hablan de acontecimientos y recuerdos de la vida de mi pueblo. El murmullo del agua es la voz del padre de mi padre.

Los ríos son nuestros hermanos, ellos calman nuestra sed. Los ríos llevan nuestras canoas y alimentan a nuestros hijos. Si os vendemos nuestras tierras, deberéis recordar y enseñar a vuestros hijos que los ríos son nuestros hermanos y hermanos de vosotros; deberéis en adelante dar a los ríos el trato bondadoso que daríais a cualquier hermano." 

... Continúa en Cuadernos nº 105

INVESTIGACIÓN Y TEXTOS. Nati SarrotCarpetas de Andrea SAMEGHINIJEFE DE REDACCIÓN: Marco Aurelio RODRIGUEZ OTEROREDACTOR INVITADO: Fabián MAGNOTTACOLUMNISTAS: Prof. Manuel ALMEIDA - Carlos M. CASTIGLIONEAurelio GOMEZ HERNANDEZ
Digitalización: Museo "Casa de Haedo" :  Natalia Derudi - Danilo Praderio - Pilar Piana - Marianela Muñoz.Edición y OCR del texto: Patricio Alvarez DaneriTRANSCRIPCIÓN Y ACTUALIZACIÓN Silvia RAZZETTO DE BROGGI – Julio 2021- DISEÑO Y DESARROLLO WEB: PATRICIO ALVAREZ DANERI
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