• Excursión 1016. 21 Octubre de 2019. Lunes.
De Igueste a San Andrés. Playa Balayo. Playa Las Gaviotas.
Municipio: Santa Cruz de Tenerife
De 14.48 a 18.45h. De 40 a 70 a 0 a 120 a 0 a 160 a 10m.
Distancia: 12,6km. Duración: 2h 57m
Recorrido por la carretera llena de curvas y bajada a dos playas, con un paisaje erosionado y agreste y el olor de los tarajales
El domingo ha estado lloviendo copiosamente en toda la isla. Me organizo bien para poder tomar la 945 (14.10h) y lograr empezar la excursión con tiempo y aprovechar que todavía no hemos cambiado al horario de invierno. Cuando salgo hay más claros que nubes, durante el trayecto hay varias rachas de lluvia, una joven pasajera que pensaba ir al mirador de las Teresitas se empieza a preocupar y le preguntar al conductor, que se enrolla y le informa de los horarios. A mí también me preocupa que llueva, pero con mi paraguas vengo preparado.
Me bajo justo al llegar a Igueste (Capri) y echo a caminar por la carretera hacia Santa Cruz, un km después y ya a la vista del barranco del Balayo y una pequeña parte de la playa del Balayo, llego al portón de la pista que baja a una finca en la desembocadura del barranco. Me acuerdo muy bien de la parada de la guagua cerca del portón, de la vez que me cayó una piedra sobre el dedo gordo del pie. Y me encanta poder volver sin padecimientos. Me tienta saltar la puerta de la pista que baja directa a la playa, pero no me quiero arriesgar tan pronto así que sigo por la carretera hasta el puentecito que cruza el barranco del Balayo. Aquí sin una idea clara de cómo bajar al cauce opto por hacerlo por la derecha y tengo que hacerlo con mucho cuidado y sin arriesgar, apenas son tres o cuatro metros, pero no hay ningún sendero. Ya en el cauce atravieso el puente por debajo y en el otro lado veo que hay una manera más fácil de acceder al cauce, vale, la reservo para la vuelta. No es mucho el trecho (400 metros) hasta la playa, pero el pasaje por el lecho del barranco es complicado por las grandes piedras redondeadas y por la cantidad de rabo de gato que oculta lo que hay debajo, muy peligroso pisar el rabo de gato que cae sobre las piedras, las hace doblemente resbaladizas. A tramos hay un sendero por la izquierda del lecho que salva algunas partes más complicadas, aunque básicamente se trata de ir por el cauce. Veo árboles apaisados (mangas) a la izquierda del cauce. Las paredes son de piedra y tierra, el producto de muchas riadas, de montaje y desmontaje. Al llegar a la pista que cruza a unas casas de la finca hay un coche aparcado y se oyen las voces de unos niños. Paso por debajo de un puente pequeño y sigo bajando despacio y trabajosamente. Y llego a la playa de cayados.
Un perro pequeño se asoma a lo alto de un muro y me ladra, detrás me saluda amistosamente un hombre. Bien. Sin problemas para estar aquí. Tiro para la izquierda, aquí está la playa del Burro (un cartel lo dice y advierte que es una playa sin vigilancia), no es muy grande y tiene cayados, pero cerca del agua hay una franja ancha de arena negra, por la que me gusta mucho ir dejando mis huellas, me alejo hasta el final de la arena y veo que no hay comunicación por tierra con la playa de Igueste. De vuelta a la desembocadura del barranco y sobre los cayados sigo hacia la playa al otro lado (El Balayo). Es una cosa un poco cómica caminar sobre estas piedras redondeadas en las que es mejor ir a ritmo más que a saltos porque así me da tiempo a rectificar un mal paso. En algunas partes el agua casi llega al borde de la pared que limita la playa. Y llego a la parte de arena donde descubro pisadas de personas y de perros y el resto de unas palabras escritas con los dedos en la arena negra. Es una arena negra, muy negra, apretada y húmeda. Apenas hay viento, qué bueno y el oleaje es muy suave. Quiero recorrerla toda entera, la playa, no quiero que se me pase algo especial. Y lo encuentro, es una cueva de la que mana agua del techo, con un muro caído en parte y con culantrillos en el techo. Me fascinan las fuentes, los manantiales que afloran casi al nivel del mar, un poco más y no nos enteramos. En el mapa veo que esta playa se llama: de La Cueva del Agua. Y no se puede avanzar mucho más por la playa, que termina enseguida y continúa una costa abrupta, rocosa, imposible, a donde llega el mar. Me doy la vuelta y regreso hacia la finca. Al pasar por el pequeño puente veo al hombre que me saludó antes. Empezamos a hablar, a una cierta distancia, que se va acortando a medida que ganamos confianza, me da la impresión de que me está sondeando para ver si supongo un peligro para él.
Me gustan las situaciones en las que tengo que maniobrar con el lenguaje para tranquilizar a una persona. Es el encargado, de unos 45 años, delgado, con la cara curtida y con una mata pelo gris que me resulta envidiable. Me va dando muchos datos. Esto es una finca muy extensa que fue un vergel pero que se empezó a arruinar con la gota fría que asoló Santa Cruz hace unos años, el dueño ha ido comprando muchas parcelas para ahora ya mayor (83 años) tiene que dejarlo. Tiene una galería a la que se accede por un pozo en el cauce y la finca llega hasta las terrazas por encima de la carretera. En este terreno tuvo su guarida un famoso pirata (Cabeza de Perro) que fondeaba aquí, lejos de Santa Cruz, en esta bahía protegida. El encargado se muestra muy concernido por mi seguridad y me dice que tenga mucho cuidado con la vuelta por el barranco, me da la impresión de que no quiere que yo le dé un quebradero de cabeza accidentándome. Le aseguro que voy a extremar las precauciones al máximo.
En la carretera de vuelta camino con vistas cambiantes del mar y de Santa Cruz enmarcadas por las defensas de la carretera, tantas curvas que puedo disfrutar porque el tráfico es muy escaso y cuando viene un coche me meto entre dos defensas. Por encima las paredes son muy verticales y de diferentes colores, con poca vegetación. Algo que se me pasa sin notarlo es el esfuerzo de la subida por la carretera, unos veinte minutos después (1,5km) cuando llego a la carretera que baja a la playa de Las Gaviotas ya he ascendido unos 150 metros y ahora me toca bajar de nuevo hasta 0 metros. Me hace ilusión bajar a esta playa, en realidad, lo que me hace ilusión es recorrerlo todo para ver si descubro más cosas interesantes por casualidad. Es una carretera muy revirada que va recorriendo mucho terreno para ir bajando poco a poco. Es un paisaje muy agreste, de cortadas y grandes taludes con paredes muy erosionadas y en constante derrumbe. En una curva parece haber un buen mirador. Lo dejo para después. Paso por delante de unos apartamentos, bueno, paso por delante del aparcamiento, que está en el tejado del edificio. Con su buena puerta cerrada. Y sigo bajando y bajando y llego, por fin, a la playa de Las Gaviotas. No hay mucha gente, apenas media docena de personas. Es una playa de arena negra y lo que más me llama la atención son las paredes que la rodean que parece que se van a desmoronar en cualquier momento y que están cubiertas de una inmensa red metálica; grandes rollos de red esperan en lo alto de la playa a ser colocadas sobre montículos verticales con muy mal aspecto. Desde aquí y en la ladera descubro partes del antiguo sendero que comunicaba San Andrés con Igueste. No me quedo mucho aquí. Sigo hacia la parte baja del edificio de los apartamentos. Y paso una playa pequeña de arena negra: Playa Chica que es también el nombre de los apartamentos. Desde abajo me parecen una construcción espartana de paredes blancas, con ventanas aquí y allí y zonas lisas, los locales en la parte baja parecen abandonados. Paso los apartamentos y llego a una zona de tarajales muy densa y antigua con un pasillo casi cubierto por las ramas. El olor de estos arbustos me gusta tanto, me tranquiliza tanto. Los tarajales están encaramados en un saliente rocoso y por dentro se pueden atravesar hasta su centro donde veo dos sillas de plástico, menudo lugar para fumarse un buen canuto, esto es lo máximo, qué nostalgia. Sigo y paso una cancha de deportes y más allá todavía hay otra pequeña playa de cayados y después salientes rocosos y entradas pero impasables que no deben estar muy lejos, en línea recta de la cueva del Agua, la del manantial.
Regreso por debajo de los tarajales aromáticos y casi me parece oler el aroma acre y pegajoso de un cigarrillo de marihuana, qué imaginación tengo. De una ventana de los apartamentos sale una cabeza que enseguida vuelve a meterse. Una pareja con dos perros me saluda. Paso el aparcamiento, y en una curva muy cerrada, me salgo por la derecha, y descubro un pequeño tramo del antiguo camino real. Sin mantenimiento se ha ido desplomando. No hago caso de los pocos coches que pasan. La carretera que sube se va plegando a la forma del barranco (Valle Seco) que baja angosto y retorcido. Al otro lado veo una caseta-cueva de piedra y unos escalones sobre la roca. Al llegar a lo alto sigo cerca de las defensas protegiéndome de los pocos coches que pasan. Como un km después llego al mirador de Las Teresitas y ahora me parece un lugar triste, lo han cerrado con una verja metálica alta y la gente, que sigue viniendo, deambula por los alrededores, desubicada y desnortada, viendo el mirador tras la valla metálica, sin poder acceder, frecuentemente viene la policía municipal. Después sigo bajando con vistas estupendas sobre la playa de Las Teresitas y al llegar a la vista de Suculún atajo dos veces y evito dos grandes tramos en curva de la carretera que aquí tiene bastante más tráfico y sin arcén. Paso por la izquierda del antiguo emplazamiento de las baterías navales (excursión 473) donde unos están tocando los tambores y cantando. Empato con la carretera más abajo y ya sigo, cruzo el barranco, paso al lado del castillo derrumbado (siempre me impresiona, siempre me parece algo irreal) y en la avenida marítima me llego hasta la parada de la guagua. Unas mujeres finlandesas esperan la guagua, no son senderistas. Tomo la 910 (18.55h) y llegamos pronto a Santa Cruz (19.15h).
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Track orientativo, no obtenido durante la excursión, elaborado después de realizarla
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Igueste a San Andrés