• Excursión 1349. 24 Noviembre de 2021. Miércoles.
Abades. El Porís. Las Eras.
Municipio: Arico
ENP: Zona de Interés Científico Tabaibal del Porís.
De 15.52 a 18.39h. De 70 a 0 a 20 a 0 a 20 a 0 a 40 a 0 a 50m.
Distancia: 13,6km. Duración: 2h 47m
Recorrido costero entre Abades y Las Eras. Empiezo rodeando El Porís por una pista abandonada. Después y por la costa voy pasando pequeñas playas hasta el gran faro rojo y blanco, sigo por otra hermosa y pequeña playa de arena negra, tras ella por senderos rocosos hasta El Porís que rodeo por la costa, atravieso el tabaibal y algunas pequeñas playitas de cayados y por senderos algo alejados de la costa hasta Las Eras, donde llego ya de noche
Con mucha ilusión, por la novedad (ir en guagua desde Tacoronte), espero a la 102 en la parada de la Cruz Roja, al lado de la autopista. Más de quince minutos de espera y por fin llega. Me acomodo tranquilo con mi música, pero a los cinco minutos me doy cuenta de que estoy en una trampa. El acceso a La Laguna es un infierno a esta hora del día y se cumple. En cuanto la guagua se mete en el carril de acceso al Padre Anchieta se para el mundo y apenas avanzamos. Por suerte me puedo bajar porque hay una parada delante de la facultad de Matemáticas. Deprisita camino hacia el intercambiador. En la rotonda el tráfico está prácticamente paralizado y no me resultaría raro empezar a ver peleas entre conductores airados. Lo rodeo todo como si me moviese a ultra velocidad con los coches casi chocándose de ansia de avanzar y librarse de este nudo. En la estación, sin embargo, las cosas no van mejor, la 015 está retrasada y ya me doy cuenta de que no me va a dar tiempo de llegar a tomar la guagua de las 14.55 en Santa Cruz. Sobre la marcha lo decido, me voy en taxi, y menos mal que hay uno en la puerta. En la bajada puedo ver, podemos ver el conductor y yo el atasco monumental en la autopista en el acceso a La Laguna. A medida que vamos bajando me llegan las quejas del conductor sobre el tráfico a esta hora y en lo que le va a costar volver a La Laguna. Y me gusta lo en serio que me toma cuando le digo que necesito llegar antes de las tres para tomar una guagua. Al menos él se puede concentrar en hacer algo bueno: llevarme a mí a la hora que necesito. Me deja en la entrada de arriba (12€) y cuando llego a la dársena de la 111, resulta que también está retrasada. Cuando aparece tarda un mundo en llenarse y salimos diez minutos tarde (15.05h). La guagua va hasta los topes y se para cada poco tanto para soltar viajeros como para tomarlos. Siento una gran liberación cuando por fin me bajo en Abades. Son las 15.52h, sólo tengo dos horas y media de luz, es todo lo que puedo aprovechar. Tardo un rato en aceptarlo y concentrarme en lo mío. Mientras cruzo la autopista y pienso en mi traslado accidentado me doy cuenta de que si hubiese ido en mi coche hasta Santa Cruz habría llegado antes de subirme en la guagua en Tacoronte. Vale, sin palabras.
Aquí en el Sur el cielo está parcialmente nublado y corre una ligera brisa. Rodeo la rotonda al otro lado de la autopista y me desvío, por la derecha, de la carretera que baja a Abades y enlazo (bajando una laderita) con una carretera secundaria que va en paralelo a la autopista. Pronto encuentro, a la izquierda, la pista polvorienta que sale en perpendicular hacia el mar. Es una pista sobre una loma suave de piroclastos con vistas a un barranco somero a la derecha, también de piroclastos, que hoy no lucen especialmente por la nubosidad, aunque al fondo veo un bonito salto de color gris acero. En este terreno de colinas suaves de piroclastos de color vainilla me gusta el aire de desierto y de desolación. Cerca del mar bajo por el lecho de un barranquillo que nunca llega a ser especialmente espectacular y tomo por un sendero hacia la parte inferior de los apartamentos. Por encima hay una fila de bungalós con grandes terrazas donde algunas personas toman el sol, sólo les veo la cabeza y me gusta el contraste entre mi ansia de recorrer lo que sea y su calma, casi zen, de estar mirando hacia el mar. Paso por los salientes duros y macizados de los piroclastos donde un pescador espera paciente y por un paseo llego hasta la playa grande de Abades/Los Abriguitos donde muy pocas personas están asentadas en la playa de arena más bien gruesa. Tras subir unas escaleras al final de la playa y detrás de una pareja de turistas (ella me da grima por lo esquelética que está, los adelanto enseguida) paso a otra pequeña playa, más recoleta y en forma de arco. Aquí hay mejor ambiente y en el extremo hay un grupo de nudistas, el hombre de rodillas juega en el agua tranquila con un niño que gatea con pañales y que cuando llego a su altura están subiendo hacia un grupo de tres mujeres, también desnudas, que casi como en el cuadro de Monet (le petit dejeneur), están realmente descansando sensualmente y hablan con intimidad y confianza entre ellas, sentadas y ligeramente contraídas, me imagino que la doble sensación de estar expuestas y estar relajadas.
Tras esta estampa tan agradable sigo por los senderos secos cerca del mar que hoy está inusualmente tranquilo. Y es que de hecho hoy he venido aquí sólo para poder recorrer la costa sin el viento dominante y fortísimo que es tan frecuente en esta zona. Sí, hay viento, pero perfectamente soportable. Lo curioso es que el hecho de que el mar esté tan echado le quita fuerza y lo hace un poco insulso. No logro conectar con el sitio y entre la tarde fresca y mi prisa no me acabo de relajar. No me acerco al gran faro con sus bandas rojas y blancas, me mantengo por senderos alejados. Antes he pasado, también a cierta distancia, los esqueletos de las casas de la leprosería que nunca se llegó a terminar. Sueños de grandeza. Por una pista para coches llego a la Playa Grande, un asentamiento moderno entorno a una bonita playa de arena beis. No me dicen nada las casas modernas, la placita con la ermita, y el cuarto para la virgen (Mercedes). Bajo hacia la playa por un sendero que me lleva al extremo. Aquí una pareja está contemplando el oleaje suave y yo tengo que esforzarme mucho en trepar y destrepar grandes rocas y evitar el agua para llegar a la playa, hermosa, grande, preciosa. Ya no hay nadie en la playa, no como la otra vez que pasé por aquí, en plena temporada (junio del año pasado) con la playa llena de gente y ese jaleo de voces y murmullos, de gente alegre y divirtiéndose con aquella madre dedicada alongada sobre el cochecito de su bebé con un bañador negro. Hoy paso como una exhalación con la vista puesta en El Porís que todavía me queda lejos.
El sendero tras la playa es rocoso y agreste, como me gustan a mí, y con un ligero sube y baja me va llevando poco a poco hasta las primeras casas cerca de la playa, la parte antigua. Rodeo por un paseo y, más allá, delante de una urbanización que se extiende hacia arriba encuentro la mejor parte, que ya me llamó la atención en la excursión 1090, se trata de una zona de rocas blancas puntiagudas y redondeadas en varios entrantes y salientes muy abruptos e irregulares con una riqueza de formas increíble, también algo peligroso de recorrer, cerca del agua las rocas están resbaladizas. Y me fascina esto, con mejor luz quizás me quedaría más rato, en verano era atorrante pasar por aquí, incluso a la vista de la pequeña piscina construida al lado del agua. Pero hoy estoy consumido por la prisa y no tengo la calma para quedarme y sacarle todo el provecho a estas formas caprichosas, dignas de un edificio modernista de Gaudí. Tras las últimas edificaciones bajo un murito y salgo a terreno abierto, sobre un pequeño acantilado, es un llano pedregoso donde no crece nada, pura piedra marrón, que debe estar batida por un viento feroz cargado de salitre, un paisaje lunático. Más adelante ya empiezo a ver las tabaibas dulces que han hecho que este lugar sea un lugar natural protegido (Tabaibal del Porís). Están plegadas al suelo, como arañas de múltiples patas ocupando su lugar, parecen estar encajadas en un hueco excavado (por ellas mismas) en la roca, me resultan impresionantes, del grueso tronco central se van diversificando y desenrollando en multitud de ramales con pequeñas hojitas pálidas en algunas puntas. Y cuanto más cerca del mar más plegadas sobre el suelo, pueden ocupar un metro cuadrado y no levantar más de cinco centímetros del suelo. Voy deprisa, pero me paro a tomarles fotos y admirarlas. Los senderos me van llevando cerca del acantilado.
Es complicado cruzar un barranco que forma una bahía en su desembocadura (La Hoya Negra) pero el camino ancho y pedregoso me lleva sin que me tenga que preocupar mucho por dónde va, aunque al otro lado me cuesta volver al sendero cerca del mar y ya me empiezo a agobiar porque el tiempo se me está echando encima, la tarde va declinando y cada vez hay menos luz. Los senderos se combinan con viejas pistas pedregosas y voy subiendo y bajando pequeñas colinas cerca de playitas, cada vez más deprisa. Sé que tendría que subir a una meseta para salir al borde de la autopista (excursión 1041) pero ya no confío en encontrar el acceso desde arriba así que aprovecho un barranquito mínimo para atajar hasta la autopista. Son más de las seis de la tarde. Protegido por la valla del tráfico fuerte de la autopista camino por la muesca de cemento, paso el acceso al camino, y sigo un rato pegado al tráfico hasta que vuelvo a bajar por un sendero muy resbaladizo de piedra blanca hasta la desembocadura de otro barranco (Tamadaya/La Carreta) donde veo una moto aparcada, ¿dónde estará el conductor? Remonto la playa y todavía me lleva un rato alcanzar las primeras casas de Las Eras justo por donde un túnel cruza la autopista. Al otro lado está la carretera que va paralela a la autopista y que ya he recorrido varias veces, pero yo prefiero lo nuevo y sigo por la calle con firme de tierra entre casas de dos plantas modernas ya a la luz de las casas. El viento moderado me refresca de la marcha rápida. Cruzo la pequeña placita con escalones de forma rectangular y entre las casas bajas y pegadas de las calles estrechas de Las Eras salgo a una larga avenida hacia la autopista, allí está la parada de Titsa. Le pregunto a una mujer que acaba de salir de un sendero, y me dice que tengo que seguir para arriba. Sabía que era largo, pero se me hace muy penoso y no quiero tener que estar con jeroglíficos en este momento. Sólo cuando empiezo a ver el tráfico de la autopista me tranquilizo y no tardo demasiado en llegar a la parada.
Mientras hago los estiramientos y me cambio de ropa me voy tranquilizando de la frenética excursión. Pero es justamente lo que me gusta, ponerme en tensión, tener poco tiempo, la aventura de estar medio a oscuras por esos caminos perdidos. La 111 tarda un rato en llegar (18.59h) y todavía tengo que tomar otras dos más (la 015 y la 101) para llegar a Tacoronte (20.14h). Tengo que repensar esto del transporte de mi cuerpo al principio de las excursiones, hoy no lo he hecho nada bien.
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Track orientativo, no obtenido durante la excursión, elaborado después de realizarla
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Abades a Las Eras