DANIEL ELÍAS: POETA Y JUEZ
Hijo de José María y Norberta Piquet.
Delegado por el Gobierno Argentino, visitó Chile y Perú. En el viaje, junto a sus compañeros, escribió "hermosos versos”.
Primer Premio en Juegos Florales del Centro Patriótico de la Juventud de Paraná, en el Centenario de Mayo de 1810.
Juez en lo Civil y Comercial en Gualeguaychú en 1919. Se lo trasladó a Concepción del Uruguay con igual cargo.
Daniel vivió la bohemia estudiantil y en este ambiente comenzó a alcanzar la meta de su preferencia existencial: la POESÍA. Dueño de un primoroso lirismo, en esas fiestas entre colegiales y normalistas, en ese lugar de encantamiento, La Salamanca, gustaba recitar su canto "La voz histórica", dedicado a la campana del Colegio.
Como olímpica copa vuelta abajo/ en cuyo fondo hubiese melodía/ arpegios y colores, luz y esencia/ Cuando el rítmico golpe del badajo/ oscila nuestro histórico instrumento/ parece que volcara sobre el viento/ la luz esplendorosa de la ciencia/ y la esencia de luz del pensamiento.
Ya bachiller, se trasladó a La Plata buscando ese otro refugio provinciano, el lugar que le fuera propicio para iniciar su carrera de Derecho. Frecuentó allí al poeta Almafuerte, manteniendo una amistad íntima y cordial.
En los juegos florales del 9 de julio de 1910, obtuvo Daniel Elías el premio la Flor Natural con su composición "La lanza".
Obtenido el título de Doctor en Derecho, ingresó en la Magistratura Entrerriana. Se desempeñó en Gualeguaychú y en Concepción del Uruguay. En esta última ciudad se quitó la vida el 29 de noviembre de 1928.
Dice Iris Estela Longo:
De la mención cronológica de datos no surge ningún indicio que pueda darnos la medida del combate librado alguna vez entre su mente y su corazón, ni la clave de la decisión que hermanó su destino en la muerte al de tantos elegidos del dolor y de la gloria literaria. Pocas referencias dio el poeta sobre sí mismo; más es lo que podemos intuir espiando aquí y allá en los sonetos, por ejemplo; su gozo vital, una sensibilidad de alma y piel, la actitud contemplativa de quien estima en más los placeres sencillos de la vida natural que el ajetreo ciudadano, su admiración por Virgilio y Fray Luis, la conciencia de su trágica y afortunada condición de lírico ("la desgracia feliz de ser poeta"), la presencia de Dios en su mundo poético ("Dios fue tan bueno que inmediatamente / brindó a mis ojos la primera estrella") del Amor, plenitud y alegría, y el fondo la añoranza por el tiempo que no regresará.