• Excursión 1177. 25 Noviembre de 2020. Miércoles. (Anaga 194ª).
Taganana. Túnel del Bailadero
Municipio: Santa Cruz.
ENP: Parque Rural de Anaga.
De 15 a 17.50h. De 100 a 160 a 100 a 600 a 500m.
Distancia: 9,5km. Duración: 2h 50m
Recorrido aventurero, bajo la lluvia, de un viejo camino erosionado en las faldas del Roque de las Ánimas y subida por la carretera hasta el túnel para cambiar de vertiente con su última parte por el bosque de laurisilva
Mi objetivo hoy es recorrer un viejo camino (que puede que no exista ya) entre Taganana y la playa del Roque de las Bodegas.
Desde Santa Cruz en la 946 voy a Taganana en una tarde que amenaza lluvia, muy gris, algo oscura y eso que me estoy bajando a las tres de la tarde en la parada que está a la salida de Taganana y antes de la curva en la que se empieza a ver la playa. La parada está muy cerca de un bar, Roque de Las Ánimas creo que se llama. Enseguida encuentro enfrente el sendero que sube en oblicuo a la derecha de la carretera y por un terreno muy resbaladizo. Poco después tengo rodear por encima una parte del sendero que se ha desplomado. Toda esta ladera es de tierra suelta en un grado variable de compactación. Un terreno que lleva erosionándose millones de años, Anaga es una de las partes más antiguas de la isla. Una vez que empiezo a tener vistas hacia la playa el camino es estupendo, con suelo empedrado y al lado de un muro alto de piedra. Y voy ya por debajo de la ladera vertical del roque de Las Ánimas con sus características columnas basálticas curvadas que le dan todavía más fuerza plástica y dinámica a este roque, la parte más dura de un viejo volcán que ha perdido por la erosión las capas externas. La ladera tiene terrazas escalonadas, con muros altos, ya hace tiempo abandonadas, las terrazas siguen conservándose gracias a sus muros recios y gruesos. El día está muy gris. Vengo preparado para la lluvia: pantalones impermeables y chaquetón, además del paraguas. Me sorprende que perviva un camino tan bueno y en tan buen estado. Cuando llevo unos 500 metros de camino encuentro una bifurcación muy clara. La recorro hacia la izquierda en ligera bajada, pero no la exploro hasta el final, sé que no tiene salida a la carretera, aunque no lo compruebo in situ. Regreso a la bifurcación y sigo por el otro ramal que llanea por la ladera y pronto me encuentro con muchos problemas. No sólo el sendero es ya muy estrecho y fino, sino que es inclinado, se ha perdido la muesca original del camino y, la mayoría del tiempo, tengo que ir rápido para minimizar el riesgo de deslizarme ladera abajo. Voy rodeando los pliegues de la ladera, incontables pliegues y sólo en algunos tramos muy cortos sigue el camino en buen estado y horizontal, con la muesca original en la ladera. Toda esta zona de pliegues forma un arco que se corresponde aproximadamente con el arco de la playa. Cuando he recorrido un poco más de la mitad de este arco y he llegado a una nervadura más ancha empieza a llover, a llover con intensidad. Me pongo los pantalones impermeables, siempre una operación lenta y complicada. Miro hacia el final del arco y descubro que por ahí no hay sendero en absoluto, lo que hay es un tronco de pitera a modo de pasarela, de locos pasar por ahí. No voy a tratar de llegar hasta allí para comprobar que es un paso imposible. Caen chuzos de punta, llueve a lo bestia y no es cuestión de quedarme en medio de estas laderas de tierra suelta donde los desprendimientos deben ser muy frecuentes y más todavía lloviendo como ahora. Por un momento pienso que a lo mejor tengo escapatoria por arriba. Subo un poco por la nervadura, una pequeña arista algo más sólida que el terreno circundante, pero me doy cuenta de que es una locura, por aquí tengo que subir demasiado. Con el paraguas abierto y rezando a todos los dioses protectores de los senderistas y con mucha sangre fría regreso bastante más deprisa (que a la venida) por el sendero inclinado y arenoso. En algunas zonas se ha formado un barro pegajoso, arcilloso, y las suelas de los zapatos empiezan a crecer con todo el barro adherido, con lo que se agarran menos al suelo y se deslizan más. Por momentos la lluvia me da fuerte en la cara, el agua viene muy horizontal. Es milagroso que logre llegar intacto al tramo empedrado.
En el tramo empedrado me lo tomo ya con calma y me pongo el chaquetón. He escapado de una buena. Me cuesta un resbalón y una caída la parte final del camino para acceder a la carretera. Me he quedado a medias, no he podido recorrer el sendero a la playa. Para aprovechar la tarde decido subir por la carretera, no es hoy un día para andar por senderos con esta lluvia. Los pocos coches que pasan van despacio. No miro ni a los conductores que se cruzan conmigo ni a los que me adelantan, no los envidio en sus coches calientes y sus asientos confortables. Es una subida fuerte hasta el túnel, pero yendo por la carretera está el desnivel muy repartido. Llueve intermitentemente y no muy fuerte, es algo sostenible. Voy recorriendo la carretera en mi subida, recorriendo todas sus curvas larguísimas, creo que es la primera vez que la camino. Un buen día para hacerlo. En el roque de Amogoje las nieblas tapan casi toda la vista hacia Almáciga. Un día de perros. Ningún coche aparcado en el mirador. Me siento especial en la recta con vistas a ambas vertientes. Después el bosque se va haciendo más y más denso y verde y en la carretera voy bien. Me gusta el ruido de las ruedas de los coches en el agua, ese swishhhh. No me llueve apenas después. Cuando llego al túnel lo encaro bien. Largo y oscuro. Me gusta. Al menos sé que no me va a llover. Es tremendo el ruido que arma la guagua (la 946) al cruzarse conmigo dentro del túnel. Yo voy bien arrimado a la pared derecha. Unos 400 metros tiene de longitud el túnel. Se me hace largo. Al salir al bosque de laurisilva, más húmedo todavía, empieza a llover. Sin tráfico puedo ir caminando sin estrés por debajo de los árboles que crecen en los bordes de la carretera. Pero empieza a llover más fuerte. Tiro para la izquierda en la bifurcación y me refugio bajo el techo de la cercana parada de la guagua (17.50h). Llueve demasiado para intentar seguir bajando hasta San Andrés. Demasiado estrecha y demasiado desprotegido para tanta lluvia.
Paciente espero a la guagua (con la que me cruce) que no tardará mucho en pasar. Aparece una media hora más tarde (18.25h) cuando ya me estoy enfriando. El conductor, poco empático, no me dice ni pío, bastante tengo con que se haya parado en medio del aguacero, me he puesto bien afuera de la parada para que me viese. Y tampoco comenta nada de haberme visto cruzando el túnel. Por su actitud puede que hasta sea un delito. Paso de él y de su caballo. Me concentro en lo mío. Afortunadamente vuelvo entero y seco y hasta puedo disfrutar de la vuelta, con otro pasajero más en toda la guagua mirando por la ventana la lluvia cayendo sobre los cristales y haciéndose de noche mientras bajamos. Cuando llegamos a S Andrés me parece estar en Nueva York, el cambio es tan brusco.
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Track orientativo, no obtenido durante la excursión, elaborado después de realizarla
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