Se ha dicho ya que durante el segundo cuarto del siglo XX"reinó" en Gualeguaychú, como un lugar de distracción, sabor y amistad, el Café España; hijo del esfuerzo y la capacidad de trabajo de Don Mariano Tresols, Rogelio Bargas y sus respectivas familias. (CUADERNOS N° 31)
Aquel Café Alcanzó su esplendor en tiempos de apogeo del Teatro Gualeguaychú, cuando ir al cine era casi un ritual social y tampoco fracasaba la concurrencia a las obras de teatro.
Acaso por similares motivos haya surgido el BAR AMERICANO.
Don José" "Pepe" Zoilo abrió las puertas por vez primera, exactamente frente a la entrada del Teatro, el 6 de mayo de 1943. El hombre tenía entonces 33 años y sus ganas de intentar una aventura comercial eran correspondidas por su esposa, Mercedes Fernández.
Don Pepe, que se ganaba la vida como empleado del Correo, caminaba un día hacia su trabajo cuando encontró en la puerta de Urquiza al 700 a Don... Monti, quien, tras charlar unos momentos, le ofreció vender el céntrico inmueble.
Zoilo lo pensó pero no tardó en resolver la respuesta:
Imaginó ubicarse allí con su familia y al mismo tiempo instalar un bar frente al Teatro.
Así nació el Bar Americano.
Adelante, como en un teatro, se atendía a la clientela; detrás, en la trastienda, vivía la familia Zoilo con sus tres hijos, Mercedes, Dardo y Teresa.
Por años, el cafecito caliente del Bar Americano, servido con una atención que bien podría convertirse en escuela de comerciantes, fue el complemento exacto para la película romántica o la picara obra de teatro. Y los memoriosos tampoco olvidan que en los intervalos de la matiné de los domingos los espectadores cruzaban para comprar golosinas o helados, ramo que poco tiempo después (a fines del mismo año 1943) Don Zoilo incorporaría como otro de los encantos del Bar, al adquirir la primera máquina para fabricarlos.
"¿Qué te parece si ponemos una fábrica de helados?", preguntó Don Pepe a su mujer, idea que logro un apoyo que los años extenderían en toda la ciudad.
El Bar Americano trabajaba no sólo con quienes concurrían allí de paso, sino también con viandas y pensionistas. Porque igualmente famoso fue su servicio de comedor.
Como si ello fuera poco, el comercio contaba con un piano y solían presentarse orquestas que deleitaban a los visitantes con valses y tangos. Puede nombrarse por ejemplo, al infaltable conjunto de Espinosa.
En relación con el piano, el Americano encerró una historia con ribetes por lo menos extraños.
Sucedió que durante la segunda guerra mundial, solía aparecer en el lugar un alemán joven, que al lograr alguna confianza, solicito permiso para tocar el piano.
Como en una película de misterio, el europeo tocaba todos los días la misma canción y a la misma hora. Y también como en un largometraje de final impredecible, un día llego otro hombre, con quien se reunió en una mesa y converso un rato. Desde aquella tarde, nadie lo volvería a ver jamás.
Alguien diría después en una anécdota que recorrería las mesas, que el europeo murió en un barco, pero no se supo nunca la verdad.