• Excursión 724. 21 Noviembre de 2017. Martes.
Tabaibal del Porís.
Municipio: Arico
ENP: Sitio de Interés Científico Tabaibal del Porís
De 15.49 a 17.50h. De 50 a 0 a 45m.
Distancia: 5,2km. Duración: 2h
Visita a un espacio natural protegido: el tabaibal del Porís. Aquí las tabaibas batidas por el viento constante y fuerte crecen achaparradas sobre terrenos rocosos aparentemente estériles o pueden crecen altas en zonas azocadas. La costa tiene zonas de geología variada e interesante donde se pueden ver materiales muy diferentes de forma y textura. Abajo en la costa se forman pequeños charcos, aunque la mayoría inaccesibles
A pesar de que sé que no lo tengo muy justo y me he preparado, justo en el momento de salir todo se complica. Cuando ya estoy en el coche me doy cuenta de que se me han olvidado los zapatos de caminar y “tengo” que ir al baño, una vez en el coche me topo con un atasco de coches por la salida del instituto. En resumen, llego un minuto tarde (14.31h) a Santa Cruz y mi guagua (la 111) ya se ha ido. Me sorprende a mí mismo la calma con que me tomo la espera en la estación, debe ser por lo entretenido del movimiento de personas y el espectáculo continuo de las guaguas entrando y saliendo; en la estación todo el mundo parece tener un propósito muy claro, algo que hacer, un sitio a dónde ir, aquí se viene a algo muy concreto, la gente no viene aquí y hace un sorteo para ver a dónde va, el destino es sólo uno. Logro salir a las 15.09h en vez de a las 15h porque el conductor sólo abre la puerta a la hora en punto. El que se fue a las 14.30 seguro que llevaba un cuarto de hora recibiendo a los pasajeros. Dejo una Santa Cruz con algo de viento y nublada (27º). En una guagua atestada y con mi música al aparato me encanta ver las paredes grises por debajo de la refinería, es increíble con qué me puedo entretener. Una vez en marcha se me olvidan las frustraciones y me preparo para mi aventura del día. Me bajo en El Porís (15.49h), al otro lado de la gasolinera y el barco, junto con unos pocos pasajeros. Llamo a un taxi (15.52h) para que me suba hacia Arico el Viejo, pero me dice el taxista que tengo que esperar una hora porque los taxis están en otros viajes, y que vaya a la gasolinera donde está la parada de los taxis. Estoy decidiendo qué hacer cuando veo a una pasajera que se bajó conmigo dirigirse a una parada de guaguas que aparece de la nada. La parada está a este lado de la autopista y algunos viajeros ya esperan allí. La mujer tiene aspecto urbano, es delgada, con un piercing y tiene unos pantalones de un bonito color verde. Llego a la parada (15.56h) y me dicen que están esperando una guagua que sube a la villa de Arico. Pero cuando indago por el número de la guagua una joven que está escuchando música con su teléfono me dice que tardará una media hora en aparecer. Le doy las gracias por la información, y entonces y sobre la marcha decido cambiar de excursión. Cambio de excursión al acordarme de una que tenía pendiente: visitar el Tabaibal del Porís. Está al otro lado de la autopista. Es un espacio natural protegido: el Sitio de Interés Científico Tabaibal del Porís. Perfecto. Sin mapa, pero sabiendo que es la costa a la izquierda del Porís cruzo la autopista sin decir adiós (15.59h).
Al otro lado de la autopista y ya en El Porís voy pasando al lado de varias urbanizaciones de adosados. De buen aspecto todas las casas parecen deshabitadas, no hay ninguna actividad, todo parece desierto. No veo a nadie. Ninguna señal de ocupación. Sólo me cruzo con un hombre triste y pequeño en pantalón corto que va a dejar una pequeña bolsa de plástico al contenedor de basura, debe comer poco, debe producir poca basura. Sin tener una idea clara de si voy bien o no, consigo llegar a un sendero no lejos del mar (16.08h), por debajo de una fila de adosados blancos que miran al mar gris. Está nublado, apagado, pero hay una buena noticia: no hay viento. Por un sendero entre más apartamentos y las rocas cerca del mar llego a un inmenso pedregal (16.18h) y a un cartel de paisaje protegido herrumbriento y medio roto con la leyenda “Tabaibal del Porís”. El pedregal es de lo más llamativo, lajas, piedras planas grises y negras cubren toda la llanura, ni una sola planta, sólo el sendero que va por medio. Si esto es el tabaibal ¿dónde están las tabaibas? Pero me gusta este jardín pétreo, ni a propósito se consigue esta colección de piedras. Por el sendero me voy acercando al mar y veo mi primera tabaiba, es notable, no levanta más de diez centímetros del suelo, pero debe ocupar un espacio de dos o tres metros cuadrados, de gruesos troncos que se van ramificando en, cada vez, ramitas más finas, y de algunas, sólo algunas, ramitas salen unas pequeñas hojitas verdes. Es un prodigio de adaptación, no es difícil imaginar el viento constante y fuerte que debe predominar aquí. Ahora la escoria ha sustituido a las lajas. La tabaiba se alza sobre la escoria marrón pero no tengo la luz buena para hacer una foto en que se diferencie bien el gris de las ramas frente al marrón oscuro de la escoria. Empiezo a ver otras plantas adaptadas a este medio salino, la uva de mar con sus hojitas pequeñas muy carnosas se alza más alta que las tabaibas que empiezo a ver más, pero siempre aisladas en la llanura de escorias. Varios senderos convergen y divergen creando muchos recorridos. Yo prefiero acercarme más al mar cuando llego a un pequeño barranco (Barranquillo Las Maretas). En el cauce hay una mezcla prodigiosa de diferentes rocas, incluso me parece descubrir los restos de una playa fósil, o ¿serán piroclastos?, es una ladera beis y suave que emerge de entre las rocas duras con encajes petrificados. Es una verdadera sorpresa descubrir todas estas formas rocosas, en beis, negro, marrón, amarillo. Abajo dos pescadores están a lo suyo y casi no contestan cuando les saludo. Por el cauce parecen haber corrido ríos de lava que se han quedado a medio camino y el fondo está cubierto de arena fina en varios tramos. Ahora ya sin sendero me dedico a trepar y bajar por las rocas escabrosas, esto es el reino de la rugosidad. Me fascinan las formas de las puntas de la roca, parece espuma petrificada, gris por encima, y roja en las puntas descubiertas. Hay un cierto paralelismo entre la forma de estas rocas y el de las puntas de las ramas y hojas de las tabaibas. Sigo acercándome todo lo más que puedo al mar sobre las rocas irregulares, y cuando llamo a mi mujer para decirle que he cambiado de excursión me tengo que quedar completamente quieto para no tropezar o caerme. Abajo, a unos diez metros, el mar bate suave contra la base de las columnas rocosas. Pero así y todo hace ruido contra las oquedades del borde del pequeño acantilado.
Subo de nuevo al sendero y al alejarme más del agua empiezo a ver muchas tabaibas, cuanto más lejos del mar más altas son. Algunas parecen atesorar bajo sí, o ser guardianas de, pequeñas montañitas de lascas y escorias. Encuentro un sendero mejor trazado que baja hacia el cauce de un barranco más grande (La Hoya Negra). Un corredor me adelanta en un suspiro asustándome. Bajo hasta una playa pequeña de arena negra. Huele muy bien a mar, a yodo, y no me importa la colección de botellas de plástico que se han reunido aquí ni el chapapote endurecido que cubre algunas rocas negras. No me dejo de olvidar de que no hace viento, parece que esta época del año es el tiempo de las calmas. Hoy vengo sin sombrero ni música. Paso el barranco y subo por una ladera hasta otra cala rocosa (Barranquillo del Pedrero) donde me acerco hasta un charco grande, la marea está subiendo y me tengo que poner muy vigilante de no resbalarme con el musgo limoso del borde de las rocas. Es un agua “fría”, mortecina, la que sube y va rellenando los charcos. Mejor volver no me vaya a atrapar.
Empiezo el regreso y me cruzo con un caminante con zapatos deportivos. Parece que conoce bien su recorrido. Todavía hay un par de lomas más de este espacio, pero yo me doy la vuelta ya. Hay una planta reseca que no sé identificar que parece una colección de ramas pinchudas y resecas. A la vuelta, más lejos del mar, paso por un verdadero “bosquecillo” de tabaibas y las hay de mi altura y muy hermosas cerca del final del tabaibal. La autopista que va por arriba va dejando su rumor de tráfico, pero aquí reina una paz especial. Cuando salgo del tabaibal (17.43h) me desvío hacia la derecha para rodear los apartamentos y adosados por atrás. Un hombre lucha con una puerta de garaje, y en el rato que camino rodeando los garajes ya lo ha intentado cerrar más de cuarenta veces, sin éxito. Me alejo de él, no quiero acrecentar su paranoia. Llego a la parada de las guaguas (17.50h) al lado de la gasolinera y después de pulsar el botón me dedico a hacer mis estiramientos y casi ser zarandeado por las corrientes de aire que crean los camiones y las guaguas al pasar. Los conductores de los coches me resultan tan ajenos, ¿a dónde irán tan deprisa? Después de sólo cinco minutos aparece la 111 ¡bien! Yo ya tengo preparada mi tarjeta y es un trámite rápido. Algunos pasajeros me miran como a un intruso cuando paso por el pasillo hasta acomodarme en un asiento libre. Me siento el rey del mambo en todo el viaje, ha sido un espectáculo maravilloso descubrir las rocas junto al mar, mucho más interesante que las tabaibas, que también lo han sido. En Santa Cruz (18.27h) miro al edificio del Corte Inglés que cada vez me parece más una catedral, la catedral del consumo y los bienes sin fin. Con su luz indirecta en las fachadas y el reborde de arriba es imponente e sin comparación frente a los demás edificios, y espera que empiecen a poner los motivos navideños.
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Track orientativo, no obtenido durante la excursión, elaborado después de realizarla
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Tabaibal del Porís